Geopolítica y poder en el horizonte cibernético de la sociedad-red

Apuntes sobre el desplazamiento de la perspectiva de sistema-mundo

hacia el enfoque analítico de la ciudad global

Geopolitics and power on the cybernetic horizon

of the network-society

Notes around the displacement of the world-system perspective

towards the analytical approach of the global city

Marco Germán Mallamaci | ORCID: orcid.org/0000-0001-6347-0964

mmallamaci@ffha.unsj.edu.ar

CONICET

Argentina

 

Recibido: 27/02/2019

Aceptado: 04/09/2019

Resumen

Este trabajo busca trazar un análisis en torno a los desplazamientos conceptuales que emer­gen en el pensamiento geopolítico contemporá­neo, en referencia a las condiciones de posibili­dad del ejercicio del poder en el contexto de la sociedad-red. Si a partir de la expansión del siste­ma capitalista se formó una estructura geoeconó­mica mundializada que trazó una matriz cultural configurada sobre centros y periferias, el siglo XXI pareciera presentar una mutación de dicho escenario, atravesado por la técnica y el avance de la digitalización. Esto puede ser conceptualizado desde el paso de la perspectiva de sistema-mundo hacia la formación del concepto geopolítico de la ciudad global. El artículo enfoca dicho des­plazamiento epistémico, comenzando con un repaso genealógico desde la antigua idea de polis al campo de estudio propio de la geopolítica con­temporánea. Luego se esquematiza la perspecti­va de sistema-mundo de Immanuel Wallerstein, como una de las elaboraciones que logró explicar ciertas lógicas primordiales de las sociedades ca­pitalistas; por último, se analiza el paso de dicho enfoque hacia el esquema de la ciudad global, de Saskia Sassen, a partir de donde se pueden entre­ver los ejes de una geopolítica específica de la sociedad-red del siglo XXI.

 

Palabras clave: Ciudad global, Sistema-mundo, Poder, Economía, Geopolítica.

Asbtract

This paper proposes an analysis on the con­ceptual displacements that emerge in contem­porary geopolitical thinking, in reference to the power in the context of the network society. Wheter through the expansion of the capitalist system a globalized geoeconomic structure, that drew a cultural matrix based on centers and peripheries, was formed; the XXI century seems to present a mutation of this stage, crossed by the technique and the advance of digitalization. This can be conceptualized from the mutation of the world-system perspective towards the formation of the geopolitical concept of the global city. The article focuses on this epistemic displacement starting with a genealogical review from the old idea of polis to the field of the contemporary geopolitics studies. Then the perspective of the world-system of Immanuel Wallerstein is out­lined and finally the passage of this approach towards the scheme of the global city, by Saskia Sassen, is analyzed; from which the axes of a specific geopolitics of the network society of the 21st century can be glimpsed.

 

 

 

 

 

Keywords: Global city, World-system, Power, Economy, Geopolítics.

Introducción: Breve genealogía del concepto de geopolítica

Para las sociedades contemporáneas es evidente que lo político, el poder y lo cultural están atra­vesados por dinámicas globales, relaciones internacionales y estructuras mundiales que tejen toda una red planetaria de interacción; esto no fue siempre así a lo largo de la historia del pen­samiento político. Para las epistemes1 contempo­ráneas es habitual hacer referencia a lo político en términos de “geopolítica” o a lo cultural como “geocultura”; pero la conjunción entre el término “política” y el prefijo “geo” es algo propio de las transformaciones conceptuales modernas. Se tra­ta de algo similar a lo que sucede con la Política Eco­nómica, pensar lo económico como algo pro­pio de la dimensión política hubiese sido un absur­do en los antiguos contextos de emergencia de dichos conceptos. La idea griega de política hace referencia a un espacio de libertad donde reina la dimensión del logos (Aristóteles, 1995); una especie de isla donde la violencia queda excluida en favor de la palabra. Al margen de dicha espacialidad po­lítica quedaban, por un lado, el espacio de la fami­lia, y por el otro, las relaciones de la polis con lo extranjero. Hacia el interior de la cotidianeidad familiar funcionaba lo que los griegos entendían como economía, mientras que hacia el exterior de la polis trabajaba el principio bélico de la con­quista (Arendt, 1997). Pensar lo político en térmi­nos de inter-estatalidad geográfica es algo relati­vamente tardío, al igual que hacer referencia a una Política Económica o a una geoeconomía. De todas formas, se puede encontrar una antigua modulación en el contexto romano que marca un antecedente lejano del paso de lo político centrado en la comunidad hacia la perspectiva geopolítica.

Según Arendt (1997) con la cultura romana lo político surgió allí donde para los griegos tenía sus límites; entre pueblos extranjeros y desiguales, a los cuales la lucha había hecho coincidir. Los romanos entendieron la política como un arte de los tratados; una lógica que deja surgir una espacialidad política entre las naciones: o sea una especie de política exterior. Los romanos no buscaban originalmente la expansión de un Imperium Romanum, sino la conformación de una Societas Romana, un sistema donde los pueblos, mediante tratados renovables, se convirtieran en eternos aliados (Arendt, 1997). Mientras el nomos griego era un contenedor, la lex romana fue un vinculador. Entonces, si el concepto de política es de origen griego, puede decirse, siguiendo a Arendt, que el de política exterior es de origen romano.

Para que surja la categoría específica de geopolítica se debe llegar al siglo XX, las tensiones de la Primera Guerra Mundial y el periodo de en­treguerras. El término geopolitik fue acuñado por Rudolf Kjellén, quien hacia 1916 propone analizar el Estado como una forma de vida; perspectiva que profundizan Friedrich Ratzel y Halford John Mckinder (Holdar, 1992). En los enfoques de Kjellén y Ratzel se articula lo geográfico con lo político pensando el Estado como un organismo viviente en una relación integral con el medio. Se trató de una nueva Ciencia Política donde el enfoque proponía que los atributos del poder se pueden encontrar:

 

 

Kjellén desarrolla una crítica a la Ciencia Polí­tica de su época que había estado centrada en lo jurídico y en el Estado como una creación de la ley. El sentido del enfoque geopolítico era recubrir el esqueleto legal con carne y sangre socio-geográfica (Holdar, 1992), lo cual para Kjellén significaba que la naturaleza del Estado es, ante todo, poder.

Aquel primer sistema epistémico encontró una serie de ramificaciones en el campo militar y en los historiadores; fundamentalmente a través de la figura del general Karl Haushofer, quien luego de participar en la Primera Guerra Mundial, con su tesis doctoral sobre la evolución geográfica del Imperio Japonés, logra ubicar la categoría como un elemento específico de las Ciencias Políticas del siglo XX.

Con Friedrich Razel se incorpora la expresión espacio vital (Lebensraum), en referencia a la región geográfica donde los organismos vivos existen y a los Estados como una naturaleza orgánica vin­culada a un espacio que forma un todo indisolu­ble con la población. El objetivo era superar las limitaciones de los enfoques jurídicos o la Cien­cias Políticas entendidas como analítica de las instituciones. En el caso de Haushofer la idea de “espacio vital” explicaba el Estado y su articulación con las guerras; estas tendrían que ver con la necesidad de dominar la tierra para la vida. Dicho espacio vital no es isomórfico con el territorio jurídico del Estado, sino con la extensión de la cultura o del grupo étnico; entonces no se trata solo de fronteras que aseguren la autosuficiencia, sino de un espacio de vida que comprenda a la Nación y al Pueblo.

Dichas categorías geopolíticas fueron centrales para la expansión imperialista europea, las diná­micas de la Primera Guerra Mundial y el perio­do de entreguerras (Cairo Carou, 2011). La episteme de la Geopolítica se conformó como el estudio de las articulaciones entre la geografía (humana y física) y la política internacional; se trata de un modo de comprender y proyectar el comportamiento po­lítico internacional a través de variables geográ­ficas. Cuando Kjellén conjugó el prefijo geo con la raíz política; el medio, la espacialidad, lo econó­mico y lo cultural se transformaron en el tejido de la dimensión del poder.

Hacia la década de 1970 se da una renovación del término que da lugar a la Geopolítica Crítica; por un lado, a través de la escuela francesa de Yves Lacoste, quien a partir de su obra La Geo­grafía: un arma para la guerra, pone el foco en el fenómeno bélico de la Guerra Fría y la Guerra de Vietnam; y por el otro lado, de la corriente inglesa de Peter Taylor, quien en su obra Geogra­fía Política: Economía-Mundo, Estado-Nación y Lo­calidad retoma el problema del poder en rela­ción a lo geográfico. Luego, hacia el fin del siglo XX se impone una dimensión compleja donde lo político funciona sobre el cruce entre lo local, lo nacional, lo regional y lo global; enton­ces el antiguo término de Kjellén toma un rol central para la comprensión del mundo. Es allí donde se forma un amplio esquema categorial en torno a las ideas de sistema-mundo, desa­rrollo, economía-mundo, centro-periferia, Estado-nación, localidad, códigos geopolíticos, imperia­lismo, decolonización, globalidad, etc.

Hacia el fin del siglo XX se marca un quiebre que genera el paso de la Geopolítica de sistema-mundo y la economía-mundo capitalista, a la sociedad-red de ciudades globales. La Geopolítica puede ser pensada desde la integralidad orgánica que proponían Kjellén y Ratzel, desde la dimensión de tensiones bélicas y estrategias territoriales de Haushofer, desde las formas del poder de Taylor o bien desde los enfoques sociológicos de sistema-mundo; pero las sociedades contempo­ráneas han generado un nuevo modo de pensar lo geopolítico, un tejido social global de redes que era imprevisible a lo largo del siglo XX. Las dinámicas geopolíticas, geoculturales y geoeco­nómicas se han reconfigurado sobre algo que puede ser conceptualizado desde la idea de ciudad global.

La perspectiva de sistema-mundo

A comienzos de la década de 1970 surgió uno de los planteos que abordó una serie de ele­mentos del capitalismo desde una perspectiva geopolítica, cuando Wallerstein propuso la cate­goría de sistema-mundo como unidad de análisis. Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial las ciencias sociales se enfrentaban a ciertas proble­máticas de alcance global; Wallerstein (2006) distingue como puntos fundamentales del nuevo mapa geopolítico el hecho de que, Estados Uni­dos pasaba a ocupar el papel de potencia hege­mónica y tanto su sistema económico, como el universitario se convertían en el centro de in­fluencia global. En dicho mapa surgen los Estudios de Área en torno a dinámicas específicas de ciertas partes del mundo (Wallerstein, 2006). El planteo fue que existían culturas que, de la mano de la fuerza democrática-liberal-capitalista habían entra­do en una etapa de desarrollo, mientras que otras regiones permanecían en lo que podía ser llamando subdesarrollo. Mientras uno de los ejes de los analistas políticos en la etapa de pos­guerra era el equilibrio entre la Unión Soviética y los Estados Unidos como dinámica fundamental de la geopolítica global, Wallerstein planteó que en realidad el problema era el conflicto entre na­cio­nes industrializadas y el tercer mundo. Fren­te a la discusión sobre la lucha entre las dos su­per­potencias, se plantea que lo fundamental de aquella configuración mundial era la organiza­ción económica entre centros y periferia. Lo que buscaba Wallerstein era resaltar el funciona­miento de una matriz estructural geoeconómi­ca: el sistema-mundo.

El concepto de sistemas surge con algunos geógrafos alemanes hacia la década de 1920 y grupos de sociólogos rumanos en los años treinta. En la década del 1950 Raúl Prebisch y los trabajos de la CEPAL ponen como punto central la cuestión económica, planteando que el comercio internacional no consistía en un intercambio entre pares, sino que el “desarrollo” de algunas naciones y el posible camino de los rezagados hacia el progreso capitalista se trataba de posicionamientos de países económicamente poderosos (centros) que negociaban con países débiles (periferia) y por ende podían imponer términos que favorecían el desvío de la plusvalía de las zonas periféricas hacia las zonas centrales del sistema. En dicho contexto (hacia 1965) Wallerstein intenta un nuevo estudio comparado de sociedades nacionales, el cual queda superado cuando conoce El mediterráneo de Braudel; es allí donde encuentra el camino hacia el análisis de sistema-mundo. Dos conceptos de Braudel son los que llamarían la atención de Wallerstein: la idea de economía-mundo y la longue-durèe. La expresión economía-mundo se encontraba hacia 1920 en el geógrafo Fritz Rörig; Weltwirtschaft, que debería ser traducido como Èconomie Mon­diale (economía del mundo o economía mundial). Cuando Braudel traduce Weltwirtschaft por Èconomie-Monde busca otro sentido; no se está ha­blando de procesos económicos que son mun­diales porque ocupan todo el globo, sino de una economía que es un mundo. El significado es que las relaciones económicas definen los límites del mundo social, una economía-mundo es un sistema que se define por sus reglas, dinámicas y límites (no necesariamente debe ocupar todo el planeta, por eso Braudel habla de la economía-mundo del Mediterráneo. La expresión busca marcar que los límites de lo social lo definen las relaciones económicas.

Las explicaciones sociológicas de fines del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, tra­bajaban sobre la división del mundo en socie­dades modernas y civilizadas, por un lado, y culturas primitivas por el otro. Lo fundamental, para Wallerstein, era que dichos estudios partían de los conceptos de Sociedad, Nación y Estado: el problema era la unidad de análisis. Los trabajos de Braudel le mostraron que la funcionalidad de un sistema cultural puede ser determinada desde sus engranajes económicos. Desde allí Wallerstein propone la idea de sistema-mundo moderno, no ya comparando naciones, sino analizando del desarrollo estructural del sistema2. A partir de la idea de sistema-mundo Wallerstein evita hablar de “sociedades”, ya que deriva en elementos “nacionales” de donde surgen los conceptos de desarrollo, subdesarrollo, progreso civilizatorio, sociedades primitivas, etc. La unidad de análisis que encuentra Wallerstein como apropiada para el mundo moderno es la de sistema-mundo: una serie de dinámicas supra-nacionales, un cruce íntegro de fuerzas globales.

Wallerstein construye una periodización his­tórica del sistema-mundo moderno organizada sobre cuatro etapas fundamentales. En primer lugar, los orígenes y las condiciones tempranas de la economía-mundo capitalista como fenómeno eu­ropeo (1450-1640). En segundo lugar, la expansión y consolidación del sistema (1640-1815). En tercer lugar, la transformación en una empresa global posibilitada por el avance tecnológico y la indus­tria. Por último, a partir de la segunda mitad del siglo XX la entrada en la etapa de crisis final, donde el capitalismo debería dar lugar a un po­sible nuevo sistema histórico, marcado por una supuesta multipolaridad (Wallerstein, 2005, Grosfoguel, 2006).

 

Sistema-mundo como dinámica geoeconómica

Para la perspectiva de sistema-mundo los pro­cesos históricos se constituyen en un mar­co global de relaciones de poder. Los aportes más relevantes tienen que ver con tres desplazamien­tos clave:

 

 

Hacia 1450 el escenario para el sistema mundo capitalista fue configurado en Europa [...] estaba basado en dos instituciones claves, una división mundial del trabajo y una maquinaria buracrática estatal en ciertas áreas (Wallerstein, 2011a:81)3. La institución de este sistema y sus lógicas de poder, se expresan en la instauración de jerar­quías interestatales que definen lugares desigua­les para los Estados. La emergencia de dicho sistema-mundo moderno es indisociable de una serie de fenómenos:

 

 

La conjunción de estas dinámicas deriva en que Europa se posicione como el centro del poder en el contexto mundial de los siglos XVIII y XIX.

 

[...] el Sistema-mundo moderno tuvo sus orí­genes en el siglo XVI [...] localizado [...] en partes de Europa [...] Con el tiempo se expan­dió hasta abarcar todo el mundo [...] Es [...] una economía-mundo capitalista [...] una gran zona geográfica dentro de la cual existe una división del trabajo y [...]un flujo de capi­tal [...] una característica definitoria [...] es que no está limitada por una estructura polí­tica unitaria. Por el contrario, hay mu­chas unidades políticas dentro de una eco­nomía-mundo [...] vinculadas entre sí en [...] un sistema interestatal. (Wallerstein, 2005:40)

 

El concepto de sistema-mundo se subdivide en las categorías de economía-mundo e imperio-mundo. En primer lugar, se deben diferenciar los mini-sistemas de los sistemas-mundo. La diferencia es la complejidad de dos elementos fundamentales: la organización del trabajo y el proceso cultural. Los mini-sistemas son organi­zaciones simples que se desarrollan sobre un proceso político cultural unificado; no puede hablarse diversidad cultural hacia el interior de la organización comunitaria. Si bien puede suceder que la comunidad tenga algún tipo de contacto con otros grupos sociales, sus di­ná­micas fundamentales están en la unidad cultu­ral del grupo. Pero el elemento central es la divi­sión simple del trabajo, en los mini-sistemas la complejidad del trabajo no llega a una rami­ficación altamente elaborada.

A diferencia de los mini-sistemas, Wallerstein divide los sistemas-mundo en imperios-mundo y economías-mundo. En ambos hay una alta complejidad en la división del trabajo y hay una organización que no se reduce a una unidad cultural, sino que son multiculturales. Por ejem­plo, el Imperio Romano, el incaico, las organiza­ciones persas o los primeros imperios babilonios se trataban de formaciones culturales en las cua­les participaban una multiplicidad de grupos tri­bales, étnicos o dinásticos. La fuerza de aquellos imperios estaba en que la figura de un poderoso unificaba la pluralidad cultural de un territorio en un sistema político-militar. En esas formas de unificación se desarrollan las divisiones com­plejas del trabajo, pero lo específico es que despliega una estructura política a lo largo de territorios y poblaciones. Esa estructura polí­tica unifica formas militares, estructuras del ejercicio del poder, sistemas agrupados de recau­dación y de redistribución pública. Pero no uni­fican realmente la estructura económica de los mercados. Los imperios-mundos no basan su fuerza en la unidad económica del sistema, sino en la fuerza política y la conquista del dominio territorial.

En forma opuesta, las economías-mundo ex­tienden una estructura económica, pero no un sistema político unificado. Las economías-mundo también tienen una división ramifi­ca­da y compleja del trabajo, pero las diferentes formaciones culturales no se unen (primordial­mente) en una red político-militar de dominio, recaudación y redistribución, sino que se conec­tan por medio de un sistema económico. Aquí radica, según Wallerstein (2011a), la fuerza del capitalismo moderno, lo fundamental está en que ciertas zonas entraron rápidamente en las lógicas de la economía-mundo, mientras que otras quedaron atrapadas un largo tiempo en las lógicas de los imperios-mundo.

Entonces, los mini-sistemas son organizacio­nes tan estrechas y simples, que no permiten la división compleja, la circulación y la acumulación económica; solo permiten una acumulación proto-dinástica del poder. Los imperios-mundo despliegan el poder político sobre extensiones culturales múltiples, lo cual paraliza las dinámicas económicas; de allí que siempre que algún poder político-imperial se extendiese, dichas zonas quedaran rezagadas en la carrera económica frente a otros Estados que se incorporaban a la economía-mundo (Carlos V en el siglo XVI, Napoleón en el siglo XIX o Hitler en el siglo XX). Finalmente, la economía-mundo (el capitalismo) se basa en grandes mercados, en la multiplicidad de Estados, en una colección de instituciones que marcan las lógicas de circulación y en una división compleja del trabajo a lo largo de un mapa geopolítico que divide la producción en productos centrales y productos periféricos. Esto lleva a una organización geopolítica en Estados centrales y Estados (zonas) periféricos.

En el paso de la economía feudal al sistema moderno capitalista se dan tres transformaciones fundamentales:

 

 

Uno de los elementos centrales para compren­der la economía-mundo moderna es el sistema interestatal. Dicho sistema es el que permite a ciertas sociedades poder dejar atrás la lógica del imperio-mundo y avanzar en la configuración de un mercado mundial. Wallerstein resalta cuatro elementos centrales: la diplomacia renacentista, la formación de las monarquías absolutas, las estructuras centralizantes y la burocracia civil-militar. De estos cuatro elementos surge la organización de las Naciones Estado basadas en el concepto de soberanía y el sistema moderno de metrópolis y colonias. La funcionalidad estructu­ral del sistema capitalista moderno es una matriz jerárquica de relaciones geopolíticas interesta­tales. Lo fundamental es la división compleja y sincronizada de las cadenas de trabajo, que se extiende sobre el mapa de centros y periferias. Si bien muchas veces se ha remarcado que la liberación de la fuerza de trabajo individual en el fin del feudalismo es la raíz fundamental del capitalismo, Wallerstein intenta completar esta tesis poniendo en duda que los asalariados libres, dueños de su tiempo y de su fuerza de trabajo como mercancía para intercambiar, sean lo específico del sistema moderno. En realidad, se trata de un sistema relacional y múltiple en el cual convivían diferentes formas del control y de la división del trabajo en un mapa geopolítico. Esclavitud, feudalismo y trabajadores libres eran partes del sistema y ocupaban distintos lugares de las cade­nas. O sea, no es que los paí­ses desarrollados entraron primeros en la diná­mica liberal y dejaron atrás la esclavitud y el feudalismo, sino que las diferentes formas de producción se distribuyeron en diferentes regio­nes del planeta.

 

¿Por qué existen diferentes modos de orga­nizar el trabajo (esclavismo, feudalismo, tra­bajo asalariado, independiente) en un mismo punto temporal dentro de la economía-mundo? Porque cada modo de control del trabajo se relaciona con tipos particulares de producción. ¿Por qué dichos modos se concentran en diferentes zonas de la economía-mundo (esclavismo y feudalismo en las periferias y trabajo asalariado o in­dependientes en los centros [...]? Porque los modos de control se relacionan con el siste­ma político, en particular la fortaleza del aparato estatal [...] La economía-mundo [...] estuvo basada [...] en [...] dichas [...] zonas y sus [...] modos de control del trabajo [...]4 (Wallerstein, 2011a:126)

Dicha funcionalidad se hace posible sobre el mapa geopolítico interestatal. Los Estados (con el monopolio de la fuerza militar) imponen las reglas sobre el intercambio de las mercaderías, el capital, el trabajo y en qué condiciones funcionan sus fronteras. Se crean las leyes concernientes a los derechos de propiedad de esos Estados, las reglas sobre el empleo y la compensación de los empleados, los costos que las compañías deben asumir, los márgenes de acción monopólica del mercado y se centralizan los impuestos fiscales: los Estados juegan en el sistema según las necesidades e intereses de las compañías es­ta­blecidas dentro de sus fronteras. Todas estas funcionalidades de la red internacional de Esta­dos, se fortaleció por medio del concepto deci­monónico de Nación. Los nacionalismos y el mito de identidad que aglutina a poblaciones por medio de sistemas escolares estatales, de la monopolización de las fuerzas armadas y de la organización de ceremonias y calendarios fes­tivos terminaron de consolidar el sistema inter­estatal que sostiene a la economía-mundo.

Más allá de todo esto, en el sistema capitalista moderno el mapa geopolítico no se unifica sobre una estructura política; como en los imperios (Wallerstein, 2005). Lo que permite que la economía-mundo funcione como un sistema no es la estructura política sino el gran mercado: la economía. El sistema interestatal hace posible que una multiplicidad de Estados tensione cons­tantemente las posibilidades de circulación de capitales, pero ningún Estado pueda lograr el dominio imperial como hubiese sido el caso de Carlos V o Napoleón. La diferencia está en que un imperio-mundo logra el dominio político de extensos territorios en los cuales una diversidad de culturas es introducida a la división del tra­bajo e ingresan en la economía redistributiva del imperio; en cambio en las economías-mundo los Estados luchan en la red internacional para lograr la hegemonía económica, pero nunca el sistema político domina al sistema económico en la dimensión interestatal.

Lo central desde esta perspectiva es que el sis­tema moderno no se explica desde el con­cepto de desarrollo, ni desde los métodos de análisis comparados entre Estados; sino que las problemáticas deben ser analizadas desde una complejidad relacional. De allí que Wallerstein sostenga que no es posible que los países supues­tamente subdesarrollados lleguen a la moderni­zación y al desarrollo. Los países no se desarrollan, es el sistema el que nace, crece, se desarrolla y en algún momento muere. Lo que sucede durante todo este proceso es que los Estados mueven en el mapa y luchan por la hegemonía económica, pero siempre hay núcleos y periferias.

La geopolítica del siglo XXI: del sistema-mundo a la ciudad global

Cuando en la década de 1970 se extiende el en­foque de sistema-mundo (Wallerstein, 1995, 2007, 2006), las lógicas del poder que configura­ban dicho mapa geopolítico ya había comen­zado a desensamblarse. La economía-mundo ca­pitalista puede ser entendida como una di­ná­mica histórica que ensambló un mapa de po­sicionamiento geopolíticos encauzados por mo­vimientos de centralización del poder (Wa­ller­stein, 1984, 1988, 2009, 2011b). Esto esconde un movimiento paradójico, si bien por un lado el éxito del capitalismo se debería a una relativa supremacía de lo económico sobre las estructuras rígidas de lo estatal, al mismo tiempo la consolidación de la matriz jerárquica de poder estuvo marcada por la concentración de la fuerza política en las instituciones estatales y en todo el aparato jurídico, legislativo y económico que impulsa el sistema de identidades nacionales. O sea, la concentración del poder en los Estados estuvo marcada por el desplazamiento de las lógicas de conquista territorial hacia el control de la geoeconomía, la circulación de manufacturas, las vías aduaneras, los conceptos de utilitarismo, población, seguridad, normalización, producción industrial, etc. Se trata de un esquema económico-espacial organizado fundamentalmente en cuatro dimensiones: la ciudad (y el campo), el Estado, la región y el sistema-mundo. Allí, la centralización del poder irradia desde el núcleo del Estado, tanto en dirección interna hacia los diferentes centros urbanos, como hacia las relaciones interestatales que daban forma a la región y al sistema-mundo. Se impone una jerarquización donde los diversos niveles funcionan en forma escalonada; las deci­siones, las noticias, la circulación económica, la distribución de los espacios de educación, la salud, la gobernanza, etc. fluyen desde los centros me­tropolitanos hacia el resto de las ciudades. El poder trabaja en forma compulsiva desde los Estados nacionales hacia la red de ciudades que forman los territorios, mientras dichos Estados compiten en el mapa geopolítico por lograr posicionamientos hegemónicos en el circuito económico.

El sistema-mundo moderno generó una mun­dialización de las dinámicas sociales, motorizada sobre el proceso económico-tecnocientífico de la industrialización. Lo territorial, lo jurídico, lo cultural, lo económico, las urbanidades, etc. se ensamblaron sobre los esquemas de pensa­miento centrados en lo nacional, en los modos de normalización y en el despliegue de estructuras disciplinares que garantizaban la circulación, la maximización de la utilidad y la potenciación de los mercados. La matriz fundamental, que teje la mundialidad del sistema capitalista moderno, se trata de una cartografía de la centralización. De allí, que el pensamiento geopolítico y geoeco­nómico de la segunda mitad del siglo XX trabajen constantemente en torno a las dinámicas entre centros y periferias.

A partir de 1950, cuando Estados Unidos se consolida como núcleo hegemónico de la economía-mundo, se genera una especie de desensamblaje de las lógicas del sistema-mundo moderno y una reconfiguración de las estructuras geoculturales, algo que muchos denominan glo­balización. La política económica de Estados Unidos buscó abrir los flujos de capitales, de bienes, de servicios y de información, lo cual se tradujo en la creación de nuevas condiciones de migración, movimiento y circulación; comienza a tomar forma a algo que no puede definirse desde las pautas de la economía-mundo de la época previa a las Guerras, sino que se trata de una geoeconomía global5. Si los ejes de la confor­mación de la economía-mundo estuvieron en la conformación de estructuras económico-estatales fuertes, que superaron las pautas de los imperios-mundos para entrar en las lógicas de la hegemonía de mercado; hacia el fin del siglo XX, el desensamblaje de dicho mapa estuvo enlazado a toda una serie de transformaciones tecnológicas que resignificaron el rol de las ciudades.

 

La globalización económica y las telecomu­nicaciones han contribuido a producir una espacialidad urbana que depende de redes desterritorializadas y transfronterizas y de localizaciones territoriales con concentra­ciones masivas de recursos. [...] A través de los siglos, las ciudades han estado en la intersección de procesos de escala supra-urbana e incluso intercontinental. [...] Lo que ha cambiado es la intensidad, la com­ple­jidad, el alcance global de esas redes, y la facilidad con la cual [...] las economías son ahora desmaterializadas, digitalizadas y, por ende, los datos económicos pueden via­jar a gran velocidad a través de esas mismas redes. (Sassen, 2001b:195)

 

Hasta el segundo tercio del siglo XX, los posi­cionamientos geopolíticos estaban determinados por variables de competitividad heredadas de la industrialización del siglo XIX; esto es: sistemas ferroviarios, vías marítimas, sistemas aduaneros, tratados de libre comercio, conectividad espacial por medio de carreteras que garantizaban la circulación de los bienes de consumo, puertos de exportación e importación, etc. Pero dichas pautas geopolíticas se vieron desplazadas con la aparición de los nuevos modos de conectividad en red y telepresencia. El concepto que impone un nuevo modo de pensar lo geopolítico, está en la idea de red. Si la geopolítica de la primera mitad del siglo XX estaba determinada desde los posicionamientos interestatales, el concepto de sociedad-red genera un nuevo mapa que comienza a ser visible hacía la década de 1980.

Como lo define Manuel Castells, las sociedades-red están estructuradas sobre redes impulsadas por bases microelectrónicas de información y comunicación; esto tiene que ver con relaciones humanas de producción, consumo y reproducción interconectadas sobre nodos. A diferencia de las estructuras estatales de la economía-mundo moderna, los nodos no son dispositivos de cen­tralización, sino catalizadores que absorben y procesan flujos de información6. La gran virtud de los nodos sociales está en potenciar la inter­conexión, haciendo de la red una unidad fun­cional. Mientras la red interestatal que daba lugar al funcionamiento de la economía-mundo moderna trabajaba como un mapa donde los flujos socioeconómicos se potenciaban geopolí­ticamente por medio de la centralización de los Estados; la sociedad-red encuentra su unidad en la dimensión macro de la red; o sea, lo fun­damental está en que cada nodo tiene sentido solo si la red funciona integralmente. El quiebre tecnológico que permite la aparición del con­cepto de red se encuentra en la revolución micro­electrónica de las décadas de 1940 y 1950, se trata de la fundación de un paradigma que termina consolidándose hacia 1970, encabezado por Estados Unidos.

Con la etapa tardía del capitalismo y su articu­lación con la emergencia de la tecnología digital, la algoritmización y la sociedad cibernética, el esquema de sistema-mundo y sus lógicas de cen­tralización quedan (en cierto sentido) obsoleto para explicar las especificidades de la nueva geopolítica global. Si la unidad primordial del enfoque de sistema-mundo se desarrollaba en torno a la matriz interestatal, la geopolítica de la sociedad-red encuentra su unidad fundamental en la dimensión de la red de ciudades globales7.

La categoría de ciudad global busca explicar cómo se produce el desensamblaje del sistema interestatal jerárquico, centrado en lo nacional, hacia el sistema socioeconómico de fines del siglo XX. El siglo XXI construye una imbricación de distintos niveles territoriales, normas econó­micas y órdenes jurídicos. La tradicional capita­lización del territorio estatal y la urbanidad ba­sada en los modelos de circulación y vigilancia disciplinar del capitalismo moderno, dejan el espacio a una dinámica donde se forman circuitos supra y subestatales. Las temporalidades dejan de ser lineales y los territorios dejan de ser su­perficies, el poder se vuelve difuso y los Estados nacionales se ubican entre lo local y lo mundial. El ciudadano comienza a formar parte de un todo social en el que la distancia física se licúa en la virtualidad abriendo diversos modos de interrelación. Las nuevas articulaciones confi­guran un multi-nivel entre mega-regiones. Se trata de una dinámica que comienza con el fin de la Segunda Guerra Mundial, con la expansión de los medios telecráticos, la sociedad de masas, las telecomunicaciones y se profundiza con el quiebre de la digitalización.

 

[...] ciertas instancias particulares de lo local se constituyen en escalas múltiples y construyen formaciones globales [...], redes lateralizadas y horizontalizadas, a diferencia de las configuraciones verticales [...] un tipo específico de política global que atraviesa las localidades y no depende de la existencia de instituciones globales [...] el carácter global de una red no implica necesariamente que sus operaciones también sean globales, [...] lo local es multiescalar [...] lo global es mul­tiescalar. (Sassen, 2000a:457)

 

La ciudad global es el lugar donde se articu­lan las espacialidades tradicionales con la glo­ba­lidad digital8. Se conforma entonces una nueva temporalidad económica global con nuevas opor­tunidades y lógicas que escapan al modelo estatal. La telepresencia informacional y la enorme red de datos construyen una red interurbana que atraviesa el planeta y sobrepasa la capacidad de control de los Estados. La hipermovilidad de la información domina el circuito de capitales. Con la emergencia de la red cibernética y la jerarqui­zación de las ciudades, el Estado, la región y el sistema-mundo se reorganizan y cada ciudad se transforma en un nodo que se conecta con el globo sin la necesidad (estricta) de atravesar el límite del Estado nacional.

 

[...] un nuevo tipo de ciudad ha aparecido. Es la ciudad-global. [...] Nueva York, Londres y Tokio. (Sassen, 1996, p.4).

Estas interacciones [...] particularmente en términos financieros y de inversiones, sugie­ren la posibilidad de que ellas constituyan un sistema. [...] Se trata de un sistema económico soportado en [...] tipos de localizaciones que estas ciudades representan. (Sassen, 1996a:168-169).

 

El paso de la geopolítica de sistema-mundo a la sociedad-red de ciudades globales no im­pli­ca que se pierdan las antiguas luchas por la hegemonía; por el contrario, se trata de una nue­va matriz interconectada en el espacio ciberné­tico; o sea un nuevo esquema geográfico de acti­vidades econó­micas. Se forman así, centros transterrito­riales constituidos parcialmente en el espacio digital, a través de transacciones económicas en la red de las ciudades globales. Estas redes, formadas por centros internacionales de negocios, forman nuevas lógicas geográficas de la centralidad sobre espacios generados electrónicamente. Se abre así una dinámica paradójica de tensiones entre el reparto de los espacios y los tiempos locales y globales entrelazados con la articulación entre el espacio físico-material y el digital-cibernético. La ciudad global es la espacialidad de lo urbano que oscila entre redes transnacionales parcialmente desterritorializadas y localidades territoriales con intensas concentraciones de recursos9; las economías se desmaterializan y se digitalizan, dando como consecuencia que puedan moverse a la velocidad de la luz a través de la red. Esta nueva producción de la espacialidad urbana muestra dos caras: constituye solo una parte de lo que sucede en las ciudades y, por otro lado, se instala parcialmente en el espacio urbano10.

Entonces, la complejidad de las sociedades digitales abre dos problemáticas:

 

 

Internet es el tejido del mundo contemporáneo, no se trata del futuro, sino de un presente donde una red de redes de ordenadores organiza la di­mensión global (Castells, 1995 / 1996).

 

 

[...] las redes informáticas globales y la digi­talización de una gran variedad de activi­dades políticas y económicas [...] plantean una serie de preguntas sobre la eficacia de los marcos actuales para la autoridad estatal y la participación de la democracia [...] estas formas de digitalización han posi­bilitado que en esferas donde antes domi­na­ba la escala nacional, hayan ascendido ciertas escalas subnacionales, como las ciu­dades globales y otras escalas supranacio­nales, como la de los mercados globales [...] (Sassen, 2000a, p. 411)

El resultado general podría describirse como la desestabilización de las viejas jerar­quías escalares [...] y el consiguiente surgi­miento de nuevas jerarquías. Las jerarquías anteriores se constituyeron como parte del desarrollo del Estado nación [...] en la ac­tualidad se produce un corte transversal en el marco institucional y los encajes del territorio [...] nuevos tipos de imbricación entre la autoridad [...] y el lugar. (Sassen, 2000a:411)

 

A diferencia de los modos interestatales de cen­tralización que conformaban el sistema-mundo moderno, la red de ciudades globales despliega una lógica de cadenas hegemónicas y no ya (solo) de regiones. Esto significa que se forman rizomas de flujos socioeconómicos que no necesitan atravesar las dinámicas de centralización del sistema-mundo moderno. Se trata de un proceso donde los mapas geopolíticos se hacen hiper complejos: lo local, lo regional lo estatal y lo global se entretejen en la multidimensionalidad de la globalidad virtual en red. La red y la virtua­lización de los tiempos y los espacios permiten avanzar de aquella primera unificación de coor­denadas impulsada desde la expansión euro­pea, hacia la conformación de un tiempo y un espacio único basado en la red virtual de datos e interacción: la bitsfera11. La bitsfera es la herramienta central de las redes de ciudades globales, estas funcionan en términos de nodos, son los goznes de la trama global. La bitsfera es la nueva categoría que delinea el horizonte de lo geopolítico en la cibersociedad del siglo XXI.

 

Lo político, la urbanidad y la red de ciudades globales

Mientras la perspectiva geopolítica de sistema-mundo logró abrir el mapa epistémico hacia una dimensión que explicaba integralmente las dinámicas mundiales del poder, el mapa econó­mico del siglo XXI trae un nuevo modo de inte­gralidad. La complejidad de la sociedad-red implica analizar dinámicas de un mundo con mayor movimiento, transformación, circulación, trans­ferencias, influencias, reciprocidades, com­ple­mentariedades e intereses en una red socio­global, donde la funcionalidad del sistema ya no se concentra, exclusivamente, en la figura del Estado. La categoría de ciudad global traba­ja como eje de la geocultura del siglo XXI abrien­do una dimensión que atraviesa el nivel geo­po­lítico de los Estados problematizando la movili­dad económica, política, y cultural, desde los nue­vos elementos que se imponen para pensar lo regio­nal, lo nacional, lo internacional y lo transnacio­nal (transregional) en el contexto mundial.

El enfoque sociológico de Sassen presenta a las ciudades globales como aquéllas que tienen un efecto directo en los asuntos mundiales. En los primeros estudios Sassen proponían tres ciudades globales principales que desempeñaban un papel mundial de control sobre todo un entramado de ciudades: Tokyo, Londres y Nueva York. Luego el relevo periódico de datos fue construyendo una serie de posicionamientos de ciudades según modos de interacción. Las ciudades globales son espacios urbanos donde se han desarrollado acti­vidades financieras y de servicios, sobre procesos de acumulación y capacidades de controlar ex­tensas áreas geográficas. La diferencia, tanto con el enfoque de sistema-mundo como con los esquemas tradicionales de la geopolítica es que, dicho liderazgo se concentra en las actividades de la ciudad y no tanto en el suprapoder del Estado12. A diferencia del sistema-mundo mo­der­no, la sociedad-red del siglo XXI puede ser pensada como una red urbana global; o sea una dimensión que atraviesa el borde de los Es­ta­dos y los bloques regionales. Las ciu­dades se van posicionando de acuerdo a una especie de organización jerárquica sobre el fun­cionamiento del sistema internacional; las pautas de dichas ubicaciones tienen que ver con espacios donde convergen la liquidez, la tecno­logía, la información y la comercialización de la producción global. Si la interestatalidad fue la figura fundamental para la configuración de la economía-mundo moderna, ahora son las ciudades las que emergen como protagonistas de las principales transformaciones.

El concepto de lo global propone una serie de sentidos que no estaban presentes en los primeros enfoques geopolíticos, donde se analizaba el po­si­cionamiento económico, político y cultural de los Estados pero con el eje puesto en lo militar; luego, la geopolítica de sistema-mundo despla­zó el eje analítico hacia las relaciones de produc­ción y circulación económica interestatal; pero mediante la referencia a lo global se ponen de relieve una serie de procesos que tienden a inter­conectar organizaciones sociales geográficamen­te distantes y a intensificar una red inter y trans­nacional que rodea el planeta. Las categorías básicas que han ido formando la idea de lo global son: lo transnacional, lo internacional, lo local, lo nacional, lo global, lo migratorio, lo transmi­gra­torio, lo regional, etc. En primer lugar, la glo­balización ha sido representada como un fenó­meno relativo a los medios de comunicación masiva (la aldea global). En segundo lugar, como si consistiera en un entrecruzamiento de flujos relativamente autónomos, pasando por alto que esos flujos son generados por actores sociales específicos. En tercer lugar, como si los procesos ocurrieran fuera de espacios sociales específico (desterritorializado). Finalmente, como productora de una homogeneización cultural. Con el cruce geopolítico entre el concepto de red y el de ciudad global se reubica el foco en la urbanidad.

La tendencia a la globalización es el resultado de procesos sociales a través de los cuales el planeta se va convirtiendo en un espacio inter­conectado por múltiples relaciones internacio­nales y transnacionales. Los nudos que funcionan como catalizadores de los procesos de movilidad global, son las urbes. El término ciudad global busca hacer visible el papel de la fuerza de tra­bajo y los procesos de movilidad implicados en la capacidad de control global que ejercen cier­tas ciudades. Sus análisis han profundizado dis­tintos aspectos de las ciudades globales: ex­pan­sión de la actividad financiera, servicios, pro­ducción, modos de centralización, nuevos es­pacios urbanos, relación entre las grandes metró­polis y los Estados nación, etc. Dicha fuerza que despliegan ciertas ciudades se articula con una especie de pérdida de poder de los Estados frente a las ciudades globales. Si entre el fin del siglo XIX y el final de la Segunda Guerra Mundial los Estados lograron controlar enormes masas poblacionales delimitadas por lo nacional, en las últimas dos décadas del siglo XX surgieron flujos migratorios que permiten hablar de modos de ciudadanía global-postnacional. La complejidad, la multidimensionalidad y la hipermovilidad de la sociedad-red del siglo XXI, articulada sobre la temporalidad inmediata de la virtualidad y los flujos cibersociales digitalizados hacen de lo na­cional una categoría geopolítica cada vez más obsolescente.

El desarrollo de la red de ciudades globales, según el planteo de Sassen, está marcando un proceso de resignificación del poder de los Estados nacionales. Las redes de interconexión entre ciu­dades globales generan un modo de poder que escapa (parcialmente) al control de los Estados. Esto tiene que ver con que, la movilidad mundial se organiza sobre una red interurbana global que no se coordina desde los centros gubernamentales nacionales, sino que desarrolla sus propias diná­micas de telecomunicaciones, servicios, cultura, arte, economía, etc. Surge entonces una serie de variables que marcan el sentido metodológico de clasificación geoeconómica para las ciudades globales: niveles de Actividades de Negocios, de Capital Humano, de Intercambio de Información, de Experiencias Culturales y de Compromiso Político.

Las investigaciones de Sassen muestran el paso del ensamblaje al desensamblaje de los Estado-Nación13. Al trabajar sobre los conceptos de territorio y autoridad se marca la pérdida de poder en el nivel de los Estados y el nuevo cam­po de posibilidades para la aparición de formas políticas post-nacionales. Los aspectos novedosos se refieren a la transformación de los criterios para definir las ciudadanías:

 

La unidad analítica de ciudad global implica dos puntos de integralidad; por un lado, la uni­dad está en el nivel macro de la red global (un rizoma social planetario), por el otro, el disposi­tivo primordial está en el nivel micro de la ciu­dad. La perspectiva de Wallerstein, al igual que la idea de red de ciudades globales, proponía como unidad de análisis la macro dimensión del sistema, pero la contracara funcional de dicho sistema estaba puesta en la megaestructura de los Estados. El desensamblaje de dicha lógica implica la entrada en el concepto de red, donde el concepto de ciudad global cobra sentido si la ciudad en cuestión forma parte de una red global de lugares estratégicos. No existe la ciudad global aislada, la contracara de la integralidad de la red no es el Estado, sino la ciudad.

La primera cuestión es cuáles son los circuitos especializados globales en los que una ciudad se encuentra inserta y cuáles son las funciones que desempeña en esos circuitos. No es lo mismo pensar en el posicionamiento territorial de un Estado en vistas a la hegemonía económica, que en la ubicación de una formación urbana dentro de un circuito hipermóvil de flujos globales. La economía global es un abanico de circuitos espe­cializados que se extiende por diferentes ciudades y diferentes sectores económicos. Los mo­delos sobre ciudades globales enfatizan la hipermovi­lidad, tomando a la economía como una función de poder transnacional. La industria de la infor­mación y la economía global han contribuido a una nueva geografía de la centralidad y la margi­nalidad, donde se reproducen inequidades y sur­gen nuevas dinámicas de dominación; algo que puede ser entendido como el equivalente a los centros y las periferias del sistema-mundo. Con el ingreso en la lógica geopolítica de las ciudades globales, los posicionamientos regionales de las zonas centrales y periféricas sobre el mapa pro­ductivo mundializado se trenzan con las líneas de hiperconectividad que tejen un circuito de glo­balidad interurbana y no ya (solo) interestatal. Con lo cual se genera una dimensión doble de ine­quidades y posicionamientos.

La ciudad global es una instancia estratégica de múltiples localizaciones y nuevas potencialidades económicas y políticas; es un espacio de nuevos tipos de identidades y comunidades, incluidas las transnacionales y transterritoriales. Se trata de espacios y localizaciones donde la movilidad cultural está atravesada por la ecuación: global-local / local-global / local-local / global-global. La categoría central para comprender los roles hegemónicos en la red de ciudades es la de “ejes”. Si una región como Sudamérica nunca pudo salir de una función periférica dentro de la economía-mundo, con el despliegue de la conectividad de ciudades globales su posicionamiento se ve com­plejizado por el entrecruzamiento de ejes de mo­vilidad económica; por ejemplo: el carácter peri­férico sudamericano se ve atravesado por ejes turísticos como pueden ser Buenos Aires-Rio de Janeiro-Miami, o culturales como Buenos Aires-Madrid-Paris; los cuales a su vez de interconectan con vías hegemónicas como podrían ser París-Londres-New York, etc.

El desensamblaje de las pautas geopolíticas del sistema-mundo moderno abre un mapa de pro­blemáticas que crecen en torno a las con­di­cio­nes de posibilidad de la sociedad-red hiperconecta­da sobre la virtualización de los flujos y la digitaliza­ción de los dispositivos de poder. Internet es el tejido del mundo contemporáneo, el sistema geo­político de ciudades globales, interconectadas en el espacio cibernético implica una nueva disper­sión geográfica de las actividades económicas, junto con la simultánea integración sistémica de dichas actividades. Entonces el pensamiento geopolítico debe construir nuevos esquemas ana­líticos; las temporalidades dejan de ser lineales y los territorios dejan de ser superficies, el poder se vuelve difuso y los Estados nacionales se en­castran entre lo local y lo mundial. Las nuevas articulaciones configuran un multi-nivel entre mega-regiones.

Hacia la complejidad geopolítica del siglo XXI

La geopolítica de las sociedades-red trae un movimiento conceptual complejo y paradó­jico. La antigua idea griega de lo político nació como algo referido a la dinámica propia de la ciudad y a las acciones dentro de los límites de la comunidad. Con el paso de la Modernidad, se abrió un enorme campo donde, en primer lugar, lo político y lo económico se trenzaron para dar forma a la Política Económica como la dimensión primordial de lo social y en segundo lugar terminó de consolidarse la idea de lo polí­tico como un modo de relación internacional. La complejidad de la mundialización moderna derivó en que di­chos desplazamientos se inte­graran mediante el trabajo de los geógrafos en los enfoques geopolíticos. Todo el movimiento pue­de resumirse como una dinámica que va de lo urbano a lo mundial-planetario. Lo po­lítico comenzó siendo algo pro­piamente cen­trado en la acción ciudadana para deslizar ha­cia los movimientos planetarios enten­didos co­mo cruce entre tensiones de intereses, flu­jos econó­micos y posicionamientos regionales de las mega estructuras estatales. El desarrollo de la Geopolítica como área epistémica llevó a que las problemáticas internas de las ciudades quedaran reducidas a una especie de política doméstica, donde los Municipios debían gestionar las diná­micas de la urbanidad mediante lo policial. Mien­tras la estrategia política y las decisiones en rela­ción al funcionamiento de los dispositivos del poder se centralizaron en el nivel macro de los Estados-Nación, dimensión donde se articulaban lo territorial, lo poblacional, lo político y lo eco­nó­mico en tanto gozne entre lo interno y lo ex­terno. La sociedad-red del siglo XXI trae un des­plazamiento que devuelve algo de su sentido ori­ginario a la idea de lo político, pero sobre un mapa global, paradójico e incierto.

Por un lado, el desensamblaje de la matriz geo­política de la economía-mundo moderna y el paso a la sociedad-red implica una especie de vuelta a la ciudad como núcleo de lo político; la supuesta pérdida de poder de los Estados podría significar un re-empoderamiento de lo urbano como espacio político. Dicho reensamblaje de la sociedad-red sobre los nodos de las ciudades globales no im­plica que desaparezcan las funciones de los Es­ados, sino que se genera un desplazamiento don­de lo político se descentraliza parcialmente y se reorganiza sobre la multidimensionalidad local-nacional-regional-global. Esto forma un cruce entre la centralidad geopolítica de los Estados y las ciudades como nodos de los ejes globales. Por otro lado, dicha vuelta de lo político a la di­mensión urbana se da sobre la convergencia tecnológica de la digitalidad y la virtualización de las dinámicas sociales; lo cual genera un segundo movimiento paradójico: el fortalecimiento de ac­tores y espacios que compiten con la autoridad estatal (Sassen, 2000a).

La geopolítica de las ciudades globales y la sociedad-red es el horizonte sobre el cual los tec­nófilos han planteado un futuro hipereficiente basado en Internet de las cosas y en los conceptos de Smart City, Ciberciudad, Ciberpolítica, etc. En el siglo XXI el capitalismo ya funciona sobre di­cha urbanidad digital (Mitchell, 1991, 1995). Si tal como lo plantea el concepto arcaico de lo políti­co, la ciudad y el lenguaje forman un nudo de mutua implicancia, impulsado por la acción co­mo interrelación de lo contingente; el caso de la urbanidad digital y la sociedad-red abre el in­terrogante en torno a la posibilidad para­dójica de que los futuros sistemas urbanos exclu­yan lo político, ya que la eficiencia de la programación digital implica una cierta negación de la con­tin­gencia de la palabra y la acción siempre im­perfecta de lo humano. De allí que el concepto de ciberpolítica genere un horizonte aporético14; la geopolítica de las ciudades globales trabaja sobre la hiperconectividad algorítmica y la programación, se trata de dimensiones que niegan la especificidad del logos y la contingencia del espacio político en favor de la hipereficiencia tecnocrática. Cuando las dinámicas sociales trabajan sobre los algoritmos nadie controla y nadie opone resistencia, ya que las formas de resistencias también son algorítmicas; se genera entonces la funcionalidad enjambrática de la autoregulación. Los ejes geopolíticos, geo­eco­nómicos y geoculturales comienzan a auto­regularse sobre circuitos de intercambio digital; entonces se abre la paradoja específica de la geo­política del siglo XXI:

Si lo político, la ciudad y la palabra son una trenza indisoluble y la dimensión cibernética de la sociedad-red propone una interacción que niega la contingencia de lo social en favor de la hipereficiencia digital, el horizonte geopolítico del siglo XXI pasa por conceptualizar la conjun­ción contradictoria y excluyente entre lo político y la red cibernética (ciberpolítica).

Entonces, la red de ciudades globales desplaza parcialmente el poder político hacia las urbes en tanto nodos que enlazan la red planetaria, pero por medio del funcionamiento del dispositivo cibernético. La producción de un ciberespacio estructurado sobre la matriz del Big Data, el panóptico digital y el cálculo algorítmico impli­can dos puertas: o bien el ciberespacio abre un horizonte inédito y aun imprevisible para el jue­go político y los dispositivos de poder, o bien es el camino hacia la automatización funcional de sociedades digitalizadas y economías-mundo al­gorítmicas. La ciudad y lo político son indisolu­bles y su especificidad está en la acción en tanto prácticas de poder, cuando la algo­rit­mi­zación bosqueja una urbanización hipereficiente y auto­regulada desde las cosas mismas, en una red de nodos y ensamblajes globales, el peligro está en que Digitalia15 pueda ser el fin de las ciudades. Las urbes de los humanos son mundos políticos, no enjambres apícolas; cuando todo es calculable y controlable desde una inteligencia artificial glo­bal, la ciudad como matriz de lo político de­saparece bajo la ingeniería tecnocrática que aspira al automatismo. Esta es la paradoja de la geopolítica del siglo XXI. Tal vez, como pronos­ticaba Wallerstein, Estados Unidos fue el último núcleo de la economía-mundo capitalista y el sistema ya había entrado en su fase final cuando New York comenzaba a concentrar las dinámicas culturales mundiales. En dicho análisis Wallerstein planteaba la posibilidad de un nuevo sistema multi-polar que superara las limitaciones de la matriz de centros y perife­rias; la red de ciudades globales hoy es una realidad que comienza a construir nuevas car­tografías (relativamente) descentralizadas o mul­tipolares, pero al mismo tiempo avanza generando nuevas lógicas de inequidades. Lo que no preveía Wallerstein en su pronóstico era la posibilidad de que el nuevo sistema trabajara sobre un dispositivo de dispositivos que impone la algoritmización de la sociedad-red.

La geopolítica del mundo digitalizado y el en­samblaje de las sociedades-red se plantea como un campo epistémico que implica nuevas estra­tegias. Allí, la tarea consiste en pensar diversos posicionamientos de ejes hegemónicos, regiones favorecidas y movimientos marginales en un ma­pa de hiperconectividad. En cierto sentido, se trata del desplazamiento de las categorías tradi­cionales de la geopolítica centrada en el Estado, lo territorial y la autoridad militar, para poner de relieve las condiciones de posibilidad de la acción política ensamblada sobre la complejidad del ser transnacional, la globalidad, lo subestatal, lo supraestatal y las localizaciones concretas de la ciudad como multidimensionalidad (local-global16). Nuevas formas de ciudadanía se tejen en torno a la globalidad y a la economía hipermóvil y siempre frágil del rizoma social virtualizado. Las ciudades globales, en tanto nodos y fronteras constituyen tipos de conectividad política donde la ciudad sigue siendo el ámbito para la acción, pero cada vez más cerca del abismo incierto que se impone desde los modos cibersociales de la geocultura.

 

Los edificios [...] y ciudades que surgen de la revolución digital [...] conservarán mu­cho de lo que nos es familiar [...] Pero, super­puesta a los residuos [...] existirá una estructura global de conexiones [...] de alta velocidad, lugares inteligentes y aplicaciones informá­ticas cada vez más indispensables. Esta úl­tima capa cambiará las funciones [...] de los elementos urbanos [...] El nuevo tejido [...] se caracterizará por hogares para vivir y para trabajar, comunidades activas las veinticua­tro horas, configuraciones remotas [...] entre­tejidas [...] electrónicamente, sistemas de producción, comercialización y distribu­ción descentralizados [...] (Mitchell, 1991:12)

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1 A lo largo del texto se utiliza el concepto de episteme desde la definición de Foucault (1979; 2008a; 2008b). Una episteme es un conjunto de relaciones que pueden unir, en una época determinada, series de prácticas discursivas que marcan los umbrales y las posibilidades en los campos de saberes.

2 En la Geopolítica Crítica de la línea de Taylor (2000) se criti­ca este enfoque y se deja de lado la explicación centrada en la idea de sistema.

3 Traducción del autor.

4 Traducción del autor.

5 Lo globalidad contemporánea no es equivalente a la mun­dia­lidad de la economía moderna.

6 Los ordenadores digitales y las ciencias de la informática comienzan en la segunda mitad del siglo XX a marcar las dinámicas de interacción de la sociedad red.

7 Saskia Sassen acuña este término, pero no parte de la revolución digital para conceptualizar la ciudad global, sino de las dinámicas de los mercados financieros a partir de la década del ochenta.

8 Terminología utilizada por Saskia Sassen.

9 Terminología de Saskia Sassen.

10 Terminología de Saskia Sassen.

11 William Mitchell utiliza el término bitsfera para nombrar el espacio de flujos formado por los bits de la informática.

12 Esto puede ser pensado como un nuevo ensamblaje geo­político en términos de transurbanidad global.

13 Consultar Saskia Sassen, 1996b, 1998, 2000, 2000a, 2001a, 2001b, 2001c.

14 Profundizar las lógicas específicas de lo digital y la infor­mática como dispositivo sociocultural excede las posibili­dades del texto. Para profundizar la relación entre lo cibernético, el poder y la hipereficiencia algorítmica, ver Mallamaci 2017, 2018.

15 Terminología metafórica.

16 En las últimas décadas se ha comenzado a utilizar el térmi­no glocal para dar cuenta del cruce complejo entre lo local y lo global.