Pensamiento libertario. Una sistematización
teórica-política en torno a sus principales enemigos: la
democracia y el Estado
Libertarian thought. A theoretical-political systematization around its main enemies:
democracy and the State
Federico Alejandro Orihuela Quiroga
Recibido: 15/04/2024
Aceptado:16/10/2024
Resumen
El presente estudio se propone analizar las principales categorías teóricas del pensamiento
libertario en su relación con la democracia y el Estado. Para lo cual, la primera parte estará
signada por la significación y fundamento en torno a la concepción de la propiedad, como así
también, en la pesquisa y discusión de sus principales pensadores en temas centrales como
libertad y coacción. Posteriormente, será menester comprender, no sólo las diferencias teóricas
sustanciales entre liberalismo clásico y libertarismo, sino también la corriente paleolibertaria,
surgida en los años 90. Luego, analizaremos el concepto libertario y las implicancias que éste
tiene para la vida en sociedad, así como el cambio de paradigma en los deberes y derechos de
ciudadanía que este pensamiento propone. Trabajaremos, por último, en los conceptos de Estado
y democracia desde la teoría minarquista y libertaria anarcocapitalista, comprendiéndolas como
antagónicas a las formas en las que se organiza la estructura política, jurídica y social de la
República Argentina. Esto adquiere especial importancia, toda vez que, a 40 años de democracia
interrumpida, la nación argentina es comandada por un gobierno que profesa dicha doctrina
liberal-libertaria y que paradójicamente a su pensamiento, asume el poder por los mecanismos
constitucionales que cuestiona. En relación a esta discordancia, expondremos ciertas
experiencias anarcocapitalistas de las que se sirve la actual gestión de gobierno para llevar
adelante su programa, para lo cual observaremos que los actuales criterios teóricos de los que se
vale dicha gestión no son revolucionarios, sino resignificaciones de modelos ya implementados
en la historia.
Palabras clave:
Libertarismo; Estado; Democracia.
Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de San Juan (UNSJ). Maestrando en “Estudios sobre
construcción de ciudadanía” con orientación en Derechos Humanos y ejercicio de la Ciudadanía, por la Universidad
Nacional de San Juan (UNSJ). Docente (UNSJ). ORCID: 0009-0
007
-228
7-6512. Correo electrónico:
federicorihuela@gmail.com
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torno a sus principales enemigos: la democracia y el Estado
Abstract
The present study aims to analyze the main theoretical categories of libertarian thought in
their relationship with democracy and the State. For this, the first part will be marked by the
significance and foundation around the conception of property, as well as the research and
discussion of its main thinkers on central topics such as freedom and coercion. Subsequently,
it will be necessary to understand not only the substantial theoretical differences between
classical liberalism and libertarianism, but also the paleolibertarian current, which emerged
in the 90s. Then, we will analyze the libertarian concept, and the implications it has for life in
society, as well as the paradigm shift in the duties and rights of citizenship that this thought
proposes. Finally, we will work on the concepts of State and democracy from minarchist and
libertarian anarcho-capitalist theory, understanding them as antagonistic to the ways in
which the political, legal and social structure of the Argentine Republic is organized. This
acquires special importance, since, after 40 years of interrupted democracy, the Argentine
nation is commanded by a government that professes said liberal-libertarian doctrine, and
that, paradoxically to its thinking, assumes power through the constitutional mechanisms
that it questions. In relation to this discordance, we will expose certain anarcho-capitalist
experiences that the current government administration uses to carry out its program, for
which we will observe that the current theoretical criteria used by said administration are
not revolutionary, but rather resignations of models already implemented in history.
Keywords:
Libertarian; State; Democracy.
1. Introducción
El filósofo austriaco Karl Popper (1945) en su obra La sociedad abierta y sus enemigos, pone
en debate la llamada paradoja de la tolerancia, éste concepto nos ayudará a abordar el trasfondo
del presente trabajo, toda vez que se explica a partir de la idea de que la tolerancia ilimitada debe
conducir indefectiblemente a la desaparición de la tolerancia.
Es menester ratificar en este punto que el planteo de Popper no se dirige al ataque de la libertad
de expresión en cualquiera de sus formas, sino a la defensa de una sociedad tolerante frente a
quienes abogan por su destrucción. De esta forma, comprendemos que se nos exige cuestionar
racionalmente cualquier tipo de atropello contra los ataques de sectores que buscan romper con la
paz social, su orden y la convivencia democrática, desde el interior del mismo sistema.
En efecto, lo que queremos significar es la relación, a nuestro juicio tensional, entre Estado y
democracia y las llamadas teorías libertarias anarcocapitalistas comprendiéndolas como
antagónicas, disímiles y en permanente conflicto. Para lo cual, podemos hacer una analogía con la
paradoja citada, en tanto la democracia como forma de gobierno, acepta y legitima dentro de sus
propias reglas de juego a diversos actores grupos e ideologías políticas que podrían destruirla o al
menos debilitarla como es el caso del libertarismo.
A partir de lo dicho, es que la tesis central del presente artículo consiste en analizar la
incompatibilidad entre democracia y las teorías libertarias, realizando un racconto teórico de sus
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principales exponentes, en el año en que Argentina festeja 40 años de democracia
ininterrumpida y asume por el voto popular el primer presidente libertario de nuestra
historia. Por lo tanto, no solo es importante problematizar dicho diagnóstico desde la
Ciencia Política, en tanto este paradigma ha puesto en tensión a la sociedad en cuanto al rol
del Estado, del ciudadano, y de la significación del otro como una forma de invasión del
espacio privado, sino también por el hecho de tender hacia un profundo conocimiento del
corpus teórico en el que se ampara quien dirige los destinos de nuestra nación.
Para finalizar este primer apartado, y enfatizando en la importancia de la temática a analizar,
debemos tener presente que según el decreto 55/2024, el gobierno argentino declaró al 2024
como el Año de la Defensa de la Vida, la Libertad y la Propiedad, cuyos considerandos están
justificados desde la teoría libertaria, la declaración de derechos de Virginia, la Constitución
Nacional de 1853, la economía de mercado, y los derechos de propiedad como principio rector
en la estructura social y económica de la República. Por lo cual, todas aquellas ideas que parecen
ser abstractas y permanecer en el plano meramente filosófico se adscriben en nuestra legislación
y en la coyuntura nacional, modificando la realidad política y social.
II. Consideraciones centrales del libertarismo
El triunfo de Javier Milei en las elecciones presidenciales argentinas, en el año 2023, trajo
aparejado a nivel teórico político, un llamamiento en las Ciencias Sociales para comprender de
manera más exhaustiva el pensamiento libertario, en vistas de que el actual mandatario se
presenta como seguidor de la escuela de Chicago y del anarcocapitalismo, la escuela objetivista
de Rand y la filosofía política de Nozick (Morresi y Ramos, 2023).
No obstante, definir y precisar conceptos relativos a este pensamiento no es sencillo de
realizar dada su diversidad teórica. Es decir, podemos encontrar un libertarismo clásico, un
libertarismo minarquista o bien anarcocapitalista.
Por lo cual, presentada esta dificultad en materia teórica, buscaremos indagar en los diversos
matices libertarios, elementos conceptuales que nos permitan comprender su estructura de
pensamiento. Como también reconocer la corriente paleolibertaria, categoría de pensamiento
surgida en los años 90 con los autores Llewellyn Harrison Rockwell y Murray Rothbard, quienes
considerando al libertarismo como un movimiento que había entrado en debacle, y sobre todo
sus instituciones, propusieron agregar el prefijo paleo para llevar al libertarismo al plano de la
realidad más cercano a la sociedad, incluso pugnando por un populismo de derecha.
En función de lo planteado, podemos decir brevemente que el movimiento libertario no es un
fenómeno propio del siglo XX, dado que sus primeras manifestaciones “emergieron de los
movimientos liberales clásicos de los siglos XVII y XVIII en el mundo occidental, en particular, de
la Revolución Inglesa del siglo XVII” (Rothbard, 2006, p. 14). Hay que subrayar que el contexto de
la llamada Revolución Gloriosa es el tiempo de actuación del padre del liberalismo John Locke
(2007) quien sentó las bases de esta teoría significando al poder como creación humana y al
trabajo como fundamento de la propiedad privada. En este sentido, vale aclarar para una mejor
interpretación de este pensamiento que Locke (2007) comprendió a los hombres en el estado de
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Incluso siendo el nombre de la coalición del gobierno argentino actual, La Libertad Avanza (LLA).
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naturaleza en “completa libertad siendo libres e independientes, a favor de la tolerancia, y de una
"sociedad política" surgida, esta, de un pacto civil donde solo se entregan el derecho al
autogobierno y el de ser juez de su propia causa a cambio de protección y seguridad” (Leonardelli,
2007, p. 169).
Así, la importancia del filósofo inglés para este pensamiento es central, en tanto sienta las
bases doctrinales del libertarismo, para lo cual siguiendo a Fernández (2024) podemos dar una
primera afirmación, esto es:
El libertarismo no es una filosofía de la libertad, sino de la propiedad, vale decir, la
concepción libertaria de la libertad es inescindible de la apropiación originaria de la tierra
producto del trabajo, así como de la auto propiedad del cuerpo estipulada por John Locke
en el siglo XVII. Por tanto, la justicia sostenida en los principios de los libertarios es
estrictamente de títulos, no de equidad; en otros términos, el título de propiedad
determina el ejercicio de la libertad. Aquellos que no tengan la titulación no podrán ejercer
su autonomía. (p. 78)
Esta aserción es sustancial, en tanto se presenta como el objeto de estudio que trasciende al
pensamiento libertario. De esta forma lo precisa el economista norteamericano Murray
Rothbard (1982) en su obra, La Ética de la Libertad, donde pone el eje del pensamiento libertario
en los derechos de propiedad:
La clave de la teoría de la libertad es la clara delimitación de los derechos de la propiedad
privada. Sólo es posible, en efecto, delimitar la esfera en que las acciones de los individuos
concretos están justificadas una vez bien fijados y establecidos sus derechos de
propiedad. Sólo entonces puede definirse y analizarse con precisión el “delito” como
invasión violenta o agresión contra la justa propiedad (incluida la propiedad sobre su
propia persona) de otros individuos. (p. 21)
Luego de presentar tales afirmaciones es que podemos comprender el posicionamiento del
libertarismo respecto del Estado, la libertad y la democracia. Es decir, a partir de esta concepción
de la propiedad, se sientan los elementos para definir el conjunto de su doctrina.
Por consiguiente, si abordamos el concepto de libertad, tema puesto en permanente discusión
y defensa por los pensadores libertarios
, lo debemos observar desde la propiedad. Ahora bien,
definir libertad no es tarea sencilla dado el carácter diferencial de los autores referentes en este
pensamiento, como lo son Murray Rothbard y Friedrich Hayek.
Este último define a la libertad como ausencia de coacción, elemento con el que va a discutir
Rothbard (1982), a saber, la “coacción que algunos ejercen sobre los demás queda reducida, en el
ámbito social, al mínimo” (Hayek, 1960, p. 22). La importancia de este primer concepto radica,
para este estudio, en la palabra mínimo y por lo tanto no absoluta. Incluso el mismo Hayek
sostiene que la libertad perfecta es imposible, aunque no niega su deseo de que esto suceda. Esta
definición es comprendida como libertad negativa porque justamente se presenta como ausencia
de obstáculos y de impedimentos, sobre todo del Estado.
A propósito, es interesante el planteo Hayek (1960) en tanto esta libertad implica también la
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libertad para morirse de hambre, para delinquir, para tomar decisiones que nos puedan traer
perjuicios, porque justamente su concepto no ampara al desamparado. La libertad se desea y se
prefiere aún a costas de la propia vida. Un ejemplo en este sentido es aquel que brinda el
pensador austríaco cuando sostiene que es mucho más libre quien vagabundea en busca de
alimentos que el trabajador formal de Estado con los beneficios económicos, sociales y familiares
que asume, o cualquier empresario o trabajador que tiene un superior a quien responder. Se
comprende entonces, por qué para él, la libertad es deseable por todos, aunque algunos no
puedan disfrutarla, esto lo menciona para aclarar que su definición de libertad está ligada al
concepto histórico de libres y esclavos.
Entonces, la coacción es estar atado a la planificación de un tercero, a la “presión autoritaria
que una persona ejerce en el medio ambiente o circunstancia de otra” (Hayek, 1960, p. 35)
cualquiera sea, en cualquier ámbito.
En oposición a esta visión, el economista estadounidense Murray Rothbard (1982) disiente
con el pensador antes citado, en principio porque no escinde la libertad de la propiedad al estar
indisolublemente unidas.
Así al régimen de libertad pura —a la sociedad libertaria— se le puede describir como una
sociedad en la que no se distribuyen los títulos de propiedad, es decir, en la que nadie
perturba, menoscaba, viola o se interfiere en los derechos de propiedad que las personas
tienen sobre sí mismas o sobre otros bienes tangibles. Y esto significa que puede disfrutar
de libertad absoluta. (p.77)
En relación con la problemática expuesta, el punto que suscita la discusión entre los autores
antes mencionados es en el concepto de coacción. Rothbard (1982) visualiza un defecto en la
definición de Hayek (1960), al distinguirlo “como una especie de término híbrido que incluye no
sólo la violencia física, sino también acciones voluntarias, no violentas ni invasoras, como la
actitud de carácter” (p. 300), en consecuencia, para el economista estadounidense una relación
violenta entre pares no puede considerarse coactiva por el hecho de que existe la libertad para
abandonar dicha relación conflictiva en cualquier momento, siendo el carácter de una persona
reducida a una cuestión moral o estética.
Sin ánimos de extendernos demasiado en este punto, nos parece necesario presentar algunos
ejemplos que ilustran el modo en el que Rothbard (1982) concibe realmente la coacción. El autor
menciona que aún en casos donde, verbigracia un pueblo se ha quedado sin agua y solo existe un
pozo posible de extracción, propiedad de una sola persona, ésta no está obligada a ofrecer el
servicio para satisfacer tal necesidad básica si así no lo desea, de lo contrario, de ser obligado sería
un caso de esclavización y de verdadera coacción. Se puede observar así que las normas como lo
son los derechos humanos, no están presentes en esta teoría como protectoras de la dignidad
humana, sino en la forma de derechos de propiedad.
Por otro lado, la discusión entre Hayek (1960) y Rothbardv (1982) se profundiza aún más
teniendo en cuenta el criterio último por el que se debate, esto es el rol del Estado. El pensador
austríaco, en su obra Fundamentos de la Libertad, reivindica el papel del Estado (mínimo) como
protector de la esfera privada, en concreto le reconoce, y legitima el monopolio de la fuerza física,
en post de la protección de la vida libre del ser humano. Así lo sostiene:
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La coacción, sin embargo, no puede evitarse totalmente porque el único camino para
impedirla es la amenaza de coacción. La sociedad libre se ha enfrentado con este problema
confiriendo al Estado el monopolio de la coacción, intentando limitar el poder estatal a los
casos que sea necesario ejercerlo e impidiendo que dicha coacción se ejercite por personas
privadas. (Hayek, 1960, p. 35)
A partir de tal afirmación es que Rothbard (1982) sale al cuestionamiento de Hayek (1960), porque
para el primero no existió el contrato social, es decir, la sociedad nunca le confirió al Estado el
monopolio de coacción, sino que este se la apropió mediante la violencia ofensiva, a la que la considera
como “criminal e injusta” (Rothbard, 1982, p. 306), por lo cual, para el autor tanto el poder estatal como
su propia existencia es injustificable. Por otra parte, la discusión se suscita en torno a lo que se conoce
como el imperio de la ley. Así, cuando Hayek (1960) argumenta en favor de la existencia de normas
generales, no arbitrarias y aplicables a la sociedad en general, el pensador estadounidense, Rothbard
(1982), las reconoce como totalitarias, en tanto supone que un gobierno puede tomar decisiones
despóticas bajo la forma de leyes universales y predecibles, como por ejemplo, el servicio militar.
En consecuencia, el concepto de libertad en su trasfondo, es una discusión en torno al rol del Estado,
materia que veremos más adelante luego de definir al libertarismo como indagaremos a continuación.
III. El modelo libertario: Conceptualización y la corriente paleolibertaria
Como sostuvimos anteriormente, el libertarismo cuenta desde sus inicios con los aportes de la
tradición liberal clásica quien se rebeló contra el antiguo orden con el objetivo de recuperar la
libertad individual. Por lo tanto, si tuviéramos que comenzar a realizar una diferenciación entre
liberalismo y movimiento libertario, partiremos del rol del Estado. Es en este punto donde
podemos comenzar a definir al libertarismo, desde la mirada rothbardiana, como sinónimo de
anarcocapitalismo y, por lo tanto, ajeno y crítico radical de cualquier intervención estatal,
abogando como fin sustancial por su destrucción.
Esta significación es contraria al liberalismo clásico que acepta, aun con discrepancias, la
existencia del Estado para asegurar la libertad de mercado y la defensa de la propiedad privada,
conceptualización más cercana a la visión de Hayek y Robert Nozick. Aun así, actualmente
pensadores libertarios sostienen que esta es una de las mayores contradicciones del liberalismo
clásico, por cuanto aceptan, por un lado, la defensa de la propiedad por parte del Estado, pero por
otro, el cobro de impuestos para obtener ese derecho, contraprestación entendida como violenta
por el libertarismo.
Al respecto Héctor Arcos Robledo (s.f.) sostiene:
En caso de la tradición liberal clásica/libertaria, los miembros radicalmente anti estatistas
a menudo reclaman la denominación libertaria, y niegan esa inscripción a sus compañeros
de viaje menos anti estatistas, al tiempo que los miembros menos anti estatistas reclaman
la denominación de liberales clásicos, negando aquellas posiciones anti estatistas más
férreas. (p. 2)
En este orden, el libertarismo sostiene que es “superior moralmente frente a cualquier otra
corriente de pensamiento por el hecho de abrazar los valores de la sociedad de occidente” (Milei,
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2002, p. 260). En este punto cabría preguntarse qué es lo que comprenden estos autores por
inmoral. La base de esta respuesta vuelve a ser el aparato estatal, pero sobre todo el cobro de
impuestos. Es aquí donde pone el énfasis esta corriente incluso llamando al Estado directamente
como criminal o como nuestro peor enemigo, como es el caso de los capítulos de los libros
Libertad, libertad, libertad (2019) y El camino del libertario (2022), publicados por el actual
presidente argentino donde textualmente repite en ambos casos el mismo título y concepto para
referirse al Estado. Si el criterio para definir lo moralmente superior es la actuación del Estado,
entonces el liberalismo clásico quedaría enmarcado súbitamente en una teoría inferior no
tomada como criterio para comprender los fenómenos sociales.
Es conveniente reafirmar esta idea en la teoría libertaria, en orden a la cual surgen nuevas
categorías que trascienden el presente estudio pero que son pertinentes aportar. En este sentido,
la figura del intelectual como legitimador de las acciones estatales es uno de los puntos en los que
se afirma el libertarismo aduciendo que su papel es imprescindible para que las masas sean
dóciles y no se cuestionen el pago de impuestos. Esto lo afirma Rothbard (2016) en el texto
Populismo de derecha: Una estrategia para el movimiento paleo la clase dominante necesita
intelectuales para justificar su gobierno y embaucar a las masas para que sean sumisas y paguen
impuestos, conformes con los designios del Estado.
Así, desde esta mirada los impuestos son, “un robo, un robo a grande y colosal escala, que ni los
más grandes y conocidos delincuentes pueden soñar en igualar. Es una apropiación coactiva de
las propiedades de los moradores (o súbditos) del Estado” (Rothbard, 1982, p.339). Por esto,
discute con otros autores libertarios como Hayek y Nozick, quienes al aceptar un Estado mínimo
avalan el cobro de impuestos, incluso acusando a este último de que en su teorización evade
considerar una teoría fiscal que explique sus alcances.
Resumiendo, los liberales clásicos, desde una visión filosófica, consideran al Estado como un
ente necesario, pero no natural. En razón de ello, abogan por su existencia, pero concediéndole
funciones muy limitadas, basándose siempre en el pleno respeto a la libertad del individuo. Los
libertarios anarcocapitalistas, por su parte, ensalzan los derechos individuales y, por lo tanto, la
intervención del Estado es condenada por violar el derecho a la propiedad, incluyendo los
derechos de asistencia social, respetando como fin absoluto la soberanía del individuo.
Con todo, es necesario comenzar a definir al libertarismo en post de una mejor comprensión y
aclaración de su doctrina como así también del modelo paleolibertario, en cuanto hay autores
que sostienen que, tanto Javier Milei como Donald Trump, son los portadores principales de esta
corriente en la actualidad.
El politólogo y economista español Miguel Bastos (2020), sostenía que el libertarismo es ante
todo un movimiento conservador y contrarrevolucionario, especialmente en su expresión
tradicionalista decimonónica que buscaba: “mitigar o revertir las consecuencias que sobre la
forma de organización política y social tuvo la Revolución Francesa. Es por tanto un pensamiento
radicalmente anti estatista y por consiguiente anti centralista, defensor de fueros y derechos
locales y regionales” (p. 227).
En este punto, es menester mencionar que la palabra libertario ya aparece en los movimientos
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combativos-anarquistas de principios del siglo XX y en los acontecimientos de la guerra civil
española. Estos grupos eran colectividades que pugnaban por la libertad, la igualdad y la
solidaridad, pero en las antípodas, ideológicamente hablando, del actual libertarismo en tanto se
presentaban como cuasi comunismo libertario. En su mayoría trabajadores que habían sido
castigados duramente por la crisis del capitalismo de los años 30, formaban colectividades
autogestoras con el fin de satisfacer necesidades básicas, teniendo como eje rector la solidaridad
y el compañerismo. Sociedades profundamente colectivistas con un gran sentido de pertenencia,
algunas denominadas expresamente como ciudades libertarias, como fue el caso de la comunidad
de Aragón.
En tal sentido, llama la atención la modificación del concepto que hoy se le da a la palabra
libertario o la apropiación de este por los movimientos actuales. Aquél del siglo XX, basado en el
colectivismo, el compañerismo y la solidaridad, y el actual, trazado históricamente por el
individualismo, la libertad de mercado y la propiedad. Aun así, ambos están marcados por el
anarquismo, con sus diferencias sustanciales, mientras que para las comunas libertarias, el fin
era el autogobierno en las diversas comunidades fortaleciendo el federalismo como principio
rector de conexión entre ellas, para el libertarismo actual, el fin es que todo queda supeditado a
la mano invisible del mercado.
Ahora bien, si existe un concepto reivindicado y sostenido por los pensadores libertarios
argentinos actuales, es el de Benegas Lynch (h) (2004) quien sostiene al “liberalismo como el
respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en
defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad” (p. 11). La definición citada es, como
dijimos, el pilar teórico desde donde se sustenta este pensamiento, pero esto es el apéndice de lo
que en verdad cree y sostiene un pensador libertario.
A partir de lo cual podemos decir que, una de las primeras formulaciones concretas del
libertarismo es que se presenta como un movimiento anarquista, teniendo como base la crítica
radical y sobre todo moral hacia el Estado. El fundamento de este cuestionamiento parte de afirmar
que el Estado es como cualquier grupo o persona, y por lo tanto, sus acciones se miden con la misma
vara moral que cualquier otra entidad.
En este sentido Rothbard (2006) creador del fundamento anarcocapitalista, brinda una afirmación
a la que le llama, el credo libertario, asumiendo que el mismo descansa sobre un axioma central:
Ningún hombre ni grupo de hombres puede cometer una agresión contra la persona o la
propiedad de alguna otra persona. A esto se lo puede llamar el “axioma de la no agresión”.
“Agresión” se define como el inicio del uso o amenaza de uso de la violencia física contra la
persona o propiedad de otro. Por lo tanto, agresión es sinónimo de invasión. (p. 39)
Es decir, todo aquello que se considere invasivo hacia la persona y la propiedad es condenado
como causa criminal por quien se encolumne en este pensamiento. Dicho esto, es que podemos
entender como los libertarios no condenan la venta de órganos, el mercado libre de bebés, la
prostitución y la venta de armas, porque justamente se consideran como el derecho a la
propiedad de uno mismo, y por lo cual la no inferencia del Estado en ningún aspecto de la vida en
sociedad es su axioma principal.
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Para puntualizar cada uno de los puntos mencionados por Rothbard, ver el texto Populismo de derecha: Una
estrategia para el movimiento páleo, donde argumenta en favor de su modificaci
ón teórica respecto al libertarismo
clásico. Más importante aún, es el texto de Llewellyn Rockwell publicado en la revista Liberty, en 1990, llamado En
defensa del paleolibertarismo, donde sienta las bases de la teoría paleolibertaria, poniendo énfasis en la importancia
del cristianismo para esta doctrina, dado el gran porcentaje de creyentes en los Estados Unidos, así lo establece: “La
familia, el libre mercado, la di
gnidad del individuo, los derechos de propiedad pri
vada, el mismo concepto de libertad:
todos son productos de nuestra cultura religiosa” (Rockwell, 2020).
3
Ahora bien, como advertimos en párrafos anteriores, existe una corriente del libertarismo
surgida a comienzos de 1990 llamada paleolibertarismo. Este término surge con el ya mencionado
Murray Rothbard y con el pensador estadounidense Lew Rockwell, quienes en un nuevo estadio
del libertarismo vienen a discutirlo, o bien a “fusionando a la ya conocida lucha por la libertad, junto
con una defensa sólida a instituciones tales como la familia, la religión y la cultura occidental como
aquellos centros capaces de plantar cara el Estado y desmantelarlo” (Ocampo, 2022, p. 4).
Rothbard (2016) sostenía en los años 90 que el libertarismo había entrado en decadencia, se
había evaporado hasta la intrascendencia al alejarse de la realidad. Es probable que esta transición
del libertarismo al paleolibertarismo está marcado justamente por el distanciamiento con la vida
real. En consecuencia ¿por qué paleo? la razón es que esta nueva corriente ya no está dispuesta a
compartir movimiento con los libertarios, no-burgueses y no-religiosos, intolerables y drogadictos.
Debido a que este tipo de gente, por razones evidentes, tiende a desagradar o en realidad a repeler
a la mayoría, gente que o trabaja para ganarse la vida, o es de clase media o trabajadora, que, de
acuerdo en la vieja y gran expresión, disfruta de medios visibles de subsistencia.
Entendido de esta forma, podemos observar una ruptura con el movimiento libertario
tradicional, en tanto precisa de nuevos elementos teóricos-prácticos para adecuarse a los
contextos sociales y ganar nuevos adeptos. Así, lo que propone Rothbard es un programa
populista de derecha para las clases medias y trabajadoras que propugne por un
paleolibertarismo activo, con mayor protagonismo en las urnas y, por lo tanto, más cercano a la
sociedad. Este programa está basado en “ocho puntos demoledores de la autoridad que buscan
reforzar la “autoridad social” (familia, iglesias, empresas), de manera tal que estas “instituciones
intermedias”, producto del “orden espontáneo”, sean el espacio desde el cual combatir al Estado”
(Fernández, 2024, p. 89).
Resumimos brevemente estos puntos: reducción drástica de impuestos, desmantelamiento
del Estado de Bienestar, abolición de privilegios raciales o de grupo, recuperación de las calles:
triturar a los criminales y deshacerse de los vagos, abolición de la Reserva Federal, ataque a los
banqueros criminales, primero América y la defensa de los valores familiares (Rothbard, 2016) .
Planteado este proceso diferencial, es que debemos abordar las diversas acepciones del
Estado para comprender el lugar que asume esta institución en el pensamiento libertario.
IV. Discusiones en torno al Estado.
La tradición libertaria-anarcocapitalista encuentra en Herbert Spencer, Gustave de Molinari,
Lysander Spooner y Franz Oppenheimer sus pensadores fundantes sin mencionar al ya citado
3
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torno a sus principales enemigos: la democracia y el Estado
Esta conceptualización es trabajada por el autor Ludwig von Mises en su obra llamada Teoría e Historia, donde
establece una diferenciación entre el concepto de clases de Marx y el sistema de castas indio, hoy utilizado para
referirse a todo aquel que pertenezca al establishment político
4
Rothbard. Es importante rescatar a dos de los autores aludidos para explicar de forma más
exhaustiva el pensamiento de la escuela aquí trabajada. Por una parte, nombramos a Spooner
(2011), jurista estadounidense, que escribió en 1870 un libro llamado Sin traición. La constitución
no tiene autoridad, donde sostiene que no hay traición alguna al actuar en contra de una
institución estatal, “ya que nunca se le debió lealtad debido a que la constitución no tiene ninguna
autoridad para obligar a las personas sin su consentimiento manifiesto, ni a anular la revocación
personal de un consentimiento previo” (p. 4), negando así las tesis contractualistas del Estado. La
cita es clara en cuanto a la observación que hace el autor sobre el Estado y su negación, incluso el
mismo Spooner ejercía su labor de abogado por fuera de las habilitaciones estatales de su época
pasando por alto cualquier tipo de regulación.
En segundo lugar, debemos citar al sociólogo alemán Franz Oppenheimer mencionado en
varias oportunidades por el actual presidente Javier Milei para definir al Estado en sus diversos
libros. Existe en este punto una cuestión central a tomar en cuenta y es que, este autor, sigue la
tradición de comprender al Estado como surgido de la violencia y la conquista, no así desde un
contrato social.
Oppenheimer planteó una dicotomía en la forma de obtener riquezas por parte del individuo.
Por un lado, menciona que la única, legítima y natural, es aquella por la cual el ser humano utiliza
su fuerza y su mente para transformar los recursos y posteriormente intercambiarlos por otros
bienes creados por otras personas.
Por otro lado, se encuentra toda aquella riqueza que se obtiene mediante la fuerza, es decir, a
través de los medios coercitivos y explotadores, por lo cual sostiene que son contrarios a la ley
natural y constituyen un mecanismo parasitario. Esto es lo que el autor denomina medios
políticos, es decir, la clase parasitaria que incurre en el robo y en el saqueo y se sostiene por el
trabajo del otro. Es a partir de esta diferenciación que define al Estado encuadrándolo como
medios políticos, a saber:
El Estado, es la organización de los medios políticos; es la sistematización del proceso
predatorio sobre un territorio determinado. Pues el crimen es, en el mejor de los casos,
esporádico e incierto, el parasitismo es efímero y la vida coercitiva y parasítica puede ser
cortada en cualquier momento, a través de la resistencia de las víctimas. El Estado provee
un canal legal, ordenado y sistemático para la depredación de la propiedad privada; hace
segura y relativamente pacífica la vida de la casta de parásitos en la sociedad. Ya que la
producción debe preceder siempre a la depredación, el mercado libre anterior al Estado.
El Estado nunca ha sido creado mediante un contrato social, siempre ha nacido de la
conquista y la explotación. (Rothbard, 2000, p. 57)
En resumen, para el libertarismo-anarcocapitalista que profesa el actual presidente Milei el
Estado es un medio político, en el sentido que le da Oppenheimer, es decir, criminal y explotador;
predatorio, es decir, saqueador, atinente al robo y a la violencia. A su vez se presenta como un
sistema de castas, comprende esta teoría todo lo relativo al gobierno, a la casta gobernante ,
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conquistador, alejado de las teorías contractualistas, como ya lo habíamos afirmado con Spooner
(2011) y surgido por la violencia y la conquista.
Llegados a este punto, podríamos comenzar a aseverar que desde el libertarismo
anarcocapitalista el Estado no tiene fundamento de existencia como tampoco el sistema de
impuestos y todo tipo de intervención asistencialista para el ascenso social, ni el respeto a los
derechos humanos y sociales, solo derecho sobre la propiedad privada. Como vimos en las
definiciones citadas no se menciona en ningún momento el ejercicio de la ciudadanía y la
complejidad de vivir en un sistema capitalista, muchas veces injusto y cruel para todas aquellas
personas que quedan a diario fuera del mismo.
V. El Estado en el libertarismo minarquista.
Dicho esto, no podemos imputar a todo el movimiento libertario como anarcocapitalista, así,
las
diferencias teóricas en este punto son sustanciales. Autores como Ludwig von Mises, Robert
Nozick y Friedrich Hayek, tienen una concepción mucho más permisiva del Estado, aceptándolo
con discrepancias, pero legitimando su existencia.
Al respecto, no podemos dejar de mencionar a la escuela austríaca, tradición de pensamiento
económico fundamental en la teoría libertaria. Se ha sostenido que dicha escuela surge con la
obra de Carl Menger (1871) Gründsätze der Volkswirthschaftslehre (Principios de Economía
Política) pero el rastreo histórico nos conduce a la Escuela de Salamanca de los siglos XVI-XVII
como propulsora de las ideas que posteriormente tomó Menger para su escrito.
Según Jesús Huerta de Soto (1984), la escuela austríaca es la escuela liberal de economía por
antonomasia, pues es la que mejor explica cómo la intervención del Estado y la coacción sobre la
función empresarial, perturban gravemente el proceso social de creatividad y coordinación. El
humanismo, la función empresarial, la concepción dinámica del mercado y el liberalismo son las
cuatro notas diferenciadoras de esta corriente de investigación económica, para la cual el
concepto de acción humana individual “es el principio metodológico sobre el que se construye la
teoría económica austríaca, es decir, los hombres eligen por tanto sus fines, y buscan medios
adecuados para conseguirlos, todo ello según sus individuales escalas de valor” (p. 162).
Un referente de esta escuela es el mencionado Hayek quien, partiendo de cuestionar el
modelo keynesiano, asume la importancia del Estado de derecho poniendo énfasis en su
previsibilidad, aun siendo este concepto tan criticado en su teoría. Así lo refiere en su obra
Camino de Servidumbre del año 1944.
Para Hayek (1944):
Nada distingue con más claridad las condiciones de un país libre de las que rigen en un país
bajo un gobierno arbitrario que la observancia, en aquél de los grandes principios
conocidos bajo la expresión El Estado de Derecho (Rule of Law). Despojada de todo su
tecnicismo, significa que el Estado está sometido en todas sus acciones a normas fijas y
conocidas de antemano; normas que permiten a cada uno prever con suficiente
certidumbre cómo usará la autoridad en cada circunstancia sus poderes coercitivos, y
disponer los propios asuntos individuales sobre la base de este conocimiento. (p. 93)
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Dicho esto, podríamos decir que el pensador austríaco no es un ferviente defensor del
laissez-faire porque admite una cierta intervención del Estado, siempre partiendo del imperio de
la ley, incluso brindando un mínimo de protección como es el caso de la salud, el salario mínimo o
la vestimenta, pero con la condición sine qua non de que los sujetos conozcan de antemano las
reglas de juego .
Mencionaremos, a su vez, la concepción de Estado del estadounidense Robert Nozick (1988)
que se presenta como contraria tanto al anarcocapitalismo rothbardiano, como a la teoría de
Hayek. Así lo menciona el autor en su obra Anarquía, Estado y utopía donde sostiene “El Estado
mínimo es el Estado más extenso que se puede justificar” (p. 1). Ahora bien, es menester
preguntarse qué elementos se justifican en esta definición. En este punto, lo que el filósofo acepta
del Estado mínimo es la justicia y la seguridad, como, por ejemplo, el ejército, los tribunales de
justicia o la policía (Nozick, 1988).
Nozick (1988) es uno de los mayores expositores de la teoría minarquista, cuestionando en
parte a la teoría de John Rawls sobre la justicia distributiva y la posición original trabajada en su
obra Teoría de la Justicia de 1971. Para el filósofo estadounidense, Rawls pugna por un Estado
mucho más extenso de lo que él preferiría ya que, como dijimos, su ideal es un Estado mínimo que
sólo asegure la protección contra la propiedad.
Es importante mencionar esta discusión porque en cualquiera de las ramas libertarias John
Rawls no es estimado. A pesar de ser un teórico importante para el liberalismo político, más aún,
el actual presidente argentino Javier Milei no lo considera ni como liberal.
Por último, el economista, Ludwig von Mises (2002) consideraba al Estado como
indispensable y necesario, dado el carácter imperfecto del ser humano y su poca capacidad para
promover la paz y la civilización. Por lo cual, el poder estatal es beneficioso, siempre comprendido
como un instrumento más no como un fin, por ser una institución humana. Así sostiene que:
El Estado es el instrumento más beneficioso y más útil que ha encontrado el hombre en
sus esfuerzos para promover la felicidad y el bienestar de la humanidad. Pero es
únicamente un instrumento, un medio, no un fin. No es Dios. Es simplemente compulsión
y coerción, fuerza policial entendido de esta forma el Estado es fuerza policial. (p. 81)
Es decir, para Mises (2002) el Estado puede ser aceptado en tanto sea bien administrado, en
cuanto quienes dirijan los destinos de una nación no sean incompetentes y fácilmente
corrompibles porque de ser así el Estado es fuente de desgracias y desastres como aconteció en
diversos momentos de la historia.
Ahora bien, retomando la visión del Estado en la visión anarcocapitalista, vamos a mencionar
de forma sucinta cuál es la solución o la estructura que vendría a reemplazar al Estado.
Esta es una cuestión
central en el pensamiento de Hayek, en tanto acepta la necesaria actuación del Estado,
afirmando, que no “hay Estado que no tenga que actuar, y toda acción del Estado interfiere con una cosa o con otra.
Pero ésta no es la cuestión. Lo importante es si el individuo puede prever la acción del Estado y utilizar este
conocimiento como un dato al establecer sus propios planes, lo que
supone que el Estado no puede controlar el uso que
se hace de
sus instrumentos y que el individuo sabe con exactitud hasta dónde e
stará protegido contra la interferencia
de los demás, o si el Estado está en situación de frustrar los esfuerzos individuales” (Hayek, 2008.p.169).
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VI. Sociedad anarcocapitalista.
Para el pensamiento libertario anarcocapitalista, la eliminación del Estado no supone un caos,
ante lo cual toman como referencia la anarquía del sistema mundial. Ahora bien, esto no supone
la anomia total ya que alguien tiene que oficiar de árbitro en las relaciones sociales, sobre todo
para el cumplimiento del respeto irrestricto de la propiedad. A partir de este planteo, proponen
que las agencias privadas aseguren la ley y el orden, a saber, un sistema de seguros que actúe
como cualquier empresa de mercado, basado en la confianza y la opinión de la gente.
En la sociedad anarcocapitalista el derecho privado sería el eje rector de la vida en común, así,
todo sería definido bajo contratos voluntarios establecidos por agencias frente a que debe
responder en el caso de cometer algún delito. Por ejemplo, antes de contratar a un solicitante de
empleo, el empresario le haría firmar un documento que tuviera cláusulas con el sentido de
“prometo no robar a la empresa Acme. Si me descubren robando, según establece la Agencia de
Arbitraje X, acepto pagar cualquier indemnización que la Agencia X considere apropiada”
(Murphy, 2010, p. 14).
La complejidad de la propuesta abre un sin fin de interrogantes a resolver partiendo de la
situación, altamente probable, de que existan personas que no cuenten con los medios para
sustentarse un sistema de seguros para lo cual quedarían inmediatamente fuera de cualquier
esquema de integración y protección social, sumado al grado de indefensión en el que se
encontraría el individuo, al ser este sistema fácilmente corruptible por los grandes grupos
empresarios que podrían sobornar los sistemas de seguros. Por lo cual, la vida humana quedaría
supeditada a cualquier decisión arbitraria.
Muchas otras son las propuestas que podríamos analizar en detalle respecto de este sistema,
pero al no ser el objeto de este estudio de este escrito, mencionaremos una idea que quizás
resume tal esquema, esto es, el mercado de bebés. Al respecto, Robert Murphy (2010), en su libro
La teoría del caos, nos dice:
Por mucho que choque a las sensibilidades modernas, habría un mercado de bebés a pleno
funcionamiento, en el que los privilegios de paternidad se venderían al mejor postor. Aunque
parezca de mal gusto, un mercado así indudablemente reduciría el abuso de niños. Después
de todo, los padres abusivos y negligentes son los que más probablemente ofrezcan a sus
niños en adopción, mientras que las parejas enamoradas se permitirán pagar más
generosamente por ellos. (p. 25)
En este punto, cuando al actual mandatario se le pregunta sobre su posición ideológica,
responde ser “minarquista en la práctica y anarcocapitalista en la teoría” (Milei, 2022, p. 64), por
lo cual, su gobierno está signado por los teóricos aquí presentados. Ahora bien, establecer los
límites de ese obrar es al menos complejo porque, como observamos, su visión de la libertad
abarca un conjunto anómico de protección de los derechos ciudadanos, a saber: la libertad de
morir de hambre, el mercado de bebés y, por lo tanto un ciudadano totalmente desamparado en
la satisfacción de sus necesidades básicas.
Es menester detenernos en este punto dado que Javier Milei es un fiel seguidor de la ya
mencionada filósofa Ayn Rand (1961), quién sentó las bases de lo que se conoce como “virtud del
egoísmo”, título de su principal obra, en la que autora, nacida en San Petersburgo, incluye en uno
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de sus capítulos el concepto de ética objetivista, categoría ligada al concepto de egoísmo racional
o bien de la ponderación de los intereses personales por sobre cualquier beneficio externo o
social. Así, la ética objetivista sostiene que el actor siempre debe ser el beneficiario de sus
acciones y que el hombre tiene que actuar en favor de su propio interés racional.
En base a esta teoría, la persona en su rol social no debe preocuparse más que por sí misma,
pugnando solo por sus deseos, es decir, el individuo es un fin en sí mismo, siendo el altruismo, la
solidaridad y la humildad, consideradas como falta de autoestima de la propia persona quien, en
post de ayudar a un tercero, sacrifica su propia vida.
En suma, el orden espontáneo, entendido como la mano invisible del mercado, es quien
apaciguaría la situación de los desposeídos mediante la cooperación y las oportunidades que
brinda precisamente el mercado. Este concepto al que Hayek llama kosmos, en contraposición
del orden taxis (economía dirigida o planificada), es hijo del darwinismo social, que pugna por la no
intervención de agentes externos al sistema y “dado que no es fruto de mente alguna es
sumamente complejo e irreductiblemente incontrolable como proceso” (Gómez, 2011, p. 64).
Dicho esto, si en esta teoría el mercado es quien resuelve las injusticias sociales pero el
individuo a su vez es egoísta, sólo preocupado por sus intereses, ¿qué rol cumple la voluntad
popular?, o bien, ¿cómo comprende la democracia el libertarismo? El siguiente capítulo indaga las
principales acepciones de estos interrogantes.
VII. Democracia en el libertarismo
A priori podemos decir que entre democracia y libertarismo no existe un correlato
significativo en la práctica, todo lo contrario, se afirma una cierta desconfianza en el poder del
pueblo (d
ē
mos, kratos), lo que se presenta como la gran contradicción coyuntural, al ser el propio
libertarismo quien gobierna actualmente los destinos del país. En efecto, resulta necesario
abordar este concepto para comprender si en sus aristas se presenta algún dejo de confianza en
la democracia para sustentar su gobernabilidad.
En una entrevista para la televisión argentina al entonces precandidato a diputado nacional
Javier Milei, hoy presidente de la nación, le consultaron si creía o no en el sistema democrático. Su
respuesta no fue concreta, pero mencionó su preferencia por el teorema de imposibilidad de
Arrow, economista neoclásico que plantea que ninguna regla de elección social puede satisfacer
simultáneamente todas las condiciones, lo que implica una notoria incredulidad ante cualquier
sistema de votación en el que el pueblo se exprese. Por lo que se debe establecer un orden de
preferencias, abarcando todas las alternativas individuales y sociales de modo jerárquico, y
exigiendo completud y transitividad.
En suma, la respuesta del presidente actual deja entrever su desconfianza sobre la
democracia, entonces ¿qué teóricos se encuentran detrás de su pensamiento y del pensamiento
libertario actual, respecto de esta temática tan crucial para la vida en sociedad?
Como primera medida mencionaremos al economista austríaco Joseph Schumpeter (1984) y
su obra Capitalismo, socialismo y democracia. Este pensador parte de una visión crítica de la
teoría normativa de la democracia y de la existencia del bien común, faro orientador de la política.
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Es decir, para Schumpeter no existe algo en el que todos y cada uno de los ciudadanos estemos de
acuerdo y sea claramente identificado y definido, como tampoco concibe al individuo con una
clara calidad racional en sus elecciones, por lo cual no existe algo como la voluntad popular.
El autor es un fiel representante de la visión elitista de la democracia a la que define como:
“aquel sistema institucional, para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos
adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo”
(Schumpeter, 1996, p. 343). Esta definición pone de manifiesto la importancia de los líderes
políticos en la construcción de las voluntades políticas, y no así en la ejecución de la voluntad
general, o como sostiene Godofredo Vidal de la Rosa (2010) en la “lucha oligopólica por la captura
del mercado de votos” (p. 189).
El pensador alemán, radicado en los Estados Unidos, Hans-Hermann Hoppe (2013), discípulo
de Mises y Rothbard, es otro de los grandes exponentes libertarios. Este autor se concentra en
gran parte en la teoría democrática y es acá donde entramos en un terreno de difícil salida. Sin
demasiados preámbulos, Hoppe escribió un libro llamado
Democracia, el dios que fracasó,
partiendo
como todo libertario de comprender al Estado como el gran corruptor, pero a la vez como
elemento descivilizador.
Hoppe (2013) sostiene que la primera guerra mundial fue la línea divisoria entre monarquías y
repúblicas democráticas, triunfando estas últimas luego de la contienda. A partir de allí, todo el
poder decantó en las magistraturas políticas y en los parlamentos. Se trató de una guerra
ideológica comandada por el gobierno estadounidense de Wilson luego de su entrada en el
conflicto. Este acontecimiento fue el que conllevó al esparcimiento de la democracia en países
como Alemania, Rusia y Austria. En donde la monarquía subsistió como fue el caso de España,
Holanda y Bélgica, perdió su poder. De esta forma, luego de la guerra comenzó la paz americana
con su correlato democrático, esto se tradujo “en una creciente degeneración moral, la
desintegración familiar y social, y la decadencia cultural según se pone de manifiesto en las
crecientes tasas de divorcio, paternidad ilegítima, abortos y criminalidad” (p. 26).
A partir de este planteo, y de forma contrafáctica, el autor sostiene que, si los Estados Unidos
no hubiesen entrado en la primera guerra mundial, ésta hubiese terminado en 1916 por las
diversas iniciativas de paz propuestas en la década. Austria-Hungría, Alemania y Rusia hubieran
mantenido su forma monárquica tradicional y, por lo tanto, los bolcheviques en Rusia no habrían
conquistado el poder, esto hubiese impedido que como reacción frente a la amenaza comunista
en el este, hicieran lo mismo fascistas y nacionalsocialistas en Italia y Alemania. Con ello se
habrían salvado millones de víctimas del comunismo, del nacionalsocialismo y de la II Guerra
Mundial, y el mundo seguiría regido por el sistema de cooperación y división del trabajo ante la no
intervención gubernamental en la economía privada.
Todo esto es una explicación para culpar a las democracias de todos los males actuales como
un “desastre sin paliativo” (Hoppe, 2013, p. 27) y para poner como ejemplo a la Austria de los
Habsburgos y la edad pre democrática como los sistemas a seguir.
Ahora bien, esto resulta interesante porque si bien existe una preferencia por la monarquía,
esto no significa que el libertario esté de acuerdo con tener una autoridad superior, es más bien el
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mal menor, porque en el fondo tanto el sistema democrático como el monárquico tienen el poder
del cobro de impuestos y, como se sabe, esta es la imposición fatal de la doctrina. En este punto,
debemos preguntarnos si ambos sistemas son ilegales y corruptos e incompatibles con la
protección de la vida y la propiedad ¿por qué la preeminencia de uno por sobre otro? La respuesta
es contradictoriamente, a nuestro juicio, la mayor virtud de la democracia, en concreto, la
igualdad y el derecho a participar políticamente.
Para un libertario la monarquía es superior porque “está restringida sistemáticamente por la
discrecionalidad personal del príncipe” (Hoppe, 2013, p. 131).
Para esta teoría, sólo las clases hereditarias y nobles deben formar parte del gobierno, de
modo tal que se confía en el azar, ante el nacimiento de un príncipe recto y bondadoso, y no en la
voluntad del pueblo ya que incurre, la mayor de las veces en la elección de demagogos
moralmente desinhibidos. Así pues, la democracia asegura virtualmente que “sólo los hombres
indecentes y peligrosos pueden llegar al poder, persuadiendo a individuos menos dotados
intelectualmente” (Hoppe, 2013, p. 138).
No podemos culminar el trabajo presente sin mencionar la concepción de la democracia que
asume Hayek (1960). La democracia para el autor es un método, es decir, un medio y no un fin, en
el liberalismo, en cambio, una doctrina sobre lo que debiera ser la ley, pero no cree, y esto es lo
sustancial:
Que lo que dicte la mayoría deba ser tomado como autoridad para decidir lo que será ley,
es decir acepta la regla de la mayoría como un método de decisión, pero no como una
autoridad en orden a lo que la decisión debiera ser. (p. 142)
De esta forma el gran problema que acarrea la democracia para el autor austríaco es la
voluntad general, esto es, el poder de las mayorías porque degenera en demagogias. Debemos
aclarar que estas afirmaciones están dadas en un contexto en el cual los totalitarismos se habían
hecho con el poder a través del voto democrático, como por ejemplo en la Alemania hitleriana, y
Hayek había escrito Caminos de Servidumbre en 1944, por lo cual su visión de la democracia está
enmarcada por estos sucesos. Incluso, en sus declaraciones al diario chileno El Mercurio del 12 de
abril de 1981, sostuvo: “mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un
gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente” (Fernández, 2024, p. 84).
Si bien para Hayek un gobierno de élites educadas es preferentemente mejor que el sistema
democrático, asume que este último es quien mejor salvaguarda la libertad y, por lo tanto, la
acepta como el sistema más justo.
Aun así, resulta menester decir que el método democrático aceptado por Hayek es el
planteado por Tocqueville en su magna obra La democracia en América. Vale aclarar que
podemos estar hablando de una nueva contradicción en tanto el autor parisino ponderó de gran
forma la soberanía del pueblo, la igualdad ante la ley, los derechos políticos, la igualdad de
condiciones, etc. De igual forma, lo que Hayek rescata de Tocqueville es la comprensión de la
democracia como el único método efectivo de educar a la mayoría.
Hayek (1960) no defiende a la democracia como el método de seleccionar a los individuos que
gobiernan una nación, sino que “al participar activamente una gran parte de la población en la
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formación de la opinión, se amplía el número de personas capacitadas entre las cuales elegir” (p.
148). A priori, se comprende que la educación de la mayoría es un bien y un derecho, pero el autor
austríaco lleva este punto más allá, al concebir la idea del filósofo político ajeno a la voluntad de la
mayoría como quien debe tomar las decisiones. En conclusión, Hayek se encuentra a favor de una
democracia limitada contra la tiranía de la mayoría, siempre atento y resguardado por el imperio
de la ley y el constitucionalismo.
Benegas Lynch (h) (2017) siguiendo esta línea de pensamiento ha reivindicado al pensador
italiano Giovanni Sartori al sostener que la democracia ilimitada, convertida en anti-demos, se ha
tornado en una cleptocracia en cuanto abandonó todo sentido de los valores y principios de la
democracia, transformándose en una caricatura para, de contrabando, transformarse en un
gobierno de ladrones de libertades, propiedades y sueños de vida.
Para finalizar, aun cuando en el mismo libertarismo existan diversos matices respecto al
momento de definir la democracia, podríamos argumentar que existe un eje transversal que une
a todos y es que, como lo sostiene Milton Friedman, “la democracia y la libertad sólo pueden tener
lugar en aquellas naciones en las que impera el capitalismo” (Morresi, 2008, p. 23). Es decir, el
conjunto de esta teoría tiene su eje en común en el sistema capitalista y sus instituciones.
VIII. A modo de conclusión
Desde el inicio de este trabajo presentamos al libertarismo como una categoría antagónica al
Estado y a la democracia, lo que hemos podido confirmar al sistematizar su pensamiento. Así, en
el análisis y racconto de sus principales teóricos, hemos podido detectar categorías sustanciales
para aseverar dicha conclusión.
La voluntad popular no es representativa ni tomada en cuenta por el pensamiento libertario.
Al contrario pensadores como Kenneth Arrow, Joseph Schumpeter, Hans-Hermann Hoppe y
Friedrich Hayek, aún con las diferencias expuestas, desestiman y desconfían del poder del pueblo
y el bien común, pugnando por un gobierno de élites.
El Estado es sin duda su gran enemigo, esto lo podemos afirmar taxativamente desde el
libertarismo anarcocapitalista, quienes son críticos sustanciales de cualquier intervención
estatal, para éste la venta de bebés, la tenencia de armas y la libertad de morirse de hambre, son
ejemplos de hasta donde se comprende la libertad en esta teoría, sustentada a su vez por la
filosofía de Ayn Rand desde la virtud del egoísmo. Posteriormente, con el advenimiento del
paleolibertarismo y el populismo de derecha, esta teoría mitigó su doctrina en pos de un mayor
acercamiento con la realidad.
En conclusión, por una parte, podemos decir que el libertarismo anarcocapitalista es un
pensamiento anarquista, por lo cual, antiestatal y antidemocrático, proempresarial, defensor de
la libertad individual y de la propiedad como principios rectores. Mientras que el minarquismo se
presenta como una corriente que admite la presencia del Estado, pero en su rol de protector de la
justicia y seguridad.
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