Intersecciones entre migración, clase, género y generación

Las estrategias de movilidad social de mujeres migrantes en el Gran Buenos Aires

Intersections between migration, class, gender and generation

The social mobility strategies of migrant women in Gran Buenos Aires

Natalia Gavazzo | ORCID: orcid.org/0000-0002-1553-5433

navegazzo@yahoo.com

CONICET

 

Débora Gerbaudo Suárez | ORCID: orcid.org/0000-0002-8090-2279

dgerbaudosuarez@unsam.edu.ar 

CONICET

 

Sofía Espul | ORCID: orcid.org/0000-0002-8196-1975

sofia.espul@gmail.com

UNSAM

 

Yésica Morales | ORCID: orcid.org/0000-0002-5738-9219

yesicasolangemorales@gmail.com  

UNSAM

 

Argentina

 

Recibido: 31/05/2020

Aceptado: 06/07/2020

Resumen

Este artículo parte de un trabajo de campo etnográfico con familias migrantes en un contexto de segregación urbana, degradación medioambiental y vulnerabilidad social como el Área Reconquista en el noroeste del Gran Buenos Aires. Busca analizar interseccionalmente las dimensiones de origen migratorio clase, género y generación a partir de testimonios de mujeres migrantes -internas e internacionales- para dar cuenta de los complejos modos de estratificación y producción social de la desigualdad y la movilidad social en el territorio. Enfocando en la heterogeneidad de experiencias y de recursos movilizados, se pretende comprender los modos en que desarrollan estrategias individuales y comunitarias para adaptarse al entorno y lograr un ansiado ascenso socioeconómico. El objetivo es mostrar que la movilidad social y los sentidos de clase se construyen también a partir de capitales extra económicos de los que las mujeres se apropian y utilizan para mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias.

 

Palabras clave: Migración, Movilidad Social, Clase, Género, Generación.

Abstract

This article is part of an ethnographic fieldwork with migrant families in a context of urban segregation, environmental degradation and social vulnerability such as the Reconquista Area in northwestern Greater Buenos Aires. It seeks to analyze intersectionally the dimensions of migration origin class, gender and generation from the testimonies of migrant women -internal and international- to account for the complex modes of stratification and social production of inequality and social mobility in the territory. Focusing on the heterogeneity of experiences and resources mobilized, it is intended to understand the ways in which they develop individual and commu­nity strategies to adapt to the environment and achieve a long-awaited upward social mobility. The objective is to show that social mobility and class senses are also built from extra-economic capitals that women appropriate and use to improve their living conditions and those of their families.

 

Key words: Migration, Social Mobility, Class, Gender, Generation.

Introducción

La migración suele constituir una estrategia de movilidad social ascendente en tanto la mayoría de los y las migrantes se desplazan en búsqueda de mejores horizontes laborales. De ese modo, constituyen hoy la fuerza de trabajo base tanto de las economías de los países desarrollados como de aquellos “en vías de desarrollo” como Argentina. Particularmente el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) ha sido uno de los centros de atracción de trabajadores/as migrantes, tanto internos como de países de la región, lo que ha marcado el acelerado ritmo de su crecimiento. Sin embargo, la incorporación de migrantes al mercado laboral local implica conflictos no sólo por ser culpabilizados de problemas como el desempleo, sino porque los nichos laborales en los que se insertan presentan altas tasas de precariedad e informalidad. Frente a eso, las redes sociales, familiares y residenciales son las que fundamentan las expectativas de ascenso social para las familias migrantes de barrios populares del Gran Buenos Aires.

En este sentido, proponemos aquí una visión de la movilidad social que permita observar el vínculo entre las relaciones sociales productivas o económicas con otras fundadas en términos no económicos, como la esfera de la reproducción doméstica y comunitaria en las poblaciones migrantes. Realizaremos un análisis interseccional de las variables de origen migratorio, género, generación y clase para comprender las múltiples desigualdades que enfrentan las mujeres migrantes de una zona específica del Gran Buenos Aires (GBA) a la que podemos considerar segregada, con alta degradación ambiental y vulnerabilidad social: el Área Reconquista (AR en adelante). Nos preguntamos cómo la clase social se intersecta con otras categorías configurando desigualdades que condicionan las posibilidades de movilidad social ascendente de las migrantes en este contexto; a la vez que indagamos sobre sus percepciones sobre la estratificación social en el territorio y las estrategias que despliegan para superar dichas desigualdades.

Para responder, examinaremos testimonios provenientes de entrevistas biográficas realizadas en 2019 con mujeres migrantes (internas e internacionales) en el AR1, para identificar el entramado de condiciones de posibilidad, recursos movilizados y experiencias de las familias migrantes que envuelven procesos de ascenso y descenso socioeconómico y simbólico. En primer lugar, recuperaremos abordajes teóricos sobre las migraciones, la clase y la movilidad social. A la vez, destacaremos otros que abordan interseccionalmente las relaciones de género y gene­ra­cionales en las migraciones. En el segundo, presentamos una descripción socioambiental del AR con las historias de tres de sus barrios y de algunas mujeres migrantes que los habitan. En una tercera parte, desarrollamos primero un análisis interseccional de las relaciones entre clase y género en el trabajo de cuidados que realizan las mujeres migrantes. Luego abordamos la intersección entre clase y generación en las trayectorias migratorias, educativas y de llegada al barrio de sus familias. En las conclusiones propondremos que las migraciones constituyen un eje fundamental para estudiar las desigualdades y que las mismas se hacen visibles mediante una interseccionalidad que muestre el sistema complejo de estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas (Crenshaw, 1991:359).

Apuntes conceptuales y perspectivas teóricas

Partimos de que las migraciones son escenarios privilegiados para analizar las desigualdades de clase, ya que son los sujetos en tránsito quienes engrosan las clases trabajadoras donde las oportunidades laborales los atraen, sobre todo en las ciudades. Las desigualdades de clase entre migrantes y nativos, o entre grupos de migrantes, se comprendieron frecuentemente desde un punto de vista economicista, desde el cual la apropiación asimétrica de capitales es determinante de las trayectorias personales y colectivas de dichas poblaciones (Portes, 1997 y Sassen, 2004). Así, los estudios migratorios abordaron las desigualdades en el acceso al mercado laboral y la constitución de enclaves étnicos (Maguid, 1995, Benencia, 2009 y Cerruti, 2009) así como también, en la participación económica en origen y destino (Martinez Pizarro, 2003 e Hinojosa, 2009). De tal modo, afirman que los motivos de la emigración (también llamados factores de expulsión/atracción) son generalmente económicos. Además, demuestran que la mano de obra migrante es altamente explotada y precarizada, ocupando los espacios de la producción menos calificados y mal pagos de la estructura económica del lugar en que reside. No obstante, la expectativa de ascenso social que promete la migración se canaliza, vía descendencia, considerando aquellos padres y madres que invierten en la educación y manutención de sus hijos/as esperando un futuro éxito económico (Pedreño, 2010 y Dalle, 2013).

Por otra parte, también se destacó la importancia de la variable cultural de las migraciones que han focalizado sobre la construcción social de comunidades, prácticas y representaciones como determinantes de las condiciones de vida material (Bourdieu, 1990, Brettell y Hollifield, 2000 y Sayad, 2010). Estudios sobre identidades o identificaciones, festividades y encuentros artísticos, organizaciones y participación política demostraron la intersección de lo económico con lo social, cultural y político en diversos contextos (Grimson, 1999, Halpern, 2006, Caggiano, 2008, Gavazzo, 2012 y Canelo, 2013).

De este modo, la pertenencia de clase de los y las migrantes excede lo meramente material y se extiende a otras dimensiones que involucran la articulación de capitales sociales, simbólicos y culturales para lidiar con las desigualdades. En este proceso, es clave la incorporación de un habitus de clase que distingue a unos grupos de otros (Bourdieu, 1990). Asimismo, esa distinción habilita la creación de fronteras entre un nosotros y los otros que no sólo marca pertenencia sino también exclusión y relaciones de poder entre los grupos (Elias y Scotson, 1994). Así, la desigualdad no puede ser vista separada de la diferencia. Cuando la pobreza supone exclusión no sólo de bienes económicos, sino también de bienes simbólicos valorados, la discriminación desalienta, descalifica y reduce la voluntad de utilizar canales para el ascenso económico y social (Margulis, 1999: 38).

En ese sentido, el migrante de clase baja es percibido sobre todo en las ciudades como un otro muy diferente en términos de la idiosincrasia local (no deseado), y por ende discriminado, estigmatizado, explotado y negado de sus derechos. La alteridad del ser migrante no es entonces sólo una marca de distancia cultural sino una propia justificación de su exclusión socioeconómica. Esta articulación de diferencia y desigualdad hace que el estigma de ser otro y pobre se traspase generacionalmente en las familias (heredando estigmas y carencias de padres y abuelos migrantes). Sin embargo, también implica que se reelabore y reinvente este estigma, en cada momento histórico específico, a partir de diversas estrategias de movilidad social.

En la actualidad, las migraciones se generalizaron a tal punto que la composición social, étnica, de género y generacional de quienes migran se torna cada vez más heterogénea. El enfoque interseccional aporta perspectivas alternativas para entender las complejas dinámicas de las relaciones de poder. Los estudios feministas poscoloniales focalizaron en la opresión de las mujeres desde la intersección de raza, clase, género y sexualidad demostrando que múltiples afiliaciones e identidades se articulan en cada caso produciendo distintos mecanismos de desigualdad (Lugones, 2008). Este enfoque transversal del género visibiliza los sistemas interrelacionados de dominación de manera contextual y práctica, por ejemplo, en las experiencias de mujeres migrantes racializadas en Europa (Vazquez Laba et al., 2012). Así, algunos estudios señalan la predominancia de miradas androcéntricas y economicistas, situadas sobre todo desde el Norte hacia el Sur global, que dificultan comprender las desi­gualdades de género en las migraciones (Rosas, 2018). Asimismo, destacan que muchas veces se asimiló el género a las mujeres dejando de lado que es una categoría relacional (Tapia, 2010) sobre todo en el contexto latinoamericano de feminización de las migraciones donde se hace necesario vincular las distintas movilidades internas e internacionales para comprender el fenómeno (Herrera, 2012). Este proceso no sólo implica el ingreso masivo de mujeres al mercado laboral sino también su rol como protagonistas en los proyectos migratorios (Domenech y Magliano, 2009 y Mallimaci, 2012).

El foco en el trabajo femenino otorgó un rol destacado a las mujeres migrantes en el ámbito productivo y asalariado (y por ende fuera del hogar) demostrando que el empleo doméstico es un nicho específico de las migrantes (Courtis y Pacecca, 2010 y Sanchis y Rodriguez, 2011). También permitió comprender el rol de las mujeres en el ámbito reproductivo (dentro del hogar) cuestionando estereotipos, roles de género y lugares comunes de sumisión de las migrantes, tanto en los países de origen como de destino (Guizardi et al., 2018). No obstante, estos análisis enfatizan la centralidad del empleo doméstico y las cadenas globales de cuidado, dejando de lado otras actividades que involucran el cuidado de la salud, del medioambiente o de la comunidad (Rosas, 2018:10).

Al respecto, nos resulta fructífero dialogar con aquellos que consideran el rol de las mujeres migrantes en el trabajo de cuidados comunitarios. Así, Magliano (2018) da cuenta del doble peso que recae sobre mujeres migrantes en barrios po­pu­lares, quienes no sólo realizan actividades domésticas y de cuidado de sus familias, sino que también, muchas veces, organizan comedores comunitarios proveyendo cuidados a otras perso­nas en el barrio. El estudio demuestra, desde una perspectiva interseccional, las desigualdades de género entre varones y mujeres, pero también entre las propias mujeres a partir del trabajo comunitario.

Por último, para abordar el análisis interseccional nos basamos también en un enfoque generacional que permite comprender a las migraciones desde tres dimensiones (Kropff, 2009 y Gavazzo, 2012). Una dimensión sociopolítica que sitúe a las migrantes en torno a experiencias compartidas de llegada al país y a los barrios del AR. Otra dimensión genealógica, considerando las expectativas de las madres con respecto al futuro de sus hijas/os como protagonistas del ascenso social. A la vez, contemplamos la dimensión etaria desde la visión de las/os jóvenes en relación a la generación que las/os precede.

Al respecto, dialogamos con estudios que dan cuenta de procesos de movilidad social entre las distintas generaciones de migrantes en los tres sentidos mencionados. Algunos demuestran que las familias apuestan a la carrera escolar de sus hijas/os para superar el estigma de la condición de migrante desarrollando diversos patrones de adaptación en el proceso (Portes y Zhou, 1992 y Pedreño, 2005). En el marco de una mirada adultocéntrica que recarga las expectativas de movilidad en las nuevas generaciones y los obliga a obedecer mandatos, analizaremos entonces las tensiones y desigualdades que se dan entre las generaciones en las familias migrantes en torno al rol que cumplen en las estrategias de ascenso. Esto implica examinar los dilemas intergenera­cionales que deben atravesar y que generan tensiones, disputas y también alianzas entre las madres/padres migrantes y sus hijas/os (Foner, 2009, Pedone, 2010 y Gavazzo, 2012).

En síntesis, retomaremos estos aportes para visibilizar las múltiples vulnerabilidades frente a las cuales las mujeres migrantes desarrollan estrategias de movilidad social en una zona específica del Gran Buenos Aires.

La migración en el Área Reconquista: mujeres y territorio

El AR se ubica en el primer cordón del GBA. Comprende un conglomerado de unos quince barrios, entre villas y asentamientos2, creados en los alrededores de la cuenca del río Reconquista a la altura del Partido de General San Martín, tal como se indica en el siguiente mapa.

 

 

 

 

Figura 1. Área Reconquista en el Partido de San Martín

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Fuente: elaboración propia, equipo LabUra, IDRC-UNSAM.

 

Figura 2. Barrios seleccionados en el Área Reconquista

MAPA 

Fuente: elaboración propia, equipo LabUra, IDRC-UNSAM.

Allí viven poblaciones en condiciones de extrema pobreza donde la inadecuada provisión de servicios básicos agrava aún más la exposición a la alta degradación ambiental, dos problemáti­cas que se refuerzan mutuamente (Besana et al., 2015). Los sectores empobrecidos se ven obligados a establecerse en tierras con poco o nulo valor comercial, en áreas inundables y contaminadas debido a derrames industriales, descargas cloacales y basurales a cielo abierto en la zona (Curutchet et al., 2012).

La mayoría de sus habitantes -más de 100.000 personas- participaron de ocupaciones clandestinas de tierras o compraron el lote a un vecino/a o familiar. A partir del relleno y la elevación del suelo construyeron sus viviendas y urbanizaron de manera informal el territorio. De este modo, se trata de un área segregada espacialmente por una frontera material y simbólica que tiende a aislarla del resto de la trama urbana en el municipio. Pero, a la vez, la territorialidad de las prácticas de sus habitantes implica diversas movilidades dentro y fuera del espacio barrial para mitigar la exclusión (Segura, 2009). 

Dentro de estas movilidades, destacamos aquellas que implicaron el cruce de fronteras nacionales y provinciales dando origen a muchos de sus barrios. La población migrante del AR en su mayoría proviene de países limítrofes como Paraguay, Bolivia y Perú; pero hay también migrantes internos/as del litoral y el norte argentino (principalmente de Chaco, Formosa y Misiones) que llegaron sobre todo en la década de los 80 debido a una serie de inundaciones. Dichas migraciones son en gran parte de origen rural, coinciden con un período de agotamiento de los recursos del campo, con un cambio en el modelo agroproductivo que se ve afectado por variaciones en las lógicas de mercado, así como también por cuestiones climáticas que llevan a grandes pérdidas económicas y a un empobrecimiento del sector.

Al migrar hacia Buenos Aires, las mujeres trabajan en la informalidad sobre todo en los usuales nichos laborales disponibles como el cuidado de niños y ancianos y/o el empleo doméstico remunerado. Pero además una característica del AR es que también complementan sus ingresos con otras actividades económicas dentro de la economía social, así generan diversas estrategias de sostenibilidad de la vida en el marco de redes colectivas (Gago, 2014). Tal es el caso de la inserción laboral en las múltiples cooperativas sociales del territorio, ya sea en torno al reciclado y procesamiento de residuos sólidos urbanos o bien en la limpieza de arroyos y manutención de cloacas y redes de agua potable (Cross, 2010, Roig, 2015 y Besana, 2016). Asimismo, encontramos que entre la población migrante el reciclado de basura y la provisión de cuidados son dos nichos laborales en los que las mujeres desarrollan estrategias para paliar los efectos negativos de la degradación ambiental en la zona (Gavazzo y Nejam­kis, 2019). 

El panorama descrito hasta ahora enmarca las historias de las mujeres que conocimos en la investigación. Entre marzo y diciembre de 2019 realizamos observación participante con mujeres migrantes en sus organizaciones comunitarias (comedores, asociaciones y centros culturales), así como también actividades de transferencia con ellas en la universidad (talleres y festivales). Además, nos compartieron sus historias de vida a través de una serie de entrevistas abiertas, individuales y grupales, con distintos miembros de las familias en sus hogares. A continuación, presentamos los tres barrios seleccionados y a las mujeres que los habitan.

El Barrio Sarmiento se formó en 1960 aproximadamente. Allí convivieron nativos/as con una migración europea de los años 30, cuyos descendientes lograron afianzarse al otro lado de la plaza principal que atraviesa el barrio (Plaza de la Soberanía Nacional) y que configura para nuestras interlocutoras el afuera de la villa. Allí viven familias italianas, predomina el asfalto y los vecinos poseen trabajos formales. Ahí vive Juana, argentina de 53 años e hija de migrantes provenientes de Potosí, Bolivia. Juana logró independizarse y llegó al barrio Sarmiento con su pareja en los 80. Esa zona aún no estaba del todo urbanizada, pero con el tiempo construyeron su casa y tuvieron dos hijas/os, una de las cuales estudia en la UNSAM. Por otra parte, Cecilia tiene 34 años y nació Paraguay. A sus 20, su tío le consiguió trabajo como empleada doméstica cama adentro en el GBA. Al poco tiempo conoció a su marido, también paraguayo y trabajador en la construcción, con quien alquiló un cuarto en una pensión. Allí a principios del 2000 se produjo una toma colectiva de tierras donde Cecilia y su pareja vieron la oportunidad de tener una casa propia. Dicho espacio sufrió grandes transformaciones por la cantidad de familias que lo fueron urbanizando. Hoy trabaja en un jardín de infantes comunitario que asiste a familias del barrio y se dedica a la crianza de sus 5 hijos.

La Carcova comenzó a habitarse a finales de 1970 y se fue poblando lentamente. Esta zona fue un basural, sus habitantes se dedican hoy al reciclaje y a trabajos pertenecientes al sector informal. Allí vive Raquel, argentina de 43 años, es hija de migrantes y, a la vez, migrante interna. Sus padres son de Paraguay, llegaron primero a Formosa y luego se instalaron en Chaco donde nació y se crió junto a 11 hermana/os. Con uno de ellos, vino a Buenos Aires de pequeña pero luego regresó a Formosa. En su adolescencia volvió para trabajar de empleada doméstica cama adentro y se instaló con su cuñada en La Carcova a principios de 1990. Allí conoció a su marido formoseño con quien vivió en una casilla muy precaria donde nacieron Mariela (24) y Nicolás (26), sus hijas/os. Una década después logró mudarse con su familia fuera de la villa al fin accediendo a una casa propia. Ella terminó la escuela y se inscribió en la Universidad Nacional de San Martín, donde también estudian sus hijas/os. Además, participa del taller de escritura de la biblioteca popular del barrio donde la conocimos.

Por último, Costa Esperanza surgió de una toma colectiva de tierras en 1999 y se pobló aceleradamente con la llegada de migrantes limítrofes, sobre todo de Paraguay. Como Graciela que tiene 54 años y vive en ese barrio. A fines de los ‘90 llegó sola al GBA donde trabajó y envió dinero durante años a sus hijas, al cuidado de su abuela. Al igual que Cecilia, Graciela también accedió a un terreno, loteado clandestinamente en el AR. Así pudo traer a sus hijas Celina (32) y Carla (29) a Costa Esperanza. Con el tiempo, tuvo 5 hijas más. No fue fácil abrirse camino por la complejidad del entorno medioambiental y la pobreza, pero también por ser madre soltera criando sola 7 hijas en un barrio habitado por una comunidad paraguaya con estigmas de género. Graciela y sus hijas pudieron revertir esto, hoy son referentes de un comedor comunitario y de cooperativas de la Economía Social en el barrio. Partiendo del examen de sus testimonios, buscaremos comprender el rol que han tenido estas mujeres para la creación de estrategias para la movilidad de sus familias en el AR.

 

Desigualdades interseccionales: un análisis de las estrategias

Complementariamente al aporte de la perspec­tiva de género y feminista, los estudios poscoloniales resaltaron que las oposiciones de clase y género no siempre son las principales determi­nantes de las desigualdades, sino que existen otros ejes de opresión que pueden ser percibidos como más relevantes por las mujeres según cada caso -como el de origen migratorio y generación-. Por eso, es necesario analizar los modos de opresión a nivel macrosocial, pero también las formas en las que son experimentados desde los relatos, prácticas y situacionalidades individuales, es decir “desde el territorio” en el que se enfoca. Asimismo, se deben analizar las estrategias que desarrollan las mujeres comprendiendo su agencia como la capacidad de acción que se habilita y crea en relaciones de subordinación históricamente específicas (Mahmood, 2008). Se trata de comprender entonces la agencia desde la propia perspectiva de las mujeres, teniendo en cuenta los contextos y códigos culturales en los que la acción tiene sentido para ellas. Así, frente a situaciones estructurales de desigualdad puede tratarse de una agencia que apunte a cambios progresistas y transformadores o bien aquella que busque garantizar la continuidad y estabilidad de las normas sociales.

 

 

 

Entre el género y la clase:

migrantas en acción

 

 

En este apartado analizamos cómo se evidencia el cruce entre clase social y género en los relatos biográficos de las mujeres migrantes del AR, los cuales se presentarán ordenados por sus experiencias en las tareas de cuidado. Primero con quienes las realizan dentro del hogar, como trabajo no remunerado, luego con aquellas que perciben remuneración por ello -fuera del hogar- y por último con un ejemplo de quienes realizan trabajo de cuidados comunitarios. Al hablar de este tipo de trabajos, partimos de entender, que tal como indica Rodríguez Enríquez (2017), el hecho de que sean las mujeres quienes estén a cargo de realizarlos (ya sean remunerados o no), se trata de una construcción social sustentada en las relaciones patriarcales de género, que se sostiene en valoraciones culturales reproducidas por diversos mecanismos como la educación, los contenidos de las publicidades y otras piezas de comunicación, la tradición, las prácticas domésticas cotidianas, las religiones, las instituciones.

Observemos primero el caso de Juana de Barrio Sarmiento a quien ser descendiente de migrantes de origen rural, le dio un saber sobre el manejo de plantas, el cultivo de alimentos y el cuidado del agua que los hombres desconocen o no asumen, le dio una ventaja comparativa. La estrategia de implementar el cultivo de alimentos en el contexto migratorio del AR garantizó la reducción de gastos de la reproducción de la familia. Mientras su marido se encargaba de la construcción y tenía un trabajo remunerado, ella cultivaba el alimento que consumían, a la vez que se encargaba del cuidado de los/as hijos/as. La historia de Juana, deja al descubierto la injusta distribución de las responsabilidades de cuidado, que se vincula con la naturalización de la capacidad de las mujeres para cuidar (Rodriguez Enriquez, 2017:2).

Este ejemplo da cuenta del aporte y del rol invisibilizado de la mujer en la economía familiar, cómo sus tareas no remuneradas ni valoradas en el mercado contribuyen a la construcción de la casa propia y a garantizar la reproducción familiar. Si bien, tal como indican Ferrari y Scavino (2015) el trabajo no remunerado carece de valoración, no solo económica sino social, ya que no reporta el mismo estatus ni el mismo acceso a los derechos sociales y prestaciones que la participación en el mercado laboral. La división sexo/genérica del trabajo muchas veces limita la posibilidad de las mujeres, teniendo que realizar tareas de cuidado no remuneradas en sus casas3. En el caso de Juana esta estrategia de sostenimiento de la vida familiar, le dio materialidad a su trabajo: produjo alimentos que contribuyeron a la alimentación familiar, y por ende evitaron gastar el dinero que el trabajo remunerado de su marido generaba que se destinó a la construcción del hogar. Así, su estrategia de supervivencia permitió de alguna manera dimensionar en términos materiales y económicos ese trabajo no remunerado que realiza al interior del hogar.

Asimismo, si bien las mujeres son quienes realizan las tareas de cuidado y limpieza del hogar, también colaboran en pos de mejorar las condiciones habitacionales y edilicias. Tal es el caso de Cecilia de Barrio Sarmiento, quien además de estar a cargo de las tareas de cuidado de sus hijos/as y de la casa, trabaja a la par de su marido en la construcción de la vivienda propia, este proceso implica la limpieza y el relleno del terreno. Cuenta Cecilia:

 

Yo me acuerdo cuando yo no trabajaba, y él sólo trabajaba, venía y compraba camionada de tierra, y yo venía y lo rellenaba con la pala, le eché la mano, lo que pude, como yo no trabajaba, como para que él tampoco no pague... por algo que... yo podía hacer. Y así, hasta que lo rellené casi todo yo.

 

En los relatos, los varones de la familia siempre aparecen como proveedores, son los que salen a trabajar fuera de la casa y realizan las tareas de construcción o trabajos de fuerza, pero son las mujeres quienes además de sostener el cuidado de la casa y los/as hijos/as también aportan en dichas tareas; siendo así doblemente invisibilizadas. Si bien los aportes de Juana y Cecilia generan ciertas mejoras en las condiciones materiales de vida, esta sub-utilización estructural de la fuerza de trabajo profundiza las restricciones para superar los problemas de pobreza (Rodriguez Enriquez, 2017). Son muy pocos los casos en que el trabajo no remunerado puede generar un aporte concreto y reconocido a la economía familiar y/o al bienestar material de la familia, tal como demuestran estos dos ejemplos.

Ahora bien, repasemos los vínculos entre clase y género en las historias de mujeres que ingresan al mercado laboral fuera de sus hogares. Tenemos el caso de Raquel de La Carcova, quien migró de Formosa al AR e ingresó al mercado laboral cuando tenía 15 años, como vía de escape para salir de una situación de abuso intrafamiliar. Su hermano mayor -quien la tenía a cargo en su lugar de origen luego de que sus padres murieran- abusaba de ella, y fue una de sus hermanas quien la rescató y consiguió que una familia de Buenos Aires la contrate como personal de limpieza sin retiro (o cama adentro).

En sólo este fragmento vemos cómo la violencia de género la obliga a migrar siendo una niña, con lo que podríamos considerar la violencia contra los cuerpos feminizados como un factor expulsor en el caso de las mujeres, a la par de la búsqueda de trabajo. Asimismo, es una de las mujeres de su familia quien moviliza esta escapatoria a partir de las redes con las que contaba, esto la lleva a afrontar responsabilidades y tareas para las que no tenía aún herramientas, la contratan sólo por el hecho de ser mujer. Según cuenta Raquel:

 

obviamente yo tenía 15 años me enseñaron un montón de cosas. Igual nosotros ya sabíamos cocinar, pero la limpieza no es lo mismo, allá en un patio de tierra que hiciste escoba de la escoba del monte que pasar acá cera en el piso, era muy diferente la limpieza.

 

Su clase social y también su condición de género es lo que le da el acceso a ese nicho de trabajo, tal como señalan Sanchis y Rodriguez Enriquez (2011)

 

la falta de reconocimiento social de los cuidados y la inexistencia de una responsabilidad pública y colectiva en la provisión de los mismos hace que su carga recaiga mayormente en las personas peor posicionadas en la estructura social (posicionamiento en el que influye de manera clave el género, la clase, la etnia y el país de procedencia o estatus migratorio), y por ello con menos alternativas o posibilidades de elección sobre la decisión de realizar este tipo de trabajos. (p. 10).

 

Queda en evidencia lo desigual de la OSC; la mayoría de estas mujeres se encuentran siempre del mismo lado en la cadena de cuidados, se ven imposibilitadas de pagar por esos servicios y siempre son quienes los proveen.

Esto se sostiene a lo largo de la trayectoria laboral de Raquel, ya que luego de ser madre, en el contexto de la crisis económica del 20014 decide salir a trabajar ella también -fuera de la casa-, para generar ingresos ya que solo los de su esposo no eran suficientes. Así es como ingresa a trabajar de nuevo a una casa de familia de clase media o media alta de la zona Norte del GBA, tiene al cuidado a los hijos/as de otra mujer, además de la cocina, las compras y la limpieza de otra casa; pero encuentra allí también un círculo social nuevo que le permite pensar en ciertas aspiraciones de movilidad social para ella y su familia. Según narra,

 

Esa familia es la que me hizo a mi agarrar fuerzas, porque yo era como solo mi casa mis hijos, mi marido, él era un hombre de campo, muy duro al principio, muy yo soy el hombre, nunca jamás me levantó la mano ni nada, pero él era muy... y yo no sé era muy tonta... esa fue mi familia y yo no quería desarmar nada, por todo lo que yo había pasado ¿no? Y esta familia me hizo ver que yo también tenía tanto derecho como él, porque yo también trabajaba, también me encargaba de mis hijos, yo también un montón de cosas.

 

Por un lado, el relato expone esa dimensión subjetiva y procesual de las experiencias de movilidad social que señala Dalle (2013), a la vez que habla de la diversidad de aspectos que entran en juego para quienes realizan trabajos de cuidado. Se generan, “contradictorios procesos de dependencia emotiva entre empleadora y empleada” (Herrera, 2012:41), eso queda en evidencia en la valoración que hace Raquel sobre sus patrones, a quienes hasta hoy en día considera como sus amigos y sigue en constante comunicación. El testimonio también da cuenta de cómo la estructura familiar heteropatriarcal que impone su marido condiciona su accionar, esta “dureza” del hombre de campo a la que hace alusión denota una estructura social patriarcal a la están expuestas las mujeres -en particular quienes provienen de familias con arraigo a tradiciones rurales muy conservadoras-, recordemos que el esposo de Raquel también es descendiente de paraguayos que migraron a Formosa.

Ahora bien, por un lado, podemos afirmar que los trabajos generizados limitan las opciones laborales de las mujeres a partir principalmente de la sobrecarga de las tareas a las que su supuesto rol como mujeres en el seno de familias heteropatriarcales las condena. La realización de estas actividades se resuelve en función de la capacidad económica de los hogares, reproduciendo lo que Sanchis y Rodriguez Enriquez (2011) nombran como un nexo sistémico cuidados-desigualdad-precariedad; es una fuente de tensión para las mujeres. La brecha entre ellas, que entrecruza género y clase social, llega así a ser tan contundente como la que existe entre varones y mujeres en su dedicación de tiempo al trabajo de cuidados; lo que demuestra una vez más que los mismos son la base invisible que sostiene el sistema socioeconómico capitalista vía mantenimiento de la reproducción.

Por último, observamos la inserción laboral de las mujeres en el trabajo de cuidados comunitarios (como los comedores, merenderos y consejerías, entre otros) y cómo también implica posibilidades y limitaciones para la movilidad de clase. En el caso de la familia de Graciela de Costa Esperanza, se pone en juego este otro rol que ocupan las mujeres, el de estar a cargo de los cuidados comunitarios, aquellos que menos atención han recibido, los cuidados que no se negocian en el mercado y que son realizados de forma no-remunerada o sub-remunerada (Rosas, 2018:299). El trabajo comunitario se ve reflejado por una concepción amplia de cuidado establecida por Tronto (1994, citado en Rosas, 2018), como aquellas actividades dirigidas a conservar, continuar y reparar nuestro mundo, para que podamos vivir en él lo mejor posible; considerando que ese mundo incluye nuestros cuerpos, nuestras individualidades y nuestro entorno.

Hitos como la crisis de 2001 en la que las mujeres se encontraban al frente de piquetes, ollas y cortes de ruta, muestran diferencias en las trayectorias entre aquellas que vivieron y protagonizaron eventos políticos importantes para la zona y por ende se formaron como lideresas y referentes territoriales. Cuenta una de las hijas de Graciela:

 

¡Literalmente nos cagamos de hambre en el territorio! ¡Todo el barrio! No había ni una persona que tuviera plata! Entonces mi mamá dijo “bueno, organicémonos, vos poné lo que tenés en tu heladera” y así juntábamos las migas y cocinábamos con hueso para todos! Ella puso el patio y hacíamos olla popular, después bueno, “vos te vas al mercado a buscar las cosas podridas, vos te vas a la carnicería a buscar las alitas, la carcaza” y así. Así se organizó el primer agua, primer luz, primer todo del barrio.

 

Ellas fueron de las primeras en organizar a la comunidad para sobrevivir a la crisis; ese fue el inicio del comedor comunitario que poseen hoy en día. Años más tarde, Graciela y sus hijas se incorporaron a la organización denominada CTEP5, lo que las colocó al frente de cooperativas como la de limpieza de arroyos, así como también de comedores y centros comunitarios. El protagonismo de cuidados de las mujeres en la reproducción social de las familias derivó en su protagonismo en los cuidados de la comunidad” desarrollando, en algunos casos, un liderazgo migrante (Guizardi et al., 2018:47), tal como se puede entender en la historia familiar de Graciela. De hecho, como señala Gonzales Martín (2009),

 

la incorporación a una organización puede ser significada como un espacio de desarrollo personal, y a través del cual se construyen redes de reciprocidad. Beneficios para las mujeres que no se reducen a la satisfacción de algunos bienes y servicios básicos para la familia, sino también para sí mismas, reconociéndose “mujeres”, reivindicando derechos específicos, y en tanto ciudadanas (p. 181).

 

A partir de lo dicho, retomamos la afirmación de Domenech y Magliano respecto de que a pesar de que las mujeres siempre han participado en los movimientos poblacionales, históricamente fueron desestimadas como actores sociales relevantes y concebidas como sujetos pasivos (2009:54). Frente a eso, es importante destacar que el origen migrante de los casos que expusimos inexorablemente se entrelaza y opera para determinar sus posibilidades de acceso o no a ciertas mejoras de sus condiciones socioeconómicas. Pero todas llegan al barrio mediante una red de migrantes (parientes, o vecinos/as) que facilita el acceso al mercado laboral y a la vivienda propia y que ellas activan para lograr sus objetivos.

 

 

 

Las nuevas generaciones:

entre expectativa y realidad

 

 

Tal como indica Pedone (2012), debemos atender a los efectos de la migración no sólo en las relaciones de género sino también generacionales en las familias migrantes para evaluar sus estrategias de ascenso social. En ese sentido, observaremos a continuación cómo la clase y la generación se relacionan de manera particular en las historias de las mujeres migrantes del AR y sus descendientes para ver cómo atraviesan múltiples factores de exclusión y desarrollan estrategias para el ascenso social. Como decíamos al inicio, existen diversos sentidos del concepto de generación. Aquí nos referiremos a tres de ellos para pensar las desigualdades generacionales en intersección con migración y clase: sociopolítico, genealógico, y etario (Gavazzo, 2012).

En primer lugar, si consideramos la generación desde una dimensión sociopolítica que atienda al contexto específico en que un grupo de personas se desplazan y asientan en un mismo lugar observamos desigualdades entre las mujeres en función de los distintos momentos de llegada al barrio. Juana y Cecilia, por ejemplo, forman parte de diferentes olas migratorias que ven favorecidas o dificultadas sus perspectivas de movilidad social de acuerdo a la situación general de los barrios del AR en el momento de su llegada y los capitales disponibles para la mejora en las condiciones de vida.

Juana recordaba que, al igual que sus padres, los italianos también le enseñaron a vivir del cultivo y la cría de gallinas para ahorrar dinero y acelerar la construcción de su casa. Como señala Dalle, los barrios del GBA durante aquella época de prosperidad económica (1950-1970) fueron espacios de socialización inter-clases e inter-étnicos que favorecieron una internalización de expectativas de ascenso (2013:394-395). Así, el recorrido familiar de Juana como hija de migrantes que prosperaron y la transmisión de saberes entre distintas generaciones migratorias y de llegada al barrio, le permitió comprar el terreno y construir su casa formando parte de la clase trabajadora reconocida hoy del otro lado de la frontera urbana y simbólica que separa el barrio de la villa. En esta percepción del espacio se evidencia cómo también la clase social se espacializa y tal como señala Margulis, que los espacios urbanos emiten mensajes, contienen prescripciones, prohibiciones y posibilidades de orden interactivo que son inteligibles para sus concurrentes (Margulils, 1999:38).

De esta manera, las distintas oleadas migratorias entre los recién llegados al país y/o los más antiguos/as -o pioneros/as en términos de Mallimacci- en el barrio ubican a las personas en posiciones desiguales para construirse un camino de ascenso y pertenencia simbólica a la clase en este contexto6. Tal es el caso de Cecilia, quien llegó al Barrio Sarmiento desde Paraguay junto con muchos/as de sus compatriotas desde los años 2000 en adelante y se asentaron a través de la toma de tierras, con el afán de limpiar el terreno para edificar en un área mucho más urbanizada donde ya no se cultiva. Ella y su marido se insertaron en el empleo doméstico y la construcción respectivamente, siguiendo el destino común de los nichos laborales de migrantes paraguayas/os en Buenos Aires (Bruno, 2011 y Del Águila, 2014). Aunque se trata de familias de la misma clase en términos socioeconómicos y de una zona que es considerada marginal en la trama urbana de la ciudad (barrios populares del GBA) existen diferencias sociales y simbólicas que se visibilizan al conceptualizar la clase desde las categorías nativas en el territorio. La segregación espacial interna de los barrios del AR determina desigualdades entre habitantes de diversas generaciones migratorias.

Pero también, el origen de clase y la generación se imbrican cuando pensamos esta última desde otra dimensión, la de los vínculos genealógicos en las familias migrantes. Como señalamos, uno de los motores de progreso para los padres es la aspiración de brindar un futuro mejor a sus hijas/os, lo que a su vez aseguraría una mejor calidad de vida para toda la familia. El sacrificio y el trabajo duro de una generación se traduce en facilitar una mayor estabilidad económica y posibilidades sociales para la que le sigue. Algunos sostienen que esto se logra a partir de una asimilación segmentada (Portes y Zhou, 1992) en los patrones de adaptación entre una generación y la otra. Estos patrones van de la aculturación (con inclusión en la clase media) hasta la movilidad social descendente (con incorporación a las clases bajas) y el avance económico a través de la preservación de los trazos étnicos únicos (lo que puede implicar asimismo incorporación a la clase media).

Este ascenso social vía generación genealógica se observa en los relatos de las mujeres donde con frecuencia emergen las expectativas educativas para con sus hijas/os. Por ejemplo, a pesar de las dificultades sociales y económicas de la familia, Graciela, una madre que apenas pudo terminar el colegio primario en Paraguay, siempre tuvo la expectativa que, al traer a sus hijas a la Argentina, ellas completaran su educación y obtuvieran el título secundario. Así, lo resaltaba la mayor de las hijas, Celina: siempre fue una prioridad el colegio para mi mamá porque ella no pudo estudiar y siempre fue “¡ustedes van a estudiar! cueste lo que cueste”.

De modo similar, Raquel al migrar de adolescente para trabajar tampoco pudo terminar el colegio primario, sin embargo, junto con su marido logró darles mejores condiciones de vida a sus hijas/os. Con mucho esfuerzo lograron comprarse una casa propia y salir de la villa principalmente por ellos porque, como afirma, yo con todos mis temores de madre que cría a sus hijos en una villa, miedo a la droga, a la calle, trataba de protegerlos por eso nos fuimos, yo siempre voy por más. En este sentido, nos contaba feliz y orgullosa que Mariela (24) y Nicolás (26) no sólo terminaron el colegio secundario, sino que además estudian en la Universidad de San Martín.

Ahora bien, analicemos la generación desde una perspectiva de los grupos de edad para visibilizar las desigualdades de clase que experimentan la niñez y juventud migrante y/o de descendientes de migrantes en el barrio. Por ejemplo, para muchas/os completar el colegio y dar el salto respecto de la generación de las madres también ha tenido un alto costo porque implicó socializar en un mundo donde estuvieron marcadas/os por situaciones de desigualdad respecto de otras/os jóvenes. Al respecto, Carla evocaba su tránsito por la escuela:

 

cuando nosotras vinimos hubo un momento que sufrimos mucha discriminación así por extranjeras… en el colegio nos decían “paraguaya de mierda”. Era muy triste porque había como una división. Nosotros vivíamos en una villa, pero la escuela estaba en un barrio de clase trabajadora y muchos pibes eran hijos de clase media, ahí sí sentimos mucho la discriminación.

 

En su relato, la clase se intersecta con otras variables, como el origen residencial y la nacionalidad, dando lugar a situaciones que las ubicaban en desigualdad con otras/os niños/as y jóvenes. La perspectiva de estas hermanas nos muestra a la escuela como un espacio en el que confluye una heterogeneidad de jóvenes de la clase trabajadora entre nativos/as y migrantes, pero también entre quienes viven en la villa como ellas y quienes por pertenecer a la clase media acceden a vivir fuera de ella. Las desigualdades de clase y origen migratorio (aunque sea familiar) se construyen interseccionalmente en las aulas a partir de prácticas discriminatorias y estereotipos negativos tanto de alumnos/as como de docentes.

En ese sentido, Celina agrega, también nos discriminaban en el colegio porque hablábamos en guaraní, sí! Mi mamá cuando se enteró dijo “no hablan más guaraní, acá en casa no se habla!”. Como muchas familias paraguayas, las hermanas eran socialmente marcadas también por una cuestión étnica relativa al origen nacional de su familia cuya exteriorización se da a través de la lengua. En estos contextos, donde la clase se imbrica con otras dimensiones como la generación produciendo desigualdades, las madres migrantes desarrollan estrategias para proteger a sus hijas. En este caso, Graciela apeló a la prohibición del idioma del país de origen, en el otro, Raquel decidió mudarse con sus hijas/os del primer lugar de llegada. Ambas, buscaban reducir el efecto de las desigualdades y/o facilitar la asimilación de las/os jóvenes al nuevo contexto migratorio y residencial y de ese modo garantizarles un futuro mejor. Esto puede generar diversas reacciones en los descendientes que enfrentan el dilema de la doble pertenencia: desde la negación del origen, la vergüenza por sus progenitores, la autodiscriminación o guettificación y la modificación del fenotipo para pasar como otro hasta la reflexión crítica y el uso de esa pertenencia como un capital para el involucramiento en actividades comunitarias de las madres (Gavazzo, 2012).

Tal como señala Pedone, no sólo se transforman los roles de género, sino que los procesos de adaptación de los hijos e hijas de familias migrantes en origen y destino enfrentan nuevos desafíos en un contexto migratorio transnacional (2010:11). Al respecto, Nicolás nos contaba cómo experimentó el cambio de vivir en una casilla en la villa a hacerlo en una casa propia en los alrededores:

 

de adolescente fui a un colegio más alejado, otros tipos de amigos, buenos, pero ninguno de Cárcova. Mi mundo se apartó de la villa, entraba, salía, me saludaban, saludaba, pero nada más, estaba en la villa, pero ya no pertenecía a ella.

 

En su caso vemos cómo la quizás no tan relevante distancia física (su casa está apenas a unas cuadras de la villa) se traduce en una más amplia distancia social para jóvenes como él y su hermana respecto de otros/as hijos/as de familias migrantes en el barrio. En ambos casos, vemos cómo el ascenso social esperado por sus madres en torno a lo educativo depende también de las estrategias que desarrollen para lidiar con las distintas desigualdades de clase que encuentran. En síntesis, la dimensión económica y la generacional se complementan para comprender las desigualdades que las familias migrantes atraviesan y las estrategias que desarrollan para lograr la movilidad social ascendente.

A pesar de la buena intención de las expectativas de las madres respecto a sus hijos/as, la imagen adultocéntrica de la juventud se proyecta en las familias migrantes sobre las nuevas generaciones (sean nacidas en el lugar de origen o de destino), lo que se visibiliza en los intentos por controlar sus vidas, especialmente en lo que refiere a sus trayectorias educativas. Si los/as jóvenes “no saben” o “no entienden” lo que es mejor para ellos/as, en ocasiones los padres y sobre todo las madres ya que la crianza de los/as hijos/as recae mayormente sobre ellas- son los encargados/ de “encausarlos/as en la vida. Esta idea imprime ciertas dinámicas a las relaciones intergeneracionales que deben ser examinadas en clave de desigualdades de poder entre mayores y jóvenes o entre madres e hijas, combinando dos de las definiciones de generación: la que alude a la genealogía y otra a la edad (Gavazzo, 2012).

Si bien como vemos en los relatos anteriores las nuevas generaciones intentan responder a los deseos y expectativas de sus madres/padres; también están en juego sus deseos y expectativas propias que muchas veces se contraponen a la de sus madres y van en detrimento de los sacrificios que estas realizan para que logren la ansiada movilidad social ascendente. Tal es el caso de las hijas de Graciela, quienes relatan cómo una de las hermanas fue un dolor de cabeza para la madre, cuando manifestó su deseo de ser mamá mientras aún estaba en la escuela. Celina cuenta como fue ese diálogo:

 

Un día agarró y dijo “¡yo no quiero hacer lo que vos me decís, yo quiero ser mamá!” mi mamá le dice “¡¿cómo vos queres ser mamá?! vos sos muy joven para ser mamá y tener pareja! vos tenes que estudiar” “¡no, yo quiero ser mamá, me voy a juntar y voy a tener un hijo!” a los 6 meses se juntó, tuvo una hija y nada, mi mamá está horrorizada porque no podía entender cómo se plantó y ella era solamente “¡quiero ser mamá!” dejo todo!

 

Por una parte, esta tensión entre las expectativas de la madre (respecto al acceso a la educación) y los deseos de su hija (de ser madre) deja al descubierto la expectativa de transformación en los roles y la desigualdad de género anteriores (o sea, experimentadas por las mayores) en el ahora (para que las jóvenes puedan elegir un rol diferente e insertarse en el mercado laboral como trabajadoras calificadas). Por otro lado, si tenemos en cuenta que la mayoría de los estudios sobre descendientes de inmigrantes exploran la relación entre hijos/as adolescentes o jóvenes adultos/as y sus madres en la fase de mediana edad, debe remarcarse que además las relaciones cambian en tanto hijos/as y madres crecen y se hacen mayores. Justamente podemos entender que el ciclo de la vida también modifica las relaciones entre las generaciones más jóvenes y las de los/as adultos/as, más aún cuando los/as hijos/as se vuelven padres y los padres abuelos/as, modificando las jerarquías familiares, o cuando las sociedades en las que las familias y los hogares se insertan también cambian. Así, los/as individuos/as responden a una multiplicidad de transformaciones en las condiciones sociales, económicas y políticas, todo lo cual afecta las formas que adoptan las familias y las relaciones dentro de ellas (Foner, 2009:15).

Ciertamente nuevos conflictos pueden derivarse de los cambios a través del tiempo, por ejemplo, cuando los/as hijos/as que han logrado una movilidad socioeconómica ascendente se sienten avergonzados/as de sus padres pobres y menos educados/as, o cuando son padres y discuten con los nuevos abuelos/as por la crianza de los hijos/as. Pero más allá de sus divergencias, las cuales también conviven con alianzas y cooperación, todo lo cual funciona como contexto, es importante observar el modo en que el origen migratorio marca sus trayectorias y biografías como descendientes para entender su identificación como jóvenes migrantes o hijos/as de inmigrantes. Como señalamos en otros trabajos (Gavazzo, 2012), no existe entonces “herencia” cultural que se transmita de padres/madres a hijos/as de manera mecánica, sino reinvención y reconstrucción permanente de identidades y capitales vinculadas al origen que pueden ser usadas como estrategias en función de determinados fines.

 

Conclusiones

Desde una visión que articula las relaciones sociales productivas con otras fundadas en términos no económicos, realizamos aquí un análisis interseccional de las variables de origen migratorio, género y generación para comprender las desigualdades las estrategias de movilidad social entre mujeres migrantes en el GBA. El abordaje etnográfico de sus historias individuales y familiares en tres barrios del AR nos mostró el entramado de condiciones de posibilidad y recursos movilizados en sus trayectorias de ascenso y descenso socio-económico. De este modo, identificamos algunos elementos comunes que funcionan como capitales determinando el éxito o fracaso de sus estrategias: el trabajo, la educación y las redes.

En cuanto al primero, el trabajo es un recurso principal para la movilidad social entre aquellas que, como vimos, vieron posibilitada su emancipación mediante la salida de hogares violentos o la complementación de ingresos con sus pares varones. Sin embargo, en todas se repite una inserción en nichos laborales típicos del trabajo femenino y migrante (como las tareas de limpieza y cuidados) mal pagos, precarizados y escasamente regulados que limitan sus posibilidades de ascenso.

Si bien el trabajo de cuidados en el propio hogar reporta algunas ventajas para la economía familiar, al no ser remunerado termina siendo invisibilizado como aporte y por ende no es reconocido. Lo mismo se observa con el trabajo de cuidados comunitarios que las migrantes proveen en comedores, asociaciones y centros culturales del AR. Algunas desarrollan liderazgos como referentas territoriales en los barrios, lo cual les permite ganar cierto estatus y capital político para acceder a recursos económicos. No obstante, sigue siendo un trabajo generizado y no reconocido que se articula con la sobrecarga de tareas en sus hogares.

El segundo elemento, la educación, es clave en los testimonios que asignan una enorme importancia al estudio, propio y de sus hijas/os, como vía para el ascenso de clase. El acceso a una educación de calidad no sólo representa una perspectiva de mejores puestos de trabajo en el futuro, sino que también les sirve para relacionarse con otros actores fuera del ámbito familiar y barrial, aprendiendo a lidiar con los estereotipos que cargan. Así, las mujeres migrantes proyectan sus expectativas sobre la educación en la vida de sus hijas/os generando tensiones, pero también alianzas en las relaciones intergeneracionales.

Finalmente, las redes sociales hacen posible la migración a través de parientes y vecinas/os tanto en el lugar de origen como de destino. También son las que, mediante informaciones, recomendaciones y contactos, posibilitan la obtención de trabajo y vivienda en el contexto migratorio, bases para el éxito de cualquier estrategia de ascenso social. A la vez, y como mencionamos más arriba, cuando las redes están atravesadas por el género y no sólo garantizan la reproducción de la vida en el hogar (propio y ajeno), sino también en la comunidad acercando cierto bienestar en términos de seguridad alimentaria, cuidado del medioambiente, acceso a derechos y a la justicia.

Estos tres elementos son capitales (sociales, culturales y políticos) valorizados por las mujeres migrantes y, por ende, centrales en sus estrategias para lidiar con las desigualdades cotidianas y lograr una movilidad social ascendente a futuro. Sin embargo, la xenofobia, el machismo y el adultocentrismo se configuran como múltiples estructuras de opresión que pueden habilitar o limitar el ascenso de clase entre las migrantes en estos barrios populares. Lo que deriva en la superación y/o reproducción de las desigualdades que las atraviesan.

En síntesis, si bien observamos elementos comunes en torno a la clase, también existe una sustancial heterogeneidad entre las mujeres según sus orígenes migratorios, y sus relaciones de género y generacionales al interior de las familias. La mirada interseccional muestra los diversos sentidos de éxito/fracaso que guían sus estrategias de movilidad social. A la par de los indicadores económicos también aparecen otros más sociales, simbólicos y morales para lograr y “medir” el ascenso. Al respecto, salir del barrio, que sus hijos/as terminen la escuela, sean universitarios, o bien tener un buen trabajo y conocer gente fuera de su ámbito cotidiano son algunos ejemplos de esas subjetividades.

Por eso, la clase social no puede ser entendida meramente desde una dimensión puramente económica sino también simbólica y cultural. Los sentidos de pertenencia y los estereotipos, ciertas prácticas sociales asociadas el éxito o fracaso, y las redes de relaciones marcan diferencias y desigualdades en las experiencias entre migrantes, mujeres y generaciones. Esto demanda más investigación-acción participativa que asuma una mirada interdisciplinaria pero que se destaquen las dimensiones socio-culturales de la clase para comprender desde el territorio las múltiples opresiones que se entrelazan en las vidas de las familias migrantes. Asimismo, que destaquen el rol activo de las mujeres en la migración considerando las estrategias que desarrollan para enfrentarlas. Entendemos que el trabajo de cuidados, por ejemplo, aunque sea poco reconocido, puede torcer, o al menos desviar al menos levemente el destino al que parecieran estar condenadas por vivir en una zona urbana segregada, proyectando mejoras no sólo para sus familias sino también para sus comunidades.

 

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1 Los relatos han sido recopilados en el marco del proyecto Estrategias socioambientales para fortalecer los derechos de mujeres trabajadoras migrantes en la cuenca del Río Reconquista, Buenos Aires (o Migrantas en Reconquista) que es financiado por el IDRC (International Development Research Center-Canadá) y la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) desde 2019 y hasta 2022. El objetivo es evaluar los efectos desiguales del cambio climático en las mujeres migrantes y fortalecer las estrategias socioambientales de adaptación comunitaria desde una perspectiva transformativa de género. Es un proyecto interdisciplinario (que implica un trabajo en conjunto con profesionales de ciencias sociales y otras disciplinas como arquitectura, ingeniería ambiental, sociología y ciencias políticas), dentro del cual las autoras de este artículo aportamos una visión desde la antropología basada en un trabajo de campo etnográfico guiado por una metodología de investigación acción participativa (IAP). La misma partió de contactos previos con población migrante, específicamente mujeres y sus organizaciones comunitarias, y de la construcción colectiva de una agenda y un lenguaje común -y desde el territorio- que permita producir información, fortalecer redes, promover prácticas educativas dialógicas y crear herramientas de comunicación.

2Los asentamientos se caracterizan por su baja densidad poblacional y trazados urbanos regulares y planificados mientras que las villas, por el contrario, se encuentran altamente pobladas y presentan tramas irregulares (RENABAP, 2016).

3 En los estudios acerca de la organización social del cuidado (OSC) está en constante discusión cuál es la mejor estra­tegia que permita asignarle un valor real -valorizado en el mercado, remunerado- al trabajo que realizan las mujeres en sus hogares (el instrumento de medición más utilizado son las encuestas del uso del tiempo).

4 En 2001 Argentina vive una de sus más profundas crisis socioeconómicas fruto del colapso de políticas neoliberales que sistemáticamente se venían implementando en detri­mento del crecimiento del estado y empobreciendo a la población. El AR es una zona clave para observar las estrategias de supervivencia que llevaron adelante las poblaciones de más bajos recursos que fueron las más golpeadas: ollas populares, piquetes, actividades de trueque, recuperación de residuos; entre otras cosas.

5 Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP ahora UTEP): es una organización gremial independiente de todos los partidos políticos, representativa de los trabajadores de la economía popular y sus familias.

6 Estas diferencias y estigmas entre los migrantes pueden ser entendidas como una oposición entre establecidos y outsiders en función del grado de cohesión, la identificación y las normas comunes que cada grupo adopta (Elías y Scotson, 1994 y Elías, 1998).