Individualistas, autoritarios… ¿y fascistas? Una relectura de Erich Fromm para pensar el auge contemporáneo de la ultraderecha
Individualists, Authoritarians... and Fascists? Revisiting Erich Fromm to Reconsider the Contemporary Rise of the Far Right
Rafael Zamarguilea ¹
Recibido: 17/02/2025
Aceptado: 22/08/2025
Resumen
Este artículo retoma la investigación sobre la psicología del fascismo desarrollada por Erich Fromm entre finales de la década de 1920 y comienzos de la de 1930, con el objetivo de poner en diálogo algunos de sus elementos con los debates contemporáneos en torno a la caracterización de la ultraderecha, tanto a nivel global como en el caso argentino. En contraste con aquellas interpretaciones que vinculan el autoritarismo fascista con el corporativismo –e incluso con ciertas formas de colectivismo–, Fromm identificó que el tipo de personalidad más proclive a ser captado por la propaganda y la ideología del partido nazi entre los trabajadores alemanes se caracterizaba por una combinación de actitudes autoritarias y tendencias individualistas extremas.
La perspectiva psicosocial de Fromm sobre el fascismo ha sido escasamente considerada por la literatura especializada en las nuevas derechas. Sin embargo, diversos analistas han señalado la emergencia de una configuración subjetiva comparable –autoritarismo social combinado con un perfil individualista de mercado– como el sustrato social que posibilitó su radicalización. En este sentido, la relectura de la obra de Fromm aporta matices que hasta ahora han sido poco explorados en los debates sobre la caracterización de la ultraderecha y sus posibles afinidades con el fascismo histórico, especialmente en el caso argentino.
Palabras clave: Fromm – ultraderecha – fascismo – Argentina – nuevas derechas
¹ Licenciado en Ciencia Política y Profesor universitario. Doctorando en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario (FCPOLIT–UNR) y becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). ORCID: 0000-0002-1096-4474. Correo electrónico: rafaelzamarguilea@gmail.com
Zamarguilea R.
Individualistas, autoritarios… ¿y fascistas? Una relectura de Erich Fromm para pensar el auge contemporáneo de la ultraderecha
Artículos de Dossier
pp. 103 - 121
Abstract
This article revisits the research on the psychology of fascism developed by Erich Fromm between the late 1920s and the early 1930s, with the aim of bringing some of its elements into dialogue with contemporary debates on the characterization of the far right, both globally and in the Argentine case. In contrast to interpretations that link fascist authoritarianism to corporatism –or even to certain forms of collectivism– Fromm identified that the type of personality most susceptible to being drawn in by Nazi Party propaganda and ideology among German workers was characterized by a combination of authoritarian attitudes and extreme individualist tendencies.
Fromm’s psychosocial perspective on fascism has been largely overlooked in the specialized literature on the new right-wing movements. However, various analysts have pointed to the emergence of a comparable subjective configuration –social authoritarianism combined with a market-oriented individualist profile– as the social substrate that enabled their radicalization. In this sense, rereading Fromm’s work offers nuances that have so far been underexplored in debates on the characterization of the far right and its possible affinities with historical fascism, particularly in the Argentine context.
Keywords: Fromm – far right – fascism – Argentina – new right
I. La caracterización de la ultraderecha en debate
Como nunca antes desde la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, en los últimos años se ha vuelto a hablar de fascismo. Una carta abierta reciente –“We Are Nobel Laureates, Scientists, Writers and Artists. The Threat of Fascism Is Back” (2025)– incluso advirtió sobre la renovada amenaza fascista y fue firmada por expertos en el estudio de la ultraderecha, tales como Cas Mudde y Enzo Traverso. Sin embargo, si bien la literatura académica especializada ha reconocido en los movimientos autoritarios del período de entreguerras un antecedente relevante para el análisis del auge de la ultraderecha contemporánea, en su mayoría se ha negado establecer una posible equivalencia entre ambas configuraciones.
Este artículo se inscribe críticamente en esa discusión, atendiendo a su dimensión global, pero poniendo el foco en el análisis del contexto argentino e interrogando los límites de dicha distinción tajante a través de una relectura de Erich Fromm, especialmente de su obra “Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich”. Se trata de una investigación empírica que Fromm llevó adelante entre 1929 y 1931, es decir, en absoluta sincronía con el ascenso de Hitler al poder en Alemania, pero que fue publicada recién en 1980 y traducida al español apenas en 2012, razón por la cual es poco conocida y permanece mayormente fuera del radar de las discusiones y análisis actuales sobre la ultraderecha.
Si en un trabajo anterior (anonimizado) presenté una caracterización del fenómeno social y político que abrió paso al fenómeno Milei, como tributario exclusivo de la tradición liberal –y no fascista–, la hipótesis del presente trabajo es que dicha conclusión fue, como mínimo, apresurada.
Aquel planteo se basaba, en gran medida, en autores como Ezequiel Adamovsky (2023), quien tuvo el mérito de subrayar tempranamente el carácter novedoso del fenómeno Milei a partir de la coexistencia paradójica entre la exaltación de la libertad individual y la apelación autoritaria al reforzamiento de las jerarquías sociales. El análisis de Adamovsky sobre el caso argentino coincide con el de la mayoría de los especialistas en el fenómeno a nivel global, quienes sostienen que son las características novedosas de las denominadas “nuevas derechas” (Traverso, 2018) las que definen su perfil político e ideológico, y no aquellas compartidas con el fascismo clásico. En este sentido, suele contraponerse el “ethos” corporativo, atribuido a las experiencias de las décadas de 1920 y 1930, con el individualismo radical y el perfil promercado que presentan predominantemente las actuales configuraciones de ultraderecha (Camus, 2022).
Sin embargo, en “Obreros y empleados” Fromm analiza las actitudes psicológicas tendientes al fascismo entre los trabajadores alemanes, tomando como variables tanto las actitudes autoritarias como las tendencias individualistas. Si bien esta constatación no habla por sí sola del presente, permite advertir cómo, en contra de una opinión bastante extendida, la confluencia entre actitudes autoritarias e individualismo –al menos para Fromm– se encuentra en el núcleo central del fenómeno fascista, tal como se presentó en su período clásico.
En Argentina, la convocatoria a una marcha antifascista contra el presidente Javier Milei el primero de febrero de 2025 ha puesto en el centro del debate público la pertinencia del uso de la categoría fascismo. Voces destacadas del campo intelectual, como José Natanson (2025), se manifestaron en contra de esta calificación, mientras que otros, como Daniel Feierstein (2019), han cuestionado en los últimos años el consenso mayoritario a nivel académico que separa de modo terminante el auge actual de la ultraderecha de sus antecedentes totalitarios.
Como señala el propio Feierstein (2019), fascismo es un concepto, y no una entidad en sí misma, por lo que su validez depende de la utilidad que aporte a la comprensión teórica del fenómeno en concreto y, sobre todo, a la elaboración de una respuesta política eficaz frente a su emergencia. En este sentido, la victoria reciente del Nuevo Frente Popular en las elecciones de Francia (2024), cuya campaña se centró en la recuperación de la memoria antifascista frente a la ola reaccionaria encabezada por la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, podría indicar que la apuesta teórica de Feierstein no carece de perspectiva.
Por supuesto, la discusión sobre la pertinencia y la productividad del término fascismo seguirá naturalmente abierta, y este artículo no pretende –ni podría– clausurarla. Antes bien, se propone retomar ese hilo para, apoyándose en la observación de una trama histórica concreta –la Argentina de Milei– y revisitando las investigaciones de Fromm sobre la psicología del fascismo, llamar la atención sobre ciertos elementos que tienden a no ser tenidos en cuenta en la caracterización de las nuevas derechas, tanto en general como en el caso argentino. En ese sentido, el trabajo no constituye un estudio de caso ni una elaboración puramente teórica, sino un ejercicio de reflexión crítica y trabajo simultáneo sobre los conceptos teóricos y la realidad histórica, bajo el paraguas del paradigma crítico interpretativo, cercano a lo que Adorno (2001) entiende como ensayística.
A su vez, el análisis del fenómeno actual de las nuevas derechas se apoya en la bibliografía académica más reciente. Así, el artículo se estructura en una primera parte, donde se aborda la obra de Erich Fromm sobre la psicología del fascismo clásico –especialmente “Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich” –, y una segunda parte, donde esta bibliografía crítica se articula con estudios especializados sobre el caso argentino en relación con la ultraderecha, con el fin de contrastar ambos momentos históricos e identificar posibles patrones de comparabilidad.
Conviene enfatizar que no se trata de asumir una analogía directa entre contextos históricos marcadamente diferentes, ni de suponer que los problemas y las soluciones puedan equipararse. Se trata, más bien, de ampliar las herramientas para el ejercicio –mucho más productivo– de reflexionar sobre el presente en términos históricos.
Esto implica, por supuesto, no dejar de advertir las evidentes discontinuidades –aquello que irrumpe como novedad en la trama histórica y que, sin duda, puede apreciarse en el caso de las nuevas derechas–, pero también ponderar estas modulaciones con mayor precisión dentro de un marco que permita identificar aquellos núcleos de sentido que tienden a persistir -aunque sea con transformaciones- a lo largo del tiempo.
Después de todo, esa identificación puede resultar vital a la hora de elaborar las pautas de alarma necesarias frente a un fenómeno que desafía cada vez más no solo los marcos interpretativos tradicionales de las ciencias sociales, sino la propia supervivencia de las sociedades democráticas.
II. La psicología del fascismo según Erich Fromm
“Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich” es el resultado de una investigación psicosocial encargada a Erich Fromm por el entonces recién designado director del Instituto de Investigación Social de Fráncfort, Max Horkheimer. Su publicación se demoró más de cuarenta años, entre otras cosas, por notorias desavenencias entre ambos, que finalmente culminaron en una ruptura traumática. Dicha ruptura significó, a la larga, no sólo la imposibilidad de publicar el estudio, sino también la exclusión definitiva de Fromm del Instituto.
El hecho de que la autorización por parte de Fromm para una primera publicación se haya producido recién en 1980, cuando ya habían fallecido tanto Horkheimer como los demás miembros prominentes de la Escuela de Frankfurt –Adorno y Marcuse–, da cuenta de hasta qué punto el conflicto llegó a entorpecer la tarea investigativa. A su vez, que la traducción al español de “Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich” se haya publicado recién en 2012 permite apreciar cómo Fromm quedó relegado –en parte, como resultado de aquel enfrentamiento– como un teórico “demodé”.
Pues bien, este artículo apunta a revalorizar su pensamiento y, en especial, la obra antes mencionada, entendiendo que se trata de un texto que contiene elementos singulares que no suelen encontrarse en otras investigaciones, y que constituyen no solo un aporte teórico, sino también un documento histórico fundamental. Sostenemos, en este sentido, que el enfoque psicosocial de Fromm permite iluminar aspectos del autoritarismo fascista desatendidos por la teoría crítica posterior.
El trabajo consta de 1100 cuestionarios realizados a obreros y empleados alemanes, recogidos entre 1929 y 1931, durante los años de ascenso electoral del partido nazi, impulsado por los efectos de la crisis de 1929. Sin embargo, producto de los contratiempos que implicó el exilio de Fromm y sus compañeros del Instituto, solo pudieron conservarse 584 de los cuestionarios, los cuales constituyen realmente la base empírica del libro “Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich” y también, aunque no de manera explícita, de la obra más reconocida de Fromm, “El miedo a la libertad”, publicada en 1941.
Según Wolfgang Bonß (2012), Fromm atribuía la imposibilidad de publicar su investigación en su momento al hecho de que Horkheimer consideraba que esta tenía un perfil “demasiado marxista”. Desde ya, las diferencias teórico-metodológicas entre Horkheimer –y Adorno– y Fromm tenían un carácter probablemente más sutil, pero hay algo en este modo incauto de enunciarlas, atribuido por Bonß a Fromm, que resulta interesante. Es notorio, en este sentido, cómo el posterior trabajo de Adorno et al. (2006) –“Estudios sobre la personalidad autoritaria”, de 1950–, aunque claramente influenciado por las investigaciones previas de Fromm, jamás lo cita de manera directa.
Las diferencias de enfoque, a su vez, también son evidentes. El Instituto de Investigación Social retomó sus investigaciones sobre el fascismo sin Fromm, pero ya no en función de la búsqueda de fuerzas psicosociales capaces de enfrentar el ascenso del fascismo en la Alemania de los años veinte y treinta –fuerzas que se identificaban con las disposiciones solidarias y combativas de la clase obrera–. En cambio, el trabajo de Adorno se orientó a evaluar la posibilidad de un resurgimiento del fascismo en la sociedad norteamericana de posguerra, al cual contraponía una personalidad democrática y liberal, que pesquisó en igual medida en la generalidad de la población estadounidense, sin estrictas distinciones de clase.
Si bien este cambio de enfoque puede relacionarse con las restricciones que imponía el nuevo contexto político y cultural en que se desarrolló la investigación, e incluso con la propia institución que la financió –el American Jewish Committee–, tal como comenta Rolf Wiggershaus (2011), lo importante es que nos detengamos en sus implicancias teóricas, ya que estas nos dan una pista sobre los elementos de la caracterología de Fromm que ya no tendrían continuidad en las investigaciones posteriores sobre el fascismo.
En este sentido, Laura Sotelo (2012) afirma que, al empeñarse en buscar pruebas científicas de que el antisemitismo era un síntoma amenazador contra la democracia, Adorno y su equipo “se abstuvieron de mencionar, como sí lo hicieron tempranamente Marcuse y Neumann, las relaciones de continuidad entre la democracia liberal y el fascismo” (p. 45). Por eso, a la hora de analizar la combinación de elementos liberales y fascistas en las nuevas ultraderechas, el rescate del trabajo de Fromm resulta ineludible, más allá de los méritos indiscutibles del trabajo de Adorno.
Por cierto, vale aclarar que aquí nos referimos al liberalismo y al fascismo no tanto como regímenes estrictamente políticos o económicos, y mucho menos como un conjunto de ideas abstractas, sino como complejos discursivos que articulan prácticas sociales. En este sentido, evitamos, por ejemplo, la oposición entre “liberalismo económico” y “liberalismo político”, en la medida en que, a los fines de este artículo, lo relevante es que ambos se presentan, en no pocas ocasiones, de manera entrelazada en la práctica histórica.
Una cuestión adicional que vuelve especialmente relevante la relectura de Fromm es que, como bien apuntó en su momento Gino Germani (1987), este analizó el fenómeno fascista en absoluta sincronía con su desarrollo “in fieri”. Esta característica cobra particular interés en términos de comparabilidad si se tiene en cuenta la caracterización que hace Cas Mudde (2021) de la cuarta ola de la ultraderecha, entendida no sólo a partir de la irrupción de un tipo específico de fuerza política, sino de un proceso más amplio y dinámico de normalización –o desmarginalización– y radicalización de elementos antidemocráticos que todavía se encuentra en curso. Razón por la cual, en muchos casos, resulta difícil distinguir dónde comienza una formación de extrema derecha y dónde termina, por ejemplo, una configuración de derecha liberal-conservadora tradicional.
Ahora bien, para abordar el trabajo de Fromm, “Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich”, es importante considerar que esta fue la primera investigación de campo socio-psicológica en que se tomó en serio el supuesto psicoanalítico de que la opinión política expresada en adhesiones partidarias podría no corresponder necesariamente con sus motivos conscientes. Se supuso, dice Fromm, “que sólo aquellas opiniones que están arraigadas en la estructura de carácter de una persona constituyen poderosas motivaciones para la acción” (cit. en Funk, 2011, p. 7). De allí se desprendía que solo el conocimiento de la estructura de carácter de los trabajadores alemanes podía predecir sus posibles reacciones frente a una eventual victoria del nazismo.
En función de este objetivo gnoseológico-político, la investigación de Fromm tuvo el mérito de combinar muy tempranamente elementos cuantitativos y cualitativos, ya que las respuestas a los cuestionarios no solo se agregan estadísticamente, sino que cada cuestionario era analizado en profundidad desde una mirada clínica interpretativa, que permitía luego clasificarlo según tipos-ideales de personalidad, o síndromes. Por esta razón, las preguntas eran respondidas libremente, con palabras propias de los encuestados, de modo tal que, según Fromm, “eran evaluadas del mismo modo en que un psicoanalista escucharía las asociaciones de un paciente, es decir, tratando de encontrar el significado subyacente de lo expresado” (cit. en Funk, 2011, pp. 7-8).
Este método tenía un carácter ciertamente experimental, que hoy resulta discutible. Adorno, por ejemplo, cuestionó especialmente la inspiración que Fromm había tomado para establecer sus tipologías psicosociales de los rasgos de carácter individual que el psicoanálisis asociaba a la fijación libidinal en determinada etapa de la sexualidad. Freud había publicado “Carácter y erotismo anal” en 1908, y Fromm, al igual que otros psicoanalistas marxistas como Wilhelm Reich, entendió que los rasgos sado-masoquistas típicos que Freud había identificado en ese estudio podían extenderse a la psicología de los grupos sociales y a sus actitudes políticas. Así, se convirtió “la caracterología en teoría social, asociando los rasgos sádico-anales al tipo de personalidad autoritaria de la familia patriarcal” (Sotelo, 2012, p. 35).
Para Adorno, en cambio, debían ser las formas objetivas del proceso histórico las que otorgaran contenido a la caracterología psicosocial. Ahora bien, si bien Fromm tomó su inspiración de la teoría psicoanalítica del carácter, no por ello quedó atado a ella de manera dogmática. Más bien, una lectura cuidadosa de su obra permite advertir hasta qué punto la empleó de un modo original, lo que lo condujo a resultados que, incluso desde la perspectiva actual, resultan asombrosos. El propio Fromm, con el tiempo, llegó a tomar distancia de la teoría de la libido, por lo que podría decirse que la caracterología psicoanalítica funcionó, ante todo, como una analogía a partir de la cual se construyó un marco teórico-metodológico que el autor logró contrastar empíricamente en el análisis de los resultados de la investigación.
Finalmente, como señala Sotelo (2012), la caracterología de Fromm funcionó porque, de alguna manera, logró representar la cultura política y las fuerzas sociales en pugna en la República de Weimar. Eventualmente, como plantea Wolfgang Bonß (2012), la caracterología social y los tipos ideales de personalidad construidos por Fromm expresaban el propio ideario de la izquierda de Weimar. El mérito de “Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich”, paradójicamente, consistió en falsarlos, al comprobar que la mayoría de los obreros, aunque votaran a la izquierda, no estaban comprometidos con sus valores con la profundidad que requería una acción de resistencia capaz de frenar el ascenso de Hitler.
Pues bien, habiendo aclarado algunos aspectos del contexto de debate de esta obra, nos interesa destacar que Fromm (2012) al momento de procesar los datos obtenidos, seleccionó tres grupos principales de preguntas. Estas “conciernen a visiones políticas, a la actitud emocional respecto de la autoridad y, finalmente, a la posición frente a perspectivas solidarias colectivistas o individualistas” (p. 315). A partir de esta selección, podían componerse síndromes tipo-ideales, como el de la personalidad rebelde-autoritaria.
Si un probando respondía, por ejemplo, que el responsable de la inflación era el capitalismo y no los judíos –es decir, coincidía con la visión socialista del problema–, pero consideraba correcto educar a los hijos mediante palizas y, al mismo tiempo, no veía con buenos ojos que las mujeres trabajaran fuera del hogar, nos encontrábamos ante un síndrome original, que no se correspondía directamente con las posiciones políticas declaradas, sino que contenía contradicciones y tensiones más profundas. Fromm definió este complejo como el de una personalidad rebelde-autoritaria. Justamente, la extensión de esta personalidad social contradictoria era, para él, la base de la debilidad de las fuerzas antifascistas.
Es importante resaltar que, para Fromm, esta combinación de opiniones de izquierda y actitudes autoritarias –conscientes o inconscientes– no constituía un rasgo inevitable de la personalidad moderna, sino el resultado de una dinámica histórica específica. Fromm sostenía que la pequeña burguesía alemana, socializada en un marco conservador y autoritario como el de la era guillermina, vio desmoronarse su posición económica –y con ella sus referentes simbólicos de estabilidad– durante la hiperinflación de 1921-1923. Con el tiempo, los impulsos rebeldes antes reprimidos por el poder monárquico encontraron un blanco en las frágiles autoridades democráticas, tanto más odiadas cuanto más débiles se mostraban. Se trataba de un autoritarismo latente, susceptible de activarse tan pronto como un nuevo movimiento político renovara los símbolos de autoridad. Ese movimiento fue, precisamente, el nazismo.
Mientras que los partidos de izquierda eran los únicos que apelaban a sus impulsos rebeldes, podían contar con un apoyo entusiasta pues era fácil convencer a los tipo rebeldes-autoritarios de que la destrucción del capitalismo y la construcción de una sociedad socialista eran necesarias. Justamente aquí, sin embargo, empezó más tarde la propaganda nacionalsocialista: también el nacionalsocialismo abrió válvulas para sentimientos rebeldes, con la diferencia, no obstante, de que los símbolos de poder y las autoridades de la República de Weimar combatidos eran el capital financiero y el judaísmo. A la vez, la nueva ideología establece también nuevas autoridades: el partido, la comunidad racial y el líder, cuya fuerza fue subrayada por su brutalidad. De esta manera, la nueva ideología satisfizo dos necesidades simultáneamente, las tendencias rebeldes y el ansia latente de una amplia subordinación. (Fromm, 2012, p. 341)
No menos importante, a los fines de este artículo, es que Fromm (2012) encontró que los encuestados abiertamente partidarios del nacionalsocialismo, a diferencia de los adherentes a la izquierda, “defendían mayoritariamente la tesis de la responsabilidad del individuo para consigo mismo (59 %), partiendo, por lo general, de que las personas que no son exitosas no han utilizado sus capacidades innatas y no han desarrollado su carácter (47 %)” (p. 199). Este comportamiento, para Fromm, permite reconocer una afinidad con la ideología nacionalsocialista, en tanto esta defendía el criterio de que “en la ‘lucha por la vida’ vence el más fuerte” (p. 199).
La relación que el autor establece entre individualismo extremo y darwinismo social, tal como se expresaba en la doctrina nazi, fue retomada con mayor desarrollo en “El miedo a la libertad” (Fromm, 1987). Allí, rastrea el origen de este individualismo autoritario –aunque no lo llama de ese modo– en la Reforma protestante. Este gran movimiento, de carácter fundacional para la modernidad, al mismo tiempo que contribuyó al desarrollo de la idea de libertad y autonomía, consideró la naturaleza humana como esencialmente maligna y, por lo tanto, necesitada de subordinarse a un poder superior. En la revisión que hace del psicoanálisis, esta configuración se conecta con el carácter sadomasoquista, base psicológica de la filosofía autoritaria y antiigualitaria del nazismo.
Según Fromm (1987) para el fascista el mundo sólo puede componerse de sujetos superiores e inferiores, pero nunca de iguales. Razón por la cual conecta directamente con los impulsos sadomasoquistas, que solo pueden experimentar la dominación o la sumisión, “pero jamás la solidaridad” (p. 173). De esta manera, entiende que el darwinismo social conectó al autoritarismo nazi con el individualismo y los principios liberales de la competencia sin restricciones, traducidos por Hitler como “libre juego de las energías y extendida a todos los planos de la vida por la ideología nazi” (p. 220).
Sin embargo, Fromm (1987) estaba lejos de creer que el fascismo fuera un resultado inevitable del individualismo moderno. Antes bien, entendía que eran ciertas condiciones de inseguridad e incertidumbre provocadas por el desarrollo capitalista las que torcía su evolución y lo volvían contra sí mismo, hacia formas de escape de la libertad –una libertad que había sido ganada como resultado de una larga y rica historia de luchas sociales contra las ataduras tradicionales y religiosas de la humanidad–.
Es esta misma perspectiva no lineal de la historia del desarrollo de la conciencia individual y de la libertad moderna la que lo lleva a pensar en la posibilidad de una verdadera afirmación del yo que no implique necesariamente una condición a-social. De allí derivan sus diferencias tanto con el psicoanálisis freudiano como con los otros miembros de la Escuela de Frankfurt. Al primero, Fromm le cuestionaba, entre otras cosas, su concepción de los impulsos inconscientes como naturalmente egoístas, violentos y hostiles hacia la sociedad y la cultura. Mientras que, a diferencia de Adorno, Horkheimer y Marcuse, la psicología humanista de Fromm se negaba a considerar al individualismo moderno como apenas una ficción.
Como cierre de este apartado, y en este sentido, resulta pertinente destacar que la concepción de Fromm sobre el individualismo moderno puede llevarnos a un autor con quien rara vez se lo ha puesto en diálogo. Desde una perspectiva radicalmente distinta –entre otras cosas porque fundó la sociología como disciplina estrictamente diferenciable de la psicología–, Émile Durkheim (2016) entendía que una sociedad sana solo podía pensarse a partir de la síntesis entre el individualismo moderno y la solidaridad. Ya no era posible, para el autor, reconstruir una conciencia colectiva fuerte que anule el proceso de diferenciación y especialización, pero esto tampoco implicaba aceptar que la sociedad moderna –descripta por el autor como coercitiva, anómica y desigual– se correspondiera con la naturaleza humana. No resulta casual, en este sentido, que tanto en la obra de Durkheim como en la de Fromm sea el concepto de solidaridad la clave para pensar una sociedad en la que el individualismo moderno no derive en la exacerbación de prácticas sociales autoritarias de carácter patológico.
III- Individualismo, autoritarismo y fascismo
Tal como señalan Brown, Gordon y Pensky (2018), el debate en torno a la caracterización y denominación del auge de las ultraderechas va mucho más allá de una mera cuestión terminológica. Lo que realmente está en juego, para los autores, es nada menos que el sustrato sociocultural que posibilita la emergencia de este fenómeno y que, en consecuencia, condiciona el perfil que estas fuerzas pueden asumir en el futuro.
La variedad de sus manifestaciones nacionales, a su vez, junto con las enormes divergencias programáticas, históricas y culturales que presentan las ultraderechas a nivel global, complica aún más la tarea de su definición conceptual. Portadoras de un internacionalismo incluso capaz de sortear sus propios prejuicios etnonacionalistas –enarbolados por estas fuerzas en cada país–, la cuestión de su nominación se vuelve aún más enrevesada para los académicos. Las militancias que buscan resistir el embate de estas formaciones en ascenso tampoco han tenido mayor suerte, yuxtaponiendo sus acciones en una variedad de tácticas más o menos pragmáticas, que asumen un carácter nacional antes que internacional y que difícilmente puedan ser agrupadas hoy en el marco de una estrategia global.
El fenómeno Milei, en cambio, más allá de la significación exagerada que él mismo se atribuye, ha trascendido las fronteras de su propio país. Ha generado adhesiones entre un público amplio y en países tan diversos como Bolivia, España y Estados Unidos. Ha cultivado el elogio de magnates de la talla de Elon Musk, el apoyo de líderes políticos del peso de Giorgia Meloni e incluso de nuevas agrupaciones políticas que se han formado en países sudamericanos para capitalizar su imagen positiva. En este sentido, si bien es muy pronto para arriesgar conclusiones respecto del carácter más o menos orgánico de dicha configuración, resulta evidente que contiene elementos paradigmáticos cuyo análisis puede revelar claves valiosas de interpretación, tanto para el contexto argentino como para la generalidad de la nueva ola reaccionaria.
No se trata de reproducir la desmesura de un presidente que se presenta como pionero y máximo representante de la ultraderecha a nivel mundial. Por el contrario, resulta claro que Occidente convive, desde hace varios años, con una transformación político-cultural de grandes proporciones, que excede por lejos al caso argentino y constituye la base del presente auge reaccionario. A su vez, no está de más mencionar que la “diplomacia de los premios” (Stefanoni, 2024), practicada por Milei en sus giras internacionales con la intención de exhibirse como un líder global, además de insustancial, tuvo la desafortunada continuidad de dos resonantes derrotas electorales de la derecha, en Francia y en Inglaterra.
En cualquier caso, el mayor hito de esta transformación a nivel global lo precede por varios años. Para la mayoría de los especialistas, el verdadero parteaguas fue el triunfo de Donald Trump en 2016, “un balde de agua fría contra lo que quedaba de unos consensos centristas ya erosionados” (Stefanoni, 2022, p. 9). La elección de Bolsonaro en Brasil, en 2018, a su vez, demostró que América Latina no era ajena al fenómeno. Y la pandemia del COVID-19, como se sabe, aceleró el proceso de radicalización reaccionaria y contribuyó enormemente a su expansión política, social y geográfica. En la mayor parte de los países pertenecientes al mundo “occidental”, la oposición a las medidas sanitarias apuntaló la derechización del debate público, causa y efecto, a su vez, de la derechización del sistema político, mediante la irrupción de nuevas fuerzas de ultraderecha y la concomitante radicalización de la derecha tradicional o “mainstream”, en la mayoría de los casos.
En Argentina, esta transformación se hizo patente en la transición de una derecha como el Pro, de Mauricio Macri, que jugaba dentro del marco de la democracia liberal, a una derecha que se opone abiertamente a algunos de sus elementos constitutivos, tales como los derechos de las minorías. Milei llegó incluso a poner en duda el principio de la soberanía popular en una entrevista televisiva de 2021, al negarse explícitamente a decir que creía en la democracia (Morresi, 2023).
Para el caso argentino, suelen señalarse también algunos hitos particulares ocurridos durante el propio gobierno de Macri, que fueron cimentando el camino hacia Milei: la demonización de los mapuches y de Santiago Maldonado, luego de su desaparición en el marco de una represión de la Gendarmería en 2017, y la campaña del “Sí se puede”, después de las elecciones presidenciales primarias de 2019. Sin embargo, fueron las demostraciones callejeras contra la cuarentena, durante la pandemia y el gobierno de Alberto Fernández, las que catalizan este desplazamiento, al habilitar la confluencia de temas ligados al ideal republicano –como la división de poderes– y a la matriz de la derecha liberal-conservadora –como el carácter sacrosanto de la propiedad privada y la oposición a las estatizaciones– con concepciones de la nueva derecha radical y extrema, como el anticientificismo, la oposición a la “ideología de género” y las teorías conspirativas (Morresi, 2021).
No deja de llamar la atención el carácter paradojal de este derrotero. Ya que, si la aparición de esta ultraderecha “libertariana” en parte le dio la razón a Natanson (2017), por haber calificado en su momento al macrismo como una nueva derecha democrática, la posterior colonización de Mauricio Macri y su fuerza política por parte de Milei apoyaría más bien la tesis de sus detractores. Algo similar quizás suceda con la caracterización del gobierno de Milei, si el proceso de radicalización avanza tendencialmente incrementando sus vetas autoritarias y antidemocráticas más allá de los límites constitucionales. Tanto quienes hoy lo acusan de autoritario como quienes le niegan ese epíteto pueden tener, al mismo tiempo, parcialmente la razón. Porque ambos elementos, el democrático y el autoritario, conviven y actúan simultáneamente. La derecha se radicaliza y, al mismo tiempo, gana elecciones. Se vale de las instituciones democráticas, pero, al mismo tiempo, las deteriora desde adentro, como se ve en la obra de Levitsky & Ziblatt (2018).
Esta paradoja, a su vez –y esto es importante marcarlo–, no es un rasgo distintivo del caso argentino. Por un lado, ya Cas Mudde (2021) había notado que las clásicas distinciones entre derecha tradicional, radical y extrema, en función de su mayor apego o no al sistema democrático, perdían sentido a la hora de caracterizar casos específicos. Esto se debe a que lo característico de la cuarta ola de la ultraderecha –según el autor, iniciada con el nuevo siglo– es su normalización (des-marginalización). Por eso, los aspectos autoritarios de cada fuerza política están en permanente estado de desarrollo, y las fronteras entre los distintos tipos de derecha tienden a diluirse. Lo que sí se sostiene es el carácter abierto de cada una de estas formaciones en el marco de un proceso de radicalización, que puede llevar –o no– a cada fuerza, independientemente de su perfil originario, a asumir características autoritarias extremistas.
Por otro lado, la mayor parte de los académicos destaca la irrupción de estas nuevas ultraderechas justamente como el resultado paradójico del triunfo del neoliberalismo. Mientras que los teóricos neoliberales temían que el exceso de demandas populares habilitado por el estado de bienestar pusiera en riesgo la estabilidad del capitalismo democrático, hoy pareciera que este rol corresponde a las representaciones del poder económico más concentrado, que ha decidido desresponsabilizarse de manera unilateral en la generación de condiciones mínimas de bienestar social (Ipar, 2018). Brown (2020) también señala que, si el proyecto neoliberal lleva décadas de ataques a la democracia, la igualdad y la sociedad entendida como algo organizado y experimentado en común, este triunfo resulta paradójico, en tanto el auge de las ultraderechas aparece como la expresión de una sociabilidad que, si bien no fue derrotada, fue efectivamente despojada de sus normas de civismo y solidaridad.
Volviendo a la Argentina, ambas situaciones paradójicas parecen presentarse de manera paradigmática en el flamante gobierno de Javier Milei, que combina de la manera más cruda una redistribución regresiva del ingreso –quita de impuestos patrimoniales y reimplantación del gravamen a los salarios– y prácticas autoritarias de gobierno que claramente se apartan de las tradiciones republicana y democrático-liberal, como el “mega-decreto”, el chantaje presupuestario a las provincias, la violencia discursiva permanente hacia cualquier tipo de oposición y el ensañamiento represivo con la protesta social, especialmente en el caso de los jubilados.
En cambio, una característica que sí distingue al caso argentino es su marcado perfil antiestatista, en las antípodas de las reivindicaciones soberanistas asociadas al nacionalismo económico de Trump en EE. UU. y al chovinismo del bienestar de muchos nacional-populismos europeos (Eatwell y Goodwin, 2018). Es probable que esta característica sea definitoria, no solo del caso argentino –sin duda más exacerbado–, sino también de la especificidad latinoamericana, en tanto el fenómeno de las nuevas derechas aparece encadenado al retroceso secular de una oleada progresista previa, que en América Latina reivindicó con mucha fuerza, al menos en su discurso, el papel del estado.
Sin embargo, autores como Nicolás Viotti (2020) plantean que, en los países latinoamericanos, el autoritarismo contemporáneo no se deriva tanto de una reacción conservadora como de un fuerte proceso de individuación que atravesó la región en las últimas décadas, apalancado en el consumo a gran escala y en la difusión de modos de subjetivación anclados en el yo, promovidos intensamente durante los denominados gobiernos progresistas. Para el autor, si los gobiernos progresistas latinoamericanos aportaron a los cimientos de esta reacción conservadora y autoritaria, lo hicieron en este sentido: como promotores de una cultura del consumo exacerbada, que contribuyó al definitivo despliegue de una moral individualista extrema. El carácter paradojal del triunfo del neoliberalismo a nivel global, que habíamos mencionado, se yuxtapone así con el también paradójico resultado del ciclo progresista latinoamericano, y revela de este modo su particular sentido.
La perspectiva de Viotti (2020), planteada por el autor como “desde abajo”, aporta un matiz fundamental para explicar no sólo la emergencia de las nuevas derechas, sino también la celeridad de la transformación que experimentó el sistema político argentino, y que culminó en el vertiginoso ascenso al poder de Milei. Desde esta mirada, que el autor define como no politicista, puede observarse cómo, más allá de la pátina democrática, el ascenso de la derecha macrista ya contenía una configuración cultural y de valores en la cual el individualismo y el autoritarismo social tenían un peso definitorio. El desapego a los valores igualitarios democráticos, para este autor, forma parte del despliegue de un individualismo de mercado que, en los últimos treinta años, desarrolló una fuerte sensibilidad conservadora basada en concepciones jerárquicas. Estas concepciones están en la base de la actual capacidad de las derechas para generalizar un sentimiento de indignación frente a cualquier medida o planteo orientado a la igualdad de género, al reconocimiento de minorías étnicas o a la inclusión social de los sectores más postergados.
Estas medidas pasan a ser percibidas no como una reparación o un avance en derechos, sino como un ataque a la libertad y a los derechos individuales, en muchos casos de las mayorías, y se experimentan como una ofensa moral e incluso personal. De este modo, logra apreciarse, desde otro ángulo, el proceso de confluencia entre la derecha tradicional, o “mainstream”, y las nuevas derechas, sobre la base de un sustrato antropológico común. El individualismo autoritario se revela entonces como una configuración que está en la base del proceso de radicalización de las derechas.
Ezequiel Adamovsky (2020), en una serie de artículos de opinión publicados en Revista Anfibia, caracterizó con este concepto –individualismo autoritario– al fenómeno emergente en las manifestaciones callejeras contra la cuarentena, desde las cuales surgió la figura política de Milei. Esta configuración, que definía lo fundamental del perfil de la reacción extremista frente a las medidas sanitarias del gobierno de Alberto Fernández, no tenía, para el autor, tanto que ver con el viejo tronco político del fascismo, sino con una deriva propia de la tradición liberal en momentos de agotamiento del modelo de acumulación capitalista neoliberal, producto de la crisis climática, la desigualdad social extrema y el corrimiento del centro del poder económico hacia China:
Cualquier desviación respecto de ese horizonte, cualquier obstáculo a su realización, debe ser eliminado por la fuerza (sea la del rifle de cada quien o la de un Estado gendarme), sin que valga invocar garantías o derechos. El viejo fascismo esperaba que el Estado fuese el armazón totalizante de la vida social, que nada quedase fuera de su órbita. “Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado”, decía Mussolini. El individualismo autoritario, por el contrario, apunta a un totalitarismo del capital: exige que nada quede a resguardo de la soberanía (des)organizadora del mercado. “Todo en el Mercado, nada contra el Mercado, nada fuera del Mercado”, sería su eslogan. El resto es “comunismo” y debe ser barrido del mapa. (párr. 16)
Ahora bien, si consideramos que ya en los años veinte y treinta Fromm había detectado la combinación de elementos individualistas y autoritarios como distintiva de la psicología del fascismo, la distinción tajante entre ambas tradiciones que hace Adamovsky resulta problemática. Si bien ayuda a desarmar aquella perspectiva dominante, sobre todo en el mundo académico anglosajón, que piensa al liberalismo como una tradición en sí misma antiautoritaria, no deja de contraponer al individualismo promercado extremo, propio de la racionalidad neoliberal, con el estatismo y el intervencionismo económico de los regímenes fascistas clásicos. En la práctica histórica, sin embargo, esta dicotomía, para Fromm, no fue tal; mucho menos lo sería en términos de necesidad histórica o estructural.
Entre los académicos, este sesgo puede ser incluso más terminante y menos abierto a la contingencia. Borón (2019), por ejemplo, se negó a asociar el bolsonarismo con el fascismo en tanto este constituye una categoría histórica en términos singulares, cuyas condiciones de emergencia, para el autor, han desaparecido para siempre –y sostiene esa misma posición con respecto a Milei–. En esta sintonía se encuentra también la distinción que hace Jean-Yves Camus (2022), aunque poniendo el foco en Europa, entre “un modelo de sociedad organicista, a menudo corporativista, fundado en un antiliberalismo económico y político que niega el primado de las libertades individuales y la existencia de antagonismos sociales” (pp. 30-31) y las derechas radicales, como el Frente Nacional de Marine Le Pen, que “defienden la economía de mercado en la medida en que esta permite al individuo ejercer su espíritu de empresa, pero el capitalismo que promueve es exclusivamente nacional, de allí su hostilidad a la globalización” (p. 32).
Más matizada resulta, en cambio, la perspectiva de Enzo Traverso (2024). A pesar de que su concepto de posfascismo pone foco sobre todo en las discontinuidades que presentan las nuevas derechas con respecto a la Europa de entreguerras, el autor admite que, si bien resulta posible que se mantenga el marco de la democracia liberal, también existen condiciones para que una nueva radicalización haga que el fascismo se transforme en un “concepto transhistórico” (p. 27).
Esta posibilidad es justamente sobre la que llama la atención Feierstein (2023) cuando nos invita a utilizar el término neofascismo para referirnos a las nuevas derechas: “Utilizar el mismo concepto para un hecho del presente y otro del pasado no implica sostener que sean idénticos, sino juzgar que contienen semejanzas estructurales que permiten aprovechar los aprendizajes del pasado para enfrentar los desafíos del presente” (párr. 2).
El autor nos presenta así una perspectiva que tiene puntos de contacto con la de Viotti, ya que el concepto de fascismo es recuperado no como ideología –antiliberalismo y anticomunismo que apunta al monopolio de la representación política mediante un partido único de masas– ni como régimen de gobierno –corporativo y estatista–, sino como práctica social:
un tipo específico de utilización de la demonización de los grupos minoritarios, de la exacerbación y proyección de los odios de los sectores medios, proletarizados o excluidos y la movilización política activa de los mismos (movilización reaccionaria), en tanto estrategia para destruir la organización popular y, particularmente, su expresión sindical. (Feierstein, 2023, p. 3)
Son este tipo de prácticas, propias de las nuevas derechas del siglo XXI, las que las separan, para el autor, del resto de las fuerzas políticas de derecha dominantes luego de la segunda posguerra (liberalismo, conservadurismo, etc.).
Ahora bien, si esta apelación e irradiación horizontal del odio funciona es porque se han configurado subjetividades receptivas y reproductoras de estas prácticas. De allí la importancia del reconocimiento de la lógica individualista como plano ontológico de fondo, como plantea Viotti (2020), retomando el pensamiento de Dumont (1987). Este último, justamente, en sintonía con el planteo de Fromm, propone que incluso la propia experiencia del nazismo puede ser pensada como una deriva del individualismo moderno, teniendo en cuenta sobre todo su apelación a los valores del darwinismo social, presente en la idea de lucha de todos contra todos, la interpelación al hombre común, la prédica autoritaria y la utilización de la idea de raza en clave nacionalista (Viotti, 2020). Los nacionalismos del siglo XX, y el nazismo alemán de forma paradigmática, no serían, en este sentido, tanto expresiones de colectivismo como de un individualismo de carácter colectivo y perfil extremista.
Desde ya, la perspectiva de Dumont sobre el nacionalismo puede ser tildada de eurocéntrica, en la medida en que, en Latinoamérica, además de este tipo de nacionalismos reaccionarios, existieron sin duda otros, llamados populares o populistas, que apuntaron a la inclusión y no al exterminio del otro (Buchrucker, 1987). Sin embargo, aunque este nacionalismo de inclusión, especialmente en Argentina, haya tenido y pueda seguir teniendo un rol protagónico en las resistencias colectivas frente a la lógica expoliadora del mercado mundial y el autoritarismo de las clases dominantes locales, es ineludible reconocer que la asociación entre el nacionalismo y el individualismo autoritario constituye también una configuración posible, no solo en Europa.
Para finalizar, vale mencionar la genealogía durkheimiana del pensamiento de Dumont sobre el individualismo autoritario como contrapuesto a la solidaridad. Así pues, concluyamos este apartado llamando la atención sobre el hecho de que, aún pensados en clave antropológica, sociológica o inclusive socio-psicológica –como es el caso de Fromm–, el reconocimiento de la compleja relación que entablan estos dos elementos, la solidaridad y el individualismo, en la sociedad moderna –contradictorios, pero no antagónicos– es, sin duda, una clave que el análisis político de la ultraderecha no puede dejar de tener en cuenta.
En este sentido, resulta importante desarmar un discurso sumamente extendido que pone en un mismo plano al colectivismo y el autoritarismo, y los contrapone al binomio individualismo moderno y democracia liberal; al menos si es que estamos dispuestos a pensar otras configuraciones posibles en que la solidaridad ocupe un lugar preponderante.
IV- Reflexiones finales
A lo largo del artículo, apreciamos desde múltiples ángulos cómo el individualismo extremo y el autoritarismo social operan como dos caras de una misma moneda, constituyendo el fundamento común del proceso de radicalización y de normalización de la ultraderecha. En el caso argentino, esta transformación se explica por la exacerbación de esos dos elementos –ya presentes en la configuración subjetiva del núcleo de la derecha tradicional–, que habilitan la irradiación horizontal del odio como estrategia política; precisamente aquello que Feierstein (2023) identifica como una práctica social característica del fascismo.
Desde una perspectiva centrada en las prácticas sociales –que trasciende la distinción entre doctrinas políticas–, observamos que la derecha cambia cualitativamente con la irrupción de la ultraderecha, aunque lo hace a partir de un núcleo común que permite comprender su evolución. También constatamos que la combinación de tendencias autoritarias y actitudes individualistas ya había sido diagnosticada por Fromm como clave de la psicología del fascismo. Según Fromm, este carácter social posibilita –bajo condiciones contingentes– la activación de tendencias fascistas, como lo evidencian sus investigaciones sobre la Alemania de fines de los años veinte y principios de los treinta. Con Fromm recuperamos también el concepto de solidaridad social como capacidad para evitar que el individualismo moderno –sin anularlo, sino orientándolo hacia valores de igualdad y libertad– derive en un autoritarismo fascista.
Estas constataciones, por supuesto, no justifican afirmar que la ultraderecha actual sea equivalente al fascismo histórico. Sí permiten, sin embargo, cuestionar el postulado comúnmente difundido de que se trata de fenómenos absolutamente diferentes, basado en una distinción rígida entre la ideología corporativista atribuida al fascismo clásico y el individualismo de mercado exacerbado en las nuevas derechas.
Los recientes coqueteos de ciertos sectores vinculados al gobierno argentino con la estética y el discurso fascista de entreguerras han generado alarma incluso entre quienes, hasta hace muy poco, confiaban en que Argentina podría avanzar con un programa económico liberal extremo sin resignar las formas democráticas (De Vedia, 2024). En ese contexto, revisitar las investigaciones de Fromm sobre la psicología del fascismo permite comprender las razones más profundas que subyacen a ese particular derrotero.
La posibilidad de que el nuevo individualismo autoritario dé lugar a un fascismo abierto exige un análisis riguroso, tanto del fascismo histórico como de la ultraderecha contemporánea. No obstante, un paso inicial clave es abordar esas posibles analogías con mayor claridad y sin caer en determinismos. Después de todo, enfrentar esa posibilidad con una fuerza política y social realmente eficaz —democrática y solidaria— también implica fomentar un debate público que dialogue con todos los matices implícitos en esa hipótesis sombría.
Zamarguilea R.
Individualistas, autoritarios… ¿y fascistas? Una relectura de Erich Fromm para pensar el auge contemporáneo de la ultraderecha
Artículos de Dossier
pp. 103 - 121
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