Nuevas versiones

del envejecimiento

Nuevas versiones de abuelidad y familia

Alejandro Klein

alejandroklein@hotmail.com

Oxford Institute

of Population Ageing

Inglaterra

 

Resumen

Este ensayo intenta reseñar algunos de los cambios por los que está pasando el conjunto familiar revisando el concepto de hogar, stepfamilies; parentalidad, nietos y los nuevos roles que están tomando los abuelos ante estas transformaciones. Como resultado más relevante se indica que estos nuevos roles de los adultos mayores son de importancia esencial para entender algunas de las peculiaridades de las familias contemporáneas, señalándose como los mismos se correlacionan con las tendencias demográficas por las que pasan Latinoamérica y el mundo.

 

Palabras clave

Familia, Vejez, Relaciones, Abuelos, Nietos.

 

 

 

Abstract

This academic essay tries to review some of the changes that the family group is suffering revising the concept of “home”, “stepfamilies”; “parenthood”, “grandchildren” and the new roles that “grandparents” are taking in facing these transformations. The most relevant result indicates that these new roles of ageing people are essentialy importance to understand some of the peculiarities of contemporary families, pointing out how they correlate with demographic trends that Latin America and the world go through.

 

Keywords

Family, Ageing, Relationships, Grandparents, Grandsons.

 

 

 

Introducción:

repensar

la transición

demográfica

Es preciso destacar que el concepto de transición demográfica merece una atención profunda en tanto conjuga y reúne factores sociales y culturales altamente heterogéneos. La complejidad del mismo se refleja en el hecho de que actualmente se consideran en realidad dos diferentes procesos dentro de la llamada transición demográfica (Lesthaeghe, 1986).

Se ubican como componente centrales de la primera transición demográfica la tendencia a la baja en las tasas de fecundidad y el aumento en las tasas de mortalidad, mientras que la segunda transición daría cuenta de transformaciones profundas en materia de nupcialidad, nuevas formas de estructuración en los arreglos familiares y en general un cuestionamiento de los roles tradicionales entre hombres y mujeres. Situaciones que se acompañan por: incremento de la soltería, retraso del matrimonio, postergación del nacimiento del primer hijo, expansión de las uniones consensuales, expansión de nacimientos fuera del matrimonio, alza de las rupturas matrimoniales, redimensionamiento crucial de las cuestiones de género y diversificación de las modalidades de estructuración familiar (Lesthaeghe, 1986), lo que se relaciona a su vez con aumento de familias matrifocales, monoparentales y unipersonales (Castells, 2006).

Las familias monoparentales -en su mayoría encabezadas por mujeres- y los hogares unipersonales implican necesariamente la constitución de nuevas formas de constitución de lo materno y lo paterno y aún más estructuralmente: lo femenino y lo masculino. Lo que conlleva a su vez nuevas formas vinculares e identitarias que hasta el momento no han sido suficientemente estudiadas.

De allí que sea comprensible la observación de Van de Kaa (1980, 1987), en el sentido de que la segunda transición demográfica implica una reevaluación por parte de hombres y mujeres, de los costos de oportunidad que conlleva el matrimonio y la paternidad/maternidad. De esta manera se puede indicar que estamos frente no sólo a factores que hacen a la modificación del crecimiento poblacional y el papel del matrimonio en la vida social y privada, sino a nuevas y diferentes formas de constitución de la familia y de cómo se van destacando vínculos sociales y emocionales, que hasta hace un par de años eran marginales o no tenidos en cuenta.

Adicionalmente se habla ya de una tercera transición demográfica con un aumento cada vez más sostenido de la población centenaria y disminución drástica de la tasa de reposición poblacional, con lo que se acentúa la tendencia de que se está ante cambios poblacionales y nuevos arreglos familiares que eran hasta cierto punto inéditos e impredecibles. En este sentido la demografía misma es también una ciencia en transición, informando de procesos y cambios en actitudes, normas y tendencias individuales y familiares que terminan por desbordan disciplinariamente el campo demográfico, requiriendo un enfoque interdisciplinario (García y Rojas, 2001).

Es posible destacar como aparecen interrelacionadas a situaciones demográficas y poblacionales, procesos de profundización de las motivaciones individuales, junto con la necesidad de destacar cada vez más la autonomía personal y la búsqueda de realización personal y del logro de felicidad, lo que conlleva a su vez profundos cambios en cómo se constituye la pareja y la familia y en la forma de concebir el paso de la vida y la constitución de la historia personal. Lo que en parte señala una profundización de elementos emancipatorios y críticos que estaban ya presentes en la caracterización de lo individual, desde la misma constitución de la sociedad moderna (Klein, 2002 y 2006).

Esta profundización tiene relación a su vez con las nuevas formas de encarar los procesos de transmisión generacional, de enfocar la problemática de la herencia y en cómo se constituye o no la figura del heredero, los que entran en una profunda revisión que conlleva la dificultad de asumir como válida la experiencia de los antecesores o adaptarla a la circunstancias culturales actuales, lo que desarrollaremos como una probable una nueva versión de la relación abuelos-nietos (Klein, 2015).

 

 

 

Lo que sucede

en América Latina

Este proceso de fundamental resignificación de normas y actitudes hace observar que las transformaciones demográficas son al mismo tiempo sociales y culturales, por lo que habría que hablar de forma más precisa de transformaciones o transiciones socioculturales/demográficas. Un aspecto destacable de este proceso es su alta homogeneidad: con contadas excepciones todas las regiones del mundo participan del mismo (Leeson, 2013).

En América Latina se cuenta con diversos estudios que permiten indicar que hasta los años ochenta existían en el proceso de transición demográfica algunas diferencias regionales, especialmente entre países como Argentina, Uruguay, Chile y otros de América Central y México.

Los primeros estaban a la vanguardia en la transición demográfica con reducidos niveles de fecundidad y altos porcentajes en torno a la población de mayor edad. Especialmente se destacaba que la edad media al momento de la unión conyugal era ligeramente más tardía que la observada en el segundo grupo de países (Rossetti, 1993; CEPAL, 1994; Cosío Zavala, 1996; Quilodrán, 2001).

La información más reciente confirma las tendencias de años anteriores, pero acentúa la paulatina disminución de las diferencias entre regiones. De acuerdo a parámetros culturales más tradicionales, el matrimonio sigue siendo aún una alternativa válida como opción vincular para enorme cantidad de hombres y mujeres latinoamericanos. Asimismo se señala que la edad en que se accede al matrimonio es menor en comparación con países europeos. Sin embargo, daría la impresión de que estas diferencias serán cada vez menos significativas a medida que avance el siglo XXI y América Latina se asemejará cada vez más a Europa en las bajas tasas de reposición de nacimientos y alta tasa de capacidad de sobrevida (Klein, 2013).

De esta manera se observa un cambio en la llamada pirámide poblacional si tomamos el período que va del año 1976 a proyecciones para el año 2050, con una base poblacional cada vez menos ancha y un paulatinamiento ensanchamiento de la parte superior de la misma.

Profundizando en la manera en cómo estos cambios se están llevando actualmente en la Región es posible señalar que además del gran cambio demográfico reflejado en la estructura por edad de la población, habrá también una desaceleración en el crecimiento poblacional que se verificará aproximadamente desde el año 2050. Simultáneamente el crecimiento urbano se acelerará en detrimento de asentamientos rurales. Es decir: la transición demográfica avanzada encontrará a América Latina cada vez más despoblada y también cada vez más urbana (Congreso Nacional de Chile, 2016).

Se estima de esta manera que para el año 2068, por primera vez desde 1950 la población total de la región disminuirá de 794 a 793 millones de personas. En este sentido se observa que en el 2014 en América Latina nacieron 2,1 hijos por mujer, número que apenas alcanza el nivel de fecundidad necesario para garantizar la sustitución de una generación por otra de igual tamaño. Este número seguirá bajando y para el período 2050-2055 se proyecta que en América Latina cada mujer tendrá 1,85 hijos, con lo que se interrumpirá indefectiblemente el llamado reemplazo generacional (CELADE, 2018).

Por otro lado, el logro en políticas higiénicas y de políticas de salud sostenidas implicarán que cada vez menos niños morirán dentro del primer año de edad, con lo que se verifica que en América Latina la tasa de mortalidad infantil disminuye progresivamente y es posible esperar que llegue a porcentajes ínfimos. Sin embargo, es necesario indicar que existen aún muchas diferencias entre países de la región. Cuba y Chile encabezan la lista. Haití, por el contrario sigue manteniendo tasas muy elevadas de mortalidad infantil (CELADE, 2013).

Seguirá aumentando la esperanza de vida y se incrementará el porcentaje de personas mayores. Se espera por ejemplo que para el año 2050 Chile tendrá una esperanza de vida de 87.9 años. Para ese mismo año la población total de la Región de 60 años o más, llegará al 25,4% (Congreso Nacional de Chile, 2016).

Es necesario indicar que esta estructura poblacional genera la denominada economía envejecida, en el sentido de que los recursos económicos demandados por la población adulta mayor excede en mucho la demandada por jóvenes y adultos. Sin embargo no se trata de un panorama desolador ni mucho menos. América Latina goza aún de un bono demográfico y una ventana de oportunidad que le permite planificar a corto y mediano plazo políticas públicas que generen condiciones óptimas que ayuden a prevenir y compensar posibles desigualdades estructurales, como aumentar la oferta de trabajo, impulsar la productividad e incrementar el ahorro (CELADE, 2013, 2018).

De esta manera se considera positivo para Latinoamérica que la llamada relación de dependencia demográfica sea baja, pues ello significa que aún existe proporcionalmente menos personas que constituyen una carga que debe ser solventada por la población en edad activa.

Por último, es necesario destacar que para 2070 el gasto en salud en personas adultas mayores pasará del 30% actual a un 53%. Resulta patente entonces la necesidad de implementar estratégicamente políticas de salud coherentes con esta realidad, como atención ambulatoria, creación de capital humano en geriatría, inversión aquilatada en equipos médicos y recursos tecnológicos, políticas universitarias acordes con la formación de este capital profesional imprescindible (CELADE, 2013).

 

 

 

La familia

ya no es lo que era

Las complejas y rápidas transformaciones demográficas, económicas y sociales coinciden en cambios significativos en la vida familiar y sus vínculos (Rizzini, 2001). Se utiliza de esta manera cada vez más el término de stepfamily1 (Williams y Nussbaum, 2001).

Diversas investigaciones señalan que surgen nuevas tendencias de lo que es considerado familia y los roles que se esperan de los llamados familiares (Ellingson y Sotirin, 2006; Widmer, 2004). Los criterios a priori de lo que es familia, familia nuclear, Hogar, paterno y materno están sujetos a una profunda revisión (Widmer, 1999). Cada vez se impone más la necesidad de hablar de familias extendidas, para dar cuenta de los segundos o terceros matrimonios, nuevas alianzas de parejas y la aparición de medios hermanos, padrastro, madrastra o como se denomine al hombre/mujer que vive en nuevas nupcias con otro padre/madre y pasa a tener un vínculo con el hijo del otro/a cónyugue sin ser el padre/madre biológico del mismo (Levin y Trost, 1992; Ganong y Coleman, 2004).

Estos diferentes tipos de relaciones familiares se asocian a alta o baja densidad de conexiones entre miembros de la familia, y con diferentes niveles de autonomía o dependencia entre ellos (Widmer, 2006). De esta manera y contrariamente a la hipótesis del aislamiento de la familia nuclear (Bengtson, 2001), diversas investigaciones indican que los diversos parientes mantienen relaciones emocionales, de apego y mantenimiento de contactos regulares, experimentando diversas formas de soporte mutuo (Adams, 1999; Coenen-Huther et al., 1994; Fehr y Perlman, 1985). Es decir, la familia nuclear no desaparece, sino que se yuxtapone a otras experiencias familiares.

Asimismo se va consolidando el concepto del beanpole o verticalize family2 como estructura familiar cada vez más predominante, cuyos miembros provienen de varias generaciones, pero con pocos miembros en cada generación (Bengston, Rosenthal, y Burton, 1990). Estas configuraciones demuestran fuertes conexiones intergeneracionales (Coleman, 1988) que comúnmente incluyen abuelos, tíos y tías. Por tanto, desde la perspectiva de los niños y adolescentes provenientes de estas configuraciones familiares, éstos reciben cuidado y atención de un gran número de miembros interconectadas, que incluyen además generaciones previas con enorme posibilidad de larga tasa de sobrevida (Furstenberg y Hughes, 1995).

 

 

 

Lo que se va

consolidando

en el/los modelos

de familia

Se podría entonces indicar que el patrón de la familia nuclear asociado a una estructura familiar de actividades complementarias, identidad masculina y femenina estereotipada y la corresponsabilidad de los padres en la educación de los hijos hasta que estos alcancen una mayoría de edad, aunque mantiene vigencia ya no es nítidamente hegemónica (Feres-Carneiro, 2004).

Surge la consolidación de una variedad de nuevas estructuras familiares a través de diferentes y nuevas modalidades vinculares. Es posible destacar como una de sus características más importantes en relación a la condición de género, el ingreso femenino al mercado laboral, y el acceso a oportunidades que antes la mujer no poseía (Harper, 2003; Hoff, 2007). En relación al ya indicado aplazamiento de la maternidad es pertinente indicar que parece ser un recuso más cercano a las mujeres de clase media y de clase alta, ya que no parece verificarse en clases sociales de bajos recursos (Khan, 2005; Lammers, 2000).

Otro de estos cambios implica que la interacción entre padres e hijos tiende a declinar significativamente luego del divorcio (Harper, 2003:177). Una consecuencia importante a es que los adolescentes pierden mayoritariamente el contacto con la figura paterna, existiendo prevalencia de la figura materna (Harper, 2003).

Desde estas nuevas realidades se verifica que aunque algunos adolescentes mantienen fuertes conexiones con sus padres luego de un divorcio o separación, en otra mayoría de casos la relación con al menos uno de los progenitores se ve debilitada, lo que a su vez fortalece la relación con los abuelos (Furstenberg, 1990).

Correlativamente, muchas madres después de un divorcio, presentando o no dificultades económicas o emocionales, vuelvan a la casa de sus padres y/o obtienen un apoyo substancial por parte de sus ex suegros, por lo que los abuelos pasan a proporcionar no sólo ayuda para sus hijos sino también a sus nietos (Castels, 2006). Esta demanda de ayuda también se verifica independientemente que estos abuelos vivan permanentemente o no con sus descendientes (Feres-Carneiro, 2004, 2005).

Muchos jóvenes con sus padres encarcelados tienden a vivir con sus abuelos, especialmente abuelas (Smith, Krisman, Strozier y Marley, 2004). Estos abuelos son requeridos de esta manera para ofrecer asistencia a sus nietos en tiempos de crisis, pero también pueden ser requeridos a ocupar ese lugar de forma regular y cotidiana (Baldock, 2007), con lo que pasan a actuar de hecho como renovados dirigentes de la familia (Wainerman, 1996).

De esta manera el rol de las personas de edad se modifica, pasando de ser una persona pasiva que necesita cuidados y protección, a ser un miembro activo de la familia, concediendo protección y cuidados (Feres-Carneiro, 2005). Bengtson (2001) sugiere así que los abuelos desempeñan un papel cada vez más importante en estas familias multigeneracionales. Estos cambios sociales y familiares implican un cambio profundo en los papeles del abuelo y de la abuela dentro de sus familias, tanto como una revisión profunda de sus construcciones de identidad, la que se podría plantear como de alta experimentación subjetiva (Fisher, 1983; Wilcoxon, 1987; Klein, 2015).

Los efectos combinados de la mayor esperanza de vida (lo que representa un curso de vida más largo junto a los nietos) y la fertilidad descendente (pocos nietos o único nieto) pueden tener el efecto secundario de un mayor relacionamiento abuelos/nietos, además de abuelos que compiten por la atención de sus pocos nietos o único nieto (Uhlenberg, 1998, 2005).

Moragas (1997) destaca igualmente cómo la mayor longevidad propicia una coexistencia más larga entre abuelos y nietos. Harper (2003) sugiere que el incremento de la longevidad se puede relacionar al surgimiento y renovación de roles que permitan mayor acercamiento entre aquéllos. Sin embargo hay que indicar que estos nuevos tipos de relación abuelo-nieto no ha recibido aún la atención deseable, predominado la tendencia de colocar a los abuelos aún en roles de altruismo y auto sacrificio (Silverstein, 2006, en Hoff, 2007), roles que tradicionalmente la sociedad valora y destaca. Debería ser tenido en cuenta, sin embargo, que los abuelos que asumen papeles de extremo cuidado lo hacen a menudo a costa de su bienestar material, físico, y mental (Minkler et al., 1997; Kelley, 1993; Dowdell, 2004).

 

 

 

Nuevas realidades: abuelos

interactuando

con sus nietos

Rizzini indica de manera precisa que a través de las generaciones los niños encuentran en sus madres y en sus abuelas la presencia más estable de sus vidas (Rizzini, 2001:31). Neugarten y Weinstein (1964) van más allá e indican que los abuelos actúan a veces de hecho como padres substitutos y datos relevantes robustecen esta realidad predominante por la cual los abuelos están cada vez más a cargo del cuidado integral de sus nietos (Bartram, Kirkpatrick y Prebis,1995), por lo que se puede indicar que el número de abuelos que toman responsabilidad primarias por la educación de sus nietos se ha incrementado debido a cambios demográficos, sociales, económicos y políticos (Wilton-Davey, 2006, 15). El hecho es que cada vez más los nietos son criados por sus abuelos (Ehrle y Day, 1994), lo que se valora además como esencial para el desarrollo de éstos (Acnes, 1987).

Desde esta realidad una nueva y fundamental relación se está consolidado entre los abuelos y sus nietos (Eisenberg, 1988), modificando substancialmente la figura y el papel de los abuelos de figuras de autoridad consuetudinaria e incuestionable a acompañantes cálidos e interesados en el desarrollo de sus nietos (Wilcoxon, 1987; Klein, 2009; Castañeda, 2004; Bert, 2017).

No cabe duda entonces de que dentro de estas nuevas configuraciones se va asentando la tendencia de que un gran porcentaje de abuelos cuiden, críen y eventualmente protejan a sus nietos, sean éstos niños o adolescentes. Para el año 2005 se estimaba que había 4,5 millones de niños viviendo con sus abuelas en Estados Unidos, lo que representa un incremento del 30% tomando como parámetro la década 1990-2000 (Bengtson, 2001). Otros datos aumentan este número a 5.8 millones de niños y adolescentes para el año 2002 (US Census Bureau, 2001).

Los datos indican indudablemente un aumento continuo de esta tendencia. Se estima que por los menos en 2,4 millones de hogares, los abuelos son los únicos cuidadores de sus nietos adolescentes (US Census Bureau, 2001). Más de la mitad de estos abuelos cuidadores crían a sus nietos por los menos tres años, y un hogar por cada cinco lo hace por más de una década (Minkler, 1999; Minkler-Fuller-Thomson, 2005; Motta y Maués, 2004).

Podemos suponer entonces una situación permanente y estructural dentro de los cambios familiares actuales: los abuelos se han vuelto protagonistas decididos de la educación y el cuidado de sus nietos. Está siendo cada vez más reconocida en el medio científico la importancia social y familiar de estos nuevos abuelos (Block, 2000; Brintnall-Peterson, 2009).

De acuerdo a la revisión que Fitzgerald (2001) realiza de la literatura especializada hay cuatro características que comparten estos abuelos biológicos.

 

 

Por otro lado, se indica que hay tres grandes tipos de abuelos: los no-cuidadores, los co-parentales y los que custodian. Estas categorías están basadas en la cantidad de contacto que los abuelos tienen con sus nietos y con la extensión de su responsabilidad. Los abuelos no-cuidadores asumen cierto grado de responsabilidad en los cuidados pero esto no obstaculiza que sus nietos retornen eventualmente con sus padres biológicos. Abuelos co-parentales son aquellos que viven con sus nietos y con al menos un padre biológico compartiendo la crianza de aquél. Los abuelos que custodian son aquellos que tienen plena responsabilidad por el cuidado de sus nietos sin que participen o vivan los padres biológicos en el hogar (Kelch-Oliver, 2008).

Como ya se señaló, hay varias razones por las que los abuelos toman plena responsabilidad por sus nietos. Hemos ya mencionado situaciones judiciales y de divorcio. Otras son: abuso de drogas, embarazo adolescente, abuso infantil, violencia doméstica, dolencia mental y física y descuido (Lever-Wilson, 2005).

La revisión de la literatura que hace Kelch-Oliver (2008) confirma la perspectiva de Lever-Wilson (2005) de que la asunción por parte de los abuelos del cuidado de sus nietos se debe a diversas problemáticas y crisis familiares inseparables de un entorno social precario y desamparante como desempleo parental o de un entorno cultural y emocional que hace difícil asumir plenas competencias parentales de cuidado y educación (Goodman-Rao, 2007) dentro de un cuadro de estructura de padres agobiados (Klein, 2006).

Este “agobio” implica que por distintas circunstancias sociales, culturales y económicas, los padres de hoy ya no se sienten seguros en llevar adelante su maternidad/paternidad, así como les es muy difícil configurar qué es ser padre/madre, con lo que de una u otra manera, delegan muchas de sus funciones en los abuelos de la familia (Klein, 2006).

Se trata pues, para estos jóvenes, de experiencias negativas, de decepción y de resentimiento en relación a experiencias parentales, culturales y familiares (Sands, Golberg-Glen, y Thomton, 2005).

 

 

 

Los abuelos:

cambio relevante en su rol

Sin embargo hacemos notar que las investigaciones señaladas hacen hincapié esencialmente en situaciones patológicas, de déficit social y con problemas de comunicación. Sin descuidar el valor de estas referencias se hace necesario señalar que las mismas enfocan la presencia y el rol de los abuelos no en el panorama de cambio de las nuevas configuraciones familiares, sino desde situaciones dramáticas del entorno familiar.

Nuestra perspectiva es otra: el abuelo no aparece solamente para remediar una patología (sea ésta la que sea) sino en correlación con el cambio de las nuevas configuraciones familiares. No viene sólo a “compensar” lo que los padres ya no pueden ofrecer, sino a inaugurar un nuevo lugar de intercambios y relaciones en las configuraciones familiares emergentes. De una u otra manera, cuando los abuelos se hacen responsables del bienestar de sus nietos no modifican la estructura familiar, sino que la estructura familiar ya está desde antes, en alta etapa de experimentación vincular (Klein, 2009,2010).

Al mismo tiempo, muchos adolescentes parecen relacionarse con sus abuelos de una manera que estaba reservada al vínculo con los padres en el pasado (Klein, 2006). Parece existir una proyección de necesidad de cuidado, protección, diálogo y confrontación con estos abuelos que están a su vez preparados para llevar adelante este tipo de vínculo desde una perspectiva de renovación y cambio de lo que es la tercera edad. Los abuelos de hoy (en su gran mayoría) no quieren ser abuelos o viejos de acuerdo a los modelos heredados de sus propios padres o abuelos (Klein 2009 b; Klein 2010).

Poco se sabe todavía sobre la repercusiones de la educación dada por los abuelos a sus nietos, menos todavía cuando estos nietos se vuelven adolescentes y la calidad del vínculo entre ambos, en comparación con otros vínculos familiares y otros adultos encargados de la educación.

Sin duda existen dos fenómenos nuevos. Uno es que cada vez más jóvenes tienen la probabilidad de tener (y disfrutar) a sus cuatro abuelos vivos y en condiciones de salud física y mental apropiadas. Lo que se acompaña correlativamente con que cada vez más se tiene sólo uno o ningún hermano. Es decir, un fenómeno que se podría incluir en la llamada transición demográfica es el de mucho abuelo y el poco hermano. Un nieto hoy se enfrenta a cambios familiares o a padres a menudo ausentes, pero cuenta con la posibilidad de tener más atención de sus abuelos.

Este abuelo ya no “transmite”: también busca con su nieto nuevas formas de vida, explorando nuevas cualidades de vida (Vidal y Menzinger, 2005). Hay un efecto de simetrización y de un punto de partida similar o igual frente a la exploración de la vida. Los nietos exploran como volverse adultos, los abuelos exploran como dejar atrás ese modelo de viejos en el orden de lo decrépito con el que ya no se sienten identificados. Los dos buscan algo en el orden de la renovación y el cambio y en ese sentido hay una alianza de crecimiento y cambio conjunto.

 

 

 

Conclusiones

Paulatinamente da la impresión de que el hogar pasa de ser la unidad doméstica, económica y de intercambios afectivos por excelencia a transformarse en un referente familiar entre otros. De esta manera la familia pasa de ser un sistema experto sólido, seguro y previsible a otro en cambio, transformación e incertidumbre: ya nadie ve a la familia como la forma esencial de la organización social, la figura inmutable que a toda costa habría que salvaguardar (Donzelot, 1998: 214).

A una supuesta familia “antigua”, cuidadora, nuclear y paterna, se le opone una familia “moderna”: en crisis, con padre ausente y descuidos varios (Wood, 1985), donde la familia comienza a transformarse a sí misma, rediseñándose y reposicionándose, pero no solo socialmente sino también a su interior, redefiniendo roles, vínculos y estrategias de alianza.

En esta redefinición parecen surgir fracturas generacionales por las cuales se dificulta transmitir aquello que se debería de transmitir, rompiéndose la necesidad de continuidad y fidelidad con valores que tienen que ver con la herencia y lo heredable socialmente (Klein, 2013). Los abuelos irrumpen aquí con nuevas demandas y a su vez como nuevos emergentes, en el vínculo que mantienen con sus nietos, tanto como con el vínculo que mantienes con las cambiantes configuraciones familiares.

Si la categoría de familia se ha vuelto precaria, la necesidad de ser cuidado mantiene su necesidad de estar claramente presente (Rizzini, 2007; Cox, 2000). Los abuelos, esta nueva clase de abuelos, pasan de ser cuidados a ser cuidadores. La bibliografía consultada indica que a veces lo hacen por decisión, otras por imposición (US Census Bureau, 2001), pero sea como sea, deben garantizar este cuidado y esta necesidad de garantizar nuevos vínculos, en primer lugar a sus nietos y en segundo lugar -quizás- a la familia toda.

Probablemente no hay en la actualidad un tipo único de abuelo ni un tipo de envejecimiento sino varios. De cualquier manera no existe aún suficiente evidencia como para homogeneizar tipos y formas de envejecer. Futuras investigaciones podrán profundizar diferencias entre áreas urbanas y rurales, grupos socio-económicos, etnias u otras.

Pero de cualquier manera una línea de seguimiento refiere a que una nueva noción de adulto mayor se está construyendo y de allí que estemos asistiendo a una ancianidad que se desliza en diferentes versiones (Szinovacz, 1998). Estos post-adultos (por llamarles de una manera tentativa) parecen mantener desde esta nueva identidad vínculos inéditos con sus nietos, inaugurando nuevos procesos generacionales y familiares cuyo futuro no puede ser sino aún un interrogante.

 

 

 

Referencias

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1. Tras la ruptura de una primera familia, una proporción sustancial de hombres y mujeres comienzan a vivir con una nueva pareja. Forman una familia compuesta (stepfamily), una familia que comprende al me­nos un niño nacido de la relación anterior de uno de los dos ex cónyugues.

2. Beanpole refiere literalmente a un palo delgado y recto que ayuda a mantener una planta de frijol trepadora. En términos de familia se usa para contrastar la imagen tradicional de los miembros vivos de una familia como un árbol ancho y espeso. Se refiere pues a un tipo de familia que se viene imponiendo de muchos miembros de diferentes generaciones y pocos miembros de cada generación. Paulatinamente los demógrafos van usando, con más precisión, el término de familia vertical (verticalized family).