"Caos" Antonio Santos, 2022.
Periodizar el ciclo democrático. Notas para
el estudio a 40 años de democracia
Periodize the democratic cycle. Notes for the study 40 years of democracy
Ezequiel Román Berlochi¹
Recibido: 12/03/2024
Aceptado:14/09/2024
Resumen
El presente trabajo busca reflexionar sobre el ciclo democrático más largo de la historia
argentina. Para ello establecemos cuatro periodos de análisis a saber: 1) 1983-1990 período
de construcción democrática, 2) 1991-2000 los años 90, consolidación de la democracia y
reformas, 3) 2001-2007 crisis y reconfiguración del Estado y 4) 2007- actualidad
preeminencia de lo político. Buscamos analizar desde la perspectiva sociohistórica las
rupturas y continuidades en lo que refiere a los cambios acontecidos a nivel de
representación política a lo largo de este ciclo democrático. Especialmente haremos
referencia al proceso de metamorfosis y crisis de la representación, con sus consecuentes
mutaciones principalmente en el sistema de partidos, su relación con las crisis económicas y
las reacciones de la sociedad civil a las mismas. Por otra parte, también nos detendremos en
las identidades políticas que se fueron construyendo a lo largo del periodo, sus
transformaciones e incidencias en el campo de lo político. De ese modo aspiramos a construir
una visión global del ciclo histórico que nos ayude a entender el devenir de la política
argentina de la última década. Para tal fin, se repasan los principales hitos desde la
recuperación democrática examinando la reconstrucción del sistema de partidos, para luego
analizar las crisis por las que fue atravesando a lo largo de estos 40 años.
Palabras clave:
Democracia;
Política; Partidos; Argentina; Representación.
¹Licenciado en Ciencia Política (UNR). Facultad de Ciencia Política y Relaciones
Internacionales de la Universidad
Nacional de Rosario. ORCID: 0000-000
2-85
69-2194. Correo Electrónico ezequiel.berlochi@fcpolit.unr.edu.ar
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Abstract
The present work search to reflex about the longer democratic cycle to the Argentina’s
history. For that we establish four periods for analyze: 1)1983-1990 democratic
construction period, 2) 1991-2000 the 90 years, consolidation of the democracy and
reforms, 3) 2001-2007 crisis and reconfiguration of the State and 4) 2007-actualitiy
preeminence of the political. We are looking to analyze from the sociohistoric perspective
ruptures and continuities about the changes that have occurred at the level of political
representation throughout this democratic cycle. Especially we will reference to the
metamorphosis process and the representation crisis with their consequents mutations
principally in the political parties system, their relations with the economic crisis and the
reactions of the social civility. In the odder hand, also we will study the political identities that
were making in the period, their transformations and incidence into the political camp. In that
way, we aspire to build a global vision of the historical cycle that help us to understand the
evolution of argentine policy in the last decade. To this end, the main milestones since the
democratic recovery are reviewed, examining the reconstruction of the party system, and
then analyzing the crisis it has gone through these 40 years.
Key words: Democracy;
Policy; Parties; Argentina; Representation.
1. Introducción
El 10 de diciembre de 1983 se concretaba la finalización de un período signado por el
predominio de las Fuerzas Armadas en tanto actor político y la alternancia cívico-militar,
mientras se configuraba un nuevo modo de hacer política, marcada por el asiento de un
régimen democrático. Comenzaba de ese modo un nuevo periodo donde se crearon nuevas
referencias simbólicas, identidades políticas y sociales y formas de hacer política. Como todo
período histórico, éste no estuvo exento de rupturas y continuidades, así como crisis tanto
económicas como políticas. Es en ese sentido que el presente escrito pretende aportar al
debate sobre el ciclo democrático, primeramente, estableciendo una posible periodización
del ciclo a analizar. Asimismo, buscamos identificar las rupturas y continuidades, así como
reconocer los posibles nudos problemáticos presentes en el mismo.
A diferencia de otros ciclos o periodizaciones, desde la historia política aún no se ha
pensado o abordado el período en su conjunto. Por el contrario, lo que hay son trabajos
particulares sobre los distintos hitos presentes en estos 40 años de democracia
ininterrumpida o estudios centrados en las presidencias. Obviamente, en una periodización
general no se puede analizar en detalle o con rigor todos los elementos o cuestiones
particulares que acontecieron a lo largo de todos esos años, cuestión que tampoco nos
proponemos realizar. La idea, como mencionamos, es tener una visión global del período
especialmente en lo que refiere a rupturas y continuidades que nos permita trazar un mejor
análisis sobre el conjunto, haciendo foco en los cambios acontecidos en el sistema político, las
crisis políticas, las transformaciones identitarias, entre otras.
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Creemos que una aproximación desde la sociohistoria es sumamente valiosa, ya que esta
perspectiva se presta al análisis del pasado para comprender el presente. Por otro lado, como
plantea Gerard Noiriel (2011), la sociohistoria estudia “problemas empíricos precisos” (p.8) y de
esa forma comprender más cabalmente el presente. Las relaciones de poder, los modos en que
se construye la legitimidad política, así como las relaciones entre la sociedad civil y la política, son
temas de análisis de la sociohistoria.
Lo anterior nos sirve de referencia a la hora de analizar los nudos problemáticos que vamos a
encontrar en la periodización y la reconfiguración en las diferentes coyunturas. En los últimos 8
a 10 años hemos sido testigos de los cambios acontecidos en la arena política, particularmente la
alternancia político-partidaria a nivel nacional que se dio en 2015 con la alianza Cambiemos, el
ascenso nuevamente del peronismo de la mano del Frente de Todos en 2019 y la reciente
victoria en 2023 de La Libertad Avanza. Estas reconfiguraciones políticas traen a colación una
serie de problemas que son posibles de ser analizados en perspectiva sociohistórica si tomamos
el periodo democrático de larga duración, más que nada cuando la democracia parece haber
entrado en crisis, fenómeno que no sería exclusivo de la Argentina, por cierto.
En lo que sigue, abordaremos las características generales de cada periodo, justificamos la
centralidad política de cada uno de ellos e identificamos los problemas pasibles de ser
abordados desde la historia política y la ciencia política.
II. 1983-1990 Período de construcción democrática
El ciclo abierto el 10 de diciembre de 1983 puso fin a la alternancia de gobiernos militares
y al poder político de las Fuerzas Armadas, pero como reconoce Marina Franco (2023), este
no fue un proceso sencillo y mucho menos concentrado en la victoria electoral del
radicalismo de la mano de Raúl Alfonsín. El proceso de transición o construcción democrática
ha sido objeto de diversas interpretaciones y análisis (O'Donnell y Schmitter, 1994; Quiroga
1994; Lesgart, 2003; Mazzei, 2011; Franco, 2023). No vamos a profundizar sobre la cuestión
teórica de la transición, ya que puede ser encontrada en los textos citados, sí nos parece
importante retomar una idea esbozada por Franco (2023) sobre la terminología a emplear al
hacer referencia a este momento clave de la historia política argentina contemporánea.
Para la autora, el término más adecuado para referirse a este periodo es el de
reconstrucción democrática o democratización, antes que el más clásico de transición,
propio de los debates de la época en la cual todavía no se avizoraba un punto de llegada:
Para comenzar, podemos establecer la siguiente periodización:
1. 1983-1990
Período de construcción democrática
2. 1991-2000
Los años 90, consolidación de la democracia y reformas
3. 2001-2007
Crisis y reconfiguración del Estado
4. 2007
- actualidad Preeminencia de lo político
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…tampoco se trató de un proceso de ‘recuperación democrática’, dado que esa democracia
como ejercicio pleno y libre de la ciudadanía sin restricciones y regular, no había existido con
continuidad antes y estaba por hacerse. Más bien se trató del fin de la presencia militar en el
poder y el gobierno, y el comienzo de un aprendizaje democrático. En todo caso, sí está claro
que las y los contemporáneos/as eran plenamente conscientes de que estaban frente a un
momento de cambio y movimiento: se terminaba la dictadura y las expectativas estaban
puestas en la apertura del juego electoral y un nuevo periodo constitucional. El resto era
deseo e incertidumbre (Franco, 2023, p. 19).
De ese modo, para nosotros tiene más sentido hablar de construcción democrática ya que
fue un momento de creación e invención de nuevas formas de hacer política, aunque todavía
pervivían algunas viejas formas, como ya veremos más adelante.
Lo importante del periodo 1983-1990 en lo referido a la construcción democrática tiene
que ver con la ponderación de la propia idea de democracia como un modo de vida, más allá de
los marcos institucionales, lo cual quedó condensado en la definición del propio Alfonsín
durante la campaña electoral de que “con la democracia no sólo se vota, sino también se come,
se cura y se educa”, esto avizoraba un horizonte de promesas que corresponde a sucesivos
estudios a analizar en detalle. Por lo pronto, esa frase que pasó a la posteridad como una
promesa o máxima a seguir, condensó lo que significaba el nuevo periodo que se abría luego de
la sangrienta dictadura del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”.
Para lograr el mencionado objetivo de construcción de una Argentina democrática, el
primer gran problema que se debió enfrentar fue el que se conoce como la “cuestión militar”.
Como se sabe, el cambio de un régimen autoritario a uno democrático se hizo sin pacto
alguno, como sí ocurrió en otros Estados de la región, debido al colapso del régimen militar
producto de tensiones internas, crisis económica y la derrota militar en Malvinas. La
imposibilidad de pactar un lugar de privilegio para las Fuerzas Armadas en el nuevo régimen,
así como la no investigación de los crímenes cometidos por la dictadura en la denominada
“lucha contra la subversión”, dejó al actor castrense en una posición de extrema debilidad que
se vio reflejada en la posibilidad de enjuiciar a las cúpulas militares en los históricos juicios de
1985. A pesar de eso, como plantea Hugo Quiroga (1994), en el momento de transición lo que
hubo fue un pacto postergado en el tiempo, es decir:
un pacto diferido en el tiempo, que crea una situación no clausurada sino más bien suspendida.
Los sacudones militares en tiempos de la democracia que derivan en las leyes de ‘obediencia
debida’ y ‘punto final’, como en el indulto presidencial, pueden explicarse en clave de pacto
postergado (p. 456).
La presión ejercida por los militares en cuatro levantamientos (1987, dos en 1988 y 1990)
condicionaron a la naciente democracia. Ello en el marco de una sociedad civil en
efervescencia donde el movimiento de derechos humanos tenía un fuerte protagonismo
presionando a los gobiernos en relación a la indagación sobre las violaciones a los derechos
humanos cometidas por la dictadura (Jelin, 2017; Feld y Franco, 2015; Lvovich y Bisquert,
2008). Aquí podemos establecer dos momentos, el primero durante el gobierno de Alfonsín,
un período signado por rupturas y continuidades, presionado tanto por un poder castrense
en descomposición pero que todavía tenía cierto margen de maniobra, como por los
organismos de derechos humanos. En el medio, la posición del gobierno civil que trataba de
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navegar entre las dos posiciones avanzando y retrocediendo (Crenzel, 2014), la propuesta
de enjuiciar a las cúpulas militares, el armado de la CONADEP, la publicación del informe
Nunca Más y el propio juicio a las Juntas tuvieron sus límites ya sea en las propias limitaciones
impuestas por el gobierno (en la distinción en tres categorías de autores de las violaciones a
los derechos humanos que limitaba el enjuiciamiento) como en la nula posibilidad de resistir
los embates del poder militar en los tres primeros levantamientos carapintadas, que se vieron
luego reflejados en las sanciones de las leyes de impunidad (Obediencia Debida y Punto Final)
.
El segundo momento se dio durante los primeros años del gobierno de Carlos Menem que
culminaría con uno de los principales problemas que encontraba la institucionalización de la
democracia y que cierra este periodo. Menem tuvo éxito donde Alfonsín no había podido
imponer la voluntad del Estado, logrando cerrar la cuestión militar. Aunque dicho cierre es un
tanto agridulce porque si bien lograr el cometido de que las Fuerzas Armadas repriman el
último levantamiento carapintada de 1990, lo hace acordando primeramente con los
militares un indulto a todos aquellos que habían sido condenados por violaciones a los
derechos humanos en los procesos judiciales iniciados con el alfonsinismo.
De esa manera, “el indulto consolidó la autoridad de Cáceres en el Ejército [Jefe del Estado
Mayor del Ejército nombrado por Menem] y destruyó la legitimidad que les restaba a los
‘carapintadas’, que entre octubre y noviembre fueron dados de baja del Ejército” (Canelo,
2011, p. 147)
²
. La cuestión militar se zanjaba definitivamente con el predominio de la
impunidad sobre lo actuado por las Fuerzas Armadas en la denominada “lucha contra la
subversión”. Por otra parte, al decir de Lvovich y Bisquert (2008), con la asunción de Menem
a la presidencia se ponía en juego un nuevo modo de entender el pasado reciente, buscando
dejar atrás el pasado para centrarse en las posibilidades que el futuro traería en pos de la
“pacificación nacional” (p. 52).
El último punto nos habilita a tratar uno de los problemas transversales que se verá a lo
largo de estos 40 años que tiene que ver con los usos del pasado, ya que la postura de Menem
no había sido el primer ensayo interpretativo. En 1983, cuando asumió el primer gobierno
civil, se había propuesto lo que se conoció como la “teoría de los dos demonios” (Lvovich y
Brisquert, 2008, p. 13; Franco, 2015, pp. 24-25) que ensayaba la inocencia de la sociedad
frente a las violencias de los grupos guerrilleros y el accionar represivo estatal
²Es importante aclarar que el levantamiento carapintada de Seineldín de 1990, se produjo luego del otorgamiento de
una primera tanda de indultos, como especifica Paula Canelo “el alzamiento buscaba desplazar a la cúpula del
Ejército y recuperar el espacio perdido dentro de la institución. Su proclama afirmaba: ‘Esto no es un golpe de Estado:
nosotros respetamos la Constit
ución, pero desconocemos el generalato. El Comandante legítimo del Ejército es el
Coronel Mohamed Alí Seineldín’” (Canelo, 2011, p. 148). La consolidación de la autoridad de Cáceres al interior del
Ejército, producto de los indultos, fue lo que permitió que la institución en conjunto reprimiera al movimiento
insurreccional, rompiendo “el pacto intramiliatar de Villa Martelli, que había logrado mantener un cierto equilibrio
interno” (Canelo, 2011: 147). Como sintetiza la autora, con ese acto Menem lograba instaurar la visión de que el
movimiento de carapintadas no era el Ejército Nacional y por lo tanto carecía de legitimidad.
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equiparándolas. La idea de reconciliación, tenía en su matriz la propuesta de los “dos
demonios” puesto que el terrorismo estatal es colocado en el mismo plano que el “terrorismo
subversivo”: ambos son igualados en la medida en que se afirma que es necesario que cada
uno, humildemente reconozca en el otro aciertos y errores. Sólo así, el odio y la venganza, no
la necesidad de impartir justicia, serán superados, abriendo las puertas al “mutuo perdón” y a
la “unidad nacional” (Lvovich y Brisquert, 2008, p. 52).
Ambas teorías se dieron en un contexto de movilización social particularmente de los
organismos de derechos humanos que se movilizaban con el afán de solicitar justicia por las
violaciones cometidas durante la dictadura. Y puede que esa movilización y masificación de
protestas durante este primer periodo, sea el punto más notable al momento de analizar el
ciclo democrático. Aquí quisiéramos referirnos a un punto nodal que tiene que ver con la
construcción y consolidación de la democracia, como dijimos anteriormente, la coyuntura
política post-Malvinas habilitó a que la sociedad civil se movilizara y los partidos políticos
salieran del letargo impuesto por la dictadura.
Un primer hito tiene que ver con la masividad en que ciudadanos y ciudadanas se afiliaron
a diversos partidos políticos, siendo el Justicialismo y la UCR los que más afiliados y afiliadas
tuvieron (casi cuatro millones de personas entre ambos, aunque no fueron los únicos partidos
que incrementaron sus filas). La reconstrucción institucional de la democracia argentina
comenzaba entonces desde abajo, con un gran caudal de afiliados/as y militantes, además de
que los partidos comenzaban sus propios caminos de renovación, siendo la UCR quien lo hará
en el contexto de transición, mientras que el PJ lo hará una vez derrotado en la contienda
electoral, siendo que era el principal favorito para hacerse con la primera magistratura
(Franco, 2023; Levitsky, 2005).
Lo que nos interesa resaltar de este tema es un rasgo que tendrá el sistema político
argentino democrático y que durará hasta mediados del período siguiente, la consolidación
de un sistema de partidos anclado en una especie de bipartidismo, expresado en la
alternancia entre la UCR y el PJ en los distintos cargos electivos (Abal Medina, 2004). De ello
se desprende la alternancia entre ambos partidos especialmente en 1989 cuando Carlos
Menem del PJ ganó la elección presidencial sumado a la instauración de un sistema de
negociación institucional entre ambos partidos y líderes, tema que se verá mejor en el
apartado siguiente.
Para finalizar con este apartado, consideramos importante destacar, siguiendo a Inés
Pousadela (2006), que la campaña de 1983 trajo aparejado consigo un cambio fundamental
en el sistema político-partidario argentino. La autora sigue en este caso a Bernard Manin
(Manin, 1992 citado en Pousadela, 2006), cuando plantea el concepto de metamorfosis de la
representación, clave para entender el devenir histórico-político de la política argentina en
estos 40 años, puesto que refiere a todos aquellos:
Fenómenos relacionados con la declinación de la importancia de los programas partidarios, la
personalización de los liderazgos y la instrumentalización de los partidos políticos por parte de
sus líderes, el imperio de los medios de comunicación y la preponderancia de la imagen por
sobre el debate programático. (Pousadela, 2006, pp. 9-10)
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A pesar de la reconstitución de los partidos políticos, especialmente de los “dos grandes”
de la Argentina, la campaña y elección de 1983 comenzó a exponer la crisis del sistema de
partidos de masas. Como sostiene la autora:
La campaña de 1983 fue, sobre todo, la que marcó el inicio de una nueva era en la política
argentina. En ella se hizo sentir la presencia novedosa de una ‘ciudadanía fluctuante’ capaz de
definirse en función de los acontecimientos políticos de coyuntura y, en particular, frente a los
sucesos que puntuaban las campañas electorales. (Pousadela, 2006, p. 67)
Si bien podemos considerar que el periodo 1983-1990 mantuvo las identidades políticas
preexistentes, especialmente entre radicales y peronistas aunque no fueron las únicas
³,
lentamente comenzaba a vislumbrarse una serie de cambios significativos que acentuaron la
crisis de los partidos políticos en el siguiente periodo y terminaron eclosionando en 2001,
estando ahora frente a una crisis de la representación, entendida como aquellos “fenómenos
tales como la percepción de la incapacidad o corrupción de la llamada clase política,
indiferenciada en su composición y con intereses corporativos más poderosos que los de sus
representados, y la desconfianza hacia las instituciones representativas” (Pousadela, 2006, p. 10)
III. 1991-2000 Los años 90, consolidación de la democracia y reformas
Como mencionamos anteriormente con la represión del último levantamiento
carapintada, la cuestión militar se zanjó definitivamente consolidándose la democracia,
especialmente en lo que refiere a una estructura institucional funcional (partidos políticos,
Parlamento) y la desactivación definitiva de las Fuerzas Armadas en tanto actores políticos.
Aun así, cuestiones clave como lo referido a los derechos humanos y a los crímenes
cometidos por la dictadura no encontraban respuesta a las demandas de la sociedad civil,
dejadas de lado con la idea de reconciliación nacional, esgrimida por el gobierno de Carlos
Menem en pos de un futuro promisorio, llegando al punto álgido con el otorgamiento de los
indultos a los culpables de los juicios iniciados en el periodo anterior.
.
Los años 90 se destacan por dos cuestiones fundamentales, la apertura económica que
implicó una reconfiguración del rol del Estado y un mayor peso del mercado, especialmente
financiero, y los primeros síntomas de la crisis del sistema político de partidos con cambios en
las identidades políticas existentes que terminará desembocando en una crisis de
representación. Asimismo, retomando el planteo de Pousadela (2006), los años 90 también
marcaron la profundización de la metamorfosis de la representación política, pasando a
tener liderazgos marcadamente personalistas y un rol cada vez más activo de los medios de
comunicación en la política.
Sobre el primer aspecto, el gobierno radical de Alfonsín terminó su mandato (entregando
el mando seis meses antes) en medio de una crisis económica y social que puso en juego la
³Ya que se crearon otras, como por ejemplo la UCDE (Franco, 2023).
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institucionalidad recientemente conseguida. El proceso hiperinflacionario, los saqueos a
comercios y las demandas de la sociedad civil ciertamente fueron una prueba de fuego que la
democracia argentina tuvo que pasar. Ello en un clima electoral donde se renovaron las
autoridades nacionales, obteniendo el justicialismo la presidencia de la Nación, hito de suma
relevancia ya que por primera vez en casi más de medio siglo un gobierno elegido por la
ciudadanía entregaba el mando a otro gobierno electo y de distinto signo partidario sin
objeción alguna.
Es posible pensar que la década de los 90 en Argentina comienza en 1991, cuando el
gobierno de Menem inició una política económica favorable al libre mercado y a la
desregularización de la economía, acompañada de una redefinición del rol del Estado en la
mencionada actividad. Este proceso de reforma estuvo reflejado en las sanciones de las leyes
de Emergencia Económica y Reforma del Estado en 1989 y la Ley 23.928 de convertibilidad
de 1991
acompañado con el nombramiento de Domingo Cavallo como ministro de Economía
(Basualdo, 2010; Belini y Korol, 2020). Con esta última comenzaba a perfilarse el proyecto
económico de Menem y los cambios en lo referido a la matriz estatal imperante en las
décadas anteriores. En buena medida, serán estas reformas, aunque no las únicas, las que
inicien el proceso de crisis en que el sistema político argentino estaba cayendo.
En lo que refiere a este punto, si durante la etapa anterior se había procurado la
(re)construcción y consolidación de un orden institucional democrático, poniendo énfasis en
las instituciones tanto estatales como partidarias, los años 90 parecían desarrollarse en un
clima un tanto diferente. La construcción de la democracia, como vimos en el apartado
anterior, tuvo como principal protagonista (pero no el único) a los partidos políticos,
fenómeno que podemos apreciar en el nivel de afiliación registrado en el contexto de
transición de un régimen autoritario a uno democrático. A finales de la década, la crisis de los
partidos políticos había alcanzado al recientemente reconstituido sistema de partidos,
fenómeno que podemos enmarcar dentro de los que Pousadela (2006) denomina como
metamorfosis de la representación ¿Cómo impactó en el sistema político argentino?
El cambio de signo político en la administración nacional trajo aparejado varias
transformaciones algunas de las cuales ya hemos presentado. En lo estrictamente político,
retomando el planteo de Alfredo Pucciarelli (2011), Menem se abocó a la construcción de
una legitimidad para llevar a cabo las reformas esbozadas, tratando de prescindir del aparato
partidario, configurando de este modo una nueva relación con la ciudadanía que tuvo como
eje rector la centralidad de su liderazgo personal y la interacción con la está por medio de los
medios de comunicación. La puja entre el partido, representado por Antonio Cafiero
presidente del PJ y el presidente de la Nación, giraba en torno al cambio de la matriz
económica que éste último buscaba implementar. De ese modo comenzó a construirse una
imagen de Menem en tanto líder prescindente de las estructuras partidarias.
4
Que fijaba la convertibi
lidad del dólar y el peso en un cambio fijo (1 a 1).
4
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Los éxitos iníciales en lo económico, además de las victorias obtenidas en las elecciones
legislativas de 1991 y 1993, llevó a Menem a buscar un segundo mandato para lo cual era
necesario la reforma de la Constitución. En ese marco se producen los acuerdos de Olivos,
una reunión entre Menem y Alfonsín en la que acordaron algunos puntos de interés para
ambos partidos como la reelección del presidente por un mandato consecutivo o la elección
de un tercer senador en representación de la primera minoría. Aquí ya se puede comenzar a
evidenciar la crisis de los partidos políticos, puesto que la UCR se hallaba debilitada por lo
traumático de la salida del gobierno de Alfonsín, mientras que el PJ comenzaba a sufrir las
primeras escisiones producto del giro programático de la política económica.
Estos sectores que se alejaron del justicialismo conjuntamente con otros espacios
conformaron el Frente Grande, como una expresión de oposición al acuerdismo de los dos
partidos hegemónicos y a las políticas neoliberales. El Frente Grande rápidamente desplazó a
la UCR como el principal partido de oposición, quebrando de este modo el “bipartidismo”
imperante desde la recuperación democrática. La elección presidencial de 1995 lo
demuestra al obtener el 27,83% frente al 16% de la UCR, quedando en el segundo y tercer
puesto respectivamente
. Este éxito, sumado a la popularidad de la dirigencia frepasista, hizo
que la UCR iniciara negociaciones en vista a la constitución de una coalición política. De ese
modo, en 1997 se constituye la Alianza por el trabajo, la justicia y la educación, o
simplemente Alianza, amalgamando a los dos espacios políticos.
El contexto del surgimiento de la Alianza es significativo. A pesar de la importante victoria
en la elección presidencial, el gobierno de Menem comenzaba a exhibir algunos desgastes.
Por un lado, la figura presidencial y su entorno eran objetados por la sucesión de casos de
corrupción que involucraron a las más altas esferas del poder. Durante los 90 se producen
una serie de hechos criminales que se relacionaban directamente con el poder político
.Para
mediados de la década comienzan a hacerse sentir los efectos negativos de las políticas
neoliberales, mostrando una activación por parte de la sociedad civil en movimientos como el
piquetero o de trabajadores desocupados (Svampa, 2005).
En ese clima de efervescencia social la Alianza encuentra un nicho para construir su
política, con un discurso que buscaba contraponerse al menemismo enfrentado al par
dicotómico honestidad-corrupción, así como la propuesta de políticas que buscaban paliar
los efectos sociales regresivos de la economía neo-liberal, pero sin abandonar la
convertibilidad (Persello, 2007; Dikenstein y Gené, 2014; Basualdo, 2010; Belini y Korol,
2020). El paroxismo de la crisis de los partidos políticos se encuentra en la constitución de
este espacio político, una coalición electoral sumamente desequilibrada, como la han
6
5
El PJ que llevó a Carlos Menem como candidato a presidente obtuvo el 47,49%, siendo reelecto. Resaltamos que,
en esa elección, el Frente Grande concurrió como FREPASO, al haber agrandado la base de coaliciones partidarias
que lo conformaban inici
almente.
Los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA (1992 y 1994) son los más paradigmáticos, a los que se podría
sumar la voladura de la ciudad de Río Tercero en 1995 para encubrir el contrabando de armas a Ecuador y Croacia,
entre tantos otros.
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retratado Violeta Dikenstein y Mariana Gené (2014), con una importante disparidad de
fuerza: una UCR debilitada en términos sociales pero poseedora de un fuerte aparato
partidario y un FREPASO muy fuerte de cara a la sociedad, pero débil en lo interno, muy
dependiente de los liderazgos personalistas de sus referentes y del peso mediático.
A pesar de obtener la victoria presidencial en 1999 con la fórmula Fernando de la
Rúa-Carlos “Chacho” Álvarez con promesas de cambio, particularmente en lo que refería a un
nuevo rumbo en la política volcado hacia la transparencia y la honestidad, la experiencia de la
Alianza terminó naufragando críticamente no sólo por la crisis económica desatada por la
negativa de abandonar, o por lo menos reformar, el plan de convertibilidad, sino también por
la incapacidad de funcionar como un espacio político cohesionado. Es decir, el caso de la
Alianza evidencia que su constitución fue meramente con un objetivo electoralista, sin contar
con un proyecto político propio y compartido entre todos los actores intervinientes.
El desbalance entre los socios de la coalición se hizo notar en la función de gobierno, al
igual que la continuación de viejas prácticas heredadas del periodo anterior. Concretamente,
nos referimos al escándalo del Senado que involucró denuncias de sobornos para aprobar la
reforma laboral, que por otra parte profundizó la ya efectuada por Menem. La denuncia
involucró a senadores del PJ y la UCR, mientras la figura del vicepresidente se ponía en una
posición bastante complicada al ser él quien presidía el cuerpo. Las idas y vueltas entre los
dos principales líderes de la coalición por intentar resolver la crisis que se había producido
por la denuncia, no hicieron más que acentuar las divisiones y diferencias entre ambos
partidos. La imposibilidad de resolver la misma terminó con la renuncia de Álvarez a la
vicepresidencia de la Nación en diciembre de 2000, aunque el FREPASO no abandonó la
coalición.
IV. 2001-2007. Crisis y reconfiguración del Estado
El ciclo democrático argentino reconoce dos puntos de inflexión. El primero es el 10 de
diciembre de 1983, con la inauguración del ciclo que, como hemos visto, sentó las bases para la
construcción y consolidación de la democracia. El segundo, fueron las jornadas del 20 y 21 de
diciembre de 2001 que pusieron en jaque a la joven democracia argentina. La resolución
institucional de la crisis llevó tiempo, como veremos en el presente apartado. En momentos
donde no se sabía qué podría pasar con el sistema democrático, marcó un hito de suma
importancia que apuntaló al sistema al resolver la crisis desde adentro. De cualquier manera,
debemos hacer mención que la cuestión se resolvió con ciertos altibajos. La crisis de la política
no fue sencilla de recomponer, concretamente la relación del sistema político con la ciudadanía.
Este periodo puede ser dividido en dos momentos. Desde 2001 hasta 2003, donde la crisis
de representación y descontento con la política se hizo sentir con fuerza y de 2003 a 2007, el
ciclo que concuerda con el primer gobierno kirchnerista, momento donde aún perduraba la
desconfianza hacia el sistema y comenzaba su lenta recomposición y la del rol del Estado en
medio de una profunda crisis económica y social. Entendemos que la crisis no se resuelve con
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as autoras, son tres los hitos que tendieron a debilitar y socavar las bases de la Alianza: el escándalo en el
senado y la renuncia de Álvarez; el fallido blindaje financiero y la renuncia del ministro de economía Machinea y
finalmente, la corta gestión de López Murphy, sumado a la vuelta de Cavallo luego de la renuncia del primero debido
al ajuste al que había sometido a la sociedad, aceleró la disolución de la Alianza debido a la imposibilidad de
controlar la crisis económica (Dikenstein y Gené, 2014).
7
el nombramiento de un presidente o con la celebración de elecciones, sino que conlleva
una
serie de modificaciones tanto en lo político como en lo económico, cuestión que se
terminaría de resolver recién sobre el final del periodo. Pero vayamos por parte.
El escándalo del Senado fue la primera de una serie de crisis, que como reconocen
Dikenstein y Gené (2014) socavaron las bases de la coalición política de la Alianza . A la
renuncia y salida del gobierno del vicepresidente se le sumó la imparable crisis económica y
social que en menos de un año se cobraría la renuncia de tres ministros de economía
(Machinea, López Murphy y Cavallo), finalizando con la renuncia del propio presidente en
diciembre de 2001. Un detalle no menor para lo que venimos trabajando en el presente
escrito, tiene que ver con las elecciones legislativas de octubre de 2001. La importancia de
esta elección radica en que es el momento donde comienza a visibilizarse la crisis de
representación (Pousadela, 2006; Cheresky, 2003). El nivel de voto en blanco e impugnado, al
igual que la abstención electoral, marcaron la tónica en la mencionada elección que más
tarde, en las jornadas de protesta social de diciembre de ese año, se sintetizaría en la
consigna “que se vayan todos”. Ésta, explicaba el nivel de desconfianza en que había caído el
sistema político argentino frente a una sociedad a la cual no podía dar respuesta a las
principales inquietudes provocadas por la crisis económica.
En ese contexto comenzaron a surgir distintas formas de organización de tipo político y
social por fuera del aparato institucional, como las asambleas barriales, los clubes de trueque
y la recuperación de fábricas declaradas en quiebra por parte de sus trabajadores en forma
de cooperativas. La sociedad comenzaba a buscar soluciones a los problemas por fuera de los
canales institucionales al desconfiar de la política y particularmente de “los políticos”. Se
trataron de experiencias político-sociales novedosas ancladas en territorios particulares con
participación plena e igualitaria de vecinas y vecinos que recurrieron a formas de
participación horizontales de democracia directa (Svampa, 2005; Rossi, 2005; Cabral, 2006;
Pousadela, 2006 y 2011). Es menester resaltar que, aunque estas experiencias fueron más
bien acotadas y de corta extensión en el tiempo, su importancia radicó en el descrédito en
que había caído la política institucionalizada.
En términos institucionales la continuidad del sistema logró mantenerse con la reunión de la
Asamblea Legislativa que eligió un presidente para que continuara con el mandato truncado
de Fernando De La Rúa con el nombramiento, en última instancia, del senador por el PJ
7
Abstract
The purpose of this article is to analyze the path for which the neoliberal political current
rises to power in Argentina. This rise went through several significant stages. In the first
instance, all started through a government putsch in 1976 when, with military force, the
army heads burst onto the national political scene. Subsequently, in a second stage,
neoliberal policies are established and consolidated during the two presidential terms of
Carlos Menem, who accesses the chair through democratic means using the political
structure of the Peronist party. The last two phases took place in the 21st century: first, in
2015 when the Cambiemos political coalition brings Mauricio Macri to the presidency, who
wins the elections with a moderate liberal and reformist speech. Finally, in 2023, Javier Milei
comes to power, allied with former president Macri, presenting himself as a radical
counterpoint to Peronism. His campaign strategy is characterized by his marked
confrontation against the status quo, promoting a supposed "anti-politics" project and
adopting the slogans of neolibertarian movement. In his speech, Milei flirts between the idea
of anarchy-capitalism and elements associated with the authoritarianism of an
ultra-capitalism with shades close to contemporary fascism.
Keywords:
Democracy / State / Political Parties / Neoliberal Right / Argentina
I.Introducción
Tras el retorno a la democracia en 1983, la derecha política en Argentina ha estado
representada por diferentes partidos y coaliciones que han abogado por políticas económicas
liberales, como la reducción del rol del Estado y la apertura económica. La irrupción de las
derechas neoliberales en la política argentina ha sido influenciada por una combinación de
factores económicos, políticos y sociales, generando importantes desafíos para la democracia
en el país, principalmente en términos de desigualdad, deterioro de los derechos sociales y
laborales, dependencia económica externa y polarización política y social.
Para analizar cómo el modelo neoliberal se consolidó como paradigma dominante en la
política argentina, a pesar de las profundas tensiones que provoca en estos aspectos, es
necesario un marco teórico que integre diversas perspectivas. Pierre Dardot y Christian Laval
(2009) conceptualizan el neoliberalismo como un proyecto político que reconfigura la sociedad
en su conjunto, transformando instituciones, relaciones sociales y subjetividades. Este enfoque
es crucial para entender cómo la derecha neoliberal en Argentina ha promovido políticas
enfocadas en la eficiencia económica y en la reestructuración del poder en favor de las élites.
El contexto histórico es también fundamental para entender este proceso. Eduardo
Basualdo (2006), en su análisis sobre la reestructuración de la economía argentina desde la
última dictadura cívico-militar, subraya cómo los cambios estructurales facilitados por el
capital financiero y los sectores exportadores permitieron la consolidación del
neoliberalismo en el país. Estos cambios fueron decisivos para orientar la política económica
hacia un modelo que favorece a las élites económicas.
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as autoras, son tres los hitos que tendieron a debilitar y socavar las bases de la Alianza: el escándalo en el
senado y la renuncia de Álvarez; el fallido blindaje financiero y la renuncia del ministro de economía Machinea y
finalmente, la corta gestión de López Murphy, sumado a la vuelta de Cavallo luego de la renuncia del primero debido
al ajuste al que había sometido a la sociedad, aceleró la disolución de la Alianza debido a la imposibilidad de
controlar la crisis económica (Dikenstein y Gené, 2014).
8
Eduardo Duhalde . El año y medio que éste estuvo al frente de la presidencia procuró
encontrar solución a la crisis económica y social, frente a una sociedad que impugnaba a la
política tradicional, buscando nuevas formas de expresión como ya hemos enumerado.
Paralelamente, los partidos políticos profundizaron aún más la crisis en la que estaban
inmersos desde mediados de la década anterior, como se vio en la elección de 2003.
Podríamos decir que una de las consecuencias políticas de la crisis de 2001 fue la
redefinición de las identidades políticas, a la luz de los cambios que exhibieron los partidos
políticos, especialmente el PJ y la UCR. A ello hay que sumar el clima de volatilidad y
fragmentación electoral, así como el descrédito de la ciudadanía hacia el sistema
político-partidario. Podemos sostener, a modo de hipótesis, que entre los años 2001-2003 el
sistema político argentino entró en una severa crisis que combinó tanto crisis de
representación como el inicio de una gradual metamorfosis que comenzaría a desarrollarse
sobre finales de este periodo para acentuarse en el siguiente. Pasemos a examinar algunas
problemáticas presentes en ese particular momento.
En primer lugar, hay que considerar dos las elecciones realizadas en la coyuntura descrita
anteriormente. La legislativa de octubre de 2001, de la que ya hemos hecho mención, y las
elecciones generales de 2003, mantuvieron un gran índice de abstencionismo, voto en blanco
e impugnado. La desconfianza hacia la política tradicional, sumada a la crisis social y
económica, provocó un fuerte cortocircuito entre la ciudadanía y la dirigencia política, que
terminó generando una mayor profundización de la crisis en la que estaban inmersos los
partidos políticos. Ello responde en buena medida al desgaste para el PJ ocasionado por el
gobierno de Carlos Menem y a la traumática experiencia de la Alianza que diluyó al FREPASO
y puso en crisis al armado político de la UCR. Es ese sentido, recurriendo al planteo de
Gerardo Aboy Carlés (2001), las identidades políticas que se habían comenzado a construir
en la coyuntura de la transición hacia la democracia y que habían sustentado en buena
medida la constitución de los partidos políticos en tanto organización política, comenzaron a
perder fuerza y centralidad, dando lugar a nuevas identidades, muchas de ellas efímeras o por
lo menos mucho más débiles que las tradicionales.
En segundo lugar, en sintonía con lo anteriormente planteado, el comienzo de una
redefinición de los partidos políticos en un momento donde ya la propia idea de partido, o por
lo menos como lo plantea Pousadela (2004) asociada al partido de masas dejaba de tener el
sentido aglutinador de antaño para pasar a organizaciones mucho más efímeras y ancladas en
un fuerte liderazgo y personalismo, como exponentes de la nueva representación política,
entendida por la autora como “la carencia de un social previo que deba reflejarse en el Terreno
8
Además, el análisis de Fair (2010) sobre la articulación y consolidación del régimen
socioeconómico de la Convertibilidad durante el gobierno de Carlos Menem ofrece una
comprensión crucial de cómo el discurso político contribuyó a legitimar y consolidar el
neoliberalismo en Argentina. Argumenta que la construcción de identidades y la
configuración de un discurso hegemónico fueron elementos claves para articular una cadena
significante que consolidó el modelo neoliberal durante la década de 1990, lo que resultó en
una reconfiguración socioeconómica profunda y duradera.
La tensión entre neoliberalismo y democracia es otro aspecto central que requiere atención.
Santiago Morresi (2008) y Pablo Seman (2023) abordan cómo las nuevas derechas en Argentina
promueven una "democracia sin política", despolitizando el debate público y desmantelando
mecanismos de participación popular, reemplazándolos por lógicas de mercado. A pesar de
operar dentro de un sistema democrático, estas fuerzas neoliberales han limitado la deliberación
popular y la participación, erosionando los principios democráticos esenciales.
Es importante advertir que el escenario actual es producto de un proceso histórico que
comenzó con la implementación del modelo neoliberal que llevó adelante el ministro Martínez
de Hoz durante la última dictadura militar, la crisis hiperinflacionaria de fines de los ochenta, las
reformas estructurales de los años noventa, así como también el intento trunco de
consolidación del modelo aplicado por el ex presidente Mauricio Macri.
En este sentido, la pregunta que guía esta investigación es: ¿Cómo logró imponerse el modelo
neoliberal como paradigma político dominante? El presente artículo tiene como objetivo
principal explicar el proceso mediante el cual las derechas neoliberales se establecieron como
fuerza hegemónica en la política argentina, culminando con la victoria electoral de un candidato
libertario en las elecciones presidenciales de 2023. Para ello, se examinará el contexto histórico
de las últimas décadas, el cual ha moldeado el surgimiento de dicha fuerza política.
Para abordar la pregunta de investigación se utilizará una metodología cualitativa con un
enfoque histórico-comparativo que permite analizar el proceso de consolidación del
neoliberalismo a lo largo de diferentes periodos históricos, comparando la implementación y
los resultados de las políticas neoliberales en distintas épocas y bajo diferentes gobiernos.
Esta metodología permitirá no solo reconstruir el proceso histórico que llevó al
neoliberalismo a convertirse en un paradigma dominante en la política argentina, sino
también analizar sus implicancias para la democracia y la sociedad en general.
II. Neoliberalismo y dictadura, el desafío de la transición democrática.
Cualquier análisis que aspire a esclarecer las dinámicas de las fuerzas políticas surgidas a
partir del proceso democrático instaurado en 1983, debe iniciar su estudio a partir de los
acontecimientos ocurridos durante la última dictadura cívico-militar. En efecto, el golpe de
Estado del 24 de marzo de 1976 no solamente marcó el comienzo de la dictadura más brutal
y sangrienta que haya experimentado nuestra nación, instauró también un modelo que dejó
efectos permanentes y significativos en el sistema económico, político y en la correlación de
fuerzas sociales.
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Cabe recordar que la interna peronista en esa coyunt
ura se había tensionado entre la puja por el control del partido entre
el expresidente Menem, que había crecido en las encuestas y comenzaba a tener mayor espacio en los medios de
comunicación, especialmente haciendo gal
a de los años más virtuosos en lo económico de su gobierno, frente al president
e
provisional Duhalde con quien sostenía un viejo enfrentamiento. En esa coyuntura, y ante la imposibilidad de presentarse
a la elección (además de que su
gestión venía seriamente golpeada por la cont
inuación
de la crisis y por la represión al
movimiento piquetero), apadrinó al prácticamente desconocido gobernador de la provincia patagónica de Santa Cruz,
Néstor Kirchner como su “delfín” en la elección, además de construir alianzas con otros actores tanto sociales como
polít
icos. Para más det
alle sobre esto, véase Cheresky (2004); Gallo y Bartoletti (2013) y Cantamutto (201
7
).
9
político, el carácter coyuntural y fluctuante de los apoyos que es capaz de cosechar, la levedad
de las adhesiones que concita y de las identidades que constituye” (Pousadela, 2004, p. 127).
Para la elección presidencial de 2003, la primera en importancia desde el colapso del gobierno
de la Alianza y todavía con el “que se vayan todos” resonando, se evidenció la severa
desestructuración de los partidos políticos tradicionales.
En el caso del PJ concurrió a la elección con tres espacios políticos distintos que reconocían
una misma identidad de origen: Carlos Menem con el Frente por la Lealtad, Néstor Kirchner
con el Frente para la Victoria y Adolfo Rodríguez Saá con el Frente Movimiento Popular; a su
vez la UCR si bien concurrió con su sello con la candidatura de Leopoldo Moreau, mostró su
desestructuración con la conformación de dos coaliciones una de centro-derecha con Ricardo
López Murphy con RECREAR y una de centro-izquierda con Elisa Carrió con el ARI que se
llevaron desprendimientos del centenario partido y construyeron alianzas con otros espacios o
partidos más pequeños (Pousadela, 2004).
Otra lectura merece el resultado de la elección, que como dijimos todavía arrastraba los
efectos de la desconfianza por parte de la ciudadanía reflejados en grandes niveles de
ausentismo y voto en blanco o impugnado. Carlos Menem fue el candidato más votado con un
24%, seguido de Néstor Kirchner con el 22%, lo que debió resolverse en un ballotage que nunca
ocurrió, ya que, ante un presumible vuelco masivo de votos hacia el gobernador santacruceño,
el expresidente Menem terminó bajándose de la segunda vuelta, siendo Néstor Kirchner
proclamado presidente de la Nación . La escasa legitimidad de origen del nuevo presidente
post-crisis, marcó un desafío importante en lo que respecta a la democracia argentina, dado
que la sociedad se encontraba sumida en una crisis social y económica que, si bien comenzaba
lentamente a repuntar, todavía no lograba estabilizarse. Además, hay que sumar un sistema de
partidos fraccionado y totalmente desconectado de sus bases de legitimación y sustento,
impugnados por una ciudadanía que desconfiaba de ellos.
El segundo momento de este periodo comenzaba con el gobierno de Néstor Kirchner
(2003-2007), teniendo que afrontar los desafíos ya enunciados. La estrategia que persiguió
Kirchner fue la de construir una base de legitimidad abandonando la confrontación directa, y
promoviendo en cambio instancias de diálogo directo con organizaciones populares, junto a los
planes sociales ya entonces masivos. Las políticas novedosas en materia de Derechos Humanos
y los efectos visibles de la reactivación económica, le dieron al presidente la posibilidad de
erigirse en líder post hoc del proceso de ruptura con el régimen neoliberal (Cantamutto, 2017).
9
Este proceso tuvo lugar en el contexto de lo que se conoce como la crisis del Estado de
Bienestar, el cual se había caracterizado por una serie de reformas económicas, sociales y
políticas destinadas a promover el desarrollo económico, el pleno empleo y una distribución
equitativa de la renta. Según Offe (1990), a partir de la crisis socioeconómica el Estado fue
perdiendo apoyo al tiempo que comenzaron a tomarse medidas para su achicamiento y los
ajustes estructurales pasaron a ser moneda corriente en diversos países. Así, las fuerzas del
mercado fueron adquiriendo un lugar destacado en el desarrollo de las economías nacionales.
El gobierno de Isabel Perón enfrentaba una crisis múltiple, el deterioro de su legitimidad y la
acentuación del malestar social. La situación se veía agravada por una grave crisis económica, con
inflación descontrolada y una crisis política generalizada que minaba la confianza en el sistema
democrático. Además, la violencia política iba en aumento, tanto en disputas internas del peronismo
como en enfrentamientos entre organizaciones disidentes y fuerzas de represión estatal.
Las Fuerzas Armadas intervinieron en la vida institucional del país, apoyadas por varios
sectores sociales. Esto condujo a una nueva hegemonía de poder, liderada por la oligarquía
terrateniente, el capital financiero y el sector industrial exportador. Los militares actuaron
como su brazo armado para promover un modelo neoliberal.
Pucciarelli (2004) argumenta que la nueva alianza cívico-militar identificaba los desafíos del
país en un régimen populista que fomentaba la corrupción y obstaculizaba el desarrollo nacional.
Esto fortalecía a una clase trabajadora conflictiva y debilitaba al Estado, incapaz de contener las
ideologías de izquierda y la violencia política, resultando en un deterioro del orden público.
En dicho marco, la dictadura cívico-militar tuvo su oportunidad de cambiar el modelo
económico consolidado hasta entonces y someterlo al tratamiento neoliberal y a la lógica del
mercado. Siguiendo a Canitrot (1980), la economía sirvió a un plan político de disciplinamiento
social. En este sentido, el gobierno militar actuó en dos frentes:
represión de individuos considerados "subversivos" y abolición del modelo de sustitución
de importaciones para eliminar el sistema industrial obrero del período peronista. Esto
implicó una reforma económica que dejó a la clase trabajadora en una posición política e
institucional subordinada, restringiendo sus organizaciones políticas y sindicales y
eliminando sus posibilidades de desarrollo en el futuro.
Según Basualdo (2006), la política económica durante la dictadura se centró en una
reorientación hacia la valorización financiera y la desarticulación del paradigma de
sustitución de importaciones. Esto incluyó desindustrialización, concentración de capital,
predominio del capital financiero, aumento del endeudamiento externo y la creación de un
nuevo modelo de acumulación dominado por el capital transnacional. Socialmente se buscó
consolidar la dominación, fragmentar la clase media y fomentar la individualización. Se
erosionaron las bases económicas del apoyo social mediante la creación de nuevos estratos
de trabajadores precarios y poco organizados, más susceptibles a las exigencias del mercado.
El modelo económico basado en una estructura crediticia externa y la sobrevaluación
cambiaria demostró ser insostenible a largo plazo. Durante este proceso, la acumulación de
deuda externa se destacó como el aspecto más significativo heredado del proyecto militar en
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Como especifica el autor, Néstor Kirchner logró articular alianzas con sectores de la clase dominant
e (como la UIA y la
CAC), además de entidades bancarias que nucleaba a los bancos nacionales y las PYMES. Con organizaciones populares,
particularment
e con los organismos de derechos humanos, como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y organizaciones del
movimiento piquetero. Por otro lado, en lo que refería al movimiento obrero organizado, la CGT fue l
a interlocutora
privilegiada, así como un sector de la CTA. Véase Cantamutto (2017).
10
En un contexto de crisis política y tensiones sociales, Kirchner tuvo que replantear un
esquema de alianza con distintos actores para revertir la escasa legitimidad de origen y
fortalecer su gobernabilidad. Como ha planteado acertadamente Francisco Cantamutto
(2017), el presidente realizó una serie de alianzas articuladas mediante la noción de
transversalidad, de ese modo se concretaron lazos con diversos actores tanto sociales,
corporativos como políticos
. La transversalidad buscó la incorporación de diversos partidos y
dirigentes políticos de una amplia extracción partidaria que confluyeron en el gobierno de Néstor
Kirchner, concretamente un sector de la UCR que tendría cierto protagonismo en la etapa siguiente
encabezando la vicepresidencia. De cualquier manera, como afirma el autor, este esquema de
alianza se mantuvo hasta el 2008, quebrándose en el gobierno de Cristina Fernández en pleno
conflicto con el agro. Cabe destacar que si bien podría reconocerse en el modo de gobernar de
Néstor Kirchner un esquema de tipo populista, todavía no estaba conformada una identidad
política kirchnerista, como si lo estará para el periodo que se inicia en 2007.
En ese sentido, el esquema de alianzas planteadas entre 2003 y 2008 suplió la falta de una
identidad política que se fue construyendo gradualmente a lo largo de esos años, lo que le
permitió tener una base de sustentación mucho más importante al kirchnerismo de la etapa de
Cristina. Nos parece importante destacar la visión de Ana Soledad Montero y Lucía Vincent
(2018) quienes establecen una cronología para el periodo 2003-2007 relativo a la construcción
de la identidad política kirchnerista estableciendo seis momentos: “la irrupción en la escena
política; el idilio con la opinión pública durante los primeros cien días de gobierno; la
construcción ‘transversal’; la hora del ‘peronismo puro’: la consolidación del ‘kirchnerismo puro’,
y finalmente, la búsqueda por la continuidad en un segundo período de gobierno” (p. 124).
V. 2007-actualidad. Preeminencia de lo político
El último período, además de ser el más reciente y el que está actualmente en desarrollo, es el
más
complejo de analizar por las diversas capas que se superponen y las problemáticas que
podemos identificar. Ciertamente, es un período que permanece abierto a preguntas y reflexiones.
De hecho, hasta se podría pensar si no sería más adecuado dividirlo en dos etapas diferentes o en
momentos bisagra, sin embargo, lo que nos lleva a considerarlo como un solo bloque es
precisamente la particularidad en lo que refiere a la discusión política.
La salida de la crisis política y de la crisis de representación del 2001-2003, encontró al arco
político en un proceso de reconversión originado por la consolidación de la identidad política
10
el ámbito económico, tanto por su magnitud como por sus efectos negativos a largo plazo.
Según Aspiazu, Basualdo y Khavisse (2004), la deuda se utilizó para financiar el déficit fiscal y
promover el crecimiento del sector privado, así como para la especulación financiera. La crisis
económica se desencadenó por la inestabilidad del sistema, lo que provocó una fuga masiva
de capitales y la exigencia de garantías por parte de los acreedores externos.
La derrota en la guerra de Malvinas aceleró el fin del régimen militar y el inicio de la
transición democrática, mientras que la sociedad presionada por la crisis económica y las
violaciones a los derechos humanos, aumentó la crítica hacia el gobierno. En efecto, la sociedad
comenzó a ocupar el espacio público y a repolitizarse con una creciente perspectiva de
materialización democrática. Se observó una participación política intensa y un aumento en la
afiliación a partidos políticos. El movimiento de derechos humanos centró el debate en los
desaparecidos, la verdad y la justicia, lo que llevó a críticas abiertas de los partidos políticos hacia
el régimen autoritario. Los sindicatos presionaron con paros generales entre 1982 y 1983.
Alfonsín, al asumir la presidencia, enfrentó desafíos enormes: decidir qué hacer con los
militares, enfrentar la grave deuda externa, la inflación y resolver problemas políticos como la
oposición sindical peronista. Asumió con un discurso basado en la democracia y la defensa de
los derechos humanos (Galasso, 2005).
En este contexto, es interesante hacer referencia al concepto de democracia delegativa de
Guillermo O’Donnell (1993). Este sistema es típico de las formas poliárquicas en países
emergentes en contraste con las formas institucionalizadas de democracia. La delegación del
poder al ejecutivo, la falta de consolidación de las instituciones políticas y el control público
sobre ese poder son características fundamentales de esta democracia. En este sentido, como
veremos más adelante, podemos analizar la crisis del gobierno de Raúl Alfonsín desde la
perspectiva de un presidente que decantó en la debilidad del liderazgo.
A su vez, con el advenimiento de la democracia, la UCR y el PJ fueron desechando la
tradicional lógica hegemónica, y optaron por emplear mecanismos que respeten a los partidos
de oposición y las normativas del Estado de derecho y la democracia (Novaro, 1994).
En el periodo que abarca desde diciembre de 1983 hasta abril de 1987, la gestión
gubernamental de Alfonsín transitó entre una primera fase de confrontación inicial y posteriores
intentos de concertación con los principales actores corporativos del país.
Como señala Marcelo Acuña (1995), la política económica en sus inicios estuvo dirigida
hacia la reorganización de la estructura socioeconómica buscando ampliar el mercado interno,
reducir las rentas financieras y controlar la inflación. No obstante, esta estrategia encontró
enormes obstáculos provenientes de poderosos sectores económicos.
Según Morresi (2008) la nueva derecha ha sido y seguirá siendo crucial en la delimitación de
las acciones de las mayorías sociales. Su poder se debe en gran medida a un triunfo cultural y
ético-político de gran magnitud. La autoridad del establishment o sectores dominantes no solo
se basa en el poder económico, sino también en una hegemonía ideológica.
De esta forma, hacia 1985 el gobierno reorientó la política económica con el objetivo de
aumentar las exportaciones y la inversión privada. Se implementaron medidas como la reducción
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Un periodo que no debe entenderse como homogéneo, ya que para el 2008 el conflicto con el campo
reestructuró las alianzas políticas del kirchnerismo como bien plantean Cantamutto (2017) y Montero y
Vincent (2
018).
11
11
kirchnerista y su hegemonía hasta el 2015
, mientras que por la parte de la oposición se
constituían nuevas identidades y se rearmaban las coaliciones tanto sociales como políticas. En ese
sentido, es posible entender dos momentos. Por un lado, el referido a los gobiernos de Cristina
Fernández (2007-2015) y por otro, el período que se abre con el ascenso de Mauricio Macri en
2015-2019, un interregno peronista con Alberto Fernández (2019-2023), para pasar al
advenimiento de un nuevo gobierno de tinte liberal-libertario con Javier Milei (2023-2027).
¿Cuál sería el rasgo característico de este período? Si bien existen múltiples variables para ser
analizadas, consideramos que puede haber una que centralice o por lo menos le dé cierta
coherencia al período estudiado. La cuestión por lo político, en términos de Chantal Mouffe (2007),
es la variable que podría dar cuenta de las discusiones que atraviesan estos años. Para la autora, lo
político es concebido como
La dimensión de antagonismo que considero constitutiva de las sociedades humanas,
mientras que entiendo a ‘la política’ como el conjunto de prácticas e instituciones a través de
las cuales se crea un determinado orden, organizando la coexistencia humana en el contexto
de la conflictividad derivada de lo político. (p. 16)
En las páginas anteriores, ciertamente nos hemos centrado más en la política, lo que no quiere
decir que no existiera antagonismo o construcciones identitarias políticas, ya que como plantea la
autora, ambos conceptos se incluyen mutuamente. Pero en esta etapa, el antagonismo y las
identidades cobraron un rol central exacerbándose.
A modo de hipótesis, para continuar trabajando en futuras indagaciones, la aparición de dos
figuras discursivas acompañará esta construcción y preeminencia de lo político. Nos referimos a “la
grieta” y a la “casta”, dos términos que hacen referencia al antagonismo social y político de los
últimos años y por ende son edificadores de identidades políticas como pueden ser la identidad
kirchnerista y anti-kirchnerista. La exacerbación de los antagonismos podría ser indicio de que, a
partir de este periodo, y concretamente luego de la “crisis del campo” (2008), el sistema político
argentino volvió a entrar en una progresiva crisis de representación que terminó desembocando en
el advenimiento libertario en 2023. Ciertamente, un período tan complejo, necesita de mayor
espacio para analizar en detalle las múltiples aristas y variables presentes.
Lo que podríamos plantear a modo de cierre del apartado es que esta exacerbación de los
antagonismos sumado a un declive de la institucionalización de los partidos políticos, provocado por
los cambios en la representación política producto de las mutaciones culturales, pero también por lo
acontecido en 2001, generó que la crisis pasara a disputarse en el terreno de los imaginarios sociales
en un momento donde el espacio público comenzó a cobrar una centralidad cada vez mayor,
sumado a la aparición de nuevos formas de comunicación como son las redes sociales y el espacio
virtual que complejizaron y cambiaron las formas de hacer política.
de gastos estatales, aumento de impuestos y apoyo crediticio al campo. A su vez, tras un
enfrentamiento inicial con el sector sindical, el gobierno buscó establecer un acuerdo
económico-social con una fracción de los sindicalistas peronistas y paralelamente, se aproximó a los
sectores empresariales más influyentes en el marco del fracaso del Plan austral durante 1986
(Galasso, 2005).
Sin embargo, dichos intentos de alcanzar acuerdos con las principales corporaciones fracasaron,
lo que llevó a un incremento de los paros sindicales y a una escalada de tensiones distributivas entre
el sindicalismo y el empresariado, así como entre facciones empresariales nacionales. La inclusión
de los acreedores externos empeoró la situación, contribuyendo a agravar la crisis económica y
social marcada por una inflación en aumento y un déficit fiscal creciente.
El levantamiento militar de la Semana Santa de 1987 marcó un punto de quiebre que
reconfiguró el panorama político y social argentino. A partir del levantamiento se fortaleció la
estrategia de acuerdos parlamentarios entre el gobierno y la oposición peronista, liderada por
la corriente renovadora , con el objetivo de preservar la estabilidad democrática.
Sin embargo, la negativa del gobierno a aumentar salarios por encima de la inflación, junto
con las críticas por su intento de implementar un programa de apertura económica y
privatización parcial de empresas estatales, provocó otro fracaso en el ensayo de lograr un
acuerdo entre las principales fuerzas políticas (Basualdo, 2006).
En un entorno de creciente inestabilidad política, económica y social a mitad de 1988, el
gobierno buscará recuperar el control implementando un nuevo plan de estabilización llamado
Plan Primavera. Sin embargo, este plan empeorará la situación. En lugar de poner fin a las altas
tasas de inflación, al déficit fiscal, exacerbará estos problemas (Basualdo, 2006). Dicho
programa económico agravó los efectos recesivos sobre el mercado de trabajo (aumento del
desempleo, reducción salarial, precarización laboral) con el consiguiente incremento del
desprestigio electoral del alfonsinismo.
Acuña (1998) analiza la crisis de representación de la UCR a fines de la década de 1980, y la
atribuye al papel de las élites partidarias y a la pesada estructura del partido. Plantea que la
falta de dinamismo interno ha dificultado la emergencia de nuevas ideas y líderes capaces de
abordar las demandas de las democracias estabilizadas. Reconoce que los cambios mundiales,
como el desmantelamiento del Estado de Bienestar y el desafío de conciliar democracia con
eficiencia económica, han afectado la capacidad del Estado para tomar decisiones en políticas
sociales. A pesar del contexto de pérdida de legitimidad social del gobierno y la incapacidad del
Estado para controlar la situación política, económica y social, que incluyó hiperinflación y
saqueos a supermercados y comercios, el gobierno logró mantener la estabilidad democrática.
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VI. Conclusiones
El presente artículo buscó reflexionar y dejar planteadas algunas cuestiones relativas a la
democracia argentina en los últimos 40 años. De este modo, hemos establecido una posible
periodización del ciclo democrático más largo de la historia política nacional. Un ciclo que como hemos
visto, no estuvo exento de crisis y momentos de tensiones sociales y políticas, pero que sin embargo logró
sortearlas y consolidar una democracia que históricamente había contado con bases poco sólidas.
Así, hemos establecido un primer período entre los años 1983-1990 de construcción y
consolidación de la democracia, cuyo principal eje fue el de clausurar la cuestión militar, al tiempo
que se consolidaron dos espacios políticos que serían los que regirán la política institucional de los
primeros años de la democracia recuperada: la UCR y el PJ. La consolidación de la democracia tuvo
varios hitos como el traspaso de un gobierno electo por la ciudadanía de un signo partidario a otro o
la finalización de los mandatos. También hay que mencionar la desintegración del poder político de
la FFAA, aunque este punto presenta varias cuestiones a observar debido a los condicionamientos
de la política de derechos humanos que, si bien tuvo hitos de relevancia como el juicio a las Juntas
Militares de 1985, los obstáculos presentados por los militares al avance de la justicia, terminaron
asignado a ese punto escasos avances.
Un segundo período se inicia entre 1991 con las reformas económicas de libre mercado
aplicadas por Carlos Menem y finaliza en el año 2000 con los inicios de una crisis tanto económica
como fundamentalmente política y de representación que signará el período siguiente. Si bien lo
económico con la reasignación del rol del Estado tuvo el eje prioritario en estos años, desde la política se
asistió al inicio de una crisis de los partidos políticos, acentuándose una metamorfosis de la
representación política que puso en tensión a los dos partidos políticos mayoritarios de la
consolidación y recuperación democrática. Aquí es posible comenzar a ver ciertos cambios en lo que
refiere a las identidades políticas, la pérdida del peso del aparato partidario y el mayor rol que ocuparán
los medios de comunicación como mediadores entre los partidos o la política y la ciudadanía.
Como ya habíamos mencionado, el tercer período se inicia en 2001 con la crisis más importante
por la que atravesó la democracia argentina, representando de ese modo el segundo punto de
inflexión del ciclo democrático después de la recuperación y consolidación de la democracia en 1983.
Las renuncias del vicepresidente y luego del presidente, la crisis social con tasas de pobrezas y
desocupación impactantes, sumadas a la imposibilidad del sistema político por encauzar los efectos
sociales de la crisis económica fueron los ejes del periodo, así como la crisis de representación
expresada en el lema “que se vayan todos”. La solución institucional a la sucesión presidencial
representó un punto alto del periodo, pero el sistema de partidos quedó fuertemente herido, lo que
puede apreciarse en los resultados de las elecciones de 2001 y 2003 con un fuerte porcentaje de
voto en blanco, impugnado y ausentismo. El ciclo inaugurado por Néstor Kirchner no sólo le daría un
nuevo rol al Estado en materia económica y social, sino que desde lo político también presentó
cambios al reconstituir las identidades políticas, comenzando a dar forma a la identidad propia.
Este logro fue posible considerando la creciente necesidad de recursos materiales por parte
del peronismo que se consolidó definitivamente (Novaro, 1996).
En suma, se observa una estrategia política de acuerdos entre los principales partidos con el
fin de garantizar la "gobernabilidad" del sistema y excluir la presencia de posibles terceros
partidos, estableciendo así un régimen bipartidista consolidado. También, y principalmente,
dicha estrategia permite fortalecer la estabilidad del régimen democrático al mismo tiempo
que produce un alejamiento progresivo del sistema de partidos respecto a la sociedad. Este
hecho, sumado a la problemática económica y social descrita, marcará una crisis de
representación creciente que permitirá el avance de la derecha política al poder, ahora por
medios democráticos.
II. La Era Menemista: Transformaciones y Controversias en la Argentina de los 90
Las elecciones del 14 de mayo de 1989 dieron por ganador a la fórmula peronista de Carlos
Saúl Menem y Eduardo Duhalde por sobre la dupla radical liderada por Eduardo Angeloz y su
candidato a vicepresidente Juan Manuel Casella. La crisis económica y social se aceleró a tal
punto que no dejó margen de maniobra al todavía presidente Alfonsín, precipitando una crisis
que acabó adelantando cinco meses el traspaso del mando al presidente electo.
Como analizamos, hacia fines de los años 80 ya existía un fuerte discurso anti-estatista y se
podía observar en la Argentina un avance de la “solución” neoliberal mediante un discurso a favor
de las reformas y ajustes estructurales (apertura de mercado, desregulación, privatizaciones,
equilibrio fiscal, etc.), una mixtura de elementos neodesarrollistas y neoliberales (Fair, 2011).
Con la irrupción de Carlos Menem, que permanecerá en el poder una década, se llevaron
adelante un proceso de reformas pro mercado que transformaron de raíz la estructura económica
y social del país. Estas reformas estructurales, de orientación neoliberal, contrastaban con las
tradicionales peronistas, de fuerte presencia de un Estado intervencionista y distribucionista con
eje en el mercado interno y la inclusión social (Fair, 2010).
El panorama de crisis post período alfonsinista preparó las bases para un gobierno
caracterizado por la concentración de poder y, lo que para muchos fue, el uso y abuso de los
decretos de necesidad y urgencia.
La reforma del Estado de comienzo de la década del 90 se puede explicar por cuatro lógicas
(García Delgado, 1997), por un lado la crisis del Estado benefactor, en segundo lugar la lógica
de la emergencia bajo el contexto de hiperinflación, ingobernabilidad y adelantamiento del
traspaso del poder, el tercer punto es la influencia del Consenso de Washington (apoyado en
organismos internacionales y grupos económicos) y por último, la concentración del poder que
caracterizó la presidencia de Menem.
El discurso predominante en los 90 presentaba un fuerte antagonismo con un Estado
definido de forma negativa y vinculado a lo “deficitario”, “ineficiente”, “burocrático”, “corrupto”
y a significantes como lo “elefantiásico” o lo “gigante” (Fair, 2010). Si bien Carlos Menem era un
gobernador de larga tradición política, la estrategia de campaña presidencial de 1989 fue
generar la imagen de una figura representativa ajena al mundo de la política partidaria con el
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Finalmente, el último período que inicia en 2007 y continúa hasta hoy, está signado por la
preeminencia de lo político, en el sentido de la exacerbación de los antagonismos. Es un período del
cual no hemos dicho mucho, precisamente porque consideramos que es el que se deben centrar
futuras indagaciones sobre esta cuestión.
Como se habrá podido apreciar, el presente escrito no pretende ser una mera síntesis de hechos
o acontecimientos que marcaron estos 40 años de democracia ininterrumpida, los más largos de
nuestra historia política, sino que hemos procurado brindar cierta coherencia y sistematicidad al
estudio de este ciclo en una perspectiva más global, pero que sin dudas amerita una mayor precisión
en algunos de los ejes o problemas descritos. Esperamos haber contribuido al análisis de este ciclo
estableciendo una posible periodización, así como también el establecimiento de un punto de
partida desde el cual seguir trabajando en futuras indagaciones.
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política y más tarde, sumar una derecha que siempre fue antiperonista, lo que Torcuato Di Tella
(2003) llamó “menemización del peronismo”.
La campaña de Menem se basaba en promesas nacionalistas y populistas, palabras
“salariazo", "revolución productiva" o "reducción del 50% de los impuestos" eran sus eslóganes
de campaña en tanto por otro lado se tendían puentes con los grupos económicos y organismos
financieros que eran argumento de sus adversarios en campaña (Novaro, 2016).
El malestar generado por la inflación durante el primer momento de la presidencia de
Menem, provocó un principio de conflicto social que comenzó a agravarse, fue entonces que se
reconfiguraría el gabinete en los primeros meses de 1991 nombrando como ministro de
economía a Domingo Cavallo, quien aprovechando el elevado nivel de reservas ideará un plan
para establecer una paridad cambiaria legal de la moneda nacional, el Austral, con el dólar
estadounidense y con la aprobación en ambas Cámaras ingresó en vigencia la llamada Ley
23.928 de Convertibilidad (Fair, 2016).
Una de las ideas más fuertes del anarcocapitalismo que se ha popularizado en la agenda
pública es el cuestionamiento al rol del Estado en la vida social. Como observa Sandra Savoini
(2023) “dejar el terreno liberado completamente a las fuerzas del mercado que son quienes
tienen más poder por sobre los vulnerables, la denegación de la justicia social se inscribe en ese
paradigma” (p. 2).
Las ideas de poder limitar los poderes del presidente no se lograron con la reforma de la
Constitución como se esperaba, incluso el rol del jefe de gabinete acabó siendo un mero
coordinador del ejecutivo y no una contra figura con poder para balancear el presidencialismo.
Fabian Bosoer (2023) analiza que durante el menemato existió este hiperpresidencialismo en
parte porque el gobierno de Menem mantuvo una mayoría parlamentaria, hasta fines de 1997,
y luego, “la dinámica de las prácticas políticas siguió atada a una cultura arraigadamente
presidencialista, hasta el derrumbe del malogrado gobierno de la Alianza presidido por
Fernando de la Rúa, a fines de 2001” (p. 17).
El discurso del menemismo desactiva la lógica hegemónica que caracterizaba históricamente
tanto al radicalismo como al peronismo ya que Carlos Menem abandona o subordina en parte la
dimensión nacional-popular que definía al peronismo tradicional (Fair, 2011).
La experiencia menemista tiene, entre otras características indiscutibles, la extraordinaria
velocidad y, fundamentalmente, la profundidad con que destruyó la herencia del nacionalismo
popular, es decir, un Estado presente y activo unido a la expansión y consolidación de derechos
sociales (Borón, 2021). En este sentido, Fair (2016) expresa que la década de los noventa se
caracterizó “por una profunda transformación política, económica y sociocultural,
implementando un modelo de acumulación y un conjunto de alianzas políticas situados en las
antípodas del Estado Benefactor del peronismo clásico y de su modelo integrador-social” (p. 109).
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