Ciudadanía y adultos mayores

Hacia la plena posesión del futuro

 

Citizenship and aging people

Towards plenty possesion of the future

Alejandro Klein | ORCID: orcid.org/0000-0002-1081-9920

alejandroklein@hotmail.com

Universidad de Guanajuato

México

 

Recibido: 26/08/2019

Aceptado: 1/03/2020

Resumen

Se establece como hipótesis fundamental de este ensayo que en las condiciones sociales y culturales actuales la tercera edad aparece como capaz de re-legitimar las condiciones fundacionales del contrato social, el lazo social y el pacto ciudadano entre iguales, por la renovación de su status como grupo etareo.

Esta renovación supone, entre otras condiciones de una subjetividad emergente, la plena renovación de una ciudadanía cada vez más plena y participativa que garantiza la continuidad de procesos democráticos y republicanos

 

 

Palabras clave: Tercera edad, Contrato social, Ciudadanía.

 

Abstract

It is established as a fundamental hypothesis of this essay that in the current social and cultural conditions, ageing appears as able to e-legitimize the foundational conditions of the social contract, the social bond and the citizen agreement between equals by the renovation of its status quo as age group.

This renovation implies, among other conditions of a emerging subjectivity, the plenty renovation of an increasingly citizenship that guarantee the continuity of democratic and republican processes.

 

 

Key words: Aging, Social contract, Citizenship.

 

Los adultos mayores en etapa de novación rupturista

Desde el campo de los adultos mayores se están verificando nuevos y novedosos procesos que han hecho que los especialistas paulatinamente vayan prestando renovada atención a este grupo etario (Leeson, 2009).

Se verifican para la tercera edad nuevas formas de vida, nuevos procesos de envejecimiento, nueva estructuración de vínculos y nuevas formas de posicionamiento social, que como veremos enseguida, implican una renovación de participación ciudadana que se prevé será mayor con el paso del tiempo (Klein,2013a, 2015; OMS, 2002). Algunos especialistas hablan en este sentido, específicamente de envejecimiento posmoderno (Featherstone y Hepworth, 1991, Neugarten, 1964, 1999)

Si tomamos el grupo “renovador” de los adultos mayores, su impronta actual radica en que ya no aceptan el mandato generacional de la decrepitud. No aceptan ya ser viejos des-ciudadanizados. En ese punto hacen una verdadera confrontación intergeneracional con los modelos previos y tradicionales de tercera edad, para retomar y protagonizar su lugar social (Klein, 2010).

Se vuelve por ende anacrónico definir el envejecer como una enfermedad progresiva responsable de una multitud de cambios fisiológicos y anatómicos (Haber, 1986), por la cual el anciano se transforma en un ser improductivo e inútil socialmente que se aparta cada vez más de la vida y la sociedad, aislándose en su propio mundo solitario y desconectado (Cumming y Henry, 1961; Cole, 1997; Bourdelais, 1993)

Desde el siglo XX esta concepción degenerativa y senil se comienza a modificar (Meyrowitz, 1984; Neugarten, 1999). Al mismo tiempo, se alienta una revisión crítica de la noción de envejecimiento desde la segunda mitad del siglo XX (Butler, 1969) comenzando a ponerse el acento cada vez más en la continuidad que en la discontinuidad, en la resiliencia y el potencial más que en la pérdida y el déficit y en las potencialidades y posibilidades (Rosow, 1963; Neugarten, 1964; Atchley, 1977).

Se plantean nuevas formas de inserción social (Ekerdt, 1986) y lo que el anciano puede aportar a la sociedad desde el concepto de envejecimiento exitoso (Baltes et al.,1984). Para Baltes, el envejecimiento exitoso depende del esfuerzo aplicado a dominios donde se mantiene potencial de desarrollo, lográndose a través de dicho esfuerzo una optimización de la funcionalidad, la que compensa las pérdidas ocasionadas por el envejecimiento social y biológico.

Por otro lado, para Rowe y Kahn (1997) la posibilidad de envejecimiento exitoso se relaciona con dos tipos fundamentales de actividad: el primero es el mantenimiento de relaciones interpersonales satisfactorias y el segundo es el mantenimiento de actividades productivas. Por tanto, lo que Kleines llama compromiso activo con la vida es un factor relevante, junto al adecuado funcionamiento físico y cognitivo (es decir: la capacidad de mantener un factor de autonomía y autocuidado, entre otros) y la baja probabilidad de padecer enfermedades crónicas (y los riesgos asociados a ellas).

En definitiva, es interesante indicar como la bibliografía especializada (Baltes, 1984; Carstensen,1990) enfatiza cada vez más la necesidad de la participación o compromiso con la vida como un factor esencial, lo que se relaciona con la hipótesis manejada en este artículo de un replanteamiento del sentido de la vida en los adultos mayores contemporáneos, donde entendemos como compromiso con la vida la posibilidad de armar o configurar proyectos de vida satisfactorios que incluyen las relaciones interpersonales, alta autoestima social, personal y cultural e inserción a un proyecto renovado de ciudadanía

Todos estos cambios implican la aparición de lo que se denominan paradigmas en alto proceso de transición (Klein, 2009), que enfrentan a la tarea de cómo semantizar aquello que hasta hace poco recibía una denominación tradicional y consensuada y que de repente se muestra anacrónica o inadecuada. En el caso peculiar que nos ocupa, este grupo etareo de alta transformación retiene algo de la vejez pero no es envejecimiento en sentido neto; asimismo son adultos mayores pero cursando otro tipo de adultez; se les podría ubicar como terceridad pero de ninguna manera son ya tercera edad. Esta complejidad nominativa emerge probablemente de una etapa de alta experimentación subjetiva para este sujeto colectivo inédito, al que se podría denominar también de adultos-post-adultos

 

Algunos aspectos de la cuestión de ciudadanía

La permanencia y efectividad del lazo social radica en parte en alentar el sentimiento de pertenencia como forma de integración al conjunto social. Lo social pide al sujeto que contribuya y aporte en tanto se es parte de un Estado-Nación (Bobbio, 1989; Russo, 2013, 2017, 2018), semantizado ahora como “cuerpo” social.

Una de las figuras por excelencia para garantizar ese sentimiento de ser parte de evoca un modelo integrador de ciudadanía. Al sujeto se le requiere simultáneamente que sea sujeto de derecho y obligaciones, es decir, un ciudadano dentro de una categoría universal, pero al mismo tiempo se le urge a que tenga un “yo” como un estilo de identidad particular. Este incluye como rasgo peculiar contener dentro de la misma ciudadanía pares antinómicos: lo universal y lo particular (Pretecille, 1996).

Como parte de este proceso el lazo social habilita un efecto de desplazamiento simbólico, que es una de las bases del sistema representativo republicano: delegar a otros la kleinidad, la capacidad de tomar decisiones que se consideran trascendentes; confiar en la figura de los gobernantes, manteniendo el convencimiento de que el otro puede hablar y decidir en lugar de uno mismo (Lewkowicz, 2001,2004).

Al mismo tiempo se parece a garantizar que existe una redistribución permanentemente de la Kleinidad, tratando de generar la mínima diferencia, al menos a nivel político, entre los ciudadanos. Se relaciona asimismo como una forma de tolerar la disputa en términos de diálogo a través del Estado. Es decir, a través de una racionalidad dialógica que habilita el espacio público como forma de pacto social (Barbalet, 1998).

Este pacto no solo administra las reclamaciones de los individuos, sino que también regula el poder del Estado (Weber, 1974), evitando sus abusos y estableciendo además una oscilación entre sus aspectos tanato y biopolíticos, o sea, entre su función amparadora (legal) y su función destructora (persecutoria). En tanto Estado-Nación, se espera del mismo amparo, cuidado y protección, tanto como se acepta su severidad normativa y su capacidad de corregir conductas (Foucault, 2004).

Se ha discutido mucho el concepto de desciudadanización y algunos Kleines indican cómo se van perdiendo derechos de ciudadanía para vastos sectores de población con el neoliberalismo y ciertas configuraciones sociales actuales (Osorio, 2006; Fraga, 2003)

Esta privación de derechos de ciudadanía se acompaña con la sensación de desencanto con la política y con los procesos de participación política, unida a la idea de corrupción y agotamiento de las formas tradicionales de representación a través de los partidos políticos (Duschatzky, 2002; Dofour,2005)

La tercera edad ha sido señalada tradicionalmente como despojada de derechos sociales fundamentales. Aunque ya no se menciona el concepto de decrepitud que ha dejado de ser un descriptor válido de la tercera edad en ciencias sociales, se sigue utilizando el concepto de déficit como característico de la tercera edad, en el sentido que el ingreso a la misma implica una pérdida casi irreversible de derechos sociales y políticos fundamentales (Banco Mundial, 1994). Lo cual es cierto, pero no atiende nuevos procesos instituyentes que se van generando simultáneamente (Klein, 2015).

De esta manera las nuevas condiciones de tránsito de la tercera edad hacen prever una reciudadanización cada vez mayor del adulto mayor acompañado con la re-obtención de una promesa social que acepta y hasta promueve la participación política dentro de su nueva configuración de identidad (Klein- Carcaño, 2017).

 

Propuesta metodológica e información empírica relevante

La metodología se centra en una revisión bibliográfica del tema. La misma está especialmente centrada en Europa y particularmente en España. Por lo tanto se hace recomendable una segunda publicación que pueda revisar datos latinoamericanos o de otras partes del mundo, aunque parece surgir una falta de investigaciones especializadas al respecto, o las mismas están rezagadas en el caso latinoamericano. Una excepción es la participación política en el caso de México, de lo que daremos cuenta más adelante.

Probablemente se pueda suponer que el “adelanto” europeo en este tipo de investigaciones se deba a que en el hemisferio norte ya hace décadas que se viven procesos de envejecimiento demográfico y que por ende el tema de la vejez, el envejecimiento y los procesos que envuelven es motivo de atención y debate. Especialmente junto a políticas públicas y de salud, hay una preocupación cada vez mayor por establecer criterios que promuevan y evalúen los distintos tipos de participación de los adultos mayores.

Presentaremos datos a este respecto, pero en consonancia con las hipótesis que maneja este trabajo, entendemos que ninguna política pública es capaz por sí misma, de explicar los porcentajes significativos y multifactoriales que revelan el progresivo aumento en los índices de participación social de los adultos mayores. A nuestro entender, la mayor y significativa presencia de los adultos mayores en el campo social, descolocados ya de escenarios de exclusión y estigmatización, solo se puede entender plenamente si se tiene en cuenta además la alta experimentación identitaria y subjetiva por la que pasan estos viejos-que ya no-son viejos.

De esta manera, estamos transitando del paradigma decrépito de la vejez a nuevos y enriquecidos enfoques sobre la realidad que les atañe a esta renovada capa poblacional. En este sentido, la mayor presencia, participación y protagonismo social de este grupo etario se contrasta fuertemente a su consideración como grupo pasivo, viejo y jubilado.

En lo que sigue discriminaremos los índices que se han podido pautar de protagonismo social en cinco grupos: ocio y tiempo libre; educación, trabajo, participación familiar y participación política.

 

 

 

Ocio y tiempo libre

 

En toda Europa, y especialmente en Inglaterra, Francia y España, se percibe un incremento sostenido del uso del ocio y el tiempo libre en múltiples actividades. Una que destaca es la de voluntariado y la acción en actividades solidarias, que se configura como oportunidad de aprendizaje, fuerte intercambio social, pero por sobre todo, un alto compromiso de participación social. Sin duda se puede apreciar un intercambio generacional de experiencias ricas y variadas, pero al mismo tiempo, una revalorización del saber y la experiencia acumuladas de los adultos mayores (Medina, 2006; Wilson y Musick, 1997; Anheir y Salamon, 1999).

Asimismo encontramos un incremento en el uso de teléfonos móviles, y frecuente acceso a internet, aunque no se menciona un uso persistente de compras a través del mismo. Por el otro lado, en contra de los esperable, encontramos porcentajes significativos de adultos mayores que realizan cursos o capacitación en internet (Encuesta de Tecnologías de la Información en los Hogares, 2006 y 2005).

Se corrobora además un incremento de creación de Hogares, Clubes y Asociaciones donde concurren y participan adultos mayores (Padrón municipal, INE 2006). Es interesante señalar los altos porcentajes de simpatía por movimientos sociales que tienen los adultos mayores, especialmente en temas de ecología, medio ambiente y minorías, similar hasta cierto punto a las tendencias de la población en general (CIS, Estudio 2636: Clases sociales y Estructura social, 2006).

Finalmente, señalemos que en porcentajes significativos, los adultos mayores concurren a actividades culturales, como teatro, cine, conciertos de música, aunque prevalece el ver televisión, con porcentajes también bajos para lectura o escucha de música (Ministerio de Cultura, Encuesta de hábitos y prácticas culturales, 2002-2003).

 

 

 

Educación

 

El ámbito de la educación es un área especialmente sensible en la revalorización de la adultez mayor. Tenemos varios indicadores sugerentes, tanto en el ámbito de la educación permanente, como de la capacitación y especialmente en el establecimiento de las Universidades de la Tercera Edad, fuertemente presentes en universidades españolas y europeas. Todo ello converge en revalorizar las capacidades cognitivas y de Kleinrealización de este grupo, ofreciendo una alta gama de cursos y respondiendo además a demandas de los grupos de tercera edad (Amorós, 2006; Bazo, 1996; Bazo, 1990; Pérez, 2006).

 

 

 

Trabajo

 

A pesar de que a partir de los 55-60 años se va observando una tasa decreciente de participación de adultos mayores en el ámbito laboral, en muchos casos se verifica que los mismos no abandonan el mismo si pueden permanecer activos.

Así, se encuentran tasas significativas que indican de que si el adulto mayor no necesita jubilarse, permanece trabajando a través de negocios propios o ejerciendo su profesión liberal. En otros casos no tiene problema en adaptarse a un nuevo oficio (Bermejo, 2006; Conwgill, 1974; García, 1997; Gil Calvo, 2003).

Por otro lado se conjugan dos procesos interrelacionados: la tasa de desempleo es menor en los adultos mayores en comparación con el resto de la población y por otro lado persisten prejuicios sociales en darle empleo a personas de este grupo etario (Pérez, 2004; Sánchez, 1993).

 

 

 

Participación familiar

 

Progresivamente se van fortaleciendo los hogares donde residen conjuntamente más de dos generaciones, es decir abuelos, padres y nietos, en un panorama de fuerte coexistencia generacional (Wainerman, 1996).

Los adultos mayores están desempeñando un papel cada vez más importante en la estruc­tura y en la vida familiar. Los fenómenos socio­demográficos de la mayor esperanza de vida (lo que representa un curso de vida más largo junto a los hijos, nietos e incluso bisnietos), el descenso de la fertilidad como del tamaño de los hogares nucleares (pocos hijos por consiguiente pocos nietos), tienen como efecto secundario un mayor relacionamiento entre abuelos y nietos (Bengtson , 2001).

Los adultos mayores participan en el desarrollo de las labores domésticas y en el mantenimiento de la unidad familiar. En otros casos pasan a ser los jefes de familia en presencia y/o ausencia de los padres (Uhlenberg, 2005).

De esta manera el rol de las personas longevas se modifica, pasando de ser una persona considerada pasiva que demanda y/o necesita cuidados y protección, a ser un miembro activo de la familia, que concede protección y cuidados (Moragas, 1997; Harper, 2003)

Cada vez más niños, niñas, adolescentes y jóvenes son criados por sus abuelos (Ehrle y Day, 1994). Hay varias razones por las que los abuelos toman plena responsabilidad por sus nieto: cuidado, convivencia afectiva, padres trabajadores, nietos con problemas de abuso de drogas, embarazo adolescente, divorcio, padres que viven solos, padres en régimen de prisión, abuso infantil, violencia doméstica, dolencia mental y física y descuido (Lever-Wilson, 2005).

 

 

 

Participación política

 

Las proyecciones demográficas y las tendencias electorales de los últimos años dan cuenta de que, en el corto plazo, el adulto mayor ya no podrá ser ignorado en su capacidad política, lo que de una u otra manera hará que la percepción que el Estado, los gobiernos y los partidos políticos tiene del mismo, necesariamente, se modifique (INEGI ,2011; Ham Chande, 2010; Tuirán, 1999).

En el caso de México, en el Proceso Electoral Federal de 2012 el segmento de población con más alta participación fue el de 60 a 69 años (IFE, 2012). En 2012, el grupo de 60 a 69 años tuvo una participación de 73,84%, 11,76 puntos por arriba de la media nacional -62,08%-; seguido por el de 50 a 59 años con una participación de 72,24% y; en tercer lugar, el grupo de 70 a 79 con 69,48% (IFE, 2012). Las cifras hablan por sí mismas; no puede ignorarse la importancia que este grupo etareo representa en términos electorales.

El que los adultos mayores sean los que más participan electoralmente implica una exigencia del reconocimiento de sus derechos de ciudadanía y la satisfacción de demandas concretas. Los adultos mayores votan por mantener la democracia, pero, también, para expresar su inconformidad y exigir respuesta de sus representantes. De una u otra manera la clase política no podrá reconocer este hecho y desde allí se podría plantear la hipótesis de que las políticas sociales deficitarias comenzarán a cambiar por otras más favorables.

En este contexto, un escenario probable será entonces que el Estado comience a dar pasos hacia el reconocimiento y el otorgamiento de derechos sociales y civiles. En otras palabras, tendrá que asumir la situación del adulto mayor que de actor político destituido de su condición civil y social, se transforma por efectos del envejecimiento poblacional, en actor indiscutible de decisiones y orientaciones políticas. Una perspectiva optimista es que esta ambigüedad podría generar condiciones para beneficiar su ciudadanía social (Kymlicka y Norman, 1997).

Desde este panorama un vaticinio posible es que el envejecimiento poblacional posibilitará que los adultos mayores se transformen en un grupo de poder avalado y legitimado por el Estado. En este sentido: un actor impredecible en la escena política capaz de hacer reconocer sus intereses comunes (Mouffe, 1999).

Los adultos mayores-plenamente-renovados parecen mantener entonces su posición de ser transmisores de nuevas formas de ciudadanía y participación política. No solo parecen incidir cada vez más en las decisiones políticas (IFE, 2012), sino que además innovan en temas de participación social y comunitaria (Arias, 2009, 2013).

 

Condiciones fundacionales del contrato social y la nueva Tercera Edad

Si a pesar de lo que sucede con el grupo de tercera edad -donde vemos procesos de fuerte ciudadanización y protagonismo social-, se verifican procesos de desciudadanización significativos en otros grupos etareos o sociales, cabe preguntarse qué sucede entonces con el llamado contrato social (Ariès y Duby, 1990a, 1990b) para que el mismo se siga sosteniendo desde la legitimidad de proveer modelos de socialización compartidos y regido por valores sociales que han de estar en mayor o menor medida consensuados (Tavares, 1999; Kaës, 1993).

La naturaleza humana, en opinión de Castoriadis (1982, 1992), es ajena radicalmente a lo societario que no puede pues sino implantarse, desde este punto de vista, violentamente. Pero también está la compensación del contrato social que establece consensos y acuerdos que en su carácter de tal se transmiten intergeneracionalmente (Aulagnier, 1994).

Los enunciados fundacionales del contrato social permiten la ilusión eficaz (Lewkowicz, 2004) de que si se cumpliera cabalmente esta operatoria alcanzaríamos una sociedad ideal (Aulagnier, 1991), garantizando la renovación y mejora del cambio, asentado en el establecimiento de un futuro socialmente compartido que se concreta a través del advenimiento de la promesa social y el porvenir (Klein, 2006).

Un contrato se puede enfocar como una alianza entre partes iguales o fraterno (Freud, 1913, 1926, 1930) con un garante terciario que pasa a ser la Ley, el Estado, las Normas. El Estado es el garante de ese contrato entre (supuestos) pares que en tanto asamblea garantizan una actividad instituyente (Castoriadis, 2004).

Las instituciones y el conjunto de normas son de alguna manera un portavoz, que marcan tanto un principio mítico familiar y social como el establecimiento de una forma de vida que se enlaza a progresos, realizaciones y felicidad (Giddens, 1990). Las instituciones tienen que aparecer como sólidas y con un claro sentido social, organizando y performativizando conductas. Es inseparable de la capacidad de rutinización, estableciendo el orden de lo cotidiano, lo predecible y anticipable, generando un mecanismo psicosocial de confianza o seguridad ontológica (Giddens, 2006).

El conjunto no solo establece basamentos imprescindibles sobre los que no se debate, sino que además dialoga consigo mismo sobre las razones y formas de alcanzar rasgos de progreso, protección y confianza generalizada (Giddens, 1997).

La sociedad reconoce asimismo generalmente a un grupo etareo como el legitimado para sostener y transmitir o recibir los ideales sociales en común (Kaës, 1993), es decir, el grupo que cuidará, aportará y comunicará al menos una parte de la trama social. El grupo social hace suya esa herencia que recibe pero a condición de transformarla (Kaës, 1989). En tanto mantiene su capacidad de transmisión, la sociedad se transforma en un colectivo de herederos que transmiten una herencia, que ha de ser, al menos en algunos de sus elementos, palabra sagrada (Tisseron, 1997; Kaës, 1996).

Si consideramos que el grupo etareo que por excelencia garantizaba el sostén y la transmisión social era el de la adultez y que el grupo etareo que por excelencia las recibía, renovaba y actualizaba, era la adolescencia es necesario considerar que los mismas están pasando por procesos que los agotan en su capacidad de sostener y/o transmitir legitimidad social (Dolto,1990; Dor, 1990).

La adolescencia sufre un profundo proceso de transformación que la ubica cada vez más en una posición marginal y desprovista del lugar social de ser la promesa del futuro, inserta en una categoría social cada vez menos protagónica o invisibilizada como adolescentes sin adolescencia (Klein, 2006; Corea y Lewkowicz, 2004).

Por su parte, los adultos han pasado de ser sujetos mediadores, admirados y destino de la transformación social a ser sujetos desvalorizados, humillados y destratados por condiciones neoliberales de desempleo y culturales de acérrima crítica a lo que se considera patriarcal o despótico, transformados en sujetos psicosociales desconcertados, que como estructura de padres agobiados inauguran una reformulación deficitaria de su lugar social (Roudinesco, 2003; Feres-Carneiro, 2005).

Encontramos de esta manera diversas problemáticas inseparables de un entorno social precario y desamparante como desempleo parental crónico, salarios cada vez más paupérrimos, inestabilidad permanente de los sistemas de vida que hace difícil asumir plenas competencias adultas de cuidado y educación (Goodman-Rao, 2007) dentro de un cuadro de agobio, que implica que los padres de hoy ya no se sienten seguros en llevar adelante su maternidad/paternidad, así como les es muy difícil configurar qué es ser padre/madre, con lo que de una u otra manera, delegan muchas de sus funciones en los abuelos de la familia (Klein, 2013, 2015; Bengtson, 2001; Bazo, 2008; Harper, 2004).

Si hay entonces que destacar un indicador de los adolescentes y los adultos actuales, este es el desconcierto. Estos desconciertos no son homogéneos sino altamente heterogéneos y abarcan factores de género, culturales, sociales, económicos y demográficos (Bauman, 2013).

Quizá la constitución de la biografía humana en infancia, adolescencia y adultez transmitía un orden. Pero este rasgo etario tradicional: infancia/adolescencia/adultez se va tornando cada vez más ambiguo, mixto e indefinible (Roudinesco, 2003). El adulto hoy un enigma líquido para sí mismo (Queirós, Moreira, y Cherobino, 2001; Bauman, 2017).

Por el contrario, frente a este desconcierto, resurge y se reposiciona como grupo social seguro, revalorizado y capaz de sostener los fundamentos de seguridad, experimentación y continuidad cultural, la tercera edad colocada ya definitivamente en una etapa de alta experimentación identitaria, cultural y social (Klein, 2015) que la ubica como garante de una herencia y un clima cultural y político que de otra manera difícilmente se podría sostener en una cultura que prioriza el instante, el ahora, lo evanescente, y que experimenta desconfianza crónica en los procesos democráticos (Baudrillard, Habermas, y Said, 2008, Rauter, 2002).

La tercera edad se ha transformado, de esta manera, en sostén social desde el cual se pasan a reconfigurar las condiciones fundantes del contrato social. Una de ellas es la que legitima al discurso y la práctica social como portador de valores sociales contractuales que se consideran imprescindibles: negociación, participación y preocupación política, atención al entorno y búsqueda de soluciones siempre renovada, en tiempos en que los otros grupos etareos se muestran desconcertados, aislados, agobiados o indiferentes, más propensos a prácticas fragmentadas en forma de tribus urbanas perdiendo la noción de conjunto y compromiso social (Oriol Costa, 1996).

De esta manera la autonomía creciente de la tercera edad es incentivada y tolerada, pero a condición de que sea una autonomía responsable, es decir, participativa y ciudadanamente activa, garantizando de esta manera una renovación al menos parcial del contrato social (Vaillant, 2002).

 

Los nuevos modelos de identidad de la Tercera Edad

Un punto en común entre las configuraciones que hacen al contrato social y al proyecto de ciudadanía es la idea de movimiento, futuro, proyecto, anticipación y celeridad de cambio o ruptura que al cortar con sistemas tradicionales identitarios, establece uno nuevo y hace imposible el retorno al antiguo modelo de identidad (Giddens, 1990).

Como se indicó precedentemente, entre los grupos etarios actuales el de la tercera edad está pasando por novedades identitarias sin precedentes con una esperanza de vida saludable cada vez más renovada, con lo que frente al paso del tiempo ya no se ve necesariamente muerte, sino nuevas oportunidades de vida, con capacidad de establecer proyectos no solo personales, sino también sociales y comunitarios (Klein, 2015ª; Muchinik, 1984).

La tercera edad ve delante suyo una segunda o tercera oportunidad plenamente renovada, en términos de proyectos y oportunidades, es decir, ve delante suyo vida y no muerte, sociedad amplia y no vacío de sociedad, unido a un fortalecimiento de las estéticas corporales no decrépitas dentro de una renovación del cuidado de sí (Foucault, 1988).

Los sistemas expertos que funcionan como organizadores del entorno material y social habilitando experiencias emancipatorias (Giddens, 1997), van formando cada vez más parte de esta nueva versión de la tercera edad.

Se podría entender que probablemente se está gestando un nuevo contrato social con la tercera edad la que se considera ahora dentro de sistemas abstractos, cultura y leyes, lo que configura un sistema biopolítico inédito como sociedad de vejez renovada, que implica la promesa a mediano y largo plazo, de que todos los integrantes de esta nueva tercera edad dignificada, están integrados o son integrables por la ciudadanización (Klein, 2015).

La tercera edad pasa de esta manera, de ser la antesala de la muerte a una protagonista decisiva y renovadora de los proyectos del contrato y del lazo social. Es intrínseco a este modelo de renovación lo temporal, buscando distanciarse y romper con un pasado en el cual la nueva tercera edad ya no se reconoce, realizando con el mismo una intensa confrontación generacional (Klein, 2013). Simultáneamente construye y se le facilita, un futuro que pasa a pertenecerle, resignificando el sentido y alcance de las potestades del sujeto perteneciente a este grupo etareo, construyendo una versión hasta cierto punto inédita de su biografía social y personal (López La Vera, 2013). Estos procesos suponen el agotamiento definitivo del estereotipo de la tercera edad como ancianidad en sus aspectos clásicos: debilidad, precariedad, senilidad y enfermedad (Katz, 1996, 2000).

Unido a esto, la ciudadanización o reciudadanización otorga a esta nueva tercera edad, un marco de expectativa razonable de bienestar y calidad de vida, revelando un grupo etario, que elige y piensa (racionalmente) sobre cómo establecer su vida, personal y social. Lo que pasan a predominar son los discursos integradores a través del lazo social, y las preocupaciones por hacer coincidir el protagonismo demográfico con el protagonismo político. En un mundo donde a partir del año 2050 en adelante, una de cada tres personas será adulto mayor es inconcebible ya un panorama de exclusión social (United Nations, 2008, 2010).

 

Conclusiones

Hemos indicado cómo el proceso de envejecimiento se va tornando cada vez menos parte de la construcción de identidad de un sujeto con características novedosas: el adulto post-mayor, que construye su subjetividad desde un fuerte campo de indagación y experimentación. El mismo encuentra y se construye nuevos contextos sociales y culturales que le permiten revalorizarse, sintiendo que es o será respetado en sus decisiones políticas y puntos de vista como ciudadano, lo que a su vez marca, en mayor o menor medida, una renovación del contrato social.

La visión tradicional del adulto mayor Erikson (2000), como un ser que llega al final de la vida con un sentido de integración y plenitud, aceptando la vida que ha vivido y por ende la muerte que tiene por delante se modifica, teniendo en cuenta que la muerte ya no es un orientador sólido, al ubicarse cada vez más en un lugar de desplazamiento progresivo.

Parece ser que los adultos mayores de hoy están decididos a vivir más y mejor que los adulto mayores de generaciones precedentes. De repente se ha vuelto crucial, además, que el adulto mayor sea activo y en la medida de lo posible, productivo. El desplazamiento hacia una ciudadanía efectiva y cada vez más presente favorece estos procesos.

El articulo plantea entonces cuestiones que no han sido apropiadamente debatidas debido a que ha predominado un sentido “apocalíptico” de la sociedad de envejecimiento, lo que ha sido sin embargo rebatido (Leeson, 2013). Simultáneamente, los diversos procesos señalados parecen indicar que estamos frente a fuertes procesos de transición que indican diversas tendencias gerontológicas, políticas y sociales, algunas de ellas francamente impredecibles.

Son procesos de transición también político en la medida que auguran procesos de recepción y legitimidad para la o las nuevas formas de identidad que se van gestando, que a su vez legitiman las nuevas plataformas de participación política.

Este trabajo busca ser una contribución al respecto.

 

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