Miradas sobre la tecnificación en el llamado ‘modernismo reaccionario’
Views on technification in the so-called 'reactionary modernism'.
Gonzalo Manzullo¹
Recibido: 10/01/2025
Aceptado:12/09/2025
Resumen
El presente artículo pretende recuperar, para discutir y complejizar la denominación de ‘modernismo reaccionario’ acuñada por Jeffrey Herf, confrontándola con las ideas sucesivas de dos exponentes teóricos agrupados en aquella durante el período de entreguerras europeo. La relevancia de la tarea no tiene que ver con la puntual discusión con el autor sino con mostrar, a través de ella, la riqueza y actualidad que las posiciones del literato Ernst Jünger y el heterodoxo historiador Oswald Spengler ostentan a la hora de confrontarse con la inminente realidad de la tecnificación moderna acaecida a partir de la Gran Guerra. En vistas de los efectos y repercusión que el libro y la categoría acuñada por Herf tuvieron para la bibliografía sobre los autores, se trata de iluminar aquello que denominación de modernismo reaccionario oculta, soslaya o simplifica: consideraciones teóricas sobre la tecnificación moderna que resultas más robustas, complejas y menos lineales de lo que la etiqueta alcanza a explicar. Superando meras totalizaciones apologéticas o demonizantes de la tecnificación, Spengler y Jünger inauguraron un debate sobre la especificidad de la tecnificación en la Modernidad, su neutralidad, la pregunta por su dominio y la intriga sobre el devenir de lo humano, discusiones centenarias cuyos ecos aún resuenan. Luego de una breve introducción, dedicaremos los dos apartados sucesivos las ideas de Ernst Jünger y Oswald Spengler, respectivamente, mostrando a su vez los propios cambios y corrimientos que sus reflexiones sobre la tecnificación tuvieron en el período señalado desde un análisis basado en la textualidad de sus escritos. Así pretendemos exceder las consideraciones que intentan explicar sus posiciones a partir de un clima de época conservador, volcado hacia el rechazo del liberalismo decimonónico, el nacionalismo radical y la ideología de la guerra, que derivan en la aceptación de la tecnología moderna, como definió Herf.
Palabras clave: tecnificación; modernidad; entreguerras.
¹ Licenciado en Ciencia Política (UBA) y Magíster en Teoría Política y Social (UBA). Becario doctoral del CONICET con asiento en área de Teoría Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani. Miembro del Grupo de Estudios en Subjetivación y Orden Político (GEOP). Docente de Abogacía en la Universidad Nacional de José Clemente Paz. ORCID: 0000-0001-7246-2261. Correo electrónico: gonzalomanzullo@gmail.com
Manzullo, G.
Miradas sobre la tecnificación en el llamado ‘modernismo reaccionario’
Artículos de Dossier
pp. 80 - 102
Abstract
This article aims to recover and discuss the denomination of ‘reactionary modernism’ coined by Jeffrey Herf, by confronting it with the successive ideas of two theoretical exponents grouped under it during the inter-war period in Europe. The relevance of the task is not centred on the specific discussion with the author but on showing, through it, the richness and relevance that the positions of the literary Ernst Jünger and the heterodox historian Oswald Spengler have when confronted with the imminent reality of modern technification after the Great War.
In view of the effects and repercussions that the book and the category coined by Herf had for the literature on the authors, the aim is to illuminate what the term reactionary modernism conceals, overlooks or simplifies: theoretical considerations on modern technification that are more robust, complex and less linear than the label manages to explain. Overcoming mere apologetic or demonising totalisations of technification, Spengler and Jünger laid the foundations of a century-old discussion that still echoes in the debate today: on the specificity of technification in Modernity, the neutrality of technology, the question of its mastery and the intrigue about the future of the human.
After a brief introduction, we will devote the next two sections to the ideas of Ernst Jünger and Oswald Spengler, respectively, showing the changes and shifts that their reflections on technification underwent in the period in question from an analysis based on the textuality of their writings. In this way, we intend to go beyond the considerations that attempt to explain their positions on the basis of a conservative epochal climate, which was inclined towards the rejection of nineteenth-century liberalism, radical nationalism and the ideology of war, leading to the acceptance of modern technology, as defined by Herf.
Keywords: technification; modernity; interwar period.
I. Introducción
Apenas el lector se topa con el prefacio de la obra de Herf (1993), encuentra que ésta se propone un estudio “de la manera truncada y paradójica como la Derecha alemana incorporó la Ilustración” que prescindió de una tradición vital del liberalismo político; en suma, una “incorporación inadecuada y parcial” de la misma a la sociedad alemana, que la redujo a la racionalidad medios-fines y que desembocó en el terror burocrático del nazismo (p. 9).
Tal como indicamos en el resumen de este breve artículo, se trataría según Herf (1993) de una apropiación y recuperación de la tecnología al servicio del nacionalismo y sus peores heraldos, una conjugación de la voluntad con la máquina que dejó atrás el pesimismo cultural romántico al respecto de la tecnificación. Todo ello en el marco tan particular de un episodio fundamental para el siglo XX y para el traccionamiento de la tecnificación: la Gran Guerra y sus consecuencias dramáticas para Alemania. Podemos sintetizar la fórmula herfiana como una aceptación selectiva: Ilustración técnica sin liberalismo político².
Uno de los hitos que el autor atribuye al modernismo reaccionario es el haberse apropiado —y esto no como un acomodamiento táctico o circunstancial— de la tecnología, símbolo de la Zivilisation occidental, desde la cultura [Kultur], superando una dicotomía que pudiera existir en el discurso entre ambas, o bien trayendo así al campo de la Kultur el mayor prodigio de sacérrimo némesis, la civilización: “sostenían estos modernistas que Alemania podría ser a la vez tecnológicamente avanzada y fiel a su espíritu” (Herf, 1993, p. 21).
En la recuperación de esta descripción del modernismo reaccionario alemán suele olvidarse algo que el propio Herf (1993) se preocupa en señalar que se trató de integrar la técnica a un sistema más complejo, de manera tal que permitió a la derecha alemana —tradicionalmente romántica y nostálgica en sus generaciones precedentes— quitarse ese lastre y obtener una visión de futuro no apocalíptica³. El gran problema es que esta lectura desemboca por el lado opuesto, pues achaca a esa apropiación de la tecnología moderna una apología de la tecnificación y de la guerra que tendría la entera culpa de la barbarie nazi posterior⁴.
Precisamente de esa deriva, tan enfáticamente marcada por el autor, queremos partir como puntapié para distanciarnos. Pues el propósito es ver más allá: se trata más bien de señalar cómo en la incorporación de la tecnología a la cultura alemana, tan singular como dijimos, aparecen rasgos particulares que valen la pena destacar por ser relevantes para una discusión actual sobre la tecnificación. Para ello, nos dedicaremos a los dos autores mencionados mediante una recopilación sintética de algunas de sus reflexiones más relevantes en torno a la tecnificación, pues, más allá de sus singularidades y distancias —además de ser contemporáneos y dialogar entre sí— fueron todos connotados por Herf (1993) en su definición del modernismo reaccionario.
Nos referimos al heterodoxo historiador Oswald Spengler y al literato Ernst Jünger, a quienes Herf (1993) dedica especialmente los capítulos tercero y cuarto de su obra, a diferencia de otras figuras de su modernismo reaccionario que no ocupan un lugar central, cuyas obras a su vez sí fueron profusamente revisitadas por la literatura posterior, como la de Carl Schmitt o Martin Heidegger.
Si no se trata de aunar sencillamente a Spengler con Jünger —como lo hace— entre otros⁵ el mote de modernistas reaccionarios. Pretendemos evitar las caracterizaciones de autores como Brüseke (2005) que sugieren la existencia de dos vertientes de pensamiento sobre la técnica en el período: una más ligada al pesimismo y la decadencia, representada por las reflexiones de Oswald Spengler, y otra que lee la tecnificación en clave salvacionista, ligándola a la experiencia de la guerra como purificación, y apegada a cierta metafísica, donde Jünger sería el principal exponente.
Consideramos que reapropiaciones como la de Herf (1993) simplifican la riqueza de aquellos aportes teóricos encolumnados bajo la etiqueta señalada⁶. No se trata solamente de la aceptación de la tecnología moderna por los pensadores alemanes que rechazaron la razón de la Ilustración, como lo definió. En aquellos autores pueden hallarse también los núcleos de un debate sobre la tecnificación que aún revisten relevancia para la actualidad, pues escapan a las totalizaciones burdas de la mera apología y la demonización, como las preguntas por la neutralidad de la técnica, su dominio y el lugar de lo humano ante su avance.
Para lo que sigue, elegimos recomponer algunas ideas de dos de los principales referentes de aquella corriente que son autores mucho menos revisitados que otros integrantes de esa tradición, como el jurista Carl Schmitt o el filósofo Martin Heidegger: nos enfocaremos en el literato Ernst Jünger y el heterodoxo historiador Oswald Spengler. Puntualmente, dedicaremos los dos apartados principales a un análisis textualista de las posiciones sucesivas que sostuvieron a la hora de confrontarse con la inminente realidad de la tecnificación moderna acaecida a partir de la Gran Guerra, en la medida en que consideramos que serán muestra suficiente de que allí es posible encontrar más que irracionalismo, antimodernismo y romanticismos alemanes; mucho más que la apropiación de la tecnología al servicio del nacionalismo.
De tal modo que, antes que un capricho o una discusión puntual con el autor de El modernismo reaccionario, la tarea y el debate con aquél cobran sentido precisamente a la luz de la repercusión que el libro y la categoría acuñada por Herf (1993) tuvieron para la bibliografía posterior sobre los autores, excediendo con creces su potencia explicativa. No se trata de encasillar a los autores en las dicotómicas opciones de vanguardia o retaguardia, sino de mostrar la complejidad de sus reflexiones sobre la tecnificación.
Si cumplimos nuestro objetivo podremos mostrar al lector un panorama algo más ambiguo, una trama antes que una superficie lisa, y por eso también más interesante, en torno a lo que los teóricos alemanes reflexionaron a cuento de la tecnificación durante el período de entreguerras, evidenciando que —antes que la mera apología o la demonización de aquel proceso— pueden ser recuperados como puntapié para pensar más allá de esas balizas y plantear preguntas tanto teórico políticas como ético-políticas necesarias, y aún vigentes.
En vistas de las características y propósitos del camino delineado recién, haremos uso de un abordaje teórico-político del problema basado en el análisis bibliográfico de las fuentes a través de un prisma crítico-interpretativo. Es decir, nuestra tarea compromete un esfuerzo hermenéutico-exegético para acercarnos a las fuentes y bibliografía, atento a los contextos en que fueron producidas y valorando, simultáneamente su aporte al debate actual (Gadamer, 1998). Apelaremos de manera directa a los autores referenciados en el período señalado, como así también a comentaristas y autores secundarios para obtener, a través de este gesto, una interpretación que enhebre de manera triple “el presente, el texto y la historia” (Nosetto y Wieczorek, 2020, p. 11).
II. Oswald Spengler: más allá del pesimismo cultural
La intención aquí será la siguiente: nos detendremos en la obra de Oswald Spengler para recuperar algunas de sus posiciones alrededor de la cuestión de la técnica que se cifran en torno a una visión del despliegue de la tecnificación en la época y a una cierta manera de leer el devenir histórico y el futuro en la Modernidad occidental (Cagni y Massot, 1993; Herf, 1993; Losurdo, 2003; Traverso, 2003, 2022). Daremos cuenta del papel que la tecnificación ocupa ante la decadencia vital de la civilización occidental y sus desafíos en la obra del alemán.
Veremos que la tecnificación, como proceso ineludible del pasaje de toda cultura a su fase civilizada, y la trayectoria particular de la civilización occidental a ese respecto, se engarzarán con la concepción de la técnica vista ya no desde las culturas superiores, sino desde la historia del ser humano en su origen y en comparación con los demás seres vivos, entendida como táctica para la vida y en su carácter primitivo. El carácter distintivo y relevante de la técnica moderna, fáustica⁷, aunque presente, se verá matizado por momentos en la escritura de Spengler. El autor señaló la dimensión mítica y religiosa originaria de toda técnica y el peligro de su autonomización como un problema eminentemente moderno⁸.
Centraremos nuestro análisis de la producción teórica de Oswald Spengler poniendo especial atención en los dos volúmenes de La decadencia de Occidente, pues nos permitirán deslindar qué hay de típico y de distintivo en la cultura occidental para pensar la cuestión de la tecnificación. Abordaremos también Prusianismo y socialismo, pues ahí hallamos ciertos puntos de inflexión respecto a las visiones aparecidas en los escritos previos en torno al lugar de la tecnificación en el marco de la emergencia del capitalismo financiero, que se conectarán luego con una urgencia por rehabilitar lo político en Años decisivos⁹. Nos detendremos en El hombre y la técnica, en la medida en que allí Spengler intenta tomar una perspectiva antropológica para pensar la tecnificación que vale la pena poner en diálogo con sus demás obras.
Con el primer volumen de La decadencia de Occidente —escrito en 1917 antes de que la Gran Guerra toque su fin— podemos observar que Spengler indaga en los correlatos culturales y políticos que implica la tecnificación moderna. Allí se explica que es en el pasaje de signo decadente¹⁰ de la cultura a la civilización, proceso inevitable para el destino de toda cultura considerada como organismo biológico, donde tiene lugar un movimiento de abstracción en el cual las formas culturales se vacían de la vitalidad que las caracterizó en sus etapas previas.
A la manera de las plantas del reino vegetal, las culturas atraviesan la juventud, la madurez y llegan inexorablemente a la decrepitud. La tecnificación, por el momento, resulta un rasgo propio de toda cultura que ha transitado hacia la civilización, como consecuencia del proceso de decadencia y abstracción de sus formas y alma distintivos.
En este marco, la técnica aparece inicialmente, como un apéndice de este gran proceso de abstracción, que coincide con la vida en las grandes urbes, la aparición de las masas y la supremacía del dinero en las sociedades. Sin embargo, esa caracterización inicial de toda tecnificación en cualquier cultura civilizada, y por eso decante, se modificará con la reflexión puntual sobre el devenir de la cultura occidental, tanto dentro de La decadencia…como en obras posteriores, complejizando y modificando su relevancia.
Por su perspectiva histórica, autodenominada morfológica y fisiognómica —inspirada en Goethe y Nietzsche— la técnica tenía inicialmente un papel recurrente antes que distintivo, pero la cuestión toma otro cariz en tanto Spengler se detiene en el análisis de la cultura occidental: toda cultura es contemplada como si fuera el cuerpo perecedero que expresa una determinada alma. En el caso de la cultura occidental, su alma fáustica inspira un distintivo anhelo a lo ilimitado, la idea de un espacio cósmico infinito —inexistente para el mundo antiguo— y una cierta relación con el tiempo que pone en primer plano la memoria y la voluntad de perdurar en el futuro, para la cual la emergencia del Estado resulta fundamental.
Esta cultura, con su alma determinada, tiende de manera apasionada hacia el infinito con una contemplación especial del afán por descubrir como tendencia propia de la naturaleza fáustica. En ese sentido, el momento del pasaje hacia la civilización en la cultura occidental no resulta un episodio que pasa desapercibido, sino que marca un punto de quiebre en la cultura occidental, donde la técnica (fáustica) hace época y afecta todo a su alrededor.
En el período gótico, la cuestión se radicaliza con un elemento adicional, en tanto que la occidental deviene cultura de la voluntad y del dominio del espacio cósmico, tal como se cristaliza en las hazañas de Copérnico, Colón y Napoleón: manifiestan la identidad occidental entre espacio y voluntad. Entonces, el alma fáustica posee una disposición eminentemente histórica en la que el yo tiene un carácter constructivo y orientado al hacer, rige al mundo por la forma y esto implica igualmente un imperativo moral: la ética fáustica es una ascensión en el perfeccionamiento del yo y su mejoramiento, desde Santo Tomás de Aquino hasta Kant. Este afán de dominar el curso del mundo es también lo que constituye el contenido ético de la vida en la humanidad fáustica.
Así, la realización de lo universal y permanente es fáustica: existe un “anhelo indomable que empuja el hombre fáustico a los descubrimientos y las superaciones” (Spengler, 2002, p. 556). Las premisas de la voluntad de poder nietzscheana son abrazadas por el alma fáustica, que desde el siglo XIX les dio una forma mecánico-utilitaria.
Entonces podemos distinguir las dos fases de la existencia occidental: una fase culta antes, otra después de su tránsito hacia la civilización, a partir del 1800. La civilización occidental es vida rezagada, artificial, desarraigada de las grandes urbes, cuyas formas dibujan el intelecto. Es un mecanismo producto del anquilosamiento. En términos políticos, Spengler indica que se trata de la época de la democracia representativa, que Spengler asimila a la existencia ciudadana mecánica, y de las masas inorgánicas y fluctuantes como pueblos de las grandes urbes. Es una etapa que carece de la profundidad y el simbolismo presentes en el florecimiento de la cultura, donde la ética formal fagocita la metafísica. Con esto, Spengler apunta el meollo de los problemas de la modernidad occidental, incluida la tecnificación: el despliegue del alma fáustica en la época de la decadencia civilizatoria.
En 1919, con la aparición de Prusianismo y socialismo (1984), Spengler (1993) explicita que el prusianismo estrecha manos con la cultura occidental: se relaciona con la guerra mundial, con los medios de la técnica fáustica y de los inventos. La continuidad con las obras anteriores es manifiesta, a punto tal que el autor confiesa que la obra de 1919 surge de las anotaciones que realizó durante la confección de La decadencia…, especialmente el segundo tomo, pues allí el alemán no desconoce la visión morfológico-universalista previa, pero parece radicalizar el carácter distintivo de la civilización occidental. También la caracterización del alma fáustica, en su coincidencia con la voluntad de poder, es refrendada, pues se destaca como un rasgo antiguo “la falta de voluntad de potencia en la técnica” (p. 58).
Los avatares teóricos de Spengler parecen ser sucesivamente monopolizados por la atención en la cultura occidental, que deviene protagonista por su primacía planetaria gracias a la voluntad de poder que la domina. Se trata de una civilización cuyo teatro es la tierra entera, esta es su novedad histórica.
De modo tal que el ciclo común al desarrollo de toda cultura tiene una deriva distintiva con el alma fáustica: saber no es virtud como en el confucianismo, el budismo y el socratismo, sino que saber es poder para la civilización europeo-americana y “solo en ella tiene sentido esta creencia” (Spengler, 1993, p. 360). Es siempre un saber para utilizar. Ello provoca una tensión espiritual que se completa con la necesidad de liberación con cierto culto, mística contemplación, encanto de lo irracional, extraño, raro o absurdo. Así, la creencia verdadera “sigue siendo la creencia en los átomos y en los números; pero esta creencia necesita el abracadabra culto para ser tolerable a la larga” (p. 362). Emerge, como etapa común al ciclo de toda cultura, lo que Spengler denomina segunda religiosidad. Una fe para la cual las demostraciones comienzan a ser juegos de palabras míseros y aburridos.
En el primer tomo de La decadencia de Occidente podemos encontrar también una anticipación de las posiciones que, en clave de una cierta antropología filosófica (Piro, 2013) fueron expresadas más tarde en El hombre y la técnica. Spengler (2002) reconoce:
La existencia de una técnica primitiva e instintiva, presente tanto en el hombre como en otros seres vivos, respecto de la cual la intelección se independiza en el ser humano y se desenvuelve de manera independiente a partir de la costumbre de hablar con palabras. La dimensión mítica originaria de toda técnica primitiva cede lugar a la inclinación teorética, al desarrollo de un nuevo saber y una nueva técnica de orden superior: de carácter cultural, impulsada por la fe y destinada a conjurar el misterio como también el terror del mundo circundante. Toda la filosofía, toda la física, todo conocer remite al encantamiento y conjuro primitivos. (p. 672)
Aunque esto no resulta del todo contradictorio con la técnica como fase ineludible de toda cultura decadente, ni con el carácter distintivo de la técnica fáustica, añade una capa más a las reflexiones al respecto: la técnica es táctica para la vida de todo ser vivo, hasta que, traspasado cierto umbral en el desarrollo humano, se independiza de la vida y sus caminos se separan.
Esta idea vuelve también en el segundo tomo de La decadencia de Occidente cuando el autor señala este momento como aquel en donde, en términos religiosos, se distingue el mito del culto: la vía de la teoría se independiza de la técnica en cuanto táctica de vida, y con ello se puede distinguir la humanidad primitiva de la humanidad superior. El mito incluye toda técnica, inclusive la palabra y el idioma, todo cuanto forma parte de la intención creyente de descifrar los secretos del mundo circundante, mientras que el culto implica la intención de manejarlos. De manera tal que toda técnica supone el talento espiritual del conjuro. Tanto la ciencia como la técnica en general traban una relación con la religiosidad, pertenecen a un fondo común que es el mito.
Por otra parte, Spengler (1993) señala un camino sin salida para este desarrollo emancipado de la técnica desde su origen panreligioso: en primera instancia, como ya dijimos, no abandona nunca el suelo religioso, pero mientras que la teoría religiosa conduce a una práctica sacerdotal, la teoría científica queda disuelta en la práctica, en el saber técnico de la vida diaria. La física occidental fue antes que sirvienta de la teología, más bien la sierva de la voluntad técnica de poderío, y por eso se orientó en el sentido matemático y experimental; fue esencialmente “mecánica práctica” (p. 350). Fue por completo técnica, primero, y teórica después, es tan antigua como el hombre fáustico mismo. No ocurre algo parecido en ninguna otra cultura. Solo en la moderna técnica occidental se evidencia la unión del conocimiento con la aplicación que “quiere reducir el mundo a su voluntad” (p. 581). Consecuentemente, cuanto más “se emancipa el saber teórico de la aceptación creyente, tanto más se acerca a su propia anulación. Lo único que queda es la experiencia técnica” (p. 315).
Esta elaboración de Spengler sobre el lazo entre religión y técnica se radicaliza en el marco del cristianismo, y la cultura occidental. En la cultura y la conciencia china, por ejemplo, no hay una idea de la superación técnica de la naturaleza, explica. Es decir, Spengler enlaza la religión cristiana en general, y sus fundamentos, con el alma fáustica en el derrotero de la técnica moderna.
La principal conclusión que Spengler (1993) extrae de ello es la inversión de los términos clásicos para concebir la relación con la técnica: si toda máquina necesita de un ingeniero o especialista que la controle, ahora es ella la que nos obliga, ella quiere ser servida y dirigida. Estas máquinas que nuestra cultura construye “van tomando cada día formas menos humanas; van siendo cada día más ascéticas, místicas, esotéricas” (p. 584). Se hacen cada día más espirituales, ya no hablan sus ruedas, cilindros y palancas.
El hombre fáustico se convierte en esclavo de su creación y con ello de la técnica en general. Pero este desarrollo es íntimo al alma fáustica y a nuestra cultura occidental. Se trata de la misma conclusión a la que Spengler arriba con El hombre y la técnica (1933): pasado el optimismo del progreso y el superficial entusiasmo por las conquistas de la humanidad, se revela que no hay estado de perfecto equilibrio ni autosuficiencia en la tierra.
Cualquier ideal de progreso técnico como ahorro de trabajo humano o mejoramiento efectivo de las condiciones de vida se ve explícitamente contradicho¹¹. El autor afirma que la técnica “se ha convertido en un misterio” (Spengler, 1933, p. 99). De manera que el mundo artificial atraviesa y envenena el natural, la civilización se convirtió ella misma en una máquina, todo lo hace o quiere hacerlo maquinalmente, en términos de energía y aprovechamiento¹². Ante este trágico panorama, Spengler (1933) avisa que la técnica no se agota, mientras sí parece hacerlo la cultura y el pensamiento fáustico, que comienza a hartarse de la técnica, en un cansancio que deriva en pacifismo en la lucha contra la naturaleza, en la búsqueda de formas vitales más sencillas y a eludir la esclavitud de la máquina. Aquella, por su parte, “descubriría muy pronto otras fuerzas distintas”, mientras “el pensamiento, que en ella actúa, permanezca en la altura, sabrá siempre crear los medios necesarios para sus fines” (p. 101-102). En el plano geopolítico, ese proceso se revela como la amenaza de pérdida del monopolio del saber técnico ostentado por la cultura occidental, que contribuyó históricamente a su dominio económico-político (Spengler 1933; 1934).
La vida declinante de toda cultura, especialmente de la occidental, parece separarse de cualquier ocaso de la técnica, pues la máquina alcanzó finalmente el movimiento perpetuo, lejos de todo sentido y fuera de la historia, descentrando todo protagonismo occidental y, finalmente, humano. Frente a ello, los últimos escritos de la vida de Spengler muestran la creciente importancia de una revitalización de lo político, especialmente con la emergencia de grandes hombres y un énfasis en la decisión, a la luz de un contexto de urgencia y acción menesterosa. Una dimensión política cesarista que sin embargo no alcanza a adquirir contornos tan claros, pero que parece la llave para destrabar el momento histórico que Spengler atestigua¹³.
En el sintético recorrido elaborado más arriba, es posible ver que, aunque inicialmente relegada al interior de la autodenominada visión morfológica y fisiognómica sobre las culturas y la historia —donde la tecnificación es una arista más del marchitamiento vital de toda cultura como organismo en el tránsito hacia la civilización y la abstracción de sus formas—; la trayectoria de la tecnificación adquiere un estilo distintivo cuando Spengler se detiene a meditar sobre la cultura occidental de manera puntual y específica, pues allí tiene lugar la radicalización en la fase civilizada —tránsito que se inicia alrededor del 1800— de un núcleo duro de simbolismo, distintivo para cada cultura, que el autor determina como el ‘alma fáustica’. De modo que, si la cultura occidental se revela como distintiva por su especial alma, también resulta relevante el período civilizado de la misma, con su consecuente tecnificación, para pensar la amenaza para el despliegue de lo político en la Modernidad. Asoma así una técnica que podemos sencillamente calificar de moderna, referida a un punto específico en la historia humana y de la cultura occidental.
De la técnica moderna se desprenden problemas propios y particulares como resultado de las pretensiones que su alma fáustica expresa. Cuando en el tránsito hacia la civilización, en la edad gótica aproximadamente, los aspectos distintivos del alma fáustica se vinculan y confluyen con la voluntad de poder y dominio sobre la naturaleza, se produce un cambio histórico decisivo que dictamina el despliegue planetario de la técnica occidental en la Modernidad.
La dimensión mítica originaria de toda técnica, orientada a descifrar los secretos del mundo circundante, se troca en culto con la intención de manejar esos secretos, dominarlos, hasta llegar a su propia anulación. Con ello asoma también el problema de la autonomización: el espíritu fáustico y la civilización occidental encuentra su término mucho antes que la técnica soberana e independizada de todo impulso vital, y se vuelve esclavo de ella como de la dinámica de voluntad de poder que él mismo había promovido.
Si bien es cierto el rechazo y la visión crítica desplegada por Spengler respecto del racionalismo, el pensamiento abstracto científico y del marxismo, así como la reivindicación de un socialismo prusiano en su obra, tal y como Jeffrey Herf señaló; no es posible concluir que se trata allí de una mera inculcación de la tecnología moderna, sino que más bien encontramos una reflexión preocupada por los avatares ético-políticos de la tecnificación en la época, a punto tal de señalar el peligro de su autonomización¹⁴.
Herf pareciera olvidar u omitir las advertencias del propio Spengler en torno a la técnica en sentido amplio, que incluyen sus protestas contra la economía, ciencia y derecho; donde la técnica no sería un mero instrumento sino un factor que tiene potencialmente la capacidad de independizarse de los hombres y volverse contra ellos al complejizarse y universalizarse. Representa por ello un peligro. Tal es la obstinación de Herf (1993) que se expide más adelante al respecto y sostiene que si bien en La decadencia occidental el alemán afirma que la máquina es el diablo, de lo que se trataría es de hacer “un pacto con este demonio” (p. 136).
Continuaremos con el ejercicio analítico trasladándonos hacia la obra de Ernst Jünger, otro de los apuntados por Herf, para tratar de dar cuenta de lo que hay más allá de la descripción volcada en El modernismo reaccionario.
III. Ernst Jünger: auge y ocaso de la construcción orgánica
La caricatura que Herf (1993) realiza de la obra de Jünger es todavía más mordaz y admite menos ambages que la piadosa ofrecida sobre Spengler: la sentencia dictamina una celebración de la técnica apelando tanto a la experiencia mítica de la guerra que pudieran compartir sus congéneres, como al desconocimiento de la misma de los más jóvenes para persuadir sobre la conjunción entre reacción política y tecnología moderna.
Aquí la crítica del autor es que este endiosamiento de la tecnología y su remisión a fuerzas ocultas y a veces mágicas, vela las relaciones sociales por detrás de ellas: de acuerdo con Herf (1993), en Jünger nos topamos con un “determinista tecnológico extremo […] un mitómano y no un analista social. No se esforzaba por explicar por qué había una conexión entre la tecnología y la dominación social. Simplemente afirmaba que así ocurría.” (p. 226-227). “Esteticismo amoral de la forma tecnológica”, es el título con que Herf denosta a Jünger (p. 174).
Herf no es el único que incurre en una lectura superficial de la obra del literato alemán, más preocupada por señalar su conexión con la barbarie del nazismo a partir de resaltar su vitalismo e irracionalismo (Meyer, 1990; Kahler, 1977; Von Krockow, 2017), que por desplegar una comprensión profunda de su pensamiento. Pero Jünger fue más que un apologeta o fetichista de la guerra y la tecnificación. Inclusive hay quienes sostienen que es posible separar, en la propia obra de Jünger, una etapa juvenil, marcada por una postura más proclive al culto a la tecnificación, de otra crítica y madura, en la que reflexiona con distancia de ella (Fermandois, 1995; Calvo Albero, 2000). En ese sentido recuperamos la opinión de Peter Sloterdijk (2003) respecto a que sería improductivo enterrar a Jünger bajo “una sospecha de fascismo demasiado burda” (p. 294), cuando de lo que se trata más bien es de un agente secreto que supo escuchar en medio de esas estructuras de pensamiento y sentimiento como ningún otro.
Los escritos de Ernst Jünger elaborados desde 1920 retomaron algunas de las premisas a las que también arribó Spengler: nos referimos a admitir el carácter moderno de la tecnificación que atestiguaba y al intento por reflexionar respecto a las consecuencias y transformaciones que ella tuvo para la vida social e individual, especialmente en el marco de la experiencia en el frente de batalla durante la Gran Guerra.
En sus escritos de entreguerras es posible observar el adelantamiento técnico propugnado por la intensificación de la guerra, que lo llevó a acuñar la categoría de movilización total, a partir del magnetismo que el enfrentamiento bélico encarnó para la vida pública. Jünger intentó describir ese cambio mundial y el arribo de una nueva época u orden, que dejaba atrás viejos valores burgueses-liberales, criticando a la par de ello el uso ilustrado de la técnica y la fe cultual en el progreso. Pero sus escritos desde 1934 mostraron también la preocupación directa por indiferencia axiológica de la fe en el despliegue de la técnica y sus consecuencias políticas de carácter nihilista; algo sobre lo que Herf, como tantos otros intérpretes, no ha parado de mirar.
El interés del alemán por la cuestión de la guerra y sus consecuencias se engarzó con el problema de la tecnificación y obró de prisma para comprender la historia hasta volverla inteligible en su sistema teórico. En Tempestades de acero (1998), publicado en 1920 como un escrito que hibrida segmentos reflexivos y narrativo-descriptivos de su experiencia en el frente de batalla, Jünger comienza a desplegar, a cuento de la guerra, reflexiones teóricas sobre las innovaciones técnicas allí acaecidas y sus consecuencias. La estetización y teatralización del horror ocupa un lugar importante en la obra temprana de Jünger, como señala Herf (1993), pero ello no lleva a su banalización: el alemán no ahorra palabras ni escamotea en describir el horror junto a la destrucción inaudita provocada por la guerra, tanto como el hastío de la vida en las trincheras, donde se produce una asimilación en guerra y trabajo cual si se tratara de jornadas fabriles.
Respecto de las innovaciones técnico-bélicas, Jünger (1998) describió el pasaje de la guerra de movimientos, tradicional en los enfrentamientos previos, hacia una interminable guerra de posiciones, presa de las trincheras. Por otra parte, la Gran Guerra se caracterizó por su “gigantesco despliegue de medios” como una “guerra de material” (p. 44) basada en la batalla mecánica, donde tanques y aviones resultan artefactos predilectos de combate. El principal cambio que constata el autor en la actividad diaria para esta nueva fase es el incremento de la intensidad y la violencia del intercambio de disparos, granadas de mano y minas explosivas.
En este sentido, cobra importancia la aparición de otra innovación: los ataques de gas. Jünger se detuvo especialmente en la descripción del funcionamiento de las trincheras, los embudos generados por las explosiones en la tierra y que se utilizaban tácticamente para avanzar y defenderse, los aviones, los tanques, los lanzallamas, las minas, bombas de efecto retardado, granadas de mano, los cascos de acero, y los proyectiles utilizados durante la guerra; dando cuenta de la relevancia que estas innovaciones técnicas tuvieron en su percepción de la guerra.
La otra gran novedad e innovación se trata de lo que fue tematizado bajo la denominación de ‘movilización total’ (Jünger, 1995a): la guerra exigió una total disponibilidad de movilización de poblaciones y Estados beligerantes. No existirá más, tanto en el frente como fuera de él, distinción entre combatientes y no combatientes o civiles. Esto no sólo desde la perspectiva del discernimiento de quien ataca, sino también desde la dimensión de los medios de ataque, tales como los bombardeos y el gas mortal. Inclusive es total la destrucción, que no discrimina entre vencedores y vencidos, equiparando a los estados de ambos bandos en lo que hace a sus efectos.
Esta guerra abrió una nueva etapa histórica: la Gran Guerra, explica Jünger (1995a), como si se tratara de un tornado o de una fuerza centrípeta, atrae todo hacia sí misma, lo pone en su órbita, marca el pulso de lo que la rodea y de esa forma también lo moldea a su imagen. El modo en que el desarrollo de la guerra, con su despliegue, altera y destruye el paisaje urbano y civil donde transcurre es especialmente destacado por el autor. Hasta aquí, hallamos en el reflejo de la experiencia fenomenológica del combate en el frente durante la Primera Guerra Mundial y la destrucción que habilitan los nuevos medios técnicos de combate, un descubrimiento del autor: la totalización de la guerra sobre la vida, la disponibilidad que ella exige a los hombres y Estados.
El énfasis en la devastación de los nuevos medios técnicos de combate se engarza con su correlato para los seres humanos: la guerra y el combate, con su peligro y sus ambivalencias, estaba forjando un nuevo tipo de hombre, a la par que revelaba el rostro de un nuevo orden planetario venidero. El escritor alemán se detiene enfáticamente sobre el problema de la técnica y refiere a la unidad que se forja en el ejército entre personas, animales y máquinas: se forjan en una sola arma, afirma, en lo que parece un anticipo del concepto de ‘construcción orgánica’ que aparecerá posteriormente en El trabajador.
Explica que la máquina “es la inteligencia de un pueblo fundido en acero. Multiplica por mil el poder del individuo y da a nuestras luchas su carácter terrible” (Jünger, 1926, p. 104). Por momentos, la batalla de las máquinas adquiere una faz impersonal e inhumana. El hombre casi desaparece ante ella. Sin embargo, “detrás de todo está el ser humano. Él da a las máquinas dirección y significado” (1926, p. 104). En ese sentido, la despersonalización de la técnica no exhorta su inhumanidad, sino que más bien lo que es dejado de lado es el sujeto en su individualidad personal, mientras que la humanidad y el pueblo cumplen un papel importante. Este reproche de la individualidad como límite para la técnica y la subsunción de lo social a ella se profundizará en El trabajador.
Es necesario entonces matizar o, mínimamente, tamizar la opinión de algunos comentaristas de la obra de Jünger (Calvo Albero, 2000; Losurdo, 2003; Rossi, 2003; Von Krockow, 2017, Durán Guerra, 2021) en cuanto a que estos escritos revelen una fetichización, ensalzamiento o estetización de la guerra, el combate o la lucha (Elias, 1997; Cuasnicú, 2014), sino una indagación respecto de su carácter relevante para la vida humana, que no desconoce su faz destructiva ni horrorosa, y sobre todo revela sus aristas novedosas. Como indica Tejado Rüland (2015), el relato de la guerra en 1920 es ante todo fiel y comprometido con lo narrado, transmitiendo la aceptación de la guerra como destino, pero también sus horrores y crueldades. Contra las etiquetas de neoconservadorismo o fascismo militarista de ardor guerrero se expresa también Rosaleny (2007), afirmando que en la obra Jünger es posible hallar, más bien “intentos de lidiar con el sinsentido, prácticas de consolación, o efectos de una metafísica bien trabada” (p. 73).
En los años siguientes, llegando a 1930, Jünger desarrollo y condensó algunas ideas dispersas sobre la técnica y la tecnificación del mundo, siendo El trabajador el pináculo y la versión más sistematizada de ellos durante estos años¹⁵. Tal es así, que el propio Jünger admite que sus escritos de esa década tienen en común la discusión con el progreso, en especial respecto de la prepotencia de la técnica. En esos ensayos reconoce haber visto con anticipación algo que entonces le fascinaba y que luego más bien lo angustia. Es decir, las reflexiones sobre la guerra que elabora Jünger estaban en cierto modo al servicio de la cuestión de la técnica.
La movilización total ([1930] 1995a) lleva a Jünger a una discusión acerca del progreso, entendido como máscara de la razón e ideología burguesa: en la Gran Guerra “el genio de la guerra se compenetró con el espíritu del progreso” (p. 90). Éste enfatiza en el movimiento más secreto que se esconde tras el mascarón de proa del progreso y que se revela, a la luz del tiempo, como una “falacia óptica”. Es una fuerza de índole cultural, una fe¹⁶ , que se atrevió a “extender hasta el infinito la perspectiva de la finalidad”. Es la gran Iglesia popular del siglo XIX (p. 92).
Lo que apunta Jünger, entonces, es la relevancia del progreso como factor moral, como fuerza capaz de mover, de movilizar el mundo de manera decisiva y total como nunca antes aconteció. El progreso, tal como se ve con la Gran Guerra, permitió un proceso nuevo, al que denomina movilización total. El carácter total de la movilización es completamente inaudito para el tiempo y la historia. De manera que, hasta la segunda mitad del siglo XIX, era posible librar, ganar y perder batallas con total independencia del rechazo o la indiferencia popular ante ellas. El nuevo tiempo augura entonces nuevas posibilidades.
El alemán avisa que la movilización total no es otra cosa que índice de una movilización más alta, que ese tiempo efectúa con una legalidad propia. La movilización total, explica, puede cambiar de área, pero no de sentido. La capacidad de movilización del progreso, demostrada hasta ese momento, adolece sin embargo de un fetichismo de la máquina y un ingenuo culto de la técnica. Como si tomara la expresión exterior, la técnica, por el sentido más profundo, el progreso no puede interpretar el movimiento que protagoniza¹⁷ . En suma, la guerra tuvo un final, pero no así la movilización. El diagnóstico de La movilización total nos previene así del cambio de paradigma que tiene lugar a partir de la Gran Guerra, con el ocaso y golpe de gracia a un orden burgués.
Será en el escrito de 1932 donde se ensaya la descripción plena: El trabajador parece ser el intento más comprometido y sistemático por ahondar en el detalle de las incógnitas que deja abiertas el escrito de 1930 sobre las modificaciones planetarias que impone la técnica (Lübbe, 1993). Como se explica en 1932 con El trabajador¹⁸ (2003), “la movilización de trabajo viene a tomar el relevo de la movilización total bélica, y al servicio militar obligatorio le sucede un servicio obligatorio del trabajo” (p. 270). “En el nuevo orden que inaugura la Gran Guerra, el tipo humano emergido es el supremo medio de poder a disposición de la figura del trabajador, cuyo empleo preciso “está operando una política nueva” (p. 76).
La mayor innovación que Jünger introduce en este extenso ensayo es la noción de ‘figura’ [Gestalt], articulador central de su pensamiento junto con la técnica y el trabajo como principales conceptos ontológicos (Cuasnicú, 2014) y considerada por Ocaña (1993) como una metafísica que “constituye una suerte de «algodicea» contemporánea, un relevo secularizado de las viejas teodiceas” (p. 21) comparable al Eón gnóstico. El alemán nos advierte que en el espacio y en el tiempo es posible encontrar una variedad de figuras, en plural. Se trata de sujetos metafísicos que, provisionalmente, no es posible ordenar de modo jerárquico. La figura propia de la época actual tiene la impronta del trabajador. Las figuras, entonces, son magnitudes que articulan el mundo, otorgándole sentido, en una unidad con una ley decisiva. Como afirma Cuasnicú (2014), la figura se expresa de un modo shakespeariano: es o no es. Son representantes del espíritu del mundo para una época determinada e imperan con necesidad. Esto no es visible para todos, sino solo para aquellos ojos capaces de captarlo, pero se refleja tanto en el arte, en la ciencia, en la fe y en la política siempre que acudamos “con figuras y no con conceptos, ideas o meros fenómenos” (Jünger, 2003, p. 39). La historia, por ello, tiene como contenido propio el destino de las figuras. Si en el escrito de 1930 Jünger narra la capacidad que la fe cultual en las ideas del progreso tuvo para desarrollar la movilización total, ahora se explica la incapacidad del mundo burgués para movilizar la llegada del nuevo orden. La aniquilación de las valoraciones propias del espíritu burgués es necesaria para preparar esta vida nueva, porque se han vuelto abstractas y autocráticas hasta llegar al nihilismo. Fue el estallido de la guerra en 1914 lo que puso el punto final a ese tiempo burgués y abrió la vida nueva: no se libró entre dos grupos de naciones sino también entre dos edades. En clave nietzscheana, Jünger (2003) añade que se ha vuelto “inútil seguir ocupándose en una transvaloración de los valores –ahora basta con ver las cosas nuevas y participar en ellas” (p. 58). Participar en este destino es sinónimo de libertad y con ello la vida porta un poder y responsabilidad históricos. En el nuevo orden, que se impone con necesidad, la posición decisiva pertenece al trabajador.
En cuanto a los medios y específicamente en torno al problema de la técnica, Jünger (2003) explica que la figura está en una zona en la cual se es superior y no objeto o sujeto de la destrucción que se atestigua. La técnica no es una esfera neutral de validez universal que admita cualquier fuerza, como podría suponerse. No existe una técnica en sí, sino que “cada vida tiene la técnica que a ella le resulta adecuada, que le es congénita” (p. 77). La penetración de la técnica en el mundo y en todas sus esferas —la Iglesia, el campo, la guerra, el tráfico, el arte, la política, etc.—, es decir, su planetarización, es símbolo y expresión de la figura del trabajador, porque sólo él sabe tomar estos medios, como un cuchillo, por el lado que no cortan y adueñarse de ellos. Para otros personajes, que le dan una cálida bienvenida a la técnica, pero sin saber que ésta cumple parcialmente sus aspiraciones, aquella se vuelve contra ellos: “es un medio aparentemente neutral, pero del que únicamente el trabajador dispone sin contradicciones” (p. 279).
En este nuevo panorama solo queda la alternativa de ser un representante de la figura del trabajador o perecer. La técnica parece ser el uniforme de la figura o, como explica Ocaña (1993), un epifenómeno “cuya lógica obedece a un fondo metafísico” (p. 239). No son los medios técnicos los que modifican la faz del mundo, sino la voluntad peculiar y específica tras de ellos, sin la cual no son otra cosa que juguetes, pero aquella voluntad no radica en los seres humanos sino en la figura (Jünger, 2003).
Es posible observar que el combate, la guerra, la lucha —como en los escritos de 1920 y 1922— no desaparecen. Respecto del problema de la técnica Jünger señala un error de interpretación, que va más allá de su aceptación o rechazo: poner al ser humano en relación inmediata con la técnica, como víctima tanto como creador. La relación es mediada porque la técnica es el modo y manera en que la figura del trabajador moviliza el mundo. Por lo tanto, el grado en que el ser humano se halla relacionado de manera decisiva con la técnica, siendo favorecido y no destruido por ella, depende del grado en que sea representante de la figura del trabajador. Mientras todo lo demás entra en declive, la técnica, como un Jano Bifronte (Manzullo, 2017), es el único poder que escapa a ello e incluso se expande “hasta los rincones más remotos” rápidamente, mostrando que forma parte de un sistema de referencias “diferente, más decisivo” (Jünger, 2003, p. 151). Aquí se muestra de forma fehaciente el hecho de que no es, como concebida en el espacio burgués, un órgano del progreso, tal como se anticipó en La movilización total: no es posible su uso como medio de poder ordenado a su propio existir.
Por primera vez asoma un problema cuando confrontamos la figura del trabajador con la cuestión de los valores en términos éticos. Allí advertimos la imagen que revela aquel rompecabezas, pues Jünger (2003) reconoce la indiferencia de la técnica al respecto: su esencia “parece ser de naturaleza nihilista en razón de que su ofensiva se extiende al conjunto de las relaciones y a que no hay ningún valor capaz de oponerle resistencia” (p. 158). La cuestión del valor no resulta problemática hasta aquí para Jünger. Más bien, él indica que hay una cierta inmanencia en cuanto a los valores, fuera de la cual la figura no posee cualidad ni atributo alguno: estaría fuera de lugar medir con la vara del valor a esta nueva edad respecto de otras, porque cada edad decide qué tendrá vigencia como norma. El valor, entonces, resulta inmanente y relativo a cada figura y su orden establecido de manera tal que, en todo caso, se diferencian las edades por su alteridad.
La figura del trabajador, entonces, legitima su accionar en tanto que pone a su servicio a un tipo humano nuevo, así como a unos medios técnicos nuevos ajustados únicamente al tipo trabajador. La legitimación se sustrae a la voluntad o conocimiento de la persona singular o colectiva: no se plebiscita ni se encuesta. Por eso, es también es un problema político relevante: la integración a la movilización resulta irrecusable e irresistible y la decisión personal pasa a ser irrelevante.
La disolución de la singularidad y la identidad del individuo como también de la masa, que resultan insignificantes para la era que adviene, destacan por contraste frente al soldado desconocido que asoma en las fases tardías de la guerra y la anonimidad del trabajador. La individualidad, tanto en los objetos como en los sujetos, reviste el rango de una curiosidad o de un objeto de museo en este nuevo mundo, según explica el autor. Un mundo donde la figura se divierte a costa del individuo, de tal manera que la muerte es un proceso que se simplifica y pierde relevancia. Sin embargo, todo esto retornará en Sobre el dolor ([1934] 1995b), pero como problema y ya no como mero pronóstico o corroboración.
El tono con el que Jünger escribe Sobre el dolor¹⁹ altera su visión respecto del concepto de ‘construcción orgánica’ elaborado en 1932, alumbrando un problema eminentemente político: en su mundo contemporáneo puede confirmarse, al verificar el concepto de construcción orgánica, la manera en que el ser humano se convierte en uno de los componentes del mundo técnico, de forma literal. Jünger ratifica la modificación augurada en su escrito de 1932 sobre la transformación del individuo en tipo trabajador, pero agrega que, si observamos aquel proceso desde la perspectiva del dolor, se trata de una extirpación quirúrgica de la zona de la sentimentalidad a la vida que incluye la libertad individual, especialmente en lo tocante a la libertad de movimientos. De ello da cuenta el servicio militar obligatorio, por ejemplo. Lo mismo sucederá con la educación, que “emprenderá caminos más restringidos y a la vez más dirigidos” en pos del cultivo del tipo (Jünger, 1995b, p. 42). Todas estas son expresiones de una relación nueva con el dolor, a la que Jünger rotula como “disciplina”. Este disciplinamiento, afirma Jünger, “sobrepasa con mucho la zona política propiamente dicha” (p. 55), como reveló la época de Weimar en Alemania.
Confirmamos ahora que, de la mano de la construcción orgánica y el advenimiento del nuevo tipo, parece estar necesariamente concretado un proceso de objetivación, una conformación del carácter de objeto de la persona singular tanto como de sus articulaciones colectivas —la masa, el ejército, etc. —, en un movimiento donde la vida es capaz de distanciarse de sí misma, de sacrificarse. Esto es consecuencia de una situación donde el dolor es una experiencia directa y obvia. El tipo humano que está formándose en ese tiempo posee una segunda conciencia, más fría, capaz de vernos como un objeto²⁰ . Jünger utiliza como ejemplo de ello la fotografía, la radio, el cine, la medicina y el deporte —que intenta someter al cuerpo a la medición exacta—, puesto que se revelan como instrumentos específicos de un distanciamiento enorme. Pero también porque allí se reconoce un disciplinamiento de carácter total.
Frente a este diagnóstico, Jünger (1995b) parece tambalear y volver sobre sus pasos respecto de algunas entusiastas palabras que dedicó en anteriores escritos a la era que asomaba: se pregunta “si a esa segunda conciencia que vemos entregada tan incansablemente a su trabajo le está dado también un centro a partir del cual quepa justificar en un sentido más hondo la creciente petrificación de la vida” (p. 74). Es que la cantidad de dolor susceptible de ser soportado continúa progresando mientras crece la objetivación corporal, buscando un punto donde el dolor asemeje a una ilusión. Jünger afirma que “el carácter de confort de nuestra técnica está fusionándose de un modo cada vez más inequívoco con un carácter instrumental de poder” (p. 57-59).
Todas las esperanzas en el futuro apuntadas por el alemán dos años antes parecen escurrirse como arena entre los dedos a partir de este escrito. De modo tal que, a contramano de la lectura de Jeffrey Herf, es posible ver que Jünger sostiene también una reflexión crítica al respecto de la tecnificación y los cambios que ella trae aparejados, incluso vuelve sobre sus propios diagnósticos y encuentra allí consecuencias políticas de primer orden, como ser la objetivación de los cuerpos, la restricción de libertades y el abismo nihilista.
La comprensión de Jünger sobre la cuestión de la técnica y el fenómeno de la tecnificación que observa durante el período de entreguerras se cifra desde una mirada atenta al cambio de época, interpreta un momento histórico que se caracterizó por una alteración de individual y colectiva, social y política, de la mano de la tecnificación. Por eso, resulta fructífera la construcción de una visión de conjunto de la obra del alemán, pues permite deducir la complejidad de las transformaciones narradas: el conflicto no desaparece y Jünger lo admite más tarde en Sobre el dolor, pues la propuesta de la construcción orgánica, que buscaba maridar coherentemente ser humano y técnica, no se había realizado. Sobre el final del período de entreguerras, el autor enarboló preocupaciones relativas al problema ético-político de la objetivación del ser humano como componente del mundo técnico y su disciplinamiento.
IV. Palabras finales
Del análisis de Herf no nos interesa ubicar ni discutir la coincidencia o no con las posturas que el nacionalsocialismo sostuvo respecto de la tecnología. Ello no obsta, sin embargo, reconocer el influjo que las ideas de estas figuras tuvieron sobre aquél, así como el diálogo entre el régimen y los intelectuales alemanes. Según la opinión de Herf, el modernismo reaccionario continuó su influencia en la cultura y la vida alemana posterior al ascenso nacionalsocialista en 1933. Nada de ello cabe a nuestra indagación y, en cambio, excede nuestros propósitos, orientados a revisitar el análisis que Herf nos lega de las principales figuras del modernismo reaccionario, para complejizarlo y matizarlo eludiendo visiones dicotómicas.
Aunque Herf renueve, sobre el final de su libro, la promesa inicial de ofrecer un análisis de multicausal —que resulte así más convincente y remede los déficits metodológicos previos—, donde el hincapié en las ideas y los aspectos culturales es sumamente relevante; el autor asume, sorpresivamente, conclusiones exageradamente reduccionistas al afirmar que los modernistas reaccionarios “sabían muy poco acerca de la tecnología” y por eso era de esperar que “sus concepciones políticas sobre la respuesta que deba darse a los retos de la segunda revolución industrial eran desastrosas” (Herf, 1993, p. 450). Por otra parte, también sobre el final de su obra, vuelve a la carga con su acusación hacia los modernistas reaccionarios por cosificar la tecnología y así ocluir no solo responsabilidades personales sino fundamentalmente relaciones sociales.
Comprendemos que la exposición ofrecida en los dos apartados principales de este artículo, donde nos detuvimos en abundantes pasajes de la obra de Oswald Spengler y Ernst Jünger, respectivamente, permiten complejizar la visión ofrecida por Herf —y tan frecuentemente retomada sin mayores problematizaciones por sus lectores—, pues demuestran que los propios autores hicieron más que abrazar acrítica y celebratoriamente la tecnificación y su avance, o contentarse con declarar con campanadas en la plaza pública que el apocalipsis estaba en puertas. Ofrecieron, por el contrario, cavilaciones preocupadas por el devenir de lo humano ante la tecnificación, siendo capaces de volver sobre sus propias posiciones para modificarlas y remendarlas. Visibilizar estas dimensiones favorece una mayor intelegibilidad de sus obras, así como una más profunda reflexión política al respecto de la tecnificación moderna.
Podemos decir, para sintetizar, que tanto la pluma de Spengler como la de Jünger revelaron consideraciones que exceden a una apología o demonización sin más de la tecnificación: fue posible ver, en primera instancia, un análisis de su especificidad en la Modernidad: una tal que llevó a una alteración epocal, un proceso del cual se despliegan problemas propios y distintivos atinentes, entre otras cuestiones, a los peligros del despliegue planetario de la técnica occidental y a la totalización técnica del mundo. También, pudimos observar consideraciones respecto a la persistencia del sustrato humano ante el devenir técnico, así como las intrigas por la neutralidad de la técnica y un posible dominio político. Cuestiones todas que resultan relevantes para un debate contemporáneo.
Valdría la pena preguntarse, en una futura indagación, si no hay más ‘modernismo reaccionario’ en los aceleracionismos de derechas y en las propuestas teórico-políticas de magnates como Elon Musk, Peter Thiel o Curtis Yarvin que, en Jünger o Spengler, pues aquellos revelan un mayor determinismo tecnológico y entusiasmo prometeico con la tecnificación a cambio de una menor reflexión sobre la técnica misma y sus desafíos. Pero también, esos magnates ostentan una visión de futuro cerrada que, anclada en la previsibilidad inmanentista del devenir de lo técnico, multiplica y radicaliza el presente, cuestión que merece ser considerada en futuras indagaciones.
En suma, podemos agregar que, tal vez, el mayor tropiezo de Herf haya sido atribuir un exagerado papel a los ideólogos antes que a los líderes y los oportunistas en su análisis del nacionalsocialismo y sus antecedentes culturales. Esto no significa obviar el eminente papel de los intelectuales, que por definición buscan influir en el mundo que los rodea, pero aquel ejercicio retrospectivo de Herf carga las tintas sobre los ‘modernistas reaccionarios’, poniendo sobre sus hombros tanto la subsistencia del nacionalsocialismo luego de la toma del poder en 1933, como también el desastre nazi posterior.
Aún con los límites y defectos señalados, Herf (1993) tuvo la osadía de inaugurar un camino. Nuestra referencia a aquel sendero puede contribuir a repavimentarlo y cubrir sus baches, tanto como a balizar uno nuevo. En definitiva, el progreso “ocurre a menudo como un recordatorio de ideas pasadas” (p. 504).
Manzullo, G.
Miradas sobre la tecnificación en el llamado ‘modernismo reaccionario’
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pp. 80 - 102
² De allí que Herf caracterizará a Weimar como “una república sin republicanos” (1993, p. 54).
³ Sobre Jünger opina Herf que el atractivo de ese pensamiento es que ofrecía una visión de utopía política en una época de “caos, ansiedad y confusión” (1993, p. 229).
⁴ Herf añade que quizás en su gesto el modernismo reaccionario haya retomado del fascismo italiano “su fascinación futurista por la velocidad y la belleza de las máquinas” (1993, p. 25).
⁵ Herman Lübbe (1993) conecta a Jünger con Spengler únicamente en cuanto a un programa político-ideológico. Hay que tener presente que Spengler recibió de parte del exsoldado una copia de El trabajador, a la que criticó duramente, precisamente por no desprenderse de su fraseología marxista (Spengler, 1966). Sí coincidimos con Lübbe en que Spengler y Jünger están unidos por dos gestos de su escritura: la literatura anti literaria y el existencialismo político, que paradójicamente no entraña una reflexión eminente sobre lo político en sí mismo.
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⁶ Una crítica a la denominación acuñada por Herf puede hallarse ya en el trabajo de Thomas Rohkrämer titulado “Antimodernism, Reactionary Modernism and National Socialism. Technocratic Tendenciesin
Germany, 1890-1945” (1999). Vale señalar que, si bien allí también se vuelve a la obra de Jünger para profundizar y complejizar los análisis de Herf y desligar al modernismo reaccionario de una deriva directamente nacionalsocialista, el propósito es ligeramente diferente: el autor se propone demostrar que la aceptación conservadora de la tecnología no fue específica de la República de Weimar, sino previa durante la Alemania imperial, como también enfocar en las tendencias teóricas que buscaban la planificación tecnocrática de la tecnificación surgidas luego de la Primera Guerra Mundial. Tampoco Rohkrämer deja de postular a Jünger como una figura que abraza de manera entusiasta a la tecnología, coincidiendo en esto con Herf.
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⁷ Spengler nos remite a la figura del Fausto goethiano, fundamental para comprender su filosofía.
⁸ Vale decir que al respecto de ese tópico también se habían detenido en una época contigua Max Weber y Walter Benjamin (Pinto, 2019).
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⁹ Una dimensión política que sin embargo no alcanza a adquirir contornos tan claros como los que le otorga Schmitt, pero que parece la llave para destrabar el momento histórico que el autor atestigua.
¹⁰ Aunque la categoría de decadencia y su original Untergang (que sin mayores diferencias puede ser también traducido como hundimiento o ruina) parecen denotar cierto carácter negativo del proceso, Spengler admite en su correspondencia que, en tanto se considera realista y no romántico, reconoce la fuerza de la civilización y no la rechaza más allá de su opinión personal (Spengler, 1966, p. 64).
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¹¹ Aquí resuenan las mismas críticas que actualmente se achacan contra el aceleracionismo, pues vemos que “la misma tendencia que produce al ciborg es la que mantiene vigentes las formas más primitivas de esclavitud” (Touza, 2022, p. 23).
¹² Esta formulación tiene ecos llamativos en la caracterización que Heidegger propondrá casi veinte años más tarde en La pregunta por la técnica (1994).
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¹¹ Allí yace un punto de diálogo tenso con la obra de Carl Schmitt, en la medida en que el jurista enfatiza la centralidad del dispositivo conceptual de la decisión sin caer en ningún tipo de apelación al liderazgo carismático, en donde podríamos ubicar en cierta medida al cesarismo spengleriano (Das heutige Verhältnis zwischen Wirtschaft und Weltpolitik [1926], 1934; Aufgaben des Adels [1924], 1938).
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¹¹ De hecho, resulta llamativo el contraste entre la lectura ofrecida por Herf y la que sostuvo el propio Theodor Adorno: dedicó un escrito a Spengler en donde destacó que “el curso de la historia universal ha confirmado sus prognosis inmediatas en una medida que tendría que asombrar si se recordaran aún aquéllas” (Adorno, 1962, p. 47).
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¹⁵ Coelho (2017) y Cuasnicú (2014) afirman que Tempestades de acero puede ser leída como una preparación de las formulaciones respecto de la totalidad de la técnica en El trabajador.
¹⁶ Sobre la religión del progreso técnico, signo del siglo XX para la cual cualquier otro problema habrá de resolverse por sí solo gracias a aquél, reflexionó, como vimos Spengler (1993) y también lo hizo Schmitt en la década de 1920.
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¹⁷ En la óptica jüngeriana, el espíritu es lo que se encuentra por detrás de la técnica, en un sentido similar al que señaló Carl Schmitt en su conferencia dictada en 1929 en Barcelona (1991).
¹⁸ Casi como una réplica a las lecturas que vieron en su obra una apología de la técnica y su destrucción, en el prólogo a esta obra escrito por Jünger en 1963 él explica que la misma aparece muy cerca de los acontecimientos nacionalsocialistas como para atribuirle influencia en ellos, lo que significaría sobrevalorar el influjo de los libros.
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¹⁹ Al respecto de este escrito, Herf (1993) analiza detenidamente la forma en que Jünger cifra el cambio de época alrededor de la relación con el dolor. En este sentido, sostiene que la preocupación de Jünger era ofrecer una legitimación cultural a este cambio de época. Por eso afirma que Jünger es el intelectual que mira con placer la jaula de hierro que describe Max Weber, conclusión que, como puede verse en el desarrollo del presente escrito, no compartimos.
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²⁰ Aquí las posiciones de Jünger recuerdan al espíritu de Dialéctica del Iluminismo (2002).
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Referencias
Adorno, T. (1962). “Spengler tras el ocaso”. En Prismas. La crítica de la cultura y la sociedad. Ediciones Ariel.
Adorno, T. y Horkheimer, M. (2002). Dialéctica del Iluminismo. Editora Nacional.
Brüseke, F. J. (2005). “Ética e técnica? Dialogando com Marx, Sprengler, Jünger, Heidegger e Jonas”. Revista Ambiente & Sociedade, 8(2), 37-52. https://www.scielo.br/j/asoc/a/HwR6gdffCfB9QMHSTJVRPWR/?format=pdf&lang=pt
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Manzullo, G.
Miradas sobre la tecnificación en el llamado ‘modernismo reaccionario’
Artículos de Dossier
pp. 80 - 102
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