Uribe Vélez

¿Demócrata, radical, extremista o todas las anteriores?

Francisco

Gutiérrez Sanín

fgutiers@hotmail.com

Universidad Nacional de Colombia

Colombia

 

Recibido: 03/12/2019

Aprobado: 21/02/2020

 

Resumen

Este artículo pretende demostrar que la corriente política dominante en Colombia en los últimos tres lustros -el uribismo- pertenece a la extrema derecha, y exhibe rasgos a la vez democráticos, radicales y extremistas. A la vez, plantea que ha habido varios uribismos, en la medida en que la corriente ha sufrido un proceso de “estrechamiento” y descentramiento que lo ha vuelto más frágil electoralmente y más antiliberal. Pese a ello, el uribismo mantiene algunas de sus características fundacionales, que parecen ser compatibles con la democracia colombiana y al mismo tiempo favorecer posiciones extremistas. Todo esto sugiere que hay que reconsiderar la clasificación de las derechas única o principalmente sobre la base de su relación con la democracia.

 

Palabras clave

Democracia, Uribismo, Política Colombiana.

 

 

 

Abstract

This article strives to demonstrate that the main political trend in Colombia in the last fifteen years or more -the so called uribismo- is a rightwing force that combines democratic, radical and extremist characteristics. It shows that the uribismo has evolved in time, suffering simultaneously a narrowing of its electoral base and a gradual mis­alignment of its original coalition, which have made it more fragile electorally and at the same time more antiliberal. However, it argues that the uribismo still exhibits its foundational characteristics, that seem compatible with Colombian democracy but at the same time feed very extreme positions. All this suggests that it would be reasonable to reconsider carefully the typologies that classify rightwing parties or movements only or mainly taking into account their relationship with democracy.

 

Keywords

Democracy, Uribismo, Colombian Politics.

 

Introducción

El uribismo ha sido la corriente política dominante en Colombia en los últimos tres lustros. Este ensayo pretende demostrar que es en efecto muy de derecha, y que comparte rasgos democráticos, radicales y extremistas. Tal combinación, que contribuye a explicar su extraordinario éxito y su ulterior (desde 2019) declive, es esencial a ella, y tiene implicaciones para una mirada comparada. En particular, sostendré que una tipología de fuerzas de derecha basada solamente en su relación con la democracia puede enfrentar serios problemas.

Por uribismo entenderé el conjunto de partidos, movimientos, liderazgos, sectores de opinión y votantes que apoyaron de manera explícita a Álvaro Uribe Vélez, quien fue presidente por dos términos consecutivs -2002/2006 y 2006/2010-. El uribismo logró construir una base social y electoral enorme. Ganó, por ejemplo, todas las elecciones presidenciales en su primera vuelta (aunque perdió la segunda en 2014) así como el plebiscito sobre el Acuerdo Final de Paz entre el gobierno y las FARC realizado en 2016 -contra las expectativas de promotores, observadores y analistas, casi sin excepción-1. Los porcentajes de apoyo y/o simpatía por Uribe en los sondeos de opinión mientras fue presidente nunca bajaron del 70%, ni siquiera al final, cuando navegaba sobre la cresta de decenas de escándalos gravísimos acumulados y ocho años de desgaste en el poder (López, 2014). Sin embargo, desde el 2019 el uribismo ha entrado en un declive: tuvo un mal desempeño en las elecciones regionales, y tanto el presidente que eligió como -más importante aún- su propio caudillo registró pésimamente en los sondeos. A principios de 2019 (El Espectador, 2019) la mitad de los encuestados rechazaba a Uribe, y para diciembre de ese año ya era el político con mayor imagen desfavorable en el país (W Radio, 2019).

Mostraré que, paradójicamente, fue la amplitud de la apelación de Uribe lo que le permitió desarrollar políticas muy radicales. El concepto clave aquí es el de coalición: Uribe construyó una muy amplia, que saltaba por encima de muchas fronteras, incluida crucialmente la frontera entre legalidad e ilegalidad. Gracias a ello, se convirtió en el único político que podía hablar y coordinar a las élites a nivel nacional y regional. En un sentido muy profundo, pues, lo que sostenían sus acólitos era cierto: llegó a ser una figura prácticamente irremplazable en la labor de coordinar los factores reales de poder en Colombia y mitigar los brutales problemas de acción colectiva que los habían asolado durante décadas (Mauceri, 2001).

Sin embargo, esta fórmula de éxito generó los problemas que el uribismo sufre en la actualidad. Por un lado, precisamente por lo que establece el párrafo anterior, el caudillismo uribista no sólo fue vocacional sino también forzoso. Esto dio origen a una sucesión, relacionada con la calidad y fidelidad del personal dirigente e intermedio. Por otro, el equilibrismo implicado en la operación de manejar demandas de diferentes sectores que podían ser parcial o totalmente contradictorias fue fracturando gradualmente a la gran coalición uribista. Como en el modelo ferroviario de los partidos, en cada estación -es decir, en cada coyuntura crítica- algunos se apeaban y otros se subían. Sin embargo, las deserciones resultaron a la larga más importantes que los reclutamientos. Por eso, tanto la coalición como la base electoral uribista sufrieron un doble proceso de estrechamiento y de descentramiento. El uribismo tardío se volvió geográficamente más excéntrico -más cercano a las fronteras del país y menos andino- que la versión original. Aquí el dato central es que perdió a Bogotá y, más generalmente, a las grandes ciudades. También perdió a sectores claves de las élites, que fueron abandonando el proyecto a medida que lo empezaron a sentir extremo más que nacional. Esto probablemente le quitó buena parte de su apelación modernizante y lo empujó más en una dirección antiliberal.

Estos problemas de coordinación son típicos de la democracia -y de un movimiento que actúa dentro de ella. El artículo muestra que el uribismo es y ha sido, en un sentido específico pero de manera bastante clara, democrático. A la vez, sugiere que es radical e incluso extremista. ¿Es esto contradictorio? Plantearé que no. Uribe simplemente expresa la especificidad del régimen político colombiano: competitividad y pesos y contrapesos genuinos, por una parte, y dinámicas violentas por la otra (Gutiérrez, 2014). Si tengo razón, esto sugiere que necesitamos tipologías mejores y más universalistas para clasificar a las derechas duras del mundo.

El artículo se desarrolla en el siguiente orden. La primera sección explora algunos conceptos básicos sobre el significado de derecha, extremo y radical. La segunda esboza la trayectoria política de Uribe, que se funde con la de su movimiento. Necesariamente omito una multitud de datos reveladores, concentrándome en los eventos y procesos relevantes para el texto. La siguiente se concentra en el programa uribista. La cuarta describe las coaliciones y base electoral del primer uribismo. Esto me lleva a la siguiente sección, en donde muestro evidencia que sugeriría que el uribismo ha sufrido un estrechamiento de su base social y electoral. Solamente después de este análisis es posible evaluar qué clase de fenómeno político es el uribismo. Planteo que es de derecha radical y en un sentido muy claro: extremista. En las conclusiones recapitulo y planteo algunas implicaciones para el análisis comparado.

 

 

 

Radicalismos

de derecha

¿Por qué han podido avanzar tantos movimientos de derecha dura (tomando esta expresión como un término sombrilla) en el mundo en los últimos años? Quienes han querido contestar esta pregunta han encontrado que tienen que responder antes a otras dos. Primera: ¿en qué consiste el fenómeno? ¿Cómo conceptualizarlo? Segunda: ¿cuál es la evidencia (los observables) que permiten distinguir entre un partido que es de derecha dura y otro que no?

Comencemos por la primera. El grueso de la producción sobre el uribismo -magra aún para la magnitud del fenómeno- parece partir del supuesto de que es de derecha dura, pese a que sus líderes lo niegan explícitamente. Se trata de una desagradable anomalía: estas cosas deben ser demostradas. Acaso la categoría más usada para estudiar a la derecha dura haya sido la de populismo (ver, por ejemplo, Norris e Inglehart, 2016, Laclau, 2005). Pero también se ha hablado de neofascismo (Mammone, 2011), derecha extrema y derecha radical. Por diversas razones, cuya discusión va más allá de los límites de este artículo, no usaré aquí el concepto de populismo. Aunque haya algunas razones para hablar de neofascismo, diferencias de fondo entre lo que vemos hoy y el fascismo -en particular el espíritu ferozmente anti estatista de buena parte de la derecha contemporánea, en contraste con lo que según Mussolini constituía la esencia del fascismo2- me impiden también utilizar esa terminología. El concepto de autoritarismo competitivo de Le­vitzky y Way (2010) es una buena herramienta de análisis, pero como veremos el uribismo colombiano no cae claramente dentro de esa categoría.

Esto me lleva a la dicotomía derecha radical/derecha extrema basada en la posición frente a la democracia. Los conservadores convencionales estarían firmemente en el terreno democrático. En cambio, la derecha extrema se caracteriza por el rechazo a la democracia… El término derecha radical, por otra parte, típicamente se usa para describir grupos que critican ciertos aspectos de la democracia liberal pero que no buscan derrocarla (Eatwill y Goodwir, 2018: 69). Esta dicotomía tiende a volverse estándar en la literatura. Otra manera de atacar el problema, sin embargo, sería identificar algunas características claves de fuerzas de derecha, por ejemplo, rechazo al pluralismo y al universalismo (Rydgren, 2007, Lipset y Raab, 1970) y evaluar qué tanto el partido correspondiente las exhibe. Entre más características de estas tenga, y en mayor grado, más extremo será.

Pero esto nos conduce directamente a la segunda pregunta: ¿cómo saber si un partido es de derecha, y entonces radical, extremista o ninguna de las anteriores? Se han probado distintos criterios, pero esta parece ser una pregunta metodológica que en esencia permanece abierta. Como suele suceder, hay casos básicamente indiscutibles (los neonazis alemanes son extremistas, el partido socialdemócrata sueco no) pero otro montón de dudosos (Mudde, 2000). Aquí parecería que nos topamos con una tensión que se encuentra en otros campos. Por un lado, hay criterios clasificatorios que establecen diferencias más o menos nítidas, pero que en cambio son difíciles de traducir a conceptos sólidos. Por ejemplo, Mudde (2000) propone que un partido de derecha radical o extremo sea clasificado por su nombre y por la manera en que los votantes lo ubican en el eje izquierda-derecha. Pero, Rdydgren (2007) ha notado que también en Europa hay partidos que intuitivamente parecen extremistas o radicales pero que se reclaman de centro. De hecho, el fascismo mismo reivindicó en ciertos momentos estar por encima de la fractura izquierda-derecha. Además, los partidos de derecha dura podrían tener razones estratégicas para hacerse pasar por centristas, lo que tendría que incidir en sus preferencias con respecto a su autoidentificación así como en su nombre.

Dicho de otra manera, como los costos de parecer anti democrático aún son grandes, los partidos extremos pueden tener incentivos muy fuertes para presentarse como más centristas de lo que en realidad son. Por otro lado, soluciones más densas -estudio del programa del partido respectivo, de sus principales periódicos, de las principales intervenciones de sus dirigentes-pueden resultar cada vez menos operacionales y poner sobre el tapete complejos problemas metodológicos (lo que dice un dirigente no necesariamente es la voz del partido, hay diversas maneras de interpretar un texto o una declaración, etc.). Algunos de estos problemas no parecen intratables en el contexto colombiano. Por ejemplo, el uribismo es una fuerza claramente caudillista, así que las aserciones de Uribe no se discuten; eso contrasta claramente con el faccionalismo de muchas derechas europeas (o de partidos centristas). Por eso, y contrariamente a lo que pasa en esos casos, no es tan complicado identificar la posición oficial del partido. Más aún, como se verá más abajo, Uribe enunció desde el principio su programa con bastante claridad, y se ha atenido a él a lo largo de los años. Ese programa nunca fue una cortina de humo para confundir a observadores externos, aunque obviamente intentaba legitimar su propia causa.

 

 

 

El contexto: vida, obra y milagros

del uribismo

En esta sección esbozo concisamente la trayectoria política de Álvaro Uribe y muestro que desde 2002 hubo varios uribismos. Traigo a cuento solamente los procesos y eventos necesarios para el análisis de las siguientes secciones.

Uribe apareció en la política local del departamento de Antioquia a principios de la década de 1980 como joven promesa del Partido Liberal (en adelante, PL). La década fue el momento estelar de los baronatos departamentales (Gutiérrez, 2007), es decir, de una descentralización de facto, y altamente criminalizada, del PL: los jefes en cada departamento tenían acceso a finanzas propias, a menudo a sus propios proveedores de seguridad (Leal y Dávila, 1991) y además crecientemente ponían más votos que la bandera partidista. El padre de Uribe -político, caballista y ganadero, muy bien conectado con el turbio político liberal antioqueño del momento-fue secuestrado y asesinado por las FARC en 1983.

Uribe junior, sin embargo, no se concentró durante la década de 1980 en temas de seguridad. Fue un político más del entonces llamado oficialismo liberal. Se caracterizó eso sí por su talante fuertemente técnico. Eso le permitió hacer carrera y convertirse en congresista estrella cuando junto con tecnócratas logró sacar adelante lo que sería el ícono de las reformas neoliberales en Colombia, la ley 100 de 1993 (que reformaba el sistema de salud). En 1997 fue elegido gobernador de Antioquia. Fue desde esa posición que Uribe desarrolló su discurso pro-seguridad y construyó una plataforma que lo haría candidato presidencial viable.

Los gobiernos liberales de César Gaviria (1990-1994) y Ernesto Samper (1994-1998) habían creado en 1994 unas cooperativas de seguridad, las orwellianamente llamadas Convivir, que constituyeron mascarones de proa para la expansión y desarrollo de grupos paramilitares a lo largo y ancho del país. Como gobernador de Antioquia (1995-1997) Uribe se convirtió en el defensor a capa y espada de aquellas cooperativas. Su gobernación promovió a esas Convivir paramilitarizadas. Uribe también apoyó abiertamente la actividad del general Rito Alejo del Río, quien estaba “pacificando” la región de Urabá de una manera extraordinariamente violenta de la mano de los paramilitares3.

El activismo de Uribe iba en contravía del programa central del nuevo gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002), empeñado en alcanzar un acuerdo de paz con las FARC. Pero, a medida que los esfuerzos pacifistas de Pastrana empezaron a hacer agua, en medio de una crisis económica sin precedentes4 y de un clima de fin de mundo de violencia generalizada, la política antiguerrilla y pro-seguridad de Uribe comenzó a llamar la atención de numerosos sectores. Cuando se lanzó como candidato presidencial por un movimiento inventado por él -Primero Colombia- estaba dentro del margen de error, menos del 2%. Por el contrario, el candidato oficial del partido de Uribe, Horacio Serpa, parecía ser el seguro ganador. Sin embargo, Uribe logró armar una campaña impresionantemente exitosa. Introdujo claras innovaciones en el lenguaje, expresadas también en el espíritu disidente (Uribe, 2012) y anti tradicionalista de su discurso y su programa (de hecho, ya ser tan programático era una innovación en el contexto colombiano). Ganó en primera vuelta con 54,5% de los votos.

El primer gobierno de Uribe implicó también varias rupturas con respecto del pasado. Su gobierno fue el primero en al menos 20 años en no poner la paz con las guerrillas en el centro de su agenda política. En cambio, impulsó un proceso de paz con los paramilitares lleno de ambigüedades y de problemas. Impulsó igualmente un proceso de transformación del estado en gran escala. En su programa presidencial de hecho estaba planteado que disminuiría el tamaño del congreso y fortalecería el ejecutivo a costa de los cuerpos colegiados y los organismos de control, y el plebiscito que implementó en 20035 tenía algo de eso.

Al término de su primer gobierno, estaba en el cénit de su poder, con índices de popularidad inverosímiles. Cambió la constitución para hacerse reelegir -solamente lo logró después de que dos congresistas cambiaron sus votos a cambio de prebendas- y ganó en 2006 también en primera vuelta. El país era hegemónicamente uribista. Un buen indicador de la amplitud del apoyo del que gozaba es el siguiente: en la Encuesta de Legitimidad Institucional del IEPRI más del 40% de los que se autoidentificaban como muy de izquierda votaron por Uribe en 2002 (y más del 50% de los que se identificaban como de izquierda, Gutiérrez, 2006).

La coalición que respaldaba al presidente era muy igualmente amplia. Como veremos, esto incluía a las fuerzas representadas en el congreso, pero fue mucho más allá. El segundo gobierno de Uribe, sin embargo, enfrentó más dificultades. Estas resultaron de cuatro fuentes. En primer lugar, los escándalos continuos -asociados tanto a violencia letal como a corrupción masiva- que marcaron el proceso de paz con los paramilitares. El principal de estos escándalos fue el episodio de la parapolítica destapado por Claudia López (2010) y la Fundación Arco Iris: es decir, la penetración de la política electoral por parte de los paramilitares. La parapolítica afectó de manera desmedida a los uribistas por sobre las demás fuerzas políticas (para una sencilla demostración cuantitativa de esto, ver Gutiérrez, 2010)6. Uribe salió en respaldo de los congresistas encartados, pidiéndoles de manera célebre voten [por mí] mientras no estén en la cárcel (Semana, 12/02/2006). El segundo factor fue la horrorosa práctica de los llamados falsos positivos, es decir, el asesinato de jóvenes indefensos de todo el país para presentarlos como bajas en combate tanto de guerrilleros como de paramilitares7. Incluso suponiendo que no hay subestimaciones grandes la cantidad de desaparecidos que produjo el episodio fue mayor al de muchas dictaduras latinoamericanas durante toda su existencia. El tercero fue una segunda intentona para reelegir a Uribe, cuando el episodio de la compra de votos parlamentarios de la primera reelección aún estaba al rojo vivo. Cambiar reglas de juego críticas en beneficio propio, y además haciendo trampa, fue un plato demasiado fuerte incluso para varios curtidos políticos prácticos. Por último, los ataques de Uribe (no sólo retóricos, sino de facto, incluyendo interceptaciones telefónicas ilegales e intimidaciones)a las altas cortes, y en particular a la Corte Suprema de Justicia por haber iniciado el proceso de la parapolítica, fue otra fuente permanente de preocupación. Nada de esto pareció mellar su apoyo popular ni su capacidad de tomar decisiones. Además, para capear esas dificultades, el segundo uribismo puso en sordina parte de su discurso antipolítico y se apoyó firmemente en los políticos tradicionales. Estos aceptaron encantados. Muchos de ellos habían llegado a la conclusión de que enfrentarse a Uribe era una carta perdedora y buscaron acomodarse a las nuevas reglas de juego.

Como la Corte Constitucional no avaló la segunda iniciativa reeleccionista, el uribismo quedó enfrentado al problema de la sucesión. El ungido terminó siendo Juan Manuel Santos, pero sólo después de que el preferido de Uribe (Andrés Felipe Arias) perdiera la consulta conservadora y terminara en la cárcel por aún otro escándalo de corrupción. Santos había sido el ministro de defensa de Uribe. Sin embargo, representaba todo lo que Uribe no era y al menos en teoría no quería ser (la oligarquía bogotana). Santos ganó las elecciones, aunque claramente muchos uribistas se abstuvieron de apoyarlo.

Lo que siguió ha sido narrado muchas veces: Santos lanzó una suerte de glasnost a la colombiana, aceptó la existencia de un conflicto armado en el país (lo que para Uribe era anatema) e inició un proceso de paz con las FARC. Después de un corto período de enfriamiento de las relaciones, Uribe se lanzó a hacerle una oposición salvaje a su antiguo pupilo y a su proceso de paz (la paz de Santos).

Este otro uribismo tiene dos diferencias importantes con respecto de los precedentes. La primera es su apuesta partidista. Durante sus dos gobiernos, Uribe había preferido diversificar sus apoyos y hablar con la miríada de fuerzas salidas principalmente de los dos partidos tradicionales (liberal y conservador) que se crearon para apoyarlo. Incluso también frente a la nueva agrupación que supuestamente sería la suya, el llamado Partido de la U8-por Unidad Nacional, pero se sobreentendía que era el de Uribe-. En cambio, en 2013 Uribe creó su propia fuerza, llamada Puro Centro Democrático (a la larga dejó caer el Puro). La segunda es el lugar del uribismo en el sistema político. Ahora era sólo un partido en la oposición, sin mayorías parlamentarias, y con una baja capacidad -como se demostraría una y otra vez- de establecer alianzas con otras fuerzas. Su discurso, en cambio, se tornó extraordinariamente acerbo. Por ejemplo, Santos fue tachado como lacayo del castro-chavismo y como cripto-fariano, con el alias de comandante Santiago (Gómez, 2017).

Con todo y esto, y contra todos los pronósticos, el Centro Democrático ganó incansablemente entre 2010 y 2020 (sobre los éxitos del CD, ver Losada y Liendo, 2016). En 2014 obtuvo la primera vuelta; en 2016 derrotó al gobierno que había lanzado su plebiscito para refrendar democráticamente el Acuerdo Final entre el gobierno y la principal guerrilla colombiana, las FARC. También obtuvo buenos resultados en las elecciones parlamentarias y regionales. En todos estos emprendimientos, el Centro Democrático actuó en esencia solo. Solamente estableció alianzas -que pronto rompió- en la segunda vuelta de 2018, cuando impuso a su candidato Iván Duque, que se enfrentaba al de la izquierda, Gustavo Petro.

 

 

 

El triángulo

de confianza

El primer gobierno de Uribe se construyó sobre la base de una gran idea programática. Uribe se hizo reelegir para continuar ese programa, y bajo el argumento de que no podía permitir que el país cayera en manos de fuerzas que lo retrotrajeran a los horrores del pasado. Y después el Centro Democrático recogió ese programa, simplemente desarrollando algunos de sus puntos y actualizándolos a la luz de la campaña contra Santos.

Como Uribe repite mucho -según dice, también repetitivamente, en su autobiografía oficial (2012)-y como el programa se usó continuamente para defender su obra de gobierno, es fácil de caracterizar. Se trata del triángulo de la confianza -o, más cotidianamente, los tres huevitos- constituido por la seguridad, la confianza inversionista y la cohesión social. La idea central es la siguiente. La seguridad es un bien primordial proveído por el estado. La debilidad de los anteriores gobernantes colombianos los había llevado a ceder completamente a los “terroristas”. Parte de esa debilidad estaba inspirada en la animadversión a las experiencias dictatoriales del resto de América Latina. En contraste, Uribe ofrecía una política de seguridad “democrática”, no dictatorial, al conjunto de los colombianos.

Y aquí viene la clave del asunto: la provisión de seguridad generaría un círculo virtuoso en gran escala. Teniendo seguridad, los empresarios empezarían a invertir (confianza inversionista). A la vez, con los recursos provenientes de la inversión empresarial, habría empleo y la posibilidad por parte del estado de desarrollar una política social eficiente y enérgica (cohesión social). Uribe decía no obedecer a los dictados de la cartilla neoliberal, pues no preconizaba el retraimiento del estado sino más bien su transformación para hacerlo más eficiente y ágil en la respuesta a las demandas ciudadanas. La crítica al estado derrochón no sólo sirvió para orientar la reforma al estado mientras Uribe estuvo en la presidencia, sino que después se convirtió en uno de los tópicos de la agria campaña contra Santos.

¿Cómo cambiar al estado para que pudiera convertirse en el impulsor del triángulo de confianza? Una de las principales herramientas para hacerlo fueron los consejos comunitarios, en los que Uribe microadministraba la respuesta estatal a las demandas ciudadanas de las regiones. Una vez más, el éxito de los consejos fue enorme. Uribe creó alrededor de experiencias como estas dos categorías centrales. La primera de ellas fue el estado comunitario, que se suponía combinaría las modalidades de democracia representativa y participativa a través de una interacción cara a cara entre comunidad y Estado (Uribe, 2013). La segunda fue la del estado de opinión que, según uno de los ideólogos del uribismo, estaba constituido por un gobierno en contacto permanente con la ciudadanía (Rey, 2015). También buscaba abrir mecanismos de participación, no necesariamente mediados por los partidos, aunque no los excluye (El Tiempo, 2009). Era aquí donde se cerraba el bucle, pues si el clamor de la ciudadanía era la demanda por la seguridad, solamente un estado basado en el triángulo de confianza podía escucharlas y procesarlas.

Esta es la esencia del programa uribista, que ha tenido pocos cambios a lo largo del tiempo9. Aunque la caracterización de esa propuesta como un pacto hobbesiano fue relativamente popular en su momento (ver, por ejemplo, las interesantes reflexiones al respecto de Palou, 2009) en realidad era algo distinto: hacía más énfasis en democracia que en estado, en respuesta a demandas regionales, y en instrumentos modernos de captura de la opinión ciudadana.

Estas ideas estaban claramente orientadas a justificar las aventuras reeleccionistas de Uribe así como sus iniciativas represivas. Aun así, sería un gran error reducir la importancia de aquellas a su valor instrumental. El apoyo masivo y estable que conquistó el uribismo sugiere que hay mucho más. Hay cuatro vías por medio de las cuales la seguridad democrática -como el requisito indispensable para generar el triángulo de confianza-pudo haber contribuido a fortalecer la imagen de Uribe y de su gobierno frente a la opinión. En primer lugar, la promesa de ofrecer seguridad y de hacerlo alrededor de demandas territorialmente fijadas tenía que encantar a algunos de los auditorios duros de Uribe, como las élites rurales paramilitarizadas. En un sistema político altamente clientelista como el colombiano, esos apoyos regionales se traducen no solamente en votos y en toda clase apoyos. En segundo lugar, el estado comunitario y el de opinión, como método para relacionarse con la ciudadanía, sí daban señales públicas nuevas. Las visitas de Uribe a territorios a los que nadie -ni siquiera burócratas intermedios- había ido se convertían en fiestas cívicas, en donde destacaba la presencia de lo más granado de la sociedad y el funcionariado local, así como algunos liderazgos. Es verdad que los consejos comunitarios estuvieran puntuados por episodios siniestros (Las Dos Orillas, 2014) que contribuyeran de manera ostensible al culto de la personalidad de Uribe, y que su aparente espontaneidad estuviera gobernada por un guión cuidadosamente preestablecido. Pero a la vez eran un espectáculo inédito en el que los ciudadanos de la Colombia profunda le pedían cuentas a la alta burocracia -a veces incluso cobraban esas cuentas-y presenciaban cómo el caudillo regañaba en público a ministros y viceministros y les ordenaba obedecer y/o responder a lo que “decía la gente”. Esta clase experiencia para muchos fue inolvidable.

El tercer factor es que Uribe logró construir correspondencias entre su programa y demandas ciudadanas muy amplias y muy sentidas. Gracias a esas correspondencias su atractivo frente al electorado fue aún más amplio que su coalición. Esto se observa claramente con respecto del tema clave de la seguridad. La violencia -no sólo la relacionada con el conflicto armado-- al final del gobierno de Pastrana se había salido de madre. Los ciudadanos veían a un presidente que finalmente no se arrodillaba ante los delincuentes. Aquí el tema no sólo era la enorme impopularidad de las guerrillas: era que términos como terrorista o delincuente podían aplicarse fácilmente a diversos contextos. Si Uribe decía estar acabando con los forajidos, cada ciudadano podía pensar en su propio forajido a derrotar. Para muchos ciertamente podían ser los guerrilleros. Pero para otros podía ser el atracador o el delincuente, que les robaba el sueldo cuando regresaban a casa después de haberse tomado un par de cervezas. Y eso permitió generar un nuevo clivaje: ellos (los bandidos) y nosotros (los ciudadanos de bien). En ese clivaje, Uribe estaba con la abrumadora mayoría, y los débiles con el terrorismo eran apenas marginales. Según el dictamen de Uribe: el país entero se unió contra los terroristas (2012: 262). Algo similar sucedió con la propuesta de modernización del estado, que implicaba una denuncia a la corrupción y a la politiquería tradicional.

Ese programa -cuarto- también le permitió a Uribe desarrollar un nacionalismo de la seguridad tremendamente efectivo en un país desmoralizado por la violencia y el narcotráfico, que había construido, según observación del sociólogo Fernando Cubides (1999), una comunidad en la culpa. Parte de las consignas del nacionalismo de seguridad de Uribe probablemente es de inspiración y origen empresarial -el país de repente se inundó de publicidad proclamando que Los buenos somos más -, pero capturó la imaginación de un sector mucho más amplio de la sociedad necesitado de alguna suerte de respiro identitario. Proliferaron entonces los partidos -pero también los restaurantes-con el nombre de Colombia10. El nacionalismo de la seguridad le sirvió también a Uribe para castigar a las Organizaciones no Gubernamentales y a lo que hoy llamaríamos el establecimiento liberal-globalista, mostrando con ejemplos concretos -como el del alemán Mauss, expulsado por él por intermediar en los secuestros del ELN-que no aceptaría más injerencias humillantes por parte de extranjeros débiles con el terrorismo-.

 

 

 

Votantes

y coaliciones

en el momento

de gloria

Este programa de Uribe se convertiría un referente para la política nacional. Ningún político tenía posibilidad alguna de disputarle a Uribe la primacía en ese terreno. Uribe había inventado ese programa. Su trayectoria lo encarnaba. Su análisis de las realidades nacionales iba dirigido a explicar por qué sus antecesores -es decir, las fuerzas que competían con él en campaña-siempre habían sido débiles con los terroristas (Uribe, 2012). En 2002, Uribe obtuvo victorias aplastantes en todas las circunscripciones electorales claves, incluyendo a la capital Bogotá, en donde obtuvo más de 50% de los votos. Las correspondencias a las que aludí más arriba pueden haber jugado un papel clave en esto. La seguridad claro era un tema preeminente. Pero también lo eran la propuesta de modernización del estado y el rechazo a la politiquería corrupta.

Junto con su popularidad entre el electorado, Uribe contó con apoyos cruciales. Su auditorio duro -como lo dicen sus críticos, paramilitares y él mismo (Behar y Ardila, 2012; Uribe, 2012; Cepeda y Rojas, 2008) -estaba constituido por los grandes ganaderos y la federación respectiva, FEDEGAN que respaldó de manera explícita y entusiasta a Uribe. Éste, de hecho, apoyó durante su campaña la propuesta del presidente de la Federación, Visbal, de constituir milicias nacionales, algo que se parecía mucho a unas nuevas Convivir. El apoyo mutuo ha continuado hasta hoy. José Félix Lafaurie -el actual presidente de la Federación-es un destacado líder del Centro Democrático, y su esposa una conocida parlamentaria de ese partido.

Visbal eventualmente fue encarcelado por paramilitarismo (El Tiempo, 2018), lo que no es casual, pues otro apoyo muy fuerte de Uribe fueron los paramilitares mismos (así como ganaderos paramilitarizados). Sobre esto no hay duda razonable posible: los paramilitares hicieron saber por todos los medios posibles que Uribe era su candidato (entre los muchos ejemplos posibles, ver Martínez, 2004 y Montañez et al., 2005). Los rivales de Uribe -incluyendo a la conservadora Noemí Sanín- denunciaron en 2002 que los paramilitares tenían candidato propio (Cardona, 2016). Muchos de los paramilitares se involucraron en sus respectivas regiones en grandes operaciones de apoyo a Uribe -incluyendo fraudes en gran escala- aunque esto no necesariamente determinó los desenlaces (Daza, 2017, Grajales, 2017, Gutiérrez, 2019). A Uribe lo acompañó también el entorno de finqueros y caballistas narcotizados en el que de hecho había pasado su infancia y juventud (Cepeda y Rojas, 2008).

Aquí, como he observado en otra parte (Gutiérrez, 2014), el único contraargumento posible de los uribistas es que se trató de un amor no correspondido; la discusión sobre las evidencias a favor en contra de él va más allá de los límites de este artículo, aunque digo algo sobre el tema en la próxima sección. Pero estas coaliciones plantean una pregunta. Solamente ocho años antes un candidato ganador, Ernesto Samper, había destruido su presidencia y su carrera política al aceptar financiación del Cartel de Cali. ¿Por qué Uribe pudo salirse tan fácilmente con la suya? La respuesta es que, junto con estos apoyos, logró alinear a su favor un elenco impresionante de sectores legales claves. Comencemos con los Estados Unidos, para los que el programa uribista caía como anillo al dedo: Bush había lanzado, a raíz de los ataques del 11 se septiembre de 2001, su guerra contra el terrorismo. Ya vimos que los grandes ganaderos -un sector muy influyente- constituían su origen y el núcleo duro de su auditorio. Uribe también se hizo del apoyo a militares condenados o encartados por violaciones a los derechos humanos (notablemente el general Rito Alejo del Río, actualmente en la cárcel) un puntillo de honor de su campaña. Esto, junto con sus denuncias a las complicidades de las ONG con los terroristas, le ganó el entusiasta aval del establecimiento de seguridad. También fue saludado por numerosos gremios de la producción. Algo que es fácil de pasar por alto, pero que es muy importante, es que la alta tecnocracia -especialistas renombrados con funciones de gobierno- marchó también de manera entusiasta al paso que marcaba el uribismo temprano. De hecho, cuando se observa el primer gabinete de Uribe es una especie de quién es quién de la alta tecnocracia colombiana, con al menos seis figuras icónicas (https://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81lvaro_Uribe). Los empresarios también estaban muy bien representados, con tres carteras. Los políticos puros y duros solamente aparecían en dos o tres (incluyendo obviamente el Ministerio del Interior), dependiendo del criterio que se use.

Hay al menos tres razones para que Uribe fuera el hombre de los empresarios y los tecnócratas. Primero, aunque decía apartarse de la cartilla neoliberal su énfasis en un estado magro era lo suficientemente claro como para atraer a muchos economistas. Segundo, en su paso por el parlamento Uribe había mostrado una alta capacidad de manejo de temas técnicos, y fue una de las estrellas en el proceso de sacar adelante la Ley 100 de 1993 que reconfiguró el sistema de salud en Colombia. La Ley 100 era en 2002 una suerte de biblia del neoliberalismo criollo. Y en el proceso Uribe interactuó en los mejores términos con figuras como Juan Luis Londoño, un uber-tecnócrata neoliberal a quien nombró su ministro de salud. No menos relevante es que en su Manifiesto Democrático Uribe incluyó propuestas de modernización del estado junto con severas críticas contra la política tradicional y el congreso, proponiendo la reducción de este último.

A pesar de su tono agrio contra la “subversión” -es decir, la izquierda- y la “politiquería”, Uribe logró alinear al congreso con una combinación de garrote y zanahoria (Osorio, 2012). Contribuyó a eso que el partido conservador lo apoyara desde el principio. También fue clave la creación -o crecimiento- de una panoplia de partidos que irían conformando la nube uribista (Acuña y Gutiérrez, 2010). Aunque el Congreso nunca se plegó totalmente a los ukases del presidente, como atestigua el hecho de que los votos críticos para obtener la aprobación de la reelección presidencial tuvieran que ser obtenidos a través del soborno, lo cierto es que Uribe contó desde el principio con cómodas mayorías parlamentarias. Contribuyó a esto a que la mayoría de congresistas influidos directamente por los paramilitares estuviera muy mayoritariamente de parte de Uribe.

Aunque esta es solamente una muestra de los respaldos que obtuvo Uribe (pues también a nivel regional fueron variados e importantes) revela bastante bien su extraordinaria amplitud y su gran poder, pero también su carácter heterogéneo. La demanda por seguridad y la promesa de una nueva política habían alineado a ciudadanos hastiados de la corrupción, empresarios, tecnócratas, líderes del sector de seguridad, ganaderos, paramilitares y sectores del narcotráfico, y a los Estados Unidos en su guerra contra el terrorismo. Uribe era el único capaz de hablarles a todos ellos. Es decir, se convirtió en la bisagra capaz de coordinar los factores de poder legales e ilegales y sus mutuas intersecciones, así como de articular sus demandas con las de una amplísima base ciudadana. Vale la pena enfatizar aquí que, como en toda la narrativa de esta sección, no estoy hablando de dinámicas secretas, o de evidencias indirectas. Todo esto sucedió de manera bastante explícita y clara, muy por encima de la mesa. Que esto fuera así lo captura muy bien la invitación de Uribe a los congresistas encartados en parapolítica que a votar a favor de los proyectos del gobierno mientras no estuvieran en la cárcel.

 

 

 

Estrechamiento y descentramiento11

Dije arriba que la literatura reportaba que los éxitos del uribismo no se pueden atribuir solamente a coerción y fraude, por muchas razones. La más obvia es que los fraudes masivos a favor del uribismo que conocemos tuvieron lugar en la Costa Caribe, una de las pocas regiones de Colombia en las que nunca pudo ganar. En realidad, si se consideran las cifras que obtuvo Uribe tanto en las urnas como en los sondeos de opinión, es claro que el fraude y la violencia hicieron parte de su repertorio pero que no pueden explicar sus éxitos12. Tampoco se explican por la subordinación ciega de su electorado, una proposición que fue muy popular en su momento (Semana, 2017). Como veremos más abajo, el uribismo no ha sido estable regionalmente; ha conquistado algunos territorios y perdido otros. Esta evidencia no es muy compatible con la intuición de un electorado apoyando robóticamente a su líder.

Es más simple y calza mejor con los hechos la proposición de que la figura y el programa de Uribe resultaron atractivos para sectores muy amplios, que por alguna razón u otra se sintieron cómodos con él. En efecto, la base electoral inicial (la de 2002 y 2006) uribista era muy amplia. Si como vimos el atractivo de la figura de Uribe saltaba por encima de los límites convencionales del espectro político, también estaba ampliamente difundido en el territorio. En 2002, Uribe obtuvo más de 50% de los votos en circunscripciomnes claves: su departamento natal y las del eje cafetero, en donde probablemente se sumaban factores de autoidentificación regional a simpatías con el programa y el discurso del candidato, un par de departamentos fronterizos con Venezuela, y Bogotá.

Lo que sucedió después de 2010, empero, fue simple y muy importante: el uribismo comenzó a perder las grandes ciudades. Esto incluye a Bogotá, a Cali, y sorprendentemente a la capital de Antioquia, Medellín. Si construimos una medida muy simple -nivel de uribismo”, porcentaje de votos obtenidos por Uribe en una circunscripción electoral- el de Medellín se derrumbó de 74% en 2002 a 43% en 2014, aunque en 2018 repuntó otra vez a más del 50%. Pero Medellín es la ciudad natal de Uribe. El uribismo de Bogotá, en cambio, cayó dramáticamente de 58% a 27%. Vale la pena recordar que la capital es el gorila electoral del país no sólo por su simple peso demográfico, sino también por ser desde hace años un marcador de tendencias. Lo de Cali fue aún más pronunciado, al pasar de 63% en 2002 al 29% en 2018. La otra ciudad colombiana con más de 1 millón de habitantes, Barranquilla, pasó del 43% en 2002 al 29% en las pasadas elecciones.

El elenco de departamentos muy uribistas sufrió también un cambio bastante impresionante. En el 2018, el top 3 estaba monopolizado por departamentos fronterizos con Venezuela (Norte de Santander, Casanare y Arauca), en los que tanto problemas de orden público como la migración del vecino país -para no hablar ya de la animadversión al castro-chavismo- seguían constituyendo problemas de primer orden. Desaparecieron esos bastiones del que eran los tres departamentos del eje cafetero, y naturalmente Bogotá, que ahora ocupaba, junto con los departamentos del suroccidente uno de los últimos puestos en lo que respecta a nivel de uribismo. La Tabla siguiente muestra que el uribismo se “corrió” hacia la frontera con Venezuela, hacia departamentos menos densos demográficamente y con menos centralidad económica. Creo que la tabla es muy elocuente con respecto del estrechamiento y el descentramiento. Con todo lo arbitrario que tiene esta medida, el top 7 uribista del 2002 comprendía 19.816.672 habitantes, mientras que el top 7 del 2018 se había encogido a 10.498.89613.

 

 

Tabla 1. Siete circunscripciones electorales más uribistas (según porcentaje de voto

por candidato uribista en primera vuelta presidencial) 2002 y en 2018.

Por departamento, incluyendo a Bogotá

 

Circunscripción

Escalafón

2002

Escalafón

2018

% 2002

% 2018

Risaralda

1

18

71,93

41,45

Caldas

2

14

69,31

43,9

Quindío

3

15

67,92

42,85

Antioquia

4

5

67,77

54,58

Meta

5

9

63,37

50,52

Norte de Santander

6

1

61,23

62,03

Bogotá

7

28

58,27

27,34

Casanare

15

2

49,06

61,65

Arauca

11

3

53,37

58,27

Huila

10

4

54,77

54,67

Vichada

29

6

32,58

54,27

Caquetá

14

7

50,14

53,81

 

 

Las simpatías por Uribe en los sondeos también disminuyeron considerablemente, aunque muy gradualmente. Si en la década del 2000 estas oscilaban entre 70% y el 80%, en la de 2010 pasaron a estar entre 50% y 60% Con esto Uribe aún estaba en posición de ganar sin contar con ningún aliado, cosa que casi logró en 2014. Es solamente en 2019 que la posición tanto de Uribe como de la persona que puso en la presidencia sufren un declive dramático, y ahora se ubican entre 20 y 30%14.

Algo análogo sucedió con las coaliciones. El uribismo no ha perdido sus respaldos duros. Eso incluye a los grandes ganaderos, y más generalmente a los gremios de la producción, que jugaron un papel protagónico en el gabinete de Duque en 2018, tanto o más que en el de Uribe en 2002 (Lewin, 2018). Pero otros componentes de la enorme coalición uribista fueron desalineándose con el paso del tiempo. En cuanto a los partidos políticos, Cambio Radical comenzó a tomar distancia, debido a las pretensiones reeleccionistas de Uribe: el líder del partido, Germán Vargas, también quería una oportunidad. Cuando Santos, ya presidente, lanzó el proceso de paz, se quedó con el grueso de los operadores políticos del Partido de la U: muchos nunca regresaron al uribismo. Otros partidos de la nube uribista sufrieron catástrofes. Por ejemplo, Colombia Viva se convirtió en un repositorio de parapolíticos que eventualmente irían a la cárcel. Algo análogo pasó con Alas Equipo Colombia y con Convergencia Ciudadana: la colaboración con el paramilitarismo los carcomió.

Hablando de lo cual: lo que quedaba del paramilitarismo (los especialistas en violencia, no necesariamente las coaliciones regionales que los convocaron y armaron) también empezaron a salir de la órbita uribista. Después de un confuso intercambio de acusaciones, Uribe extraditó a un buen número de jefes paramilitares por estar delinquiendo desde la cárcel. Ellos, por su lado, han aducido que Uribe los sacó del país para que no contaran la verdad15.

Mientras tanto, la tecnocracia había ido abandonando el barco. Si se comparan los gabinetes del 2002 con el del 2010 se puede notar el contraste: la canciller del 2002 era Carolina Barco, ciudadana colombiana y norteamericana, hija de presidente y con gran familiaridad con el mundo con el que lidiaba. El del 2010 era un oscuro politiquero regional, Fernando Araújo, involucrado en un monumental escándalo de corrupción
(https://es.wikipedia.org/wiki/Esc%C3%A1ndalo_de_Chambac%C3%BA), que sólo pasó a segundo plano cuando fue secuestrado por las FARC. En 2002, el ministro de hacienda era de origen conservador, un sólido tecnócrata que ya había ocupado el cargo en la década de 1980, Roberto Junguito. En 2010 estaba Óscar Iván Zuluaga, un político regional con pasado debatido y pocas credenciales (sería el candidato en 2014; eventualmente se involucraría también en un escándalo de corrupción, este de proporciones continentales, por su supuesta participación en Odebrecht). El ministro de salud de 2002 fue una especie de ícono de la tecnocracia neoliberal: Juan Luis Londoño. Lo reemplazó Diego Palacios, en la actualidad en la cárcel por su involucramiento en la compra de votos parlamentarios para lograr la reforma constitucional que permitió la reelección de Uribe en 2006. Hay muchos más ejemplos. Formadores claves de opinión favorables al liberalismo económico pasaron del apoyo a Uribe (entusiasta o prudente) a criticarlo abiertamente y/o a apoyar el proceso de paz (un ejemplo entre muchos es Rudolf Hommes, una suerte de ícono del neoliberalismo nacional, hoy duro y acertado crítico de Uribe). No hablemos ya de Estados Unidos, que bajo la presidencia de Obama tomó una actitud relativamente benévola con respecto al proceso de paz y de hecho aceptó algunas de las tímidas audacias de Santos en el terreno de las drogas. Obviamente, con Trump ha habido un realineamiento.

La combinación de estrechamiento y descentramiento tanto en términos de base electoral como en términos de coaliciones transformó al tercer uribismo, dándole unas características nuevas. A la vez, llegaron nuevos invitados a la fiesta, que garantizaron que, con todo y el estrechamiento, el uribismo siguiera siendo una fuerza formidable. Cuatro ejemplos bastarán para mostrarlo. El primero son las audiencias de Twitter. Aún presidente, Uribe abrió su cuenta en 2009, con un éxito inmediato. En la actualidad tiene casi 5 millones de seguidores. Desde Twitter, Uribe ha lanzado algunas de las iniciativas más importantes de su activismo en los últimos años. Pero además, la nueva tecnología le ha permitido hacer realidad su sueño original de saltarse a los intermediarios, revelando sus ideas, iniciativas y antipatías a sus seguidores de manera directa.

El segundo ejemplo fundamental, aparentemente en contradicción con el anterior, es la creación de su partido. En una época y en un país en los que se repite una y otra vez que los partidos están condenados a desaparecer y ya no funcionan, Uribe mostró una vez más su capacidad de disidente y, yendo contra su práctica de la década anterior, fundó en 2013 el Centro Democrático (primero Puro Centro Democrático). Durante los ocho años de gobierno santista el partido desarrolló una oposición implacable que desestabilizó el gobierno, y construyó un núcleo básico de cuadros que hoy son protagonistas de la vida pública colombiana.

El tercero es la convivencia creciente con la política tradicional. El ejemplo más diciente es el de Andrés Pastrana, quien había sido el blanco preferido de las iras uribistas en 2002. Y el cuarto es la entrada en masa de la derecha religiosa, presente antes pero mucho más alineada e influyente en las últimas etapas; esto incluye a partidos que habían sido resistentes a los encantos uribistas, como el MIRA.

Estas nuevas fuerzas y auditorios permitieron al uribismo avanzar por dos carriles: el orgánico tradicional y otro más flexible, en el que un tejido social intermedio de apasionados voluntarios (probablemente uno que otro profesional) tomaban de Uribe y de su círculo inmediato iniciativas, formas de hablar y formas de proceder, y a menudo las transformaban en iniciativas en sus propios municipios. Esta forma de hacer política resultó ser tremendamente intimidante y efectiva, aunque seguramente haya concentrado la apelación del uribismo en personas más agresivas y menos adversas al riesgo (Gutiérrez, en preparación).

 

 

 

El uribismo

y la taxonomía

de las derechas

Los contraargumentos

 

Según se vio en la sección sobre literatura, se supone que la derecha radical es ambigua frente a la democracia, y la extrema derecha antagónica a ella. Pero la relación del uribismo con la democracia no es fácil de interpretar. El uribismo se describe a sí mismo como democrático. De hecho, el término y el concepto están en el centro de su agitación (Manifiesto, Seguridad y Centro Democráticos): no son sólo palabras. Vimos ya que aceptó el dictamen de la Corte Constitucional que le impedía presentarse a una nueva reelección en 2010 con aparente estoicismo. No hay ninguna evidencia de que el caudillo haya estado involucrado en intentonas de golpe militar u operaciones análogas. Además, Uribe -en contraste con otros líderes de derecha dura en la historia colombiana- no tenía absolutamente ninguna razón para emprenderla contra la democracia electoral. Como lo dice en su autobiografía (2012) nunca perdió ninguna elección en la que participó como candidato. Eso era cierto entonces y lo sigue siendo ahora. ¿Qué razón tendría para atacar a la democracia, más aún en el contexto internacional en el que se formó, que imputaba costos altos a quien lo hiciera? Además, programáticamente, el uribismo quiere promover el vínculo directo entre caudillo y pueblo.

Pero es necesario notar que los paramilitares colombianos -un grupo homicida como ninguno en el contexto colombiano- tampoco fueron antidemocráticos en este sentido específico, como lo demostré (2019). Su horizonte de imaginación no era un apocalipsis autoritario, ni un golpe de estado, sino la próxima elección. Así que, incluso en el caso extremo de los paramilitares, tampoco nos encontramos con un programa claramente antidemocrático.

 

 

Criterios

 

Pero entonces ¿hasta qué punto Uribe es en realidad radical? ¿No corresponde su defensa de la seguridad democrática, por ejemplo, al buen sentido común hobbesiano?

Esta clase de preguntas hay que hacerlas. Esta se puede responder de tres maneras. Primero, Uribe ciertamente no es antidemocrático, pero a lo largo de su carrera ha desarrollado un ideario cada vez más antiliberal. Por ejemplo, desde el principio, tanto él como su movimiento han sido agnósticos, en el mejor de los casos, frente a la alternación en el poder: si alguien llega a la presidencia con un programa distinto es un enemigo o un traidor. No se puede permitir que se abandone la seguridad democrática. El uribismo en el gobierno también ha sido activamente hostil a la separación de poderes. Cierto: este es en buena parte un tema posicional, pues en la oposición, el uribismo recayó en los motivos liberales clásicos, atacando a Santos por violar la constitución. Pero como se vio más arriba el programa fundacional uribista contenía ataques explícitos a los congresistas. Aquellos señalados como disidentes fueron marcados con fuego como politiqueros. Lo mismo sucedió con las altas cortes, señaladas de abrigar el último coletazo del terrorismo cuando comenzó el proceso de la parapolítica. No olvidemos que conceptos como estado comunitario y estado de opinión tienen inflexiones antiliberales, que trataban de fundar una nueva forma de gobernabilidad sobre la relación directa entre el caudillo y el pueblo. El proceso de estrechamiento y descentramiento vinculó al uribismo con iglesias cristianas muy conservadoras en términos de regulación de la vida privada, mientras que sacó a buena parte de los tecnócratas del juego, reforzando esas características antiliberales.

Por ser democrático pero antiliberal, el uribismo podría clasificarse entonces como radical. Pero con respecto del segundo criterio es extremista: su claro desinterés por (u oposición activa a) los derechos humanos y su disposición a colaborar con actores ilegales para construir y mantener una versión de la provisión de seguridad que admite el homicidio de enemigos y la colaboración activa con criminales en su repertorio. El uribismo ha defendido permanentemente la idea de que el Ejército y la Policía deben estar protegidos por una suerte de fuero especial, que los ponga a cubierto de críticas y denuncias. Uribe mismo se especializó en poner a criminales en agencias claves, incluyendo a su jefe de seguridad Mauricio Santoyo y al jefe de la agencia de inteligencia presidencial, el Departamento Administrativo de Seguridad (en donde puso a un colaboracionista del Bloque Norte de los paramilitares). Ayudó, cubrió y promovió a decenas de figuras públicas puestas en cuestión por sus vínculos con paramilitares o por violación de los derechos humanos. En este mismo espíritu, atacó a la oposición con un lenguaje incendiario, pero también utilizando toda clase de medios ilegales (a través del DAS paramilitarizado). Su coalición de apoyó básica tuvo fuerte presencia paramilitar.

En coyunturas críticas, esto se ha expresado a través de una justificación abierta del homicidio. Cuando salió a relucir el escándalo de los falsos positivos, Uribe comentó escuetamente sobre las víctimas: no estarían cogiendo café (El Espectador, 2008b). Después ha vuelto una y otra vez a esta suerte de declaraciones, incluyendo una defensa abierta de las masacres contra las movilizaciones sociales (El Espectador, 2019b). Mientras tanto, algunas de las figuras claves del uribismo se esmeraron en justificar crímenes y asesinatos, así como los aspectos positivos del paramilitarismo. Esto incluye a Fernando Londoño Hoyos, ministro de interior en el primer gabinete de Uribe, quien publicara un sentido elogio del líder paramilitar Carlos Castaño después de que este fuera asesinado por sus conmilitones, llamando a resucitar su elemental pero preciso ideario (Semana, 2013). Todos sabían que ese “ideario” era el del asesinato en masa y el de la justificación del homicidio de civiles como guerrilleros sin uniforme. En ese contexto, la denuncia de prácticamente todos los opositores del uribismo como subversivos o idiotas útiles de la subversión contiene una clara amenaza. Más aún cuando el uribismo ha demostrado que en el gobierno continuamente se sale de la legalidad para hacer cumplir sus propósitos.

No es sorprendente, pues, que desde el gobierno el uribismo no haya dudado a la hora de imponer costos inenarrables a las poblaciones más vulnerables. Ha promovido incesantemente el acceso a la violencia privada del núcleo duro de su coalición: esa es una de las características claves de la carrera de Uribe, desde el apoyo a las Convivir hasta hoy (Blu Radio, 2019). El terrible episodio de los falsos positivos fue el resultado de una política adoptada deliberadamente, y de la idea de que las agencias armadas del estado debían ser intocables. Otros eventos menos sangrientos, pero también impresionantes, como arrestos masivos de líderes sociales en regiones vulnerables y la fumigación implacable con glifosato a cultivos ilícitos -y por lo tanto a los campesinos involucrados en ellos16, tienen que ser agregados al repertorio uribista. Todo esto ha sido posible porque en Colombia no hay una contradicción tan clara entre democracia, estado de derecho y ataques violentos en gran escala contra los civiles. Ese es lado -oscurísimo-de la democracia a la colombiana, la fuente en la cual Uribe abreva.

En cambio, respecto del estilo político -el tercer criterio-Uribe es un claro innovador en muchos sentidos, incluyendo el lenguaje incendiario y los criterios de verdad, que rompen con algunas convenciones bien establecidas de la política colombiana (Gómez, 2017). El uribismo ha lanzado campañas contra periodistas incómodos tachándolos de violadores de niños o aliados del narco, y a la izquierda en su conjunto de cómplice de la subversión y/o del narco y la inmoralidad. El uribismo tardío ha combinado esto con valores propios de la derecha cristiana, lo que lo acerca a la negación de la diversidad que constituye el corazón operacional del extremismo, según la afortunada expresión de Lipset y Raab (1970) en su venerable y aún vigente texto.

Junto con la estigmatización, el lenguaje uribista se caracteriza por un paternalismo conscientemente construido. Uribe -siguiendo los consejos de uno de sus intelectuales orgánicos, el psiquiatra Luis Carlos Restrepo17- se presentó como padre de la nación. Veo a los colombianos con ojos de padre, declaró. El análisis subyacente (que debemos a Restrepo) es que en Colombia la figura del padre estaba desvalorizada, y se necesitaba un referente para llenar ese vacío. Estigmatización y paternalismo confluyeron con frecuencia, encarnando en poderosos simbolismos (sabemos por declaración propia que Uribe, 2012, entiende con perfecta claridad el poder de los símbolos en política). Esto está ahí desde el primer uribismo (Gómez, 2017, Cardona, 2016).

 

 

 

Conclusiones

Hora de recapitular. En este artículo caractericé al uribismo, a su programa y a su trayectoria. Lo hice con base en indicadores y evidencias muy simples, pero sin embargo dicientes. Encontré que había varios uribismos. Eso aplica tanto a su base electoral y social como a las coaliciones que lo acompañaron. Pese a numerosos e importantes cambios, sin embargo, el núcleo duro de sus auditorios y de su programa ha permanecido. No se pueden separar los éxitos del uribismo (tampoco su posterior declive) de su carácter programático (un rasgo que refuerza su naturaleza innovadora en el contexto colombiano). Las dos capacidades claves del uribismo (apelación muy amplia sobre la base de la provisión de la seguridad y coordinación de los factores claves de poder a distintos niveles territoriales) se retroalimentaron mutuamente en su momento de gloria. Con su base electoral gigantesca, Uribe podía alinear a aquellos sectores que quisieran salirse de la fila. Con el apoyo de toda suerte de élites, Uribe podía producir resultados y fortalecer su base social y electoral. Es decir, el éxito y las características fundacionales del uribismo se retroalimentaron durante largo tiempo. Creo que aún estamos lejos de entender las razones subyacentes al proceso de descentramiento y estrechamiento, y qué tanto tuvieron que ver el proceso de paz y cambios significativos en el sistema político y la sociedad.

Como fuere, lo que hemos visto tiene varias implicaciones. Una es que entender los triunfos del uribismo con base en ciertas características sicológicas del conjunto de su electorado probablemente esté condenado al fracaso (aunque quizás una parte militante de la corriente sí tenga algunas especificidades; esto es un tema puramente empírico). Otra es que la trayectoria del movimiento puede contribuir a entender tanto sus éxitos como sus problemas ulteriores. Pero la principal es que insertar al uribismo dentro de una tipología de la derecha dura basada en su relación con la democracia no es fácil.

El uribismo, en efecto, ha sido una corriente política firmemente asentada en la democracia, aunque con tres dimensiones que la hacen no convencional. Primero, su fuerte sesgo antiliberal. El estrechamiento y descentramiento de su base podría empujarlo cada vez más en esa dirección. Segundo, su militancia activa contra la defensa de los derechos humanos de “subversivos”, “terroristas” y poblaciones vulnerables, lo que lo ha conducido a adoptar en momentos críticos posiciones abiertamente homicidas. Esto y su defensa de la democracia son perfectamente compatibles en un país como Colombia. Tercero, su estilo político iracundo, basado en la nueva política de la verdad que es común a muchas nuevas derechas en el mundo.

Estas propiedades sugieren que la relación de la derecha dura con la democracia no parece poder ser la base de una tipología viable por dos razones. Primero, porque existe una gran variedad de democracias en el mundo (Coppedge y Gerring, 2020). El ascenso de la derecha dura es universal, como debería ser la tipología correspondiente. Una corriente que pone en cuestión el derecho básico a la vida no se puede considerar apenas radical. Segundo, porque también las derechas europeas actuales pueden combinar posiciones prodemocracia con lógicas de exclusión violenta contra minorías vulnerables (Rydgren, 2007). Quizás un mejor criterio tipológico sería una evaluación de los costos directos impuestos -o propuestos- por cada partido o movimiento sobre sectores específicos de la población.

Es fundamental caracterizar al uribismo de manera sistemática y con una perspectiva comparada. Este artículo pretende contribuir a esta tarea, a la espera de mayores refinamientos tanto empíricos como conceptuales.

 

 

 

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Prensa y portales web

 

Blu Radio (2019). “Uribe pide al Gobierno flexibilizar permisos especiales de porte de armas”, 28/01/2019 https://www.bluradio.com/nacion/uribe-pide-al-gobierno-flexibilizar-permisos-especiales-de-porte-de-armas-204087-ie5116915.

El Espectador (2019). “Imagen desfavorable de Álvaro Uribe llega por primera vez al 61%: Gallup Poll”, 29 de agosto de 2019, https://www.elespectador.com/noticias/politica/imagen-desfavorable-de-alvaro-uribe-llega-por-primera-vez-al-61-gallup-poll-articulo-878510.

El Espectador (2019b). “La disertación de Uribe sobre las masacres”, 0704/2019 https://www.elespectador.com/noticias/politica/la-disertacion-de-uribe-sobre-las-masacres-articulo-849284.

El Espectador (2008). “Uribe dice que desaparecidos de Soacha murieron en combate”, 07/10/2008 https://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-uribe-dice-desaparecidos-de-soacha-murieron-combates.

El Tiempo (2009). “¿Qué es el Estado de opinión del que habló Álvaro Uribe en su discurso ante el Congreso?”, 27 de julio de 2009, https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-5712361.

El Tiempo (2018). “Visbal, el más alto dirigente gremial condenado por nexos con ‘paras’”, 20/06/2018 https://www.eltiempo.com/justicia/delitos/jorge-visbal-martelo-fue-condenado-por-nexos-con-paramilitares-233552.

Las Dos Orillas (2014). “¡Señor presidente, a mí me van a matar!”. Los 11 años del asesinato del alcalde de El Roble https://www.las2orillas.co/los-11-anos-del-asesinato-del-alcalde-de-el-roble/.

Lewin, J. E. (2018). “El empresariado: recargado con Duque”, La Silla Vacía, 16 de julio, https://lasillavacia.com/el-empresariado-recargado-con-duque-67018.

Palou, J. C. (2009). “Hipótesis: ¡Uribe es diferente!”, Semana, 8 de octubre.

Revista Semana (2013). “La polémica columna de Fernando Londoño”, 29 de abril, https://www.semana.com/nacion/articulo/la-polemica-columna-fernando-londono/341657-3.

Revista Semana (2006). “Les voy a pedir a todos los congresistas que mientras no estén en la cárcel, voten”, 12 de febrero.

Revista Semana (2017). “Lo que digan Uribe o Petro”, 19 de agosto, https://www.semana.com/nacion/articulo/el-experimento-sobre-la-irracionalidad-de-los-seguidores-de-uribe-y-petro/536884.

Revista Semana (2008). “Crece brecha entre Uribe y Corte Suprema”, 5 de septiembre, https://www.semana.com/on-line/articulo/crece-brecha-entre-uribe-corte-suprema/95022-3.

Uribe Vélez, Á. (2013). “Estado comunitario”, https://alvarouribevelez.com.co/contenido-general/estado-comunitario/.

W Radio (2019). “Álvaro Uribe alcanza cifra histórica de impopularidad”, https://www.wradio.com.co/noticias/actualidad/alvaro-uribe-alcanza-cifra-historica-de-impopularidad/20191217/nota/3992622.aspx.

1. Las elecciones para cuerpos cole­giados han tenido una dinámica bastante distinta, pero el tema está más allá de los límites de este artículo.

2. Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado.

3. El general del Río está condenado judicialmente y ha pedido ser aceptado por el sistema de justicia transicional creado por el acuerdo entre el gobierno y las FARC.

4. En 1999 Colombia tuvo un crecimiento económico negativo por primera vez en décadas.

5. Perdió todos los enunciados salvo uno, pero no porque haya triunfado el No sobre el Sí sino por baja participación.

6. La penetración de los paramilitares en el estado, y en el gobierno de Uribe en particular, fue mucho más allá, e incluyó la toma de la agencia de seguridad directamente dependiente del presidente, el DAS (Departamento Administrativo de Seguridad) (Gutiérrez, 2019).

7. Las estimaciones serias del número fluctúan entre 5 y 10 mil.

8. Cuyo nombre oficial es Partido de la Unidad Nacional. El partido fue creado por el propio Santos en 2005.

9. El Centro Democrático agregó otros dos principios: Estado austero y diálogo social, pero ambos estaban implicados ya en el triángulo de confianza.

10. Buena parte de los gestores de esos partidos terminaron en la cárcel.

11. Todos los cálculos de esta sección son propios, usando las cifras de la Registraduría Nacional.

12. El tema del peso de los medios electrónicos de comunicación en los éxitos de Uribe es más complejo, pero tampoco resuelve del todo el rompecabezas de la extraordinaria popularidad del caudillo (ver López, 2014).

13. Cálculos propios usando las cifras poblacionales de https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Departamentos_de_Colombia_por_poblaci%C3%B3n.

14. Naturalmente, es necesario recordar que estas mediciones pueden cambiar de improviso.

15. Salvatore Mancuso, uno de ellos, pronto regresará al país y ha pedido un lugar en la Justicia Especial para la Paz para referir los episodios que la extradición le había impedido contar.

16. Vale la pena recordar que esta es una política casi única en el mundo, que no se ha podido implementar en otros países igualmente marcados por conflictos prolongados como Afganistán.

17. Proveniente de la izquierda política.