Migraciones de mujeres en el agro de América Latina y Argentina

Herramientas analíticas feministas para un estado de la cuestión

 

Female migrations from rural areas

in Latin America and Argentina

Feminist analytical tools for a status of the issue

María Florencia Linardelli | ORCID: orcid.org/0000-0002-3250-2895

mlinardelli@mendoza-conicet.gob.ar

CONICET

 

Argentina

 

Recibido: 12/05/2020

Aprobado: 18/06/2020

Resumen

Desde los años setenta los estudios feministas realizaron múltiples aportes para analizar los procesos de movilidad poblacional y señalaron los sesgos androcéntricos de ciertos enfoques imperantes en los estudios migratorios. Sin embargo, aún es habitual que las investigaciones sobre migraciones laborales agrícolas sostengan que se trata de movimientos protagonizados por varones, presupongan la baja participación de mujeres o las consideren incluidas detrás del plural genérico masculino. En consecuencia, es acotada la cantidad de literatura que analiza la especificidad de los patrones migratorios de las mujeres rurales y sus oportunidades laborales. En ese contexto, este artículo realiza un estado de la cuestión sobre las movilidades de mujeres en torno al trabajo agrícola en América Latina y focaliza en las migraciones entre Bolivia y Argentina. Analizamos investigaciones pioneras y otras más recientes que exploran estos asuntos, desde la perspectiva que ofrecen las herramientas analíticas feministas al campo de los estudios migratorios. Como supuesto de análisis sostenemos que las movilidades que suscita el agro son modeladas tanto por las transformaciones del empleo y la producción agrícola, como por los cambios en la reproducción cotidiana acontecidos en las últimas décadas en nuestra Región.

 

Palabras clave: Migraciones, División sexual del trabajo, Reproducción social, Trabajo agrícola, Trabajo reproductivo.

Abstract

Ever since the seventies, feminist studies have made multiple contributions to analyzing population mobility processes and have pointed out the androcentric biases prevailing in certain approaches to migration studies. However, it is still usual for research on agricultural labor migrations to hold that these are movements led by men, to presuppose a low participation of women, or to consider them included behind the masculine generic plural. Consequently, the amount of literature analyzing the specificity of rural women’s migration patterns and their labor opportunities is limited. In this context, the present article provides an issue status of women’s movements around agricultural labor in Latin America, focusing on migration flows between Bolivia and Argentina. We analyze pioneer investigations and other more recent ones addressing these issues from the perspective that feminist analytical tools provide to the field of migration studies. As an analysis assumption, we argue that migration movements from rural areas are shaped by job transformations and agricultural production as much as by the changes in social reproduction occurred in our region over the last decades.

 

 

 

Key words: Migration, Agricultural labor, Gender labor division, Social reproduction, Reproductive work.

 

Introducción

 

Por la década del setenta la influencia del pensamiento feminista en los estudios migratorios permitió visibilizar la participación de las mujeres en los movimientos poblacionales. Los primeros trabajos sobre el tema advirtieron el sesgo implícito en la presunción de que las migraciones constituyen exclusivamente fenómenos laborales y masculinos. Hasta ese momento se había considerado que la participación de las mujeres en la decisión migratoria era secundaria y se acotaba al acompañamiento del varón emprendedor de la movilidad (Ariza, 2007 y Ma­glia­no y Domenech, 2009). América Latina alber­gó investigaciones pioneras que analizaron la cre­cien­te composición femenina de los flujos migrato­rios intrarregionales y la inserción labo­ral de las campesinas e indígenas que se trasla­daban a las ciudades (Smith, 1975, Arizpe, 1975 y Jelin, 1976).

A partir de la década del ochenta surgieron estudios preocupados por analizar la especificidad de las trayectorias migratorias femeninas, además de visibilizar la su implicación activa en el empleo remunerado. Mientras que en el Norte global los estudios se enfocaban en los desplaza­mientos de mujeres provenientes de países de bajos ingresos (Boyd, 1984, Morokvasic, 1984 y Pessar, 1984), en América Latina se ocuparon primordialmente de la migración intrarregional de dirección urbano-rural (De Oliveira, 1984 y Arizpe, 1989).

Hacia los noventa cobraba fuerza en los estudios el análisis de las relaciones sexo-genéricas como estructurantes de la circulación, los patrones y las oportunidades migratorias. Se producía la renovación del campo temático, vinculada con una aproximación menos economicista de la migración y con la difusión de la perspectiva transnacional (Ariza, 2007). Hacia el año 2000 surgían trabajos sobre género y migraciones caracterizados por situarse en un nivel meso de análisis, rescatar aspectos no económicos de la acción social y otorgarles un lugar destacado a las redes familiares y comunitarias en los procesos migratorios (Pedone, 2003).

Desde ese momento, los estudios migratorios feministas o con enfoque de género han producido múltiples aportes para analizar procesos de movilidad y han señalado los sesgos androcéntricos de ciertos enfoques. Sin embargo, aún es habitual que las investigaciones sobre migraciones laborales agrícolas sostengan que se trata de movimientos protagonizados por varones, presupongan la baja participación de mujeres o las consideren incluidas detrás del plural genérico masculino. Esta presunción suele apoyarse en datos estadísticos que muestran dificultades para registrar la participación femenina en el trabajo agrícola y en las movilidades que este suscita. En consecuencia, es acotada la cantidad de literatura que analiza la especificidad de los patrones migratorios de las mujeres rurales y sus oportunidades laborales. En un panorama de escasa información, no obstante, existen algunos estudios pioneros y otros más recientes que echan luz sobre estos asuntos.

En ese marco, nuestro artículo construye un estado de la cuestión sobre las movilidades de mujeres en torno al trabajo agrícola en América Latina y Argentina. Desde el punto de vista metodológico, el trabajo combina la estrategia conceptual y la estrategia empírica; la primera porque se orienta a explorar los conceptos y debates que han tenido lugar en un campo del conocimiento, recuperando la historia del problema; la segunda porque intenta leer datos empíricos a la luz de las teorías recuperadas (Maletta, 2009). Inicialmente, recorre aportes teóricos de los estudios migratorios feministas que tematizan el nudo producción/reproducción. Luego recupera los rasgos característicos de los flujos migratorios de mujeres por el agro de la Región. Hacia el final, el análisis focaliza en las movilidades de mujeres bolivianas hacia Argentina y evidencia la invisibilización de su participación en el trabajo agrícola de este país. Como supuesto analítico sostenemos que estas movilidades no son modeladas únicamente por las transformaciones del empleo y la producción agrícola, sino que también es necesario analizar la división sexual del trabajo y los cambios en las estrategias de reproducción cotidiana para comprender estos movimientos.

Este trabajo forma parte de una investigación más amplia sobre los procesos de salud, enfermedad y cuidados de mujeres migrantes que laboran en el agro de Mendoza, Argentina. En el marco de ese estudio, realizamos un análisis crítico los antecedentes y la fuente estadística disponible en procura de caracterizar las movilidades de esas trabajadoras. Los resultados de dicho análisis son presentados y discutidos en este artículo. Frente a un cierto desbalance en el conocimiento reciente disponible, más enfocado en las migrantes que se mueven individualmente para desarrollar tareas de cuidado remuneradas en el Norte global, este trabajo busca aportar a la comprensión de la participación de mujeres en una forma de movilidad colectiva de larga data en América Latina.

El nudo producción/reproducción en los estudios migratorios feministas

Los estudios migratorios feministas o con perspectiva de género han discutido extensamente dos asuntos. En primer lugar, las implicancias que la división sexual del trabajo genera en las migraciones de mujeres. En segundo lugar, el modo en que la migración femenina se relaciona con cambios globales de la reproducción social y transforma las labores reproductivas en los hogares de las personas migrantes.

En relación con el primer punto, esta temática se hizo presente especialmente entre los años ochenta y noventa. En países del Norte global, investigaciones sobre distintos flujos migratorios, señalaron que la participación de las migrantes en los mercados de trabajo de los países industrializados era poco reconocida y subestimada en las tasas de participación laboral debido a sesgos en los procedimientos de recopilación de datos (Boyd, 1984 y Morokvasic, 1984). Las autoras postularon que aunque en todo el mundo las mujeres trabajen -en servicios domésticos, pequeños comercios o desde sus hogares- suele conside­rárselas por fuera de la fuerza de trabajo. Como resultado su identidad laboral se presenta como secundaria frente a su rol de esposas, madres y amas de casa, pese a que la contribución de su trabajo remunerado resulte fundamental para la sobrevivencia de sus grupos domésticos (Pessar, 1984).

De acuerdo con las investigadoras, este asunto se explica por dos fenómenos. En primer lugar, los roles reproductivos asignados a las mujeres justifican su consideración como trabajadoras secundarias, a la vez que las asignan a ocupaciones que guardan un parecido estructural con su papel familiar y que mantienen un bajo nivel salarial. En segundo lugar, la ideología occidental dominante, que considera al varón como sostén de familia y a la mujer como dependiente, funciona como un prejuicio que atribuye a las migrantes un estatus subordinado al varón emprendedor de la migración, sea esta dependencia real o no (Boyd, 1984 y Morokvasic, 1984).

La definición de las migrantes como subor­dinadas a los jefes de familia, antes que un reflejo de su posición social efectiva constituye una imagen modelada y favorecida por pautas de las sociedades receptoras, por ejemplo, mediante de las normas establecidas para la emisión de visas de ingreso (Boyd, 1984). Esto afecta la posición social, legal y económica de las mujeres en el destino migratorio, al funcionar como una lente para considerar su situación en los países de origen. Así, los trabajos mal remunerados que ofrecen las sociedades de acogida son vistos como un beneficio gracias al cual las mujeres podrían liberarse de supuestas tradiciones opresivas (Morokvasic, 1984).

En América Latina estas temáticas fueron analizadas en torno a las migraciones rural/urbanas, típicas de la Región durante el siglo XX. En una investigación sobre la migración de mujeres campesinas hacia las ciudades mexicanas, Lourdes Arizpe (1989) señaló que estos desplazamientos no se vinculan únicamente con la dinámica socioeconómica de las comunidades de origen y las ciudades receptoras. Para la autora, deben analizarse a la luz de las normas sobre la sexualidad, el control del comportamiento y las obligaciones familiares que pesan sobre las mujeres. La división sexual del trabajo al interior de las unidades domésticas genera restricciones y afecta la posición femenina en el mercado de trabajo, lo que explica la concentración de mujeres en empleos vinculados con los servicios, el comercio a pequeña escala o labores puntuales en el trabajo agrícola en las sociedades de recepción.

En una perspectiva similar, Ivonne Szasz (1994) sostuvo que las características de los movimientos migratorios femeninos son modeladas por la división sexual del trabajo y el papel asignado a las mujeres en la maternidad. A partir de un estudio sobre la actividad económica de mujeres migrantes en Santiago de Chile, argumentó que las migraciones femeninas presentan especifici­dades vinculadas, por un lado, con las tareas asig­nadas a las mujeres en la reproducción, que determina que el contexto familiar sea más importante que en las migraciones masculinas. Por otro, con los condicionantes de género en los mer­cados de trabajo, que ofrecen a las mujeres un espectro muy acotado de ocupaciones, con ba­jas remuneraciones y poca movilidad ascendente.

Tanto estudios europeos como latinoamericanos concluyeron que la división sexual del trabajo organiza y constriñe las oportunidades laborales de las mujeres migrantes en origen y destino. Además, la naturalización de esta división favorece la invisibilización de su participación en los flujos migratorios y de sus contribuciones económicas. La bibliografía expone que los roles reproductivos asignados a las mujeres resultan fundamentales para comprender tanto la especificidad de su inserción en la división social del trabajo, como las particularidades y variaciones de sus patrones migratorios.

A partir de los años noventa se registró un aumento sostenido de la participación femenina en las migraciones desde países del Sur hacia el Norte global. Saskia Sassen (2003) conceptualizó este fenómeno como feminización de la supervivencia. Para la autora, el aumento de la cantidad de mujeres implicadas en movilidades internacionales se vinculaba con los efectos del ajuste estructural en los países del Sur global y el aumento del desempleo, hechos que multiplicaron la presión sobre las mujeres para asegurar la supervivencia doméstica. En ese contexto, surgieron una amplia variedad de circuitos globales alternativos de generación de ingresos, integrados por actividades lícitas e ilícitas: desde exportaciones organizadas de cuidadoras, enfermeras o empleadas domésticas, hasta trata con fines de explotación sexual o laboral. La feminización de la supervivencia, para Sassen, traza una contrageografía de la globalización. La economía doméstica, comunitaria y los propios gobiernos dependen de manera creciente de las mujeres, que requieren de los ingresos y remesas que ellas generan en los espacios de sobrevivencia de la economía global.

Esto último se halla en estrecha relación con el segundo aspecto analizado por los estudios migratorios: el modo en que la migración de mujeres se vincula con cambios globales de la reproducción social, a la vez que transforma la organización de las labores reproductivas en los hogares de las personas migrantes1.

Para Carmen Gregorio Gil (2004) la migración laboral femenina internacional no debe ser analizada únicamente a la luz de los mercados de trabajo de las sociedades de origen y destino de las migrantes, sino también que la organización de la reproducción y la domesticidad en ambos espacios juegan un rol explicativo central de estos movimientos. Por una parte, porque la organización de la economía doméstica en las sociedades receptoras tiene un papel relevante en la explicación de las migraciones de mujeres, puesto que la mano de obra femenina migrante es cada vez más necesaria para trabajar en los hogares pertenecientes a las clases medias del Norte global. Por otra parte, porque estas movilidades suscitan importantes cambios en la organización de la reproducción en origen, donde las labores reproductivas suelen recaer en otras mujeres (abuelas, hijas o allegadas) que ven aumentada su carga de trabajo cotidiana. Para la autora, al considerar conjuntamente las relaciones de producción/reproducción se puede visualizar a las mujeres migrantes como trabajadoras en sentido amplio y, a la vez, su implicación activa como constructoras de redes de parentesco, migratorias y de comunidad. En definitiva, como agentes sociales y políticas protagónicas en la reproducción social (Gregorio Gil, 2004).

Uno de los fenómenos que impactó fuertemente en las migraciones internacionales se vinculó con que los países del Norte global (Estados Unidos y el sur de Europa en particular) cubrieron las deficiencias en la provisión de servicios públicos con mano de obra extranjera contratada por hogares individuales. Las mujeres migrantes, mediante el trabajo remunerado en actividades domésticas y de cuidado de niños/as y personas dependientes, proporcionaron el trabajo necesa­rio para que las personas de las capas medias participen en la fuerza laboral remunerada (Benería, 2007 y Barañao Cid y Marchetti, 2016). Esto supuso oportunidades de empleo para las mujeres del Sur del mundo pero derivó en una crisis de los cuidados en los países emisores, en los que se remodelaron las labores reproductivas y se expandieron nuevas realidades como las familias/maternidades transnacionales (Barañao Cid y Marchetti, 2016) y las prácticas de cuidado a larga distancia (Baldassar, 2007). Se produjo una paradoja por la cual las mujeres migrantes dejaban su rol de cuidadoras en origen para migrar hacia el Norte a cuidar niños/as, ancianos/as y hogares a cambio de un salario (Pedone, 2011).

Frente a estas realidades, algunos estudios analizan el papel de las políticas migratorias en la configuración de las labores reproductivas de las familias transnacionales. Las investigaciones indagan en el rol de los Estados de países receptores y de origen en las dinámicas de cuidado de las familias transnacionales (Gil Araujo y Pedone, 2014, Herrera, 2013 y Nyberg Sørensen y Vammen, 2016). Para estas autoras, el Estado es un actor central en las transformaciones de la reproducción social que afrontan las mujeres migrantes, fundamentalmente por las restricciones impuestas a la reunificación familiar y por la forma en que se organizan los cuidados en las sociedades de origen, con escasa o nula presencia estatal.

Las investigaciones reseñadas hasta aquí exhiben que no existe un sistema de producción que opere desprovisto de uno de reproducción y que los cambios ocurridos en uno repercuten en otro (Truong, 1996). Estos estudios muestran las complejas articulaciones de las esferas de la producción y de la reproducción en el marco de las migraciones transnacionales (Barañao Cid y Marchetti, 2016). Analizar el campo de la reproducción social en las familias migrantes, incluyendo tanto la recepción como la prestación de cuidado, permite unir diferentes formas de trabajo productivo/reproductivo y vincular diversos circuitos migratorios (Kofman, 2016). En suma, un aporte central de las investigaciones feministas ha sido atender a las múltiples articulaciones, relaciones e interconexiones entre la esfera familiar y la laboral -y entre los roles asociados a lo productivo y a lo reproductivo- como una forma de superar las lógicas binarias que han excluido las experiencias de las mujeres del campo de la migración internacional (Mallimacci, 2015).

Movilidades intrarrurales de mujeres en América Latina

en contextos de reestructuración productiva y reproductiva

Las mujeres rurales

y el trabajo asalariado agrícola

 

 

Desde mediados de la década del setenta en América Latina se impulsaron procesos de reestructuración productiva con la finalidad de convertir a los países de la Región en plataformas de exportación (Laurell, 1986). Con particularidades nacionales, sucedieron procesos de contrarreforma agraria que implicaron el incremento sostenido de la concentración de la tierra en manos de capitales transnacionales, el desplazamiento de campesinos/as y la creación de una considerable masa de desempleados/as rurales que engrosaron las migraciones laborales de temporada. Aunque estas movilidades sean antiguas en el agro latinoamericano, luego de la década del setenta dejaron de ser un complemento para convertirse en la única fuente de recursos e ingresos de gran parte del campesinado. Los procesos de reconversión productiva de la agricultura dirigieron la producción hacia mercados globalizados y se acompañaron de una expansión del trabajo asalariado, pero en condiciones de inseguridad y precariedad laboral crecientes (Arizpe y Aranda, 1981, Lara Flores, 1995 y 2003,Teubal, 2001 y Bengoa, 2003).

En la década del noventa el antiguo complejo latifundio-minifundio fue definitivamente sustituido por el moderno complejo transnacional agroindustrial. Dicha transición, conocida como modernización conservadora, delineó un campo cada vez más desigual (Chonchol, 1994). Las políticas macroeconómicas fortalecieron los procesos de concentración del capital y acentuaron las disparidades entre los distintos actores del agro, de acuerdo con sus posibilidades diferenciales de acceder a paquetes tecnológicos (Teubal, 2001 y García y Rofman, 2009). El creciente dominio del capital multinacional sobre el sector implicó la difusión de distintas formas de flexibilización y precarización laboral, el incremento de la pluriactividad de las/os trabajadoras/es rurales y, paralelamente, cifras de pobreza cercanas o superiores al 50% entre las/os asalariadas/os agrícolas (Bengoa, 2003).

Aunque la sobreexplotación de las/os trabajadoras/es rurales no es un fenómeno reciente, lo que comenzó a suceder hace cuatro décadas fue la combinación entre formas arcaicas de explotación y novedosas estrategias de flexibilidad y precarización (Lara Flores, 2008 y Riella y Mascheroni, 2015). Se produjo una mixtura entre el uso de tecnologías sofisticadas con el uso de mano de obra migrante temporal y precaria para obtener productos de calidad internacional y lograr su máxima rentabilidad en el mercado global (Bendini y Lara Flores, 2007:24).

Durante la primera década del siglo XXI, en distintos países sudamericanos se inició un ciclo de gobiernos progresistas que provocaron rupturas con el modelo neoclásico/neoliberal. Con particularidades en cada caso, se desplegaron políticas tendientes a la recuperación de los recursos naturales nacionales, la redistribución progresiva de la riqueza nacional, el restablecimiento de la responsabilidad del Estado en la provisión de bienes y servicios sociales y el desarrollo de políticas sociales universalistas y solidarias (Laurell, 2014). Sin embargo, en la actualidad se discute en qué medida estas experiencias pudieron revertir ciertas tendencias neoliberales. Si bien algunos gobiernos propiciaron cierta industrialización, la subordinación de las economías nacionales al sector agroexportador persistió y, en ciertos casos, aumentó la dependencia de paquetes tec­nológicos, semillas y pesticidas importados, con los consecuentes daños para la salud de las comunidades y trabajadores/as involucrados/as (Gudynas, 2010). Pese a las trasformaciones legales realizadas, se pudo constatar un escaso avance institucional en la protección y garantía de los derechos laborales de las/os asalariadas/os agrícolas (Riella y Mascheroni, 2015).

En los últimos tres años, el retorno de gobier­nos de cuño neoliberal/neoconservador en buena parte del Sur de América Latina ha profundi­zado las políticas de reprimarización de la estructura productiva. Paralelamente se avanza sobre de­rechos laborales conquistados en favor de la competitividad. Ambos aspectos consolidan e intensifican los procesos de acumulación y de concentración económica agroindustrial (Manzanal, 2017).

Ahora bien, las transformaciones hasta aquí reseñadas han utilizado y, simultáneamente, reforzado las desigualdades sexo-genéricas, mostrando consecuencias específicas para las mujeres rurales. Las transformaciones productivas de la agricultura las empujaron a las movilidades y al empleo en labores mal remuneradas, debido al deterioro de las actividades económicas que antes les reportaban el sustento cotidiano. La pauperización del campesinado latinoamericano las enfrentó con una dependencia cada vez mayor de los ingresos extra prediales (Lara Flores, 1991 y Arizpe, 1989). Se incrementó su participación en actividades asalariadas, ocupando los puestos más inestables, temporales, con las remuneraciones más bajas, pagadas a destajo y con altas exigencias físicas. De acuerdo con datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2013) la tasa de actividad promedio de las mujeres en el trabajo agrícola asalariado pasó del 32,4% en 1990 al 48,7% en 2010.

La división sexual del trabajo adquirió nuevas expresiones en la moderna agricultura latinoamericana. En actividades donde predominaban los varones los empleadores comenzaron a mostrar preferencia por contratar mujeres, en cuanto parecían tener mayor disposición para aceptar trabajos temporales y mal remunerados, al tiempo que se las consideraba menos afectas a sindicalizarse y más dispuestas a insertarse en procesos de trabajo flexibles, ya que les otorgaban facilidades para sostener la doble presencia o jornada (Arizpe y Aranda, 1981, Arizpe, 1986, Lara Flores, 1988, Barrón, 1990 y Arias y Mummert, 1987). Estos supuestos tergiversan las relaciones causales, ya que es el peso de las obligaciones reproductivas que sostienen casi con exclusividad lo que provoca la imposibilidad de insertarse en labores estables y de jornada completa (Lara Flores, 1991).

A la par, surgieron segmentos específicos de empleo femenino en la cosecha, clasificación, acondicionamiento y empaque de productos no tradicionales para la exportación. La reconversión productiva orientó la agricultura latinoamericana hacia nuevos cultivos demandados por mercados internacionales como frutas, flores, legumbres y conservas, con altas exigencias de calidad. Tales procesos productivos se apoyaron en altos niveles de flexibilidad en la organización de la fuerza de trabajo y recurrieron al empleo temporal como estrategia de maximización de la ganancia (Lara Flores, 1991). Para este sector productivo, y en el contexto de precarización de la vida campesina, las mujeres rurales surgieron como un grupo susceptible de ser explotado con mayor facilidad por sus pocas alternativas laborales (Arizpe y Aranda, 1981). La feminización de los puestos de empleo en los cultivos de exportación se asoció con la preferencia empresarial por contratar mujeres, ya que se las consideraba más adecuadas para el trabajo con productos como frutas y flores por ser más cuidadosas y delicadas que los varones (Arizpe y Aranda, 1981, Biaggi, Canevari y Tasso, 2007, Kay, 2007 y Mingo, 2015). Sin embargo, trabajos clásicos sobre el tema señalaron que

 

la razón principal para emplear mujeres es que pueden pagarles salarios mucho más bajos que los que marca la ley, en condiciones de constante fluctuación de horarios y días de trabajo y no otorgarles prestaciones [...] la actividad de las empresas se basa en la idea tradicional de que cualquier ingreso que obtiene la hija, la esposa o la madre es un “añadido” al ingreso principal del padre, del esposo o del hijo. Si se tratara de obreros hombres, sería insostenible, aún a corto plazo, el bajo ingreso y la inestabilidad del empleo (Arizpe, 1989:211).

 

La feminización del trabajo asalariado rural en América Latina es atribuible, además, a condiciones productivas estructurales. Sara Lara Flores (1995) destaca que frente a las dificultades para adquirir las tecnologías que permitiesen ingresar con precios competitivos al mercado internacional, el sector agroexportador latinoamericano basó su inserción en el uso intensivo de los recur­sos naturales y en una flexibilidad salvaje de la mano de obra. Esta última mantiene a grandes masas de trabajadores/as (especialmente muje­res, migrantes y jóvenes) en trabajos estacionales con largos períodos de desempleo y formas de trabajo sumamente precarias. En conjunto, las ventajas comparativas del sector agroexportador descansaron en desventajas de las mujeres en el mercado de trabajo (Lara Flores, 1995).

 

 

 

Migraciones intrarrurales de mujeres

en América Latina: feminización temprana y reestructuración reproductiva

 

 

Desde principios del siglo XXI algunas/os autoras/es sostienen que asistimos a un proceso de feminización de las migraciones a nivel global. Este fenómeno alude, por una parte, a la transformación cuantitativa de los flujos migratorios caracterizada por el aumento en la cantidad de mujeres que intervienen en ellos. Por otra parte, refiere al cambio cualitativo en el rol de las mujeres en los procesos de movilidad poblacional, donde adquieren una mayor autonomía, asumen papeles protagónicos como primer eslabón de la cadena migratoria y abandonan del patrón asociativo (Zlotnik, 2003, Martínez Pizarro, 2003, Bastia, 2008, Lipszyc y Zurutuza, 2010 y Pedone, 2011).

Ahora bien, la feminización del proceso migratorio no necesariamente constituye un punto de partida para pensar todas las formas de migración de mujeres (Gregorio Gil, 2004, Mallimacci, 2017). Si bien en términos cuantitativos es posible hablar de una feminización de las movilidades intrarregionales, en el mundo rural este fenómeno no tiene carácter reciente y su dimensión cualitativa no resulta tan evidente.

Los cuantiosos movimientos de mujeres por la Región están lejos de ser un fenómeno nuevo, sino que se trata de flujos característicos que transformaron los territorios latinoamericanos desde los años cincuenta (Herrera, 2012 y Mallimacci, 2015). Lo dicho no implica negar evidencias recientes que señalan un aumento en la cantidad de mujeres involucradas en estos movimientos, sino advertir que la feminización cuantitativa es una tendencia temprana en nuestra región. En efecto, entre las década del setenta y el ochenta los índices de masculinidad de las migraciones intrarregionales descendieron notablemente. En total, entre 1970 y 2010 el índice de masculinidad pasó de 104 a 95 puntos (ver figura n°1). Para el año 2010 en la mayoría de los países de América Latina las migrantes intrarregionales superan la cantidad de varones (ver Tabla N° 1).

Figura N° 1. América Latina y el Caribe: índice de masculinidad (IM)

de inmigrantes latinoamericanos/as y caribeños/as, años 1970-2010

 

Imagen2336.PNG 

 

Fuente: elaboración propia con base en Martínez Pizarro, Cano Christiny y Soffia Contrucci, 2014.

Además, las mujeres que se desplazan por el subcontinente no necesariamente son el primer eslabón del movimiento ni abandonan el patrón familiar o asociativo (Mallimaci, 2012). En los distintos flujos que atraviesan internamente América Latina, las estrategias migratorias fa­miliares y comunitarias son significativas y las personas migrantes integran grupos que se movilizan colectivamente. En todo caso, la par­ti­cipación de mujeres como pioneras del mo­vi­miento se trata de un fenómeno que adquie­re especificidad de acuerdo con el origen nacional de las migrantes y el tipo de labores a las que se asocien (Mallimacci, 2017).

Tabla N° 1. América Latina y el Caribe:

stocks de población nacida en el extranjero (en otros países de la Región) según sexo. Año 2010

 

País de presencia

Extranjeros/as nacidos/as en América Latina y el Caribe

Ambos sexos

Hombres

Mujeres

IM

Argentina

1.449.709

670.208

779.501

86,0

Bolivia

95.804

50.121

45.683

109,7

Brasil

180.125

96.234

83.891

114,7

Costa Rica

352.710

167.415

185.295

90,4

Ecuador

136.287

68.124

68.163

99,9

México

134.151

60.481

73.670

82,1

Panamá

93.871

42.102

51.769

81,3

Rep. Dominicana

332.410

204.027

128.383

158,9

Uruguay

48.424

21.278

27.146

78,4

Venezuela

851.751

415.570

436.181

95,3

Total países

3.675.242

1.795.560

1.879.682

95,5

 

Fuente: Martínez Pizarro, Cano Christiny y Soffia Contrucci, 2014.

Dentro de las migraciones intrarregionales, nos interesa puntualizar en los movimientos poblacionales definidos como migración intrarrural, es decir, aquellos desplazamientos desde zonas de agricultura de autoconsumo hacia regiones de cultivos tecnificados o intensivos. En estas movilidades, que se tornaron relevantes alrededor en los setenta debido al avance de las relaciones capitalistas sobre la producción campesina y la creciente proletarización de la mano de obra rural) se visibilizaba una creciente e incluso mayoritaria presencia de mujeres (De Oliveira, 1984).

En la actualidad, los flujos migratorios latinoa­mericanos hacia regiones agrícolas son muy diversos. Se observan, de un lado, migraciones in­ternacionales, como los flujos de bolivianos/as hacia Argentina para trabajar en la horticultu­ra y de nicaragüenses hacia Costa Rica movilizados/as por la producción de caña de azúcar. De otro lado, movilidades internas, como las que ocurren desde el sureste hacia el noroeste de México; entre el nordeste y el estado de São Paulo en Brasil; y en Argentina desde el noroeste a las provincias del centro y sur. Estas movilidades se caracterizan por la precariedad de las condiciones en que viven y trabajan los/as migrantes y por el sostenido aumento en la implicación de mujeres (Sánchez Gómez y Lara Flores, 2015 y Riella y Mascheroni, 2015).

La creciente participación de mujeres campesinas en los flujos migratorios intrarrurales no puede explicarse únicamente por los cambios económicos mencionados en el apartado anterior, ya que en estas movilidades intervienen diversas desigualdades sociales, políticas, culturales y sexo/genéricas. Algunas investigaciones documentaron que las migraciones de mujeres son modeladas por obligaciones familiares y por el control ideológico que se impone sobre su comportamiento. Así, su inserción en estas formas de movilidad constituye una estrategia familiar que asegura el flujo de remesas a los hogares campesinos de origen, puesto que las jóvenes se muestran más responsables y estables en el envío de dinero a sus familias que los varones (Arizpe, 1989).

Otros estudios señalaron que la mayor movilidad femenina se enlaza con la división sexual del trabajo al interior de las unidades domésticas. La progresiva inclusión de mujeres en las movilidades agrícolas se produjo de la mano de su participación en cuadrillas familiares en las que trabajaban bajo la jerarquía del jefe de familia, al tiempo que desarrollaban las tareas domésticas necesarias para la subsistencia del grupo (Bendini, Radonich y Steimbreger, 2002). La posición subordinada en la estructura familiar, la desigual distribución de actividades productivas y reproductivas, y el exiguo acceso a la propiedad de la tierra han sido analizados como razones por las cuales las mujeres tienen menores motivaciones que los varones para permanecer en el medio rural (Chiappe, 2005). La migración de campesinas también ha sido analizada como una estrategia para establecer nuevas relaciones sociales que les permitieran atenuar la violencia por parte de sus maridos y escapar del control de la familia de origen (Lara Flores, 2003).

Lo que nos señalan estos estudios es que las transformaciones del empleo agrícola y los procesos de reestructuración productiva fueron acompañadas por relevantes cambios en la reproducción cotidiana, que también incidieron en los patrones migratorios intrarrurales. Los cambios acontecidos en las últimas décadas del siglo XX en cuanto a la reforma del Estado, las políticas de ajuste estructural y la consolidación de la globalización neoliberal, no solo impactaron en el empleo y la producción, sino que incidieron decisivamente en las estrategias familiares y comunitarias de sostenimiento cotidiano. A estas transformaciones las hemos llamado reestructuración reproductiva.

A nivel global, el notable aumento en la participación de mujeres en el mercado laboral no fue acompañado con en el reparto de las tareas de reproducción y cuidado (Benería, 2007). En los hogares de bajos ingresos de nuestra Región, la mayor participación laboral femenina coincidió con el desmantelamiento de los dispositivos de protección social que caracterizaron el proceso de industrialización sustitutiva, lo que incidió en la disponibilidad de recursos para afrontar las labores reproductivas (Valdés Subercaseaux, 2012). El trabajo no remunerado de mujeres y niñas resolvió las necesidades existentes, repercutiendo negativamente en sus oportunidades educativas y laborales y en la atención recibida por las personas cuidadas (Díaz, Mauro, y Medel, 2006 y Vega y Gutiérrez Rodríguez, 2014).

Si nos enfocamos en la situación de las mujeres rurales, es posible observar que las arduas responsabilidades que sostienen en los hogares no las eximen de importantes cargas de trabajo remunerado (Lara Flores, 2003, Biaggi, Canevari, y Tasso, 2007, González Montes, 2002 y Nobre et al., 2017). Ellas destinan mayor cantidad de tiempo al trabajo reproductivo que las mujeres de zonas urbanas, por la carga de labores para la subsistencia, la menor presencia del Estado como proveedor de servicios de cuidado, la ausencia de tecnologías que ahorren el trabajo doméstico y el nulo desarrollo del mercado de servicios en estos entornos (Marco Navarro y Rico, 2013 y Nobre et al., 2017).

Aunque en el trabajo agrícola han ocurrido notables procesos de feminización no se desarrollaron políticas ni legislaciones que consideren las cargas reproductivas de las trabajadoras. En este sector productivo el cuidado infantil está nula o débilmente resguardado por las normas, al igual que las licencias por atención de familiares enfermos/as. De tal manera, las trabajadoras deben resolver en la esfera familiar y comunitaria el cuidado cotidiano y, si esto no es posible, padecer la falta de cuidados de sus hijos/as y familiares dependientes (Valdés Subercaseaux, 2012).

Además, la pobreza extrema, la indigencia y las necesidades básicas insatisfechas involucran a segmentos importantes de las asalariadas agrícolas migrantes. Tales problemáticas derivan de las bajas remuneraciones percibidas en sus empleos y de su exclusión de las políticas contra la pobreza por su situación migratoria, puesto que estos programas no operan cuando las personas abandonan su residencia habitual (Valdés Subercaseaux, 2012).

Cuando la incorporación al trabajo asalariado agrícola supone procesos de movilidad, la situación de las mujeres rurales se complejiza. Las in­vestigaciones documentan que las/os hijas/os se quedan sin mayor discusión a cargo de sus madres cuando son los varones quienes emigran. Por el contrario, en caso de ser ellas, previamente deben resolver los cuidados de sus hijas/os, habitualmente mediante acuerdos con otras mujeres de la familia que las sustituyen durante su ausencia. De manera creciente estos acuerdos se han monetarizado, lo que constituye una desventaja adicional para las trabajadoras (Arias, 2013) más aún si tenemos en cuenta que los Estados latinoamericanos (sean expulsores o receptores de población) no han desarrollado políticas activas para garantizar los cuidados de hijas/os y personas dependientes de las migrantes (Herrera, 2013).

En ese contexto, surgieron las maternidades transnacionales, que parecen una estrategia para garantizar la supervivencia familiar, antes que una elección libre de constreñimientos (Gil Araujo y Pedone, 2014). Lo dicho hasta aquí muestra que los procesos migratorios no siempre resultan emancipadores para las mujeres, sino que pueden profundizar las desigualdades en la provisión de cuidados y aumentar o tornar más complejas las obligaciones familiares (Herrera, 2013 y Gil Araujo y Pedone, 2014).

Movilidades intrarrurales de mujeres entre Bolivia y Argentina

Invisibilidad, división sexual del trabajo y cargas reproductivas

La frontera entre Bolivia y Argentina se sitúa en el antiguo Tawantinsuyu, territorio que al momento de la conquista era una zona altamente integrada en términos económicos, sociales y culturales. Así, la circulación de personas en esta región precede la creación de los estados Nacionales (Courtis, Liguori y Cerrutti, 2010). La migración de bolivianos/as a la Argentina no es un fenómeno reciente. Si bien pueden observarse variaciones coyunturales, parece no existir una oleada migratoria desde Bolivia hacia Argentina, sino una tendencia a la estabilización: un constante proceso de desplazamiento, asentamiento y regreso con variaciones visible a lo largo de todo el siglo XX (Pascucci, 2009). Dicha dinámica se enmarca en un extenso habitus migratorio de los sectores populares del país andino migrar hacia Argentina se ha convertido en una opción siempre posible en las estrategias familiares (Mallimaci, 2012:203).

Múltiples investigaciones informan la participación histórica de migrantes originarios/as de Bolivia que acompañaron la expansión de las economías regionales a partir de 1950 y contribuyeron con creces al desarrollo de la horticultura y los cultivos de vid, azúcar, yerba mate y tabaco (Balán, 1976, Giarracca, Bidaseca y Mariotti, 2001, Benencia, 2005, Pizarro y Trpin, 2010, Aguilera y Aparicio, 2011, Bendini, Radonich y Steimbreger, 2012, Moreno y Torres, 2013 y Quaranta, 2015). Aunque acontecieron fluctuaciones y cambios en las dinámicas de desplazamiento, desde sus primeras expresiones mantuvieron una presencia ininterrumpida hasta la actualidad.

De acuerdo con Moreno (2017) en las primeras décadas del siglo XX las/os bolivianos/as fueron atraídos/as por la demanda de mano de obra para la cosecha de caña de azúcar en el noroeste argentino. La crisis económica de la pequeña producción campesina en Bolivia durante la década del ochenta incrementó estos flujos, que para los noventa se intensificaron de la mano de la política de convertibilidad en Argentina. Al comenzar el siglo XXI estas movilidades no disminuyeron, sino que se modificaron sus patrones circulación, se diversificaron sus recorridos y se propiciaron procesos de asentamiento (Moreno, 2017). De la mano de esta prolongación temporal se produjo una segmentación del mercado de trabajo, la conformación de nichos ocupacionales étnicos y la asignación de los/as migrantes a los escalones más bajos de las jerarquías laborales en áreas rurales (Trpin y Pizarro, 2017).

Nos interesa puntualizar que la presencia de mujeres en estas formas de movilidad y su inserción laboral ha permanecido velada para gran parte de los estudios rurales y migratorios, oculta detrás de la figura del trabajo familiar en la agricultura y de la imagen del jefe de familia emprendedor de la migración (Trpin y Brouchoud, 2014). Esto puede vincularse, entre otros aspectos, con las deficiencias de los relevamientos estadísticos para captar la presencia de mujeres migrantes en el trabajo agrario.

Durante muchas décadas, la visión estereotipada de la agricultura consideró que la división del trabajo en los hogares rurales se basaba en un varón, estimado como el agricultor principal o el jefe de la cuadrilla de trabajo familiar, y su esposa e hijos/as, representados como ayudantes. Esta visión fue perpetuada en la construcción de estadísticas y sirvió de sustento a distintas investigaciones (Deere y León, 1998). Por la subsistencia de tales sesgos, es habitual que los datos censales muestren una baja participación de las mujeres en actividades agrícolas, lo que no es tanto un reflejo de la realidad del campo, sino un subregistro estadístico del trabajo agrario -invisible y no remunerado- realizado por productoras y trabajadoras rurales (Ferro, 2007; Ejarque, 2016). En particular, la medición del trabajo agrario en Argentina presenta falencias provenientes de los censos agropecuarios, que no recogen información precisa para relevar las características del trabajo agrario de las mujeres por las dificultades que presenta captar el trabajo estacional en el que ellas son mayoría (Aparicio, 2012).

En lo que hace específicamente a la participación de migrantes en la agricultura, ponderar su magnitud también afronta dificultades de captación por parte de los relevamientos existentes. Las migraciones que se vinculan al trabajo estacional rural resultan un movimiento poblacional cuya identificación en términos estadísticos es particularmente compleja, en buena medida, por la rápida variabilidad en las condiciones de empleo y residencia que presentan estos/as trabajadores/as, como también por sus frecuentes desplazamientos territoriales (Rau, 2009; Moreno y Torres, 2013).

Pese a lo dicho hasta aquí, algunos datos estadísticos e investigaciones previas sobre migraciones y trabajo agrícola nos permiten dudar de la constante preeminencia masculina en las migraciones intrarrurales desde Bolivia hacia Argentina.

Un primer asunto por considerar es que, al igual que en el resto de la Región, en el agro argentino también acontecieron procesos de feminización. Aunque se considera menos notoria que en otras zonas de América Latina, distintas investigaciones reconocen un aumento de la participación de mujeres en las labores asalariadas del campo. Especialmente en el empaque de cultivos no tradicionales como frutas y hortalizas de exportación, en distintos momentos de la producción de tabaco, en la producción de cítricos, en la vitivinicultura y en los cultivos de arándano (Giarraca, 1993, Bendini y Bonaccorsi, 1997, Miranda, 1999; Teubal, 2001, Benencia y Quaranta, 2002, Biaggi, Canevari y Tasso, 2007, Vazquez Laba, 2009, Neiman, 2010 y Aparicio, 2012). Además, al analizar datos aportados por los Censos Nacionales de Población y Vivienda encontramos algunas evidencias relevantes: la inserción laboral femenina en trabajos agropecuarios se incrementó en un 158% entre 2001 y 2010, porcentaje contrastante con el 10% de incremento de varones ocupados en el sector para el mismo período.

Otro aspecto para tener en cuenta es que desde 1960 las migraciones limítrofes hacia Argentina modificaron su patrón de masculinidad para comenzar a integrarse por una proporción mayor de mujeres. El temprano predominio femenino se profundizó en los últimos veinte años, cuando los contingentes más importantes en términos numéricos (Paraguay y Bolivia) exhibieron un aumento del índice de feminidad (Courtis y Pacecca, 2010). En el caso de Bolivia, la información disponible en los censos realizados entre 1980 y 2010 indica que el índice de feminidad de esta corriente migratoria aumentó con intensidad, pasando de ser una población masculinizada para llegar a la paridad entre varones y mujeres: de 79,9 mujeres cada 100 varones en 1980, el índice de feminidad trepó a 101,33 en 2010 (Lipszyc y Zurutuza, 2010).

Finalmente, existen estudios que señalan un aumento de la participación de mujeres migrantes entre las/os trabajadores/as del sector agrario desde finales del siglo XX (Bendini, Pescio, y Palomares, 1995, Trpin y Brouchoud, 2014 y Moreno y Martínez Espínola, 2017). A su vez, el Censo Nacional de 2001 señaló que un 13% de las mujeres bolivianas residentes en Argentina se encontraba ocupada en la agricultura, porcentaje superior al 2% de mujeres nativas insertas en esta actividad.

Si bien no resultan concluyentes, los datos expuestos trazan algunas pistas sobre una presencia relevante de migrantes bolivianas en tareas agrícolas. A su vez nos permiten interrogarnos por la extensa historia de invisibilidad de estas trabajadoras en los estudios rurales argentinos. Pese a la escasa atención que se les ha prestado, disponemos de trabajos recientes que aportan información cualitativa sobre su participación en el agro nacional. La relevancia de estos estudios radica en que analizan de forma conjunta las labores productivas/remuneradas de las mujeres y su lugar en la reproducción social. Desde este encuadre analítico, además, es posible identificar los procesos sociales que subyacen a la invisibilización de las mujeres bolivianas en las migraciones laborales agrícolas.

En la provincia de Jujuy, Vanesa Vázquez Laba (2008) indaga en la inserción laboral de mujeres en la producción tabacalera, actividad que convoca importantes contingentes de migrantes bolivianas/os. Destaca que la figura del patrón y la cultura del patronazgo imperante en la provincia, basada en las ideas de masculinidad y poder, se consolida como un sistema político y económico que repercute en el estado social de las mujeres. El patrón que gobierna la finca, y con ello a las familias que allí trabajan, es quien otorga y quita el trabajo y la vivienda. También es quien organiza la distribución de empleo entre varones y mujeres, en general, empleando únicamente al padre o marido y utilizando la mano de obra familiar (niños/as y mujeres) sin brindarles salario. En esta organización las mujeres afrontan una cadena de sumisiones: en el trabajo, se encuentran supeditadas a sus maridos y explotadas por sus patrones y, en el hogar, se hallan sujetas también a sus padres o maridos a través de las obligaciones domésticas. En suma, la escasa visibilidad de las migrantes como participantes de este sector productivo se vincula con la subordinación de su trabajo al “jefe” de familia, en el marco de relaciones familiares y laborales patriarcales que ocultan sus labores y contribuciones económicas (Vazquez Laba, 2008).

En Río Negro, una investigación aborda los trabajos de las mujeres migrantes que integran familias de pequeños/as productores/as hortícolas. Las investigadoras analizan los distintos espacios laborales de las migrantes (ferias o chacras) y señalan que las desigualdades de género forman parte de la propia construcción espacial del ámbito laboral. De ese modo, hombres y mujeres valoran, acceden, se apropian y construyen los espacios de formas diferentes. La menor valoración atribuida a las tareas realizadas por las mujeres (calificadas como livianas) se vincula con su inserción en labores inestables, pobremente remuneradas o sin remuneración (Trpin y Brouchoud, 2014).

Un análisis comparativo de la participación de mujeres migrantes e indígenas en la forestación, horticultura y fruticultura documenta la presencia de migrantes bolivianos/as en la horticultura del Valle Medio de Río Negro desde las últimas décadas del siglo XX (Trpin, Rodríguez, y Brouchoud, 2016). Las autoras hallaron que las chacras hortícolas constituyen un espacio que se estructura en función del género y que la escala de producción es uno de los elementos que permiten definir/delimitar cuál es el espacio y las actividades que le corresponden a varones y a mujeres. Las mujeres bolivianas son quienes sostienen, junto a sus hijos/as, las producciones de frutas y hortalizas destinadas al consumo en fresco (familiar) y a la venta en ferias, actividad que suele realizarse en extensiones de no más de cinco hectáreas; mientras que los varones manejan los emprendimientos de gran escala vinculados con la agroindustria de exportación. Estos emprendimientos de mayor tamaño resultan la cara visible (y masculina) del cinturón verde argentino.

Un estudio enfocado en las trayectorias migratorias analiza las particularidades que asumen los desplazamientos de mujeres bolivianas en torno de la agricultura en Córdoba y Mendoza (Pizarro y Moreno, 2015). Las investigadoras señalan que, si bien muchas mujeres integran estrategias de movilidad familiar, ellas construyen proyectos propios y cursos de acción autónomos, elaborando planes y tomando decisiones. Ponderan la importancia de redes familiares y de amigos/as en las estrategias migratorias, entramados en los que las mujeres desempeñan papeles principales y que las distancian de los estereotipos patriarcales las ubican como sujetos pasivos confinadas a la esfera de la domesticidad (Pizarro y Moreno, 2015).

Finalmente, una investigación desarrollada en Mendoza señala que los itinerarios migratorios de mujeres bolivianas que se mueven por el agro de Argentina no son delimitados únicamente por la demanda de empleo, sino también por el trabajo de cuidados. En sus recorridos intervienen como elementos estructurantes que posibilitan o restringen la movilidad las distintas formas de gestionar y transferir el cuidado de unas mujeres a otras, organizadas mediante complejas tramas de apoyo. En general, se trata de un aporte realizado por otras migrantes o mujeres que se quedan, quienes brindan trabajo no remunerado de cuidados, especialmente para los/as hijos/as de quienes emigran. De este modo, las actividades de cuidados en el origen, durante la circulación o en el destino migratorio resultan una dimensión decisiva en la organización del recorrido. Sin embargo, la poca atención que hasta el momento concitan las labores reproductivas en los estudios migratorios y rurales argentinos permitiría explicar, al menos parcialmente, la poca visibilidad de las mujeres migrantes y sus trayectorias (Linardelli, 2019).

Los estudios hasta aquí analizados, aunque más recientes y menos numerosos que las investigaciones abocadas a los trabajadores migrantes, permiten comenzar a subsanar una vacancia temática en el campo de las migraciones intrarrurales. No obstante, a nivel nacional aún no se dispone de investigaciones de mayor escala, comparativas, ni de datos agregados que permitan conocer con mayor profundidad las características de los recorridos migratorios de las mujeres por el agro, el funcionamiento articulado de la segmentación sexual y étnica de los mercados de trabajo y los aportes sustanciales que estas trabajadoras realizan a la producción y reproducción social.

Conclusiones

En este artículo nos enfocamos en las movilidades intrarregionales e intrarrurales de mujeres por cuanto resultan movimientos que registran una extensa temporalidad y un reciente dinamismo, pero que despiertan menor atención por parte de los estudios migratorios y rurales. Desde una perspectiva teórica feminista, que analiza las movilidades a partir de la vinculación entre flujos laborales y actividades de reproducción social, construimos un estado de la cuestión de las movilidades de mujeres por los territorios agrícolas de América Latina. Pusimos especial atención a los flujos entre Bolivia y Argentina y los identificamos como un ejemplo notable del subregistro estadístico y la menor atención dada por las investigaciones a las mujeres que participan de estos movimientos.

La revisión realizada nos indica que las migraciones internas de América Latina resultan movimientos complejos en los cuales desde mediados del siglo XX participaron progresivamente las mujeres, quienes al finalizar la primera década del siglo XXI constituyen una mayoría en los principales flujos. Su presencia en estos recorridos difícilmente pueda ser catalogada como un fenómeno novedoso, en tanto resulta palpable desde los años setenta el descenso de los índices de masculinidad. La investigación cualitativa disponible indica que la temprana feminización cuantitativa de estos flujos no necesariamente supone que en todos los grupos nacionales las mujeres asuman el rol de primer eslabón de la cadena o que se movilicen solas, por cuanto en algunos de ellos -como es de las personas provenientes de Bolivia- el patrón migratorio predominante sigue siendo familiar.

En el caso específico de las migraciones intrarrurales, los antecedentes analizados permiten concluir que la presencia de mujeres migrantes en el trabajo agrícola regional sufrió transformaciones de la mano de los procesos de reestructuración productiva y reproductiva vividos en el mundo rural latinoamericano desde los años setenta. Ellas comenzaron a ser convocadas de manera creciente para insertarse en la producción de cultivos de exportación, como una mano de obra pasible de ser explotada con mayor facilidad. Sin embargo, las campesinas de la Región también se volcaron a estas movilidades por razones vinculadas con la organización de la reproducción en sus lugares de origen. Su movilidad resultó una estrategia que garantizaba el flujo de remesas a los hogares, les permitía sortear el escaso acceso a la tierra y establecer nuevas relaciones sociales para atenuar la violencia patriarcal en sus hogares y el control familiar de su comportamiento. Los estudios reseñados evidencian, además, que la constante incorporación de mujeres campesinas al empleo asalariado y a los procesos de movilidad, por cuanto no se acompañó de políticas públicas que alienten la distribución equitativa de las labores reproductivas, no acabó con las desigualdades sexo-genéricas, sino que las transformó. Se profundizaron las brechas en las condiciones en que se brinda y se reciben cuidados de acuerdo con la posición social, el lugar de residencia, el estatus migratorio y los recursos económicos de los hogares.

A nivel nacional analizamos datos cuantitativos y estudios previos que sugieren el subregistro de la participación de mujeres bolivianas en la agricultura nacional. Por una parte, la fuente estadística muestra el aumento de los índices de feminidad en los flujos migratorios desde Bolivia, el rápido crecimiento de la participación de mujeres en las tareas asalariadas del campo y la elevada inserción ocupacional de las migrantes bolivianas en la agricultura (en contraste con las mujeres nativas), datos que nos permiten dudar de la supuesta preeminencia masculina en estas movilidades.

Por otra parte, los escasos estudios disponibles a nivel nacional brindan algunas claves explicativas sobre la invisibilización de estas trabajadoras. La división sexual del trabajo condiciona las oportunidades laborales y migratorias de las mujeres, las destinada a los puestos peor remunerados, más inestables y carentes de protección social. Esta posición y su consideración como ayudantes del agricultor principal opaca sus aportes e incluso su presencia en los predios, chacras y fincas de distintas provincias argentinas. El escaso reconocimiento de las trabajadoras contrasta con las características de sus trayectorias migratorias, en las que siguen cursos de acción autónomos y se distancian del estereotipo de acompañantes. Las investigaciones destacan, además, sus contribuciones a las redes migratorias y los cuidados, como aportes que resultan fundamentales al sostenimiento de estas movilidades colectivas.

Las investigaciones disponibles hasta el momento sobre migraciones intrarrurales de mujeres por América Latina y Argentina resultan consistentes con dos supuestos sostenidos por los estudios migratorios feministas: primero, que no existe un sistema de producción que opere separado de las formas de reproducción; segundo, que existen complejas des/rearticulaciones de las esferas de la producción y de la reproducción de la vida social en el marco de las migraciones. Considerar estas esferas y sus articulaciones permite visibilizar y poner en valor los decisivos aportes realizados por las mujeres migrantes a la producción y la reproducción social.

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1 El tema cobró relevancia desde inicios de este siglo, cuando distintas investigadoras comenzaron a indagar la relación entre el crecimiento de las migraciones de mujeres, las recurrentes crisis económicas y sociales de los países de origen de las migrantes y la crisis de los cuidados en los países del Norte global (Herrera, 2012). Surgieron términos como cadenas globales de cuidados, transferencia transnacional del trabajo reproductivo y globalización de la reproducción (Hochschild, 2001, Salazar Parreñas, 2001 y Benería, 2007). Estas nociones, con diferencias, advirtieron sobre la conformación de un nuevo mercado transnacional que ofrecía labores domésticas y de cuidado especialmente a mujeres racializadas y migrantes.