Envejecimiento

y miopía social en los Estados Unidos

 

Víctor Ortiz

v-ortiz@neiu.edu

Northeastern Illinois University

 

Estados Unidos

 

Resumen

Los Estados Unidos enfrentan reconfiguracioness complicadas por desbalances generacionales entre sus grupos raciales y étnicos. Estos desbalances fundamentan un individualismo recalcitrante que soslaya la estabilidad de la colectividad, como por ejemplo en el desvalijamiento de redes de apoyo, tales como el sistema de seguridad social.

Este trabajo resalta la cotidianidad de ese individualismo como una miopía social en que intereses individuales a corto plazo carcomen el bien social en maneras aparentemente inocentes. Se alerta que una renuencia a compartir privilegios e influencias conforme a los nuevos porcentajes sociales y raciales del país pone en juego el tan pregonado principio democrático de que las mayorías gobiernan.

 

Palabras clave

Estados Unidos, Miopía Social, Neoliberalismo.

 

 

 

Abstract

The United States confronts reconfigurations complicated by generational unbalances among its ethnic and racial groups. These unbalances, concerning population numbers and wealth distribution, foster a staunch individualism undermining the stability of collective support networks, such as that country’s social security system.

This paper highlights an everyday expression of such individualism to point at a social myopia in which, in an apparently inconsequential manner, short-term, individualistic interests erode the common good. It calls attention to the fact that a reluctance to share privileges and influence in accordance to the new social and racial percentages of the country challenges its widely claimed democratic principle of majority rule.

 

Keywords

United States, Social Myopia, Neoliberalism.

 

 

 

Introducción:

¿Es un mayor porcentaje de ancianos un problema inherente?

El envejecimiento es inevitable, pero existen alternativas en cómo se experimenta. Condiciones sociales impactan considerablemente en tales alternativas. Estas condiciones son múltiples y conciernen tanto a políticas públicas, redes de parentesco y nivel de ingreso como la óptica individual y colectiva desde la cual se afrontan los cambios de una edad avanzada, entre otros varios aspectos. La vejez, por lo tanto, no es meramente un fenómeno biológico ni esta gratuitamente determinada. Envejecer es también un fenómeno atravesado por dinámicas de distribución de recursos y atribución de significados. El progresivo incremento del número de ancianos en varios países requiere, por tanto, atender a la complejidad de factores y variaciones entre varios grupos. A la vez, se debe recordar que todo evento social cobra su significado con base a la caracterización o planteamiento desde el cual se examina.

¿Es un mayor número de ancianos en la sociedad estadounidense algo por qué preocuparse? Desafortunadamente, dado el contexto y las proyecciones actuales, la respuesta es afirmativa: la incertidumbre producida por cambios demográficos es azuzada por inequidades de creciente costo humano e institucional para el país como sociedad y nación. No obstante, es importante examinar sistemáticamente tales cambios y costos para esclarecer su naturaleza y encontrar soluciones oportunas. Un planteamiento prematuro de estos como una crisis inherente distorsiona el examen de dinámicas y orígenes. Además, facilita la manipulación de tal “crisis” por grupos e intereses específicos. Si en verdad se trata de una crisis, es necesario aclarar en qué concierne, qué la produce y quiénes se benefician o son afectados.

Este trabajo resalta cambios del envejecimiento en cuanto a cuestiones de raza, etnicidad y clase en el contexto polarizado de los Estados Unidos. Se trazan relaciones entre cambios institucionales en los que la vejez se vuelve una condición precaria para un mayor número de estadounidenses por crecientes desbalances económicos y sociales. Aunque la creciente precariedad afecta a todos los miembros de la sociedad, un número desproporcionado de latinos y afroamericanos se ve más ampliamente afectado que euroamericanos (“blancos”) y asiático-americanos (los cuatro grupos raciales y étnicos más numerosos de ese país). Asimismo, debe resaltarse que un sector privilegiado de ancianos cuenta con recursos públicos y privados que no tan solo les protege, también hasta les permite beneficiarse, temporalmente al menos, de la creciente vulnerabilidad de grupos de otras edades, razas y clases sociales. Esta capitalización se da en cuanto a desbalances en niveles de riqueza e influencia electoral. Como la siguiente narración ilustra, tales desbalances se expresan y fomentan en situaciones cotidianas al parecer intranscendentes.

 

 

 

Ópticas, ideologías, y desenlaces inciertos

Amy y su esposo Carl venden vegetales en un suburbio a una hora de distancia de Chicago, en el estado de Illinois. Después de sus respectivos retiros profesionales y de que sus hijos dejaran su hogar para formar los propios, la pareja, ya cerca de los setenta años, optó por establecer su negocio en su amplia casa, rodeada de áreas verdes. La huerta está en la parte posterior de su propiedad y muestran una planificación sistemática y efectiva. En los cuatro años que les he comprado hortalizas, hemos desarrollado una familiaridad cordial. Las instalaciones y su trato me han generado una impresión de sofisticación y amabilidad. Hace poco fui a comprar vegetales y casualmente le mencioné a Amy que acababa de pagar mis contribuciones locales. Amy, en una manera también casual preguntó: ¿no estás cansado de pagar por la educación de los hijos de otra gente? Su comentario evocó la misma queja que sobre oí pocos meses atrás en la plática de tres ancianos euroamericanos en un gimnasio local. Significativamente, como Amy, también usaron las mismas palabras, los hijos de otra gente, en la queja.

Intrigado por el descontento expresado tan similarmente consulté el parecer de tres amigos, dos hombres y una mujer. Mis amigos, también euroamericanos y mayores de sesenta años, criticaron la queja. Dos señalaron que les parecía miope porque los impuestos destinados a las escuelas son también una inversión para mantener y hasta aumentar el valor de los bienes raíces en la ciudad. Señalaron que mejores escuelas atraen habitantes a la ciudad y por tanto aumentan la demanda de casas, sus precios y los contribuyentes de impuestos locales. Mi otro amigo añadió que la premisa de la queja estaba mal fundada. Señaló que el monto de los impuestos que él pagó durante los años que sus cuatro hijos asistieron a la escuela pública fue insuficiente para saldar los costos de la educación provista. El déficit incurrido por su familia y todas las demás familias lo cubre las aportaciones colectivas de todos los residentes del condado a lo largo del tiempo, y no solo cuando sus hijos asisten a las escuelas. Además, estima no solo justo contribuir a la educación pública después de que sus hijos se graduaron para saldar lo que no pagó cuando fueron alumnos sino le es razonable seguir contribuyendo al funcionamiento de los planteles ya que una sociedad educada contribuye a su propio bienestar en tanto a menor delincuencia, mejores profesionistas prestándole servicios, y un espíritu cívico enriquecido.

Las encontradas opiniones de los que resienten contribuir a la educación de nuevas generaciones y de los que ven la contribución como algo que les reditúa beneficios sugiere ópticas contrastantes. Una óptica, cernida en dimensiones minutas y muy próximas, ve la contribución como un despojo. La otra, más amplia, la ve como inversión. En la primera, los hijos de otra gente son ajenos en un individualismo atomizador. En la segunda, los nexos sociales -y las dependencias mutuas- se reconocen más allá de distinciones entre nosotros y ellos (otra gente). Ambas ópticas, en una manera muy inmediata, replican las crecientes diferencias ideológicas socavando la estabilidad y la institucionalidad del país.

La queja de Amy y de los otros tres individuos no reconoce beneficios directos e indirectos obtenidos de sinergias colectivas. Dependencias y beneficios generados colectivamente se omiten en un énfasis individualista, lo que a la vez refleja y propaga la orientación neoliberal. El neoliberalismo, que ha dominado la vida pública en los últimos cuarenta años, concibe al ciudadano como un contribuidor de impuestos cuyos derechos individuales sobre su propiedad privada toma precedencia sobre el bien común. En tal individualismo se desconoce o minimiza la interdependencia entre ciudadanos o ámbitos sociales. Sin embargo, recursos públicos se usan para ganancias individuales. Por ejemplo, se usa la infraestructura pagada por contribuciones fiscales, pero se intenta o se logra evadir o minimizar el pago de impuestos. El individuo toma prevalencia sobre la colectividad y se justifica con evasivas donde se argumentan méritos especiales ya sea por talentos o crear empleos, el prestar servicios especializados, o ineptitud y corrupción del gobierno.

 

 

 

Decrecientes

perspectivas

de un retiro seguro

Las quejas de Amy y de los otros ancianos sugieren la intrincada manera en que el neoliberalismo impacta muchos ámbitos cotidianos de la vida social estadounidense. Una manifestación más institucional de esta perspectiva atomizadora se manifiesta en cambios paulatinos al sistema de seguridad social de los Estados Unidos, una institución directamente relacionada a la vejez. Este sistema fue fundado en 1935 y se creó primordialmente como un sistema de retiro (Quadagno, Lennox y Russell, 2011:326). Hasta la década de los 80, la seguridad que este sistema de retiro ofrecía era sólida. Esa solidez se erosiona gradualmente en años recientes debido a cambios en los que el bien social se menoscaba por el beneficio individual inmediato.

Durante sus primeras cuatro décadas, la seguridad social estadounidense operó en una manera uniforme para toda la población: el retiro se basaba en la cantidad de años trabajados con contribuciones a un fondo de ahorro común. A partir de los 80, tal uniformidad se rompió al generarse la opción de sistemas de retiro privados. Antes, el retiro se veía como un derecho garantizado por el estado. El cambio implicó que el fondo de retiro se convirtió, para algunos, en una fuente de inversión sin otra garantía que las altas y bajas del mercado financiero. Atraídos por la posibilidad de un retiro temprano, ya que el monto del beneficio no dependía de los años trabajados sino de las ganancias de la inversión, el número de participantes en el sistema de seguridad público se redujo. Esta reducción ha contribuido progresivamente a la presente precariedad no tan solo en cuanto a retiros sino a varias otras necesidades coadyuvantes.

El retiro a través de inversiones privadas fue una opción principalmente accesible para sectores ocupacionales de mayores ingresos y con más estabilidad laboral, lo que socavó el monto y la estabilidad del sistema de apoyo público en sí. Consiguientes desfalcos escandalosos y extendidas crisis financieras han reducido los ahorros para el retiro de muchos que optaron por los sistemas privados (Rosnick y Baker, 2009:1). Estos descalabros incrementan la demanda de recursos públicos para atravesar las vicisitudes que las fallidas inversiones les causaron. Irónica y trágicamente, el agobio que esta mayor demanda significa para las redes de apoyo públicas se tergiversa para fomentar una percepción de ineficiencia del sector estatal. En vez de reconocerse los riesgos tomados por cada individuo al apostar en el mercado financiero, voceros y promotores de la iniciativa privada han fomentado críticas al sector público para proponerse como la solución, prometiendo mejores servicios de apoyo a través de la privatización del sistema de seguridad y otros servicios, como el sistema nacional de correo y el sistema educativo. Como el caso del seguro social manifiesta, hay grandes ganancias para las firmas financieras, entre otros sectores privados, en tal privatización. Además, muy a favor de esos intereses, los supuestos beneficiarios, es decir el inversionista común, y la sociedad en general afrontan los riesgos y las consecuencias eventuales.

Actualmente, casi nueve de cada diez personas mayores de 64 años reciben algún beneficio del sistema de seguridad social y estos representan, aproximadamente y en promedio, la tercera parte de sus ingresos. Esta dependencia se incrementa en relación a la situación matrimonial, ya que sólo el 21% de los que viven con cónyuge depende 90% o más de los beneficios de este sistema, en comparación del 45% aproximado de los que no tienen cónyuge (Social Security Fact Sheet, 2020:1). Claramente, la dependencia en el apoyo público se incrementa para aquellos en un mayor grado de aislamiento familiar. Cambios en el Sistema de Seguridad Social Nacional de los Estados Unidos son particularmente relevantes al tema de la vejez aún más allá del retiro. La vejez es vista como una carga económica de segmentos de la población que, según percepciones erróneas y obsoletas, ya no contribuyen a la productividad nacional. Se asume que los retirados son consumidores y ya no productores. Sin embargo, el 19,6%, casi uno de cada cinco, de la población mayor de los 65 años trabaja formalmente en el mercado laboral (ACL y AOA 2018:11). Además, y muy importante dado el crecimiento de actividades de especulación financiera mundial, la caracterización de los ancianos como pasivos económicos es problemática porque los ancianos controlan, en manera desproporcionada, una cantidad substancial de la riqueza del país (Wassel, 2011:358).

 

 

 

Pagar por la educación de los hijos de otra gente o ¿Por qué esta visión atomizadora?

El individualismo es visto como una característica central de los Estados Unidos. Aunque celebrado con frecuencia por muchos, otros lo señalan como una raíz profunda de los problemas de ese país. Por ejemplo, una crítica a los problemas actuales lo describe de esta manera:

 

Ambos, el laissez faire del libre mercado y la responsabilidad individual se contraponen directamente a un marco de referencia alternativo, al que es inherente lo social, lo colectivo, lo que valúa y reconoce lo común, lo interdependiente, lo solidario, y la cadena intergeneracional de intercambios y cuidados a través de muchos tiempos de vida que hacen posible la oportunidad individual y los logros en cualquier momento y lugar. (Estes 2011:299) (traducción del autor)

 

La miopía social de las quejas, en cuanto al “marco de referencia” individualista señalada en la cita, no concierne meramente a peculiaridades personales ni casos aislados. El atomismo debilita la cadena intergeneracional de la sociedad. La miopía social de ver el contribuir al bien social como despojo (por ejemplo, el pagar por los hijos de otra gente) no solo afecta a los proponentes de estrategias individuales. Un ejemplo inmediato es la inminente quiebra del sistema de seguridad social: en 2017, el consejo ejecutivo de este sistema anunció que sólo cuenta con fondos para sostener cabalmente el retiro de sus derechohabientes hasta 2034 (Social Security and Medicare Boards of Trustees 2020:1).

Este apremiante riesgo de quiebra mucho se debe al desbalance progresivo entre un creciente número de pensionados dependiendo de un decreciente número de contribuyentes al fondo de retiro del cual se pagan las pensiones. Agravando el desbalance, la queja de contribuir a la educación de tales menores atenta contra la capacidad productiva y cívica de los hijos de otra gente, lo que puede redundar en la reducción de sus contribuciones para el bienestar de todos, a la vez que incrementa las probabilidades de desempleo, pobreza, y, quizá, los índices de crímenes. De acuerdo a la cita, si el aislamiento se propaga, la oportunidad individual y los logros se menoscaban.

Las atomizadoras consecuencias de la miopía social carcomen otras redes de apoyo. La intensificada desigualdad en la apropiación de recursos, creados en sinergias colectivas, genera otros descalabros y riesgos sociales. El descalabro al apoyo filial, otra instancia crucial, es palpable en crecientes índices de divorcio, de gente viviendo sola y de hogares con niños dependiendo de padres o madres sin cónyuge. Sin embargo, los crecientes índices se reconocen con más frecuencia que las condiciones que los generan debido a la óptica atomizadora que enfatiza la inmoralidad o la incapacidad individual y soslaya factores colectivos. Por ejemplo: un factor pocas veces reconocido es que muchos padres y madres se ven forzados a trabajar más horas o en más de un trabajo para solventar la caída del salario de los últimos años, menguando la oportunidad, el tiempo y la energía para responsabilidades con sus hijos y demás familiares. Estas condiciones ponen en jaque expectativas y roles de las parejas, contribuyendo a las varias causas de divorcio.

A mayor aislamiento, la precariedad se extiende y profundiza. Aunque el tejido social tiene una gran capacidad de recomponerse, tal capacidad tiene límites. Por ejemplo: el sentido de responsabilidad hacia parientes le es distante o ajeno a muchos niños y adolescentes que crecen en hogares aislados y solitarios, caracterizados por relaciones inestables o de poca interacción substancial. Sin embargo, también se da el caso de que un mayor número de abuelos toma responsabilidades en el cuidado y hasta la manutención de menores cuyos padres no pueden o quieren atender (Marshall y Bengtson, 2011: 25). El tejido social se recompone, pero sólo cuando las condiciones de ajustes existen. Sin ellas, los rompimientos destruyen el tejido. Trágicamente, es esta capacidad de regeneración de los lazos sociales la que la tendencia atomizadora explota y sigue debilitando. Un ejemplo evidente es que, de los niños de hoy, los hijos de otra gente, depende las pensiones de muchos ancianos de la generación de Amy.

La buena educación de las próximas generaciones redituará en mayor y mejor calidad de recursos y condiciones para todos, ligados a su productividad y el acervo cívico. Sin embargo, la miopía social sugerida en la queja de Amy y de los otros tres ancianos ya impacta en decisiones que pueden socavar las potenciales capacidades productivas y cívicas contribución de próximas generaciones. Por ejemplo, la gente mayor de 65 años recibe un descuento en sus impuestos a la propiedad, que son los que se usan para pagar parcialmente el funcionamiento de escuelas públicas locales. La calidad educativa y cívica se diluyen así mismo por frecuentes bajas de impuestos que desproporcionadamente benefician a los ricos. Aparentemente, el rompimiento de la cadena intergeneracional de apoyo no importa a ancianos ricos. Quizá no esperan recibir pensiones por medio del sistema de seguridad social, dadas sus inversiones y pensiones privadas. Lo que es seguro es que los hijos de otra gente sostendrán el orden social y económico que les rescatará si su retiro privado se pierde en la inseguridad de los mercados financieros.

 

 

 

Dimensión étnica y racial de la otredad en el envejecimiento

La miopía social azuza una competencia por recursos públicos cada vez más desigual. La competencia al momento favorece a los grupos de más edad. En 2001 se calculó que la población total de 50 años poseía el 69% de la riqueza de los Estados Unidos y que el porcentaje había aumentado 13% desde la década de los 80 (Peters y Barletta, 2005, citado en Wassel, 2011:358). Un estudio más reciente señala que la gente rica tiende a tener entre 65 y 74 años de edad. El mismo estudio además afirma que esta concentración contribuye sistemáticamente a la desigualdad económica de toda la sociedad (Vandenbroucke y Zhu 2017:1).

La concentración de riqueza entre los ancianos responde a reconfiguraciones globales en los que los Estados Unidos ha estado a la cabeza. Desde los años sesenta, cambios corporativos y ocupacionales disminuyeron la solvencia económica de muchos. Estos cambios van desde la relocalización de operaciones productivas a otros países, la automatización de estas, y otros recortes de personal debido a reorganizaciones operativas. Virajes ocupacionales y descalabros económicos de las últimas décadas, redujeron salarios y la calidad del empleo han menguado sistemática y sustancialmente. Este deterioro afecta particularmente a las generaciones jóvenes, ya que hay un menor porcentaje de empleos con la estabilidad y retribución salarial de la que gozaron sus padres o abuelos.

El ingreso medio de hogares de gente mayor de 65 años, sin diferenciar raza o etnia, era de US$61.946 en 2017, un poco mayor que los US$61.372 de la población en general. La diferencia aumenta en términos de raza y etnia. Por ejemplo: el ingreso medio de ancianos euroamericanos es de US$66.142 y el de los latinos es de US$40.512 (Administration on Aging, 2020:9)1. Esta diferencia es más marcada para ancianos que para la población total de ambas etnias. Ese mismo año, el ingreso medio de hogares para todos los euroamericanos era de US$68.145 y el de los Latinos era de US$50.486 (Fontenot, Semega y Kollar, 2017). Es decir, la diferencia entre los ingresos medios de todas las edades y de la anciana aumenta de US$17.659 a US$25.630. Estos contrastes también se reflejan en las proporciones mayores de pobres entre las minorías. En 2017, el 7% de ancianos euroamericanos tenía un ingreso por debajo del nivel de la pobreza, en comparación con el 19,3% de los ancianos afroamericanos o el 17% de los ancianos Latinos. El porcentaje de los ancianos asiático-americanos pobres era del 10,8% (ACL y AOA 2020:11).

Aunque hay más ancianos asiático-americanos pobres que euroamericanos, el ingreso medio por hogar de ancianos asiático-americanos de US$67.627 rebasaba a los US$66.142 de los ancianos euroamericanos. Este entreverado contraste resalta las complejas divisiones de ancianos en la sociedad estadounidense y ofusca las percepciones del problema. En vez de reconocer la profundidad y extensiones de los desniveles entre los grupos, así como preeminencia “blanca”, se propagan alegatos de que el racismo ha sido trascendido en base a la riqueza de algunos miembros de los grupos minoritarios y en particular el de algunos grupos asiático-americanos. En la miopía social, casos individuales son vistos como prueba del saneamiento del sistema social y racial en vez de considerar de que, como en mucho, la excepción prueba la regla.

La exacerbada competencia por recursos se vuelve más compleja en tanto se da no solo entre grupos raciales y étnicos sino entre los mismos miembros de estos grupos. La polarización en la distribución de la riqueza fue severamente agudizada por la caída del mercado de bienes raíces del 2007: mientras la mayoría de los pobres y la clase media aún no se recuperan de tal crisis, la riqueza media de la clase alta en 2016 era 25% mayor a la riqueza media antes de la caída del mercado de bienes raíces. En contraste, la riqueza media de las clase media y pobre en 2016 apenas se había recuperado a los niveles de 1989. Los incrementos que esas dos clases lograron hasta el momento de la crisis del 2007 se perdieron y no ha habido mucha recuperación (Kochhar y Cilluffo, 2017).

La desigualdad continúa escalando aun entre la población euroamericana. En 2016, el grupo adinerado euroamericano tenía, comparativamente, 6 veces la riqueza de la de la clase media y 42 veces la de la clase baja euroamericanas. En 2007, antes de la crisis, las proporciones eran 4 y 18 veces respectivamente (Kochhar y Cilluffo, 2017). A la polarización, como intensificador de divisiones, se aúnan cambios en las proporciones raciales y étnicas. Los euroamericanos pronto dejarán de ser la mayoría numérica de los Estados Unidos: se avizora que para el 2045, la nueva mayoría numérica será, principalmente, la suma de Latinos, afroamericanos, y asiaticoamericanos (Poston, 2020). Sin embargo, si bien es cierto que los euroamericanos son un porcentaje cada vez menor de la población, también lo es que son el grupo con la gran mayoría de ancianos. Según datos del Censo Nacional de los Estados Unidos de 2017, el número de euroamericanos ancianos (34.663.899) era aproximadamente nueve veces mayor que el de afroamericanos (3.803.268), más de diez veces el de Latinos (3.304.358) y más de dieciséis veces el de los asiático-americanos (1.746.529) (cifras calculadas por el autor basado en datos de tablas B01001A, B01001B, B01001I, y B01001D).

Estas contrastantes proporciones tienen palpables impactos sociales que a su vez generan contrastantes condiciones del envejecimiento presente y futuro. Los contrastes se enmarcan en notables diferencias entre los porcentajes de ancianos y de menores en cada grupo. Al momento, el porcentaje de latinos menores de 18 años es de 28% mientras que el de latinos mayores de 65 años de edad es de 6%. La diferencia entre estos dos porcentajes es de 22 puntos. En contraste, la diferencia entre los mismos porcentajes para los otros grupos es considerablemente menor. Los respectivos porcentajes para los euroamericanos es 21% y 15%, lo que arroja una diferencia de sólo 6 puntos o, comparativamente, apenas un poco más que la cuarta parte de la diferencia entre los porcentajes latinos. El contraste es también marcado entre la diferencia porcentual de los asiaticoamericanos que es sólo de 10 puntos ya que los menores son el 20% y los ancianos son el 10%. La diferencia entre los dos grupos afroamericanos es de 17 puntos porcentuales (26% y 9%) y aunque no tan distante a la diferencia de los Latinos probablemente divergirá aún más en el futuro ya que la población Latina está proyectada a crecer a un ritmo más alto (cifras calculadas por el autor basado en datos de tablas B01001A, B01001B, B01001I, y B01001D).

La queja de pagar por la educación de los hijos de otra gente expresada por Amy y los otros ancianos podría aludir al creciente porcentaje de niños de color, si se interpreta en términos raciales o étnicos. Sin embargo, la relación entre la vejez y la otredad de la queja es menos clara que su tendencia atomizadora. Al menos en el caso de Amy, para quien mi etnicidad latina es conocida, parece que la queja no sugiere una alusión étnica o racial. En el caso de los otros tres ancianos en el gimnasio, aunque quizá probable, la alusión es también incierta. Más allá de resonancias posibles, lo que es evidente en ambas quejas es la oclusión de interdependencias sociales. Su miopía social desatiende a que de los niños en escuelas dependerá en forma creciente la sobrevivencia del sistema de seguridad social del país. Dado que en números crecientes esos niños son minorías, en general, y latinos, en particular, la miopía en efecto tiene un ineludible cariz racial y étnico.

La cadena intergeneracional de apoyos dependerá desproporcionadamente de niños y jóvenes latinos, dado que tienen el mayor crecimiento de la población laboral del país. Esta dependencia es clara en cuanto al Sistema de Seguridad Social de los Estados Unidos, la que dependerá progresivamente más de obreros y empleados latinos que de ningún otro grupo por ser el más joven y, por tanto, de mayor crecimiento numérico proyectado. La carga, además, será gradualmente más apremiante debido a que el balance entre los que reciben pagos de retiros y los que contribuyen al fondo del sistema se debilita. Al momento hay 2,8 trabajadores por cada retirado, pero para 2035 (cuando el sistema, se anuncia, estará en bancarrota) se estima que serán 2,3 trabadores por cada pensionado (Social Security Fact Sheet, 2020:2)

Mientras el número de latinos en la población laboral aumenta a un ritmo mayor que el de otros grupos, el número de ancianos de esos grupos rebasa el crecimiento latino. Considerando que, al momento, casi uno de cada diez euroamericanos es anciano, un número más extenso de ellos dependerá de los contribuyentes latinos. Además, esta dependencia se prolonga más que nunca dado que las expectativas de vida se incrementan. En 1940, la mayoría de ancianos podía esperar vivir aproximadamente 14 años más. En el presente, la expectativa general es de un poco más de veinte años (Social Security Fact Sheet, 2020:2). Esta longevidad es aún más probable y extensa para los ancianos en posiciones de privilegio, al contar con mejores condiciones de trabajo, vida más holgadas y, probablemente, mejor acceso a servicios médicos. Como es frecuente, el privilegio conlleva a otros privilegios. No obstante, no es la responsabilidad individual por sí sola la que sustenta tales privilegios sino la sinergia de la colectividad, no importa cuánto se la desdeñe o desconozca. Por el contrario, los privilegios no tan solo resaltan desbalances sino que también los agudizan.

 

 

 

Cuando las mayorías no cuentan

La sociedad estadounidense se embarca en un derrotero peligroso. Indicios de esos riesgos ya afloran en crisis administrativas y políticas: la avizorada quiebra del sistema de seguridad social es un ejemplo claro de la manifestación administrativa de problemas crecientes y las virulentas polémicas relacionadas a la elección y presidencia de Donald Trump lo son en el ámbito político, al poner al descubierto complejas polarizaciones que cimbran las bases sociales. Las intensas polémicas entre críticos y simpatizantes del presidente Trump se sustentan en polarizaciones no tan solo de carácter ideológico, sino demográficas y sociales, que van mucho más allá de las peculiaridades del mandatario.

Los resultados de las elecciones presidenciales recientes manifiestan serios retos al sistema político de los Estados Unidos. La idea de que sus ciudadanos eligen al presidente del país se ha visto cuestionada ya que no necesariamente el candidato con el mayor número de votos obtiene la presidencia. Dado el carácter representativo del sistema político estadounidense, una entidad llamada Colegio Electoral, no los ciudadanos mismos, es la que ulteriormente elige. Por ejemplo, en las elecciones pasadas, Hillary Clinton recibió el 48% de todos los votos pero Donald Trump fue reconocido por el Colegio como el nuevo presidente, aunque solo obtuvo el 45% de los votos. La determinante influencia del Colegio Electoral se justifica, irónicamente, como garantía de una representatividad de todas las áreas del país. Se busca balancear las contrastantes densidades poblacionales entre grandes urbes, donde la mayoría de los votantes residen, y pequeños poblados, de manera que la influencia de los habitantes de estos poblados no sea avasallada por las concentraciones urbanas. Sin embargo, los habitantes de la mayoría de esos pequeños poblados son primordialmente euroamericanos y, muchos de ellos, en edades maduras o ancianas.

En la última elección presidencial, el 53% de los votantes mayores de 65 años votó por Trump y el 44% por Clinton (Pew Research Center, 2018). Los contrastes marcados en cuanto a la etnicidad o raza de los votantes sugieren que gran parte de esos votos para Trump fueron de euroamericanos. Mientras que el 54% de los euroamericanos en general votaron por él, sólo el 6% de los afroamericanos y el 28% de los latinos lo hicieron (Pew Research Center, 2018). Estos márgenes son particularmente relevantes debido al contrastante porcentaje de cada grupo en el “electorado.” Los euroamericanos constituyen un arrasador 77% de los votantes mientras que los latinos y afroamericanos solo el 10% respectivamente. Así mismo, mientras que solo el 12% de votantes en áreas urbanas lo favorecieron, en contraste con el 32% que lo hicieron por Clinton, el 35% de los residentes de zonas rurales votaron por Trump, en contraste del 19% que lo hicieron por Clinton (Pew Research Center, 2018).

Dado que las zonas rurales son predominantemente euroamericanas y tienen una concentración alta de ancianos, muchos de esos votos fueron de esa población. Finalmente, la concentración geográfica de los votantes ancianos es mayor en los estados que votaron a favor del actual presidente (Administration on Aging, 2020:8). Esta distribución geográfica sin duda influenció al Colegio Electoral y en mucho definió el resultado.

El desbalanceado peso electoral de segmentos euroamericanos ancianos no es la única fuente de su influencia pública. Su desproporcionado peso en la distribución de la riqueza añade a su peso político al contar con fondos para contribuir a candidatos o medidas legislativas que favorecen sus prioridades. Desniveles e inequidades sugieren que lo numérico en sí garantiza cada vez menos poder electoral. Es decir, el hecho de que las actuales “minorías” sobrepasen a los euroamericanos no asegura que cobren poderío político para que sus oportunidades se fomenten. El desfase entre números y poder, al contario, sugiere no solo que los privilegios de los euroamericanos continúen sino además que estos se concentren en segmentos euroamericanos de edad avanzada.

Este desbalance de influencia cobra mayor significado político y social dados los derroteros demográficos de los Estados Unidos: sus poblaciones “blancas” serán menos del 50% de la población del país. Miopías sociales debilitan la certeza de que las necesidades y posibilidades de la nueva mayoría numérica tendrán prioridad en la distribución de nuevos recursos o las directrices sociales. Asimismo, parece que ancianos euroamericanos, entre otros, confrontan la problemática de mantener privilegios cuando su representatividad simbólica y numérica se reduce en el ámbito electoral democrático, por ejemplo, contrastando con las virulentas protestas contra programas que buscan balancear las oportunidades para minorías étnicas. Nunca se señala que la población a las que el Colegio Electoral favorece es primordialmente euroamericana, ya que áreas rurales reciben más peso que otras con mayor número de votantes.

A la par de cálculos demográficos, dimensiones políticas relacionadas a la muy desbalanceada distribución de recursos e influencia agravarán los posibles conflictos si no se reconocen y atienden oportunamente. El envejecimiento desparejo de los grupos subyace a confrontaciones ideológicas que recalcan prioridades de grupos sociales en competencia. Demandas para satisfacer necesidades de ancianos y para los demás ciudadanos de otras edades, primordialmente la población menor de edad, se polarizan. Al momento, la polarización claramente favorece a los grupos de ancianos euroamericanos, quienes conforman un bloque sólido de votantes de mayor afluencia económica.

Miopías sociales, como la expresada en la queja de pagar por la educación de los hijos de otras gentes, merman la solidez de cadenas intergeneracionales de apoyo. La precariedad aumenta conforme las redes de apoyo públicas y privadas se debilitan, en una sociedad cada vez más atomizada. Crecientes vulnerabilidades colectivas afectan a todos, como la quiebra del Sistema de Seguridad Social, pero la vulnerabilidad es más grande e inmediata para algunos grupos que otros. Los polarizados conflictos aumentan antagonismos que se propagan y agudizan en círculos viciosos. Por ejemplo: muchos ancianos favorecen incrementos de presupuesto para pagar por más policías en las calles para protegerlos de amenazas, reales o percibidas, de segmentos sociales que no reciben o recibieron la inversión requerida para educación o empleo adecuados.

Los Estados Unidos enfrentan reacomodos delicados en el envejecimiento de la población euroamericana. Su desnivelada concentración de influencia y riqueza complica antagonismos profundos y añejos al intensificar escisiones generacionales entre los diversos grupos étnicos y raciales, pero también de edad. Al momento, el envejecimiento puede devenir en conflictos generacionales por la inversión de recursos públicos ante prioridades de necesidades contrastantes por los distintos grupos de edad. Aunque los euroamericanos se vuelven cada vez menos numerosos, varios sectores de esa población se resisten a compartir privilegios e influencias, conforme a los nuevos porcentajes sociales del país. Esta renuencia pone en juego el tan pregonado principio democrático de ese país de que las mayorías gobiernan y erosiona el ámbito institucional del Estado para facilitar la concertación entre prioridades en conflicto y grupos heterogéneos2.

El rostro de la vejez en Estados Unidos está en blanco, pero no blanco en términos raciales, sino como un espacio donde la respuesta aún no se apunta. Si bien es cierto que la gran mayoría de ancianos en ese país son euroamericanos, también lo es que inminentes cambios demográficos y administrativos generan gran incertidumbre en cuanto a derroteros sociales y políticos del país. Mucha de la incertidumbre estriba en el papel que los ancianos euroamericanos jueguen en tales derroteros. Muchos de estos ancianos no están desvalidos, como era la expectativa en otra hora. Por el contrario, un nuevo significado político y social de la vejez genera condiciones en que su influencia en vez de decaer se reafirma.

El desbalanceado peso electoral de esos segmentos demográficos no es la única fuente de su gran influencia. Estos segmentos también concentran un desproporcionado peso en la distribución de la riqueza. En términos cada vez más tangibles, se perfila un momento crítico por el desfase del supuesto principio democrático y la prevalencia política euroamericana que pronto dejaran de ser la mayoría numérica. Una miopía social en el que el bien individual inmediato se antepone al bien común azuza el atomismo desintegrador del tejido social en el cual las instituciones que sustentan a la sociedad como conjunto se debilita cotidianamente y en maneras aparentemente inocentes.

 

 

Usa

17

10

17

10

Porcentaje de crecimiento

Euroamericanos

Latinos

Afroamericanos

Asiáticos

22,081,181

2,162,070

2,549,645

1,136,955

18,785,656

1,939,928

1,997,821

734,137

9%

4%

6%

7%

8%

3%

5%

5%

18%

11%

28%

55%

Suma de poblacion de color

Porcentaje de la suma

de población de color

5,848,670

 

26%

4,671,886

 

25%

 

 

 

 

 

Menores de 18 años

Mayores de 65 años

2017

L

EU

AF

AS

2010

L

EU

AF

AS

 

28%

21%

26%

20%

 

25%

22%

29%

22%

 

6%

15%

9%

10%

 

5%

9%

8%

17%

 

 

 

Referencias bibliográficas

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1. El de los afroamericanos era de US$43.705 y el de los asiático-ame­ri­canos, US$67.627. El de los latinos es el más bajo de los cuatro.

2. El riesgo aumenta con la creciente desproporción de ingreso que conlleva a cambios legislativos amañados: Nuestro principio democrático de representación igualitaria está en riesgo cuando la creciente concentración de la riqueza se combina con leyes que permiten a individuos contribuir sin límites a campanas o causas políticas (Pfeffer y Schoeni, 2016:6).