La experiencia en los territorios

Narrativas feministas en pandemia

 

The experience in the territories

Feminist narratives in pandemic

 

Valeria Fernández Hasan | ORCID: orcid.org/0000-0002-4227-2229

valeriafhasan@gmail.com

CONICET

 

Argentina

 

Recibido: 28/8/2022

Aceptado: 30/9/2022

Resumen

El año 2020 trajo consigo una fuerte reconfiguración de los modos de relacionamiento, de las maneras en que entendíamos el trabajo productivo y de las formas de lidiar con el trabajo reproductivo (tareas domésticas y tareas de cuidado). La pandemia por COVID-19 puso en jaque la vida como la conocíamos. El crecimiento de las violencias y la sobrecarga de trabajo reproductivo, derivados del estado de confinamiento, ubicó a las mujeres y a las identidades feminizadas como las principales perjudicadas de las medidas tomadas ante la urgencia. Pero no en todos los ámbitos el impacto fue vivenciado de igual modo. Las clases subalternas y los territorios experimentaron en formas diferenciales la emergencia, los cambios y la ruptura de la cotidianeidad. En lo que sigue, compartimos una lectura de narrativas, discursos y experiencias que dan cuenta de lo vivido durante el aislamiento social, preventivo y obligatorio en dos territorios rurales de Mendoza, Argentina: mujeres adultas y jóvenes organizadas que entienden los activismos como práctica política y a partir de ahí, revisan las violencias patriarcales y las tareas de cuidado como problemas sociales centrales en sus relaciones sexo-genéricas, en sus organizaciones y en sus comunidades dando lugar a prácticas políticas feministas.

 

 

Palabras clave: Narrativas Feministas, Experiencia, Territorios, Pandemia.

 

Abstract

The year 2020 brought with it a strong reconfiguration of relationship modes, of the ways in which we understood productive work and of the ways of dealing with reproductive work (domestic tasks and care tasks). The COVID 19 pandemic put life as we knew it in check. The growth of violence and the overload of reproductive work, derived from the state of confinement, placed women and feminized identities as the main victims of the measures taken in the face of urgency. But not in all areas the impact was experienced in the same way. The subaltern classes and the territories experienced the emergence, the changes and the rupture of everyday life in different ways. In what follows, we share a reading of narratives, discourses and experiences that account for what was experienced during social, preventive and compulsory isolation in two rural territories of Mendoza, Argentina: organized adult and young women who understand activism as a political practice and from there, they review patriarchal violence and care tasks as central social problems in their sex-gender relations, in their organizations and in their communities, giving rise to feminist political practices.

 

 

 

 

 

Key words: Feminist Narratives, Experience, Territories, Pandemic.

 

 

 

 

Entre la experiencia y el territorio: una política de lectura situada

 

 

 

El año 2020 trajo consigo una fuerte reconfiguración de los modos de relacionamiento, de las maneras que teníamos de entender el trabajo productivo y las formas de lidiar con el trabajo reproductivo (tareas domésticas y tareas de cuidado). La pandemia por COVID-19 puso en jaque la vida como la conocíamos. El crecimiento exponencial de las violencias y la sobrecarga de trabajo reproductivo, ambas derivadas del estado de confinamiento, ubicó a las mujeres y a las identidades feminizadas como las principales perjudicadas de las primeras medidas tomadas ante la urgencia. Sin embargo, no en todos los ámbitos el impacto fue vivenciado de la misma manera. Las clases subalternas y los territorios experimentaron en formas diferenciales la emergencia, los cambios y la ruptura de la cotidianeidad.

Si en los sectores medios y altos de las ciudades la virtualidad se volvió norma y centro de las actividades (trabajo, educación, activismo, relaciones sexoafectivas, etc.), muy diferente fue la experiencia vivida por los sectores subalternos urbanos que extendieron el confinamiento a las fronteras del barrio. Ni los hogares ni el tipo de actividad económica desempeñada (cuentapropista, no registrada) pudieron permanecer aislados el tiempo establecido ya que la vida dependía exclusivamente de actividades económicas que se realizaban cotidianamente y de ese modo, aseguraban la subsistencia. Finalmente, otra experiencia muy diferente puede recogerse de las poblaciones rurales más alejadas, aquellas que aún comprendidas por las medidas generales del aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) recepcionaron de diferentes modos las directivas: o bien el aislamiento no fue tal por las características propias de la organización política y geográfica de la zona, o bien, las medidas tomadas a nivel nacional para prevenir el contagio propiciaron otro tipo de lazos surgidos al calor de la cuarentena.

En lo que sigue nos proponemos una lectura situada de experiencias diferenciales de ese acontecimiento1 que como humanidad denominamos pandemia. En este sentido, Chandra Mohanty señala que un análisis contextualizado permite construir agencia política y epistémica al tiempo que revaloriza las narrativas de experiencias marginalizadas dado que lo mundial se forja con base en memorias y contranarrativas, y no en un universalismo ahistórico (Mohanty, 2002:102). Nuestro ángulo de mira aquí son las narrativas, los discursos y las experiencias vividas durante el aislamiento social, preventivo y obligatorio en dos territorios alejados del Gran Mendoza2: el Valle de Uspallata y la zona de influencia de la UST Campesina y Territorial3 donde hacen pie colectivas feministas con características distintas a las urbanas y que transitaron el tiempo del confinamiento con necesidades, urgencias y rutinas propias de sus territorios.

Como se viene trabajando en diferentes escenarios políticos, científicos, académicos y activistas, la narrativa hegemónica de la pandemia en Argentina presentó características exclusivas y totalizantes: para el covid todo, para el resto nada, donde se priorizaron una serie de acciones y procedimientos estereotipados, anulando o desconociendo deseos y necesidades de las personas y no solo centralizando la toma de decisiones en el gobierno nacional sino limitando estas decisiones a la geografía y urgencias de CABA y zona metropolitana de Buenos Aires. Así, la expresión Quedate en casa construyó un imaginario que dejó fuera a todas aquellas subjetividades corporizadas que por necesidades económicas o médicas no podían cumplir con esa exhortación. La narrativa dominante se estructuró en torno a un universal inexistente y calificó a la pandemia como excepcional, novedosa y disruptiva en la vida de todxs cuando solo fue así para determinados grupos4. En contraposición a esta posición hegemónica, las voces de nuestros feminismos de los territorios relatan sus días de la pandemia por fuera de una narrativa de confinamiento, mostrando las especificidades de las geografías y las espacialidades que no fueron leídas ni sistematizadas por la norma excluyente de la emergencia:

 

Nos juntábamos por zoom en la Campaña, pero nosotras nos juntábamos presencialmente, entonces teníamos nuestra reunión semanal, que era en el medio de la pandemia, cuando estaba todo sumamente complicado nos seguíamos juntando una vez a la semana (Araceli Pelegrini, Territorias, Mujeres de Montaña, 2021).

 

Fuimos a la plaza. La Ara tiró la idea y cada una elegía un papelito y salía, a mí me salió una compañera, entonces toda la semana tenía que todos los días mandarle un regalito, escribirle a ver cómo está, pasar a verla, tomar unos mates… y cuando pasaba una semana después de todo eso nos juntábamos (entrevista colectiva Territorias, Mujeres de Montaña, 2021)

 

Para comenzar a desentrañar los nudos de la experiencia pandémica a través de las modulaciones de los diversos testimonios de los feminismos contemporáneos de los territorios, la noción de experiencia es clave de lectura que apertura miradas y mundos, escenas oblicuas y ecos de voces (las de los costados).

En nuestra lectura de la noción de experiencia confluyen dos tradiciones. Por un lado, Raymond Williams señala múltiples sentidos para la experiencia. La noción pone de manifiesto la dimensión de la temporalidad y la tensión entre pasado y presente pero además, remite a la idea de experimento, y con ello a la de innovación. Por otro lado, hace referencia a conocimientos acerca del pasado reunidos a través de la observación o la reflexión. Williams advierte que la palabra experiencia, asociada a la idea de experimento, enfatiza el sentido de innovación en cuanto a la idea de poner a prueba algo, ensayar. Recién después del siglo XVIII se redefine en términos de lecciones de la experiencia (Williams, 2000:137-140).

Aquí utilizamos las significaciones latentes del término experiencia para el análisis de la relación pasado-presente y la consideración de las distintas temporalidades que determina la memoria, según que el recuerdo de la experiencia pasada sirva para la reminiscencia (repetición del pasado) o la historización (aprendizaje hacia el futuro).

Williams también habla de experiencia presente como conciencia plena y activa. En esta acepción, la noción de experiencia remite a una multiplicidad de determinaciones: la tensión entre conocimiento abstracto y conocimiento de la vida cotidiana; la relación entre el mundo vivido como una condición no elegida, la experiencia social concreta, vivida pero no sabida que se realiza en condiciones que no son, debido a la opacidad del mundo social, transparentes para el sujeto. Williams señala, a su vez, la articulación entre experiencia presente y un tipo de conciencia amplio que incluye pensamientos y sentimientos: un tipo de conciencia activa y plena que añade el sentimiento al pensamiento, y al hacerlo produce un efecto de sentido, de autenticidad e inmediatez. Este segundo sentido de experiencia como algo interno o personal tuvo sus raíces en formas religiosas.

 

En un extremo, la experiencia (presente) es propuesta como el fundamento necesario (inmediato y auténtico) para todo el razonamiento y análisis (subsiguientes). En el otro, la experiencia (antaño el participio presente, no de “sentir” sino de “ensayar” o “poner a prueba” algo), se ve como el producto de condiciones sociales, sistemas de creencias o sistemas fundamentales de percepción y, por lo tanto, no como material de las verdades sino como evidencia de condiciones o sistemas que por definición ella no puede explicar por sí misma. (Williams, 2000:140)

 

De allí la ambigüedad de la experiencia histórico-social cotidiana de la que lxs sujetxs tienen respecto del mundo vivido una conciencia activa, pero que a menudo desconocen. Subjetiva, inscripta en la totalidad del mundo social; situada, a la vez que susceptible de elevarse por encima de lo dado por la vía de anticipaciones y rememoraciones; parcial, a la vez que lugar inevitable de acceso a la totalidad, e incluso al conocimiento abstracto y generalizable, la experiencia pone en juego, además de la ubicación, la singularidad corpórea de lxs sujetxs.

La segunda tradición que confluye en nuestra mirada es la feminista. La noción de experiencia ha sido largamente teorizada por la teoría feminista y remite, fundamentalmente, a poner de relieve la diferencia corporal y las consecuencias políticas que esto tiene para las mujeres. Desde los grupos de concienciación hasta la exposición de las marcas sexuales, corporales y subjetivas en la construcción del conocimiento, la de experiencia es una categoría ampliamente desarrollada. Ana María Bach distingue tres dimensiones que nos interesa compartir: en primer lugar, en tanto que conforma y es formada por la subjetividad. En segundo lugar, en su fuerza política y su papel para la praxis. Finalmente, en su papel cognoscitivo (Bach, 2010). Entre las autoras estudiadas por Bach se destaca la teórica y activista canadiense Dorothy Smith. Nos parece particularmente importante retomar su perspectiva por la relevancia que le otorga al lenguaje. Según Smith, de lo que se trata es de ir desprendiéndonos del lenguaje para poder ver que el mundo comienza desde donde estamos, y no fuera de nosotras […] usar nuestras vivencias concretas y cotidianas [...] tener confianza en nuestra experiencia como base para construir con otras, lo que necesitamos saber (Smith, 1989:59-60). La autora explica que existe una relación extraña entre las mujeres y el mundo. Esta relación extraña es lo que denomina lenguaje del opresor. En nuestras sociedades, el poder se edifica de tal modo que el trabajo, las capacidades y las habilidades de las mujeres se transforman en medios ajenos a ellas mismas con consecuencias en dos niveles: como una relación personal y directa con los varones en la vida privada y las labores domésticas; y en el trabajo fuera del hogar, el ámbito público, el trabajo productivo: empresas, organizaciones y corporaciones formales estructuradas. Bajo este orden social, las relaciones que se establecen están regladas y mediadas por un lenguaje que lleva a las mujeres a esa relación extraña a ellas mismas, a una manera de hablar que sitúa a la que habla en un lugar fuera de y ajeno a ella, en el cual se convierte en un medio y un objeto. El punto de apoyo de una teoría que incluya a las mujeres, según Smith, es la del punto de vista de alguien que conoce y que actúa, de un sujeto encarnado que tiene experiencias y cuya realidad es su mundo cotidiano. Su propuesta teórica, entonces, prescribe empezar por la vida de las mujeres para poder identificar qué situaciones, dentro de las relaciones naturales y/o sociales, necesitan ser investigadas y qué es lo que puede resultar útil para ellas que se interrogue acerca de sus realidades.

 

Para Smith, pasar del mundo de las relaciones dominantes, en el que no se reconocen las experiencias del mundo cotidiano, a este último, que carece de un marco conceptual para ser pensado, implica una conciencia bifurcada. Aun así, Smith entiende que la disociación de la conciencia bifurcada es una posición clave para crear un conocimiento distinto al de la ciencia masculina que es incapaz de representar a las mujeres (Costa Wegsman, 2022:283).

 

En palabras de la propia Smith, lo que resulta incomodante, puesto en cuestión, incluso peligroso, para la racionalidad androcéntrica

 

es la presencia del cuerpo mortal que la experiencia de las mujeres inserta, nuestra ruptura con la división que permite a la mente no reconocer que tiene un cuerpo, que habita en él y que no es separable de él. […] La estrategia de partir del punto de vista de las mujeres, anclado en las realidades del mundo cotidiano, no construye un puente para subsanar esta dicotomía entre cuerpo y mente: directamente la hace colapsar. (Smith, 2005:23-24)

 

En este nudo entre la experiencia de las mujeres (nuestras colectivas feministas en los territorios) y el acontecimiento de la pandemia, nos interesa retomar la posibilidad del discurso que disrumpe, el que abre, el que cura. Ese gesto testimonial que cobra fuerza política al decir. En ese intento, enlazamos ambas tradiciones atendiendo, sobre todo, a las impresiones acerca de la experiencia vivida en pandemia por mujeres adultas y jóvenes que organizadas entienden los activismos como práctica política y a partir de ahí, revisan las violencias patriarcales y las tareas de cuidado como problemas sociales centrales en sus relaciones sexo-genéricas, en sus organizaciones y en sus comunidades.

 

 

 

Condiciones de decibilidad: el umbral y lo que emergente

 

 

 

Fabiana Grasselli (2017) se pregunta varias veces a lo largo de su producción teórica de los últimos años acerca de cómo la dialéctica entre pasado y presente; recuerdo/vivencia y relato; experiencia subjetiva y colectivización sorora de la experiencia configura las modulaciones de los testimonios de mujeres acerca de esas experiencias. Este interrogante provocador nos permite indagar entre palabras y silencios del tiempo de pandemia, entre lo dicho y lo callado, entre lo recordado y lo hilvanado entre varias. Grasselli (2017) sostiene que

 

en conflicto con lo hegemónico las mujeres dicen a contrapelo, resisten al silencio, habitan contornos en sus prácticas discursivas, dan lugar a otras escuchas, fundan modos propios de convertir lo innominado en contenido para las resistencias y las luchas antipatriarcales.

 

En diálogo con estos dichos, Angenot sostiene que, socialmente situado, el discurso dice aquello que es posible a partir de lo que se ha denominado condiciones históricas de decibilidad (Angenot, 2010). En esta tensión entre el orden de lo real y el del lenguaje se teje la materia discursiva sobre las experiencias de mujeres. Conscientes de esa tensión especialmente renovada en el tiempo de pandemia, nos dimos conversaciones en torno de la experiencia vivida en dos territorios rurales de Mendoza, el Valle de Uspallata, donde habita la colectiva feminista Territorias, Mujeres de Montaña, y la zona de influencia de la UST Campesina y Territorial, en Lavalle, San Martín, Capital y el Valle de Uco. Como señala Smith, malestares, ambivalencias y contradicciones que atraviesan las experiencias suelen emerger a partir de un diálogo entre lo vivido y la necesidad de evocarlo, para unx mismx o para otrx, unx interlocutorx. Según Smith (1989), la dimensión de lo colectivo es fundamental en la medida en que el terreno discursivo de un “nosotras” desnaturalizador de las experiencias neutralizadas, invisibilizadas, marginalizadas, silenciadas, cobra sentido político cuando resuena en las experiencias de otras:

 

nos volvíamos a nuestras casas y la situación seguía siendo igual y en la reunión siguiente los varones seguían decidiendo, y nosotras seguíamos ahí... Entonces esto interpela colectivamente a la organización y dijimos: “esto hay que profundizarlo”. La violencia está, entonces empezamos a hablar de la violencia, que era algo privado, de la familia, esa familia que no sabíamos si revisar o no porque en realidad era cuestionar quizás a compañeros que eran muy referentes. (VP, UST, 2022)

 

De en dónde estábamos ubicadas las mujeres en esa reproducción de la organización, no solo de nuestras familias sino en la organización, entonces sosteníamos la reproducción de esos lugares pero a la hora de ser voceras o representantes a nivel nacional, porque nosotros también participamos a nivel nacional, y ahí no, que no podemos porque tenemos hijos y qué sé yo. Y en esas cosas es el feminismo lo que nos ayudó a ponerle palabras a muchas de las cosas y repensar nuestras prácticas cotidianas y las lógicas de construcción de la organización, de construcción del poder. Fue de a poco pero a cimbronazos importantes. (MD, UST, 2022)

 

Lo primero que emerge es un horizonte de audibilidad que se ha desplazado y nos permite hoy decir experiencias que antes permanecían ciegas. Cuando sostenemos que los umbrales de tolerancia a las violencias se han corrido hacemos referencia a experiencias de expresión, circulación, intercambio y agencia que, procesuales, son inéditas: aunque replican de algún modo los antiguos grupos de concienciación que tienen ya varias décadas, hoy se permiten el deseo y los afectos, y los proclaman.

 

[el feminismo] tiene una cara muy simple, una cara de nos juntamos a tomar mate en el arroyo y hablamos de nuestras vivencias y resulta que nuestras vivencias tienen un montón de puntos en común. Y resulta que todas hemos sufrido violencia (AP, Territorias, 2021).

 

Hemos armado un lazo muy fuerte con todas las chicas, de sostenernos, de escribirnos, de un montón de cosas que también está bueno cuando bajamos la guardia dentro del feminismo y podemos sentir más que pensar tanto nos encontramos. Es un desafío para nosotras las más viejas […] cuando por ahí nos logramos vincular también desde lo afectivo, también desde las vidas cotidianas, también desde lo relacional, también desde las vivencias compartidas, de las dificultades de la crianza, las dificultades de los acuerdos de pareja, de las dificultades de ser feminista en el trabajo, en sociedades machistas, cuando logramos encontrarnos desde esos lugares, son lugares fuertes. (AP, Territorias, 2021)

 

De acuerdo con Florencia Partenio lo que habilita la construcción de narrativas emergentes que permiten correr los límites de lo decible, lo visible y lo sensible (2018:57) está relacionado con las formas en que lxs sujetxs vivencian, narran y se explican los significados de sus experiencias. El vínculo entre experiencia y agencia permite examinar los motivos que tenemos para intervenir en la realidad, para encarnar y otorgar sentido. Resuenan los ecos de Williams en esta idea de narrativas emergentes. Williams (1975) distinguió entre dominante, residual y emergente al pensar los discursos asociados a diferentes proyecciones sobre la organización social. Lo residual todavía es un motor, una combustión, y por eso es residual, es una ceniza que se puede volver fuego. Lo emergente, en cambio, puede identificarse con lo nuevo, pero no indefectiblemente con la vanguardia. Es algo que ha comenzado a nacer sin constituir aún un rasgo estable de una cultura determinada. Se trata de las nuevas prácticas, los nuevos significados y valores que se crean continuamente. Estos elementos, eventualmente, son incorporados o destruidos por la cultura dominante, aún cuando hay resquicios para que surjan elementos residuales o emergentes.

Los gestos del decir, de dejar testimonio, producir el corrimiento en el umbral, en los días de la fractura social, en el resquicio del encuentro (clandestino). Las violencias, los cuidados, los vínculos son los tópicos que recuperamos para leer la experiencia de los feminismos en los territorios. Las violencias y los cuidados porque a partir de esos núcleos de sentido la vida toda colapsó ni bien iniciada la emergencia sanitaria. ¿Podemos suponer que en todas las geografías y en cada corporalidad la dislocación de la vida cotidiana fue subjetivada de igual forma? ¿Es posible mensurar el aumento de las violencias generalizando y homogeneizando la situación de vulnerabilidad de adolescentes en barrios populares de Gran Mendoza con la de niñas que habitan barrios privados y son víctimas silenciosas de la violencia ejercida por las varones de la familia o con la de mujeres rurales del Valle de Uco que quedaron aisladas conviviendo con sus abusadores sin posibilidad alguna de recibir acompañamiento? ¿Las tareas de cuidado, son las mismas para mujeres y cuerpos feminizados? ¿De qué manera colapsó la vida en tiempo de ASPO para unas y para otres? Los territorios más alejados, qué sentido le dieron a un confinamiento que no tuvo en cuenta sus particularidades en relación a impacto efectivo del virus o a sus realidades económicas y mercado de trabajo. Ambos tópicos, violencias y cuidados, nos resultan organizadores de sentido para interrogarnos por los discursos que narran esas experiencias primeras de la pandemia a partir de las voces de sujetxs encarnadxs y de su mundo cotidiano. Finalmente, los vínculos, como núcleo de sentido nuevo, emergente en términos de Williams, porque esos testimonios que dicen de la pandemia en los territorios, dicen recurrentemente sobre los vínculos: los vínculos afectados, rotos, cortados, truncos, zurcidos, renacidos, encontrados, salvadores. Sara Ahmed (2015) dice que las experiencias de dolor pueden impulsarnos hacia el feminismo como una política de reparación. Solo se podrá acceder al dolor hablando colectivamente sobre él haciendo que esos actos de habla propicien un nosotras.

 

Si el dolor en realidad empuja a las personas hacia el feminismo, lo hace precisamente porque lee la relación entre afecto y estruc­tura. O entre emoción y política de una manera que deshace la separación entre la persona individual y los otros. (Ahmed, 2015:264)

 

 

 

Narrativas feministas: violencias, cuidados, vínculos

 

 

 

 

Entonces estaba esa idea inicial, y no solo está muerta, también la quemaron, y no nos dicen dónde está, y se cagan de risa, y no tomaron la denuncia... Y las pibas querían quemar todo, y no quemaron nada, ni siquiera fuimos a la movilización, pero generó un debate adentro nuestro de si estaba bien o mal quemar todo, de cómo canalizábamos esa furia. (A.P., Territorias, 2021)

 

El femicidio de Florencia Romano fue el punto de quiebre para el aislamiento obligatorio en Mendoza, en diciembre de 2020, cuando miles de mujeres, muchas de ellas muy jóvenes, adolescentes y niñas salieron a las calles a exigir justicia. Si como dice Montserrat Sagot, los cuerpos de las mujeres asesinadas se convierten en reflejo y manifestación concreta de un sistema social y de género profundamente desiguales, el femicidio de una adolescente, donde además confluye la (i)rresponsabilidad del Estado de manera obscena, disloca el orden de los acontecimientos y da paso a un (des)orden que se expresa a través de acciones que solo buscan canalizar la impotencia y el dolor. Durante esa jornada hubo incidentes, quema de edificios públicos y manifestaciones de ira y tristeza provocados por el asesinato de una adolescente de 14 años que pudo impedirse5.

Inmediatamente iniciado el confinamiento, la violencia de género comenzó a ser una preocupación. La convivencia obligada entre agresores y víctimas encontró en las medidas de prevención tomadas por el Ejecutivo una consecuencia no prevista. De acuerdo con el Observatorio Ahora que sí nos ven6, entre el 20 de marzo de 2020 y el 19 de marzo de 2021 se cometieron 288 femicidios en Argentina: uno cada 30 horas en el año de la pandemia. El 64% fue cometido por las parejas y exparejas de las víctimas. El 65% ocurrió en la vivienda de la víctima. La convivencia obligada efectivamente aumentó el riesgo para las mujeres y las aisló de sus redes de cuidado y sostén, tanto en las ciudades como en ámbitos rurales.

 

Hay zonas en donde muchos hombres salen a hacer trabajos en la finca que tuvieron que empezar a quedarse, entonces hubo como un momento de mayor tensión por la convivencia, y ahí sí hubo un rol muy importante de las compañeras promotoras, en estar atentas a lo que pasaba con algunas vecinas o compañeras que se sabía que… Y hacer esas visitas, preguntarles cómo estaban. (VP, UST, 2022)

 

Desmontar el núcleo entrelazado entre capitalismo, patriarcado y violencia es un proceso complejo, lento, que a veces parece precipitar y otras detenerse. Deshabitar los (nuestros) cuerpos violentados y experienciar otras vidas es el legado para nuevas generaciones de mujeres e identidades feminizadas. En el caso de las organizaciones rurales el proceso de puesta en cuestión y desnaturalización de roles ha implicado no solamente la crítica a estereotipos sexistas sino la deconstrucción de mandatos históricos dentro de las mismas organizaciones:

 

empezar a darnos cuenta de que quizás había violencia en quienes en ese momento llevábamos adelante algunos procesos de conducción, y de repente pensar “ah, pero este compañero...”, “ah pero capaz que esto no es tan democrático...” Fue un proceso de ir dándonos cuenta y ver que hubo compañeras que se animaron a decir “che, me está pasando esto”. Hijas de compañeras, porque también fue mucho eso lo que pasó, compañeras jóvenes que empezaron a transitar espacios de la organización, que igual los venían transitando desde pequeñas. Entonces, compañeras que son emblemáticas en esos procesos y sus hijas comienzan a decir: “en realidad a mi mamá le pegaron toda la vida”. Y para todas fue como… “¡¿qué?! pero si hemos estado en su casa y hemos compartido días enteros” […] Toda una etapa en donde siempre decimos que es de mucha valentía, y por eso nosotras siempre hablamos que juntas podemos. Ahora sacamos una campaña que se llama así, “juntas rompemos el silencio”, porque vemos que es la única forma en que hemos podido ir saltando esas barreras que son difíciles, que son dolorosas y que nos ponen siempre en un lugar de exposición. (VP, UST, 2022)

 

En su texto El femicidio como necropolítica…, Sagot (2013) señala que ni la violencia de género en general ni los femicidios en particular son anomalías o patologías, sino que cumplen un rol fundamental al establecerse como una necropolítica en sociedades como las nuestras, estructuradas sobre la desigualdad, donde algunos cuerpos son vulnerables a la marginación, a la instrumentalización y a la muerte. La necropolítica de género, según la autora, produce una instrumentalización generalizada de los cuerpos de las mujeres y construye un régimen de terror decretando la pena de muerte para algunas. Si bien la violencia cruza todas las clases sociales, etnias, edades y nacionalidades, hay personas y grupos que están desproporcionadamente expuestos a la violencia. De este modo, para que la necropolítica de género pueda funcionar se necesita un contexto de desechabilidad biopolítica de mujeres por medio de la presencia de una serie de factores como son las normas sociales que justifican en los hombres un sentido de posesión sobre las mujeres; los altos niveles de tolerancia frente a las diferentes formas de violencia contra las mujeres (en particular contra las más vulnerables por razones de clase, de etnia, de edad, de condición migratoria) y la falta de voluntad política para enfrentar y castigar la violencia contra las mujeres; entre otros (Sagot, 2013). Los testimonios de la pandemia de las zonas rurales de Mendoza dan cuenta de estos cruces interseccionales que recuperan experiencias vitales que dejaron huellas en las comunidades, experiencias de violencias, de exclusión, de desigualdades, de necropolíticas de género que se convirtieron en banderas para los feminismos locales:

 

Yo me quedé con esto de casos emblemáticos, y creo que para nosotros lo de Johana y Soledad7 es algo muy presente. Todas esas situaciones de mujeres que sucedieron en la pandemia... es como traerlo también a lo cercano y decir esto sí, porque a veces pasa que tal te cuenta o lo ves en las noticias pero como algo lejano, esto acá no va a pasar, pero está muy presente de que eso pasa, nos pasa en la cara; y hubo no femicidios, pero sí violaciones de varias pibas jóvenes, ya saliendo de la pandemia, a nivel local eso también fue como.... (MDV, UST, 2022).

 

Al mismo tiempo, se observan procesos colectivos de crecimiento y organización. Ya no se trata solamente de desnaturalizar la violencia física sino de que la violencia como continuum empieza a ser percibida a través de sus intersticios diversos, colándose en las familias, las organizaciones, la economía, en el lenguaje, en los vínculos.

 

Hoy estamos discutiendo la violencia económica que es para nosotros un paso enorme porque ya no es solamente la violencia que se ve, sino esa que no se ve tanto y que tiene que ver con los medios de producción. Realmente queremos una reforma agraria, pero revisando cómo va a ser esa reforma agraria porque si no vamos a distribuirlo para seguir alimentando a los mismos. Pero creo que esos debates no fueron tan sencillos pero igualmente los fuimos pudiendo dar, generando grandes alianzas entre nosotras, entre las compañeras, fuimos dando esas complicidades. (VP)

 

Junto con el NUM hicimos estos talleres que eran de violencia en el noviazgo […] Estaba interesante, muy en un lenguaje adolescente, más el de Lali que hablaba de la violencia, también en un lenguaje muy adolescente. Veíamos los videos, dábamos la charla de violencia y después panfleteábamos y también con los sticker. Eso es parte de los códigos nuevos, nosotras teníamos el pasquín escrito en blanco y negro, con letra chiquitita y que decía 200.000 cosas, que el FMI esto y aquello y demás. Y ahora no, no va. Y yo requiero que hablemos del FMI pero para eso tenemos que dar un montón de debates todavía […] Tuvimos un taller después en la plaza de responsabilidad afectiva (AP, Territorias, 2021).

 

Como indica Verónica Gago (2019) es el surgimiento de un feminismo de masas el que ha permitido hacer una lectura del mapa de las violencias como entramado que nos habilita a conectar la violencia de género con la económica, la financiera, la política, la institucional, la social. Es muy interesante en el argumento de Gago, su conjetura acerca de que estas ideas se han consolidado a partir de poner en práctica la herramienta del paro feminista, es decir, es el feminismo y su potencia organizativa la herramienta más efectiva para el análisis y la difusión de ideas en torno a la de la conexión de las violencias:

 

es venir y acompañar en algunas actividades que han sido buenas e interesantes, y ellas eran una organización completamente diferente a nosotras, más de mujeres con otro tipo de militancia, pero que en la formación, en esas cosas nos encontrábamos... “Che qué lindo lo que están haciendo, entonces a lo mejor podrían venir y ayudarnos con este taller” […] y después con otras organizaciones, con la gente de la CCC, con compañeras como la Paula, y otras compañeras, y en el hacer de las mujeres nos íbamos encontrando y hemos tejido estos vínculos que van más allá de las organizaciones. (VP, UST, 2022)

 

Todos venimos tejiendo y construyendo acá... Y para eso es reimportante las redes y los tejidos y saber que se va construyendo eso fue como sentirnos también en ese lugar de abrigo; como cuando pasa con la violencia, a otra le pasa lo mismo que a mí... Bueno lo mismo pero desde las organizaciones. (MDV, UST, 2022)

 

Nosotras acá somos el Ni Una Menos, nosotras acá somos la Campaña, y entonces nosotras en este pueblo perdido tenemos 15 años de historia transcurrida por el solo hecho de levantar la bandera, y tenemos todo un grupo de mujeres que nos bancan por tener la bandera verde. (AP, Territorias, 2021)

 

Y empezamos en paralelo a construir una relación y un vínculo con el Ni Una Menos, un vínculo que siempre posteamos las cosas, pero una cosa era postear y otra cosa era debatir sobre qué pasaba con este femicidio […] la construcción del conocimiento feminista partía de forma horizontal, con conceptos errados sí obvio, con un montón de cosas no resueltas por supuesto, con contradicciones, pero era interesante cómo se iba dando el proceso […] se transformó el feminismo en un punto de debate de la cuestión social, de la cuestión social particular del pueblo. (AP, Territorias, 2021)

 

El movimiento en los territorios encuentra pliegues áridos pero también flores, a veces de altura; otras, en los riscos o en medio del salitre. Lo cierto es que las narrativas feministas cuentan acerca de experiencias heterogéneas que no fueron parte de los universales de la pandemia. La noción colapso de la vida cotidiana derivada del confinamiento en marzo de 2020 no explica las vivencias recogidas en testimonios de organizaciones feministas de la montaña mendocina o de la zona rural de Lavalle, por ejemplo:

 

fue un momento de mucho protagonismo de las mujeres la pandemia porque lo que nos pasó acá fue que cuando se cierra todo y el ‘qué vamos a hacer, y el laburo y demás, fue todo un momento en donde se potenció la cuestión productiva porque al no tener - el otro día lo charlábamos- que llevar a los chicos a la escuela estábamos todo el día acá, porque estuvimos encerrados relativamente en la zona rural, nos veíamos nosotras, no íbamos al pueblo capaz pero... Entonces era como que nos podíamos pasar todo el día acá, traíamos a los chicos, y se dio toda una cuestión diferente de la ciudad […] nosotras acá nos veíamos más, tal vez, que en los momentos en que estábamos todas con mil cosas y demás. Entonces se consolidaron más algunos procesos productivos, de comercialización, donde las mujeres ahí a full. (MDV, UST, 2022)

 

El feminismo en los territorios es simple y complejo. Pero tiene una cara muy simple, una cara de nos juntamos a tomar mate en el arroyo y hablamos de nuestras vivencias y resulta que nuestras vivencias tienen un montón de puntos en común. Y resulta que todas hemos sufrido violencia. Y resulta que con los mates y el arroyo las podemos charlar un montón. Y resulta que el feminismo sí tenía una respuesta para eso, pero era como muy simple la charla. A mí, a nosotras nos ha funcionado. Nosotras hemos sostenido el espacio también desde esa vincularidad. Y ha sido interesante porque se han dado cosas profundas. Siempre hablamos en Territorias, no somos un grupo de amigas, para mí tienen la edad de mis hijas, pero sí generamos vínculos de afecto. (AP, Territorias, 2021)

 

Sara Ahmed (2017) señala que una crisis puede ser una apertura, una nueva forma de proceder si somos capaces de resolver o no la crisis, dependiendo de si pensamos que la crisis es algo que necesite resolverse y en este orden, cuánto de crisis hay en las nociones de ruptura, de legado, familia, incluso de vínculos. En este sentido, cuando indagamos en relación a las tareas de cuidado en tiempos de aislamiento obligatorio en los territorios de la ruralidad mendocina, la vivencia de ruptura de la cotidianidad no reviste las mismas rugosidades que para los hogares urbanos. La posibilidad del encuentro, de la conversación, del ritmo acompasado, de la escucha, trajo aparejadas transformaciones personales, colectivas, de los grupos, las organizaciones, políticas, todas no previstas, no esperadas. Lo personal como político cobra fuerza en una forma de vincularidad que, al calor de la emergencia, no dio demasiado tiempo para reflexionar lo que iba generando. Ahora, visto a la distancia cobra sentidos de reparación, de organización y de construcción política. Tal como sostiene Verónica Gago, el feminismo construye institucionalidad propia (redes autónomas) y al mismo tiempo interpela a la institucionalidad existente (Gago, 2019:250).

 

Hemos armado un lazo muy fuerte con todas las chicas, de sostenernos, de escribirnos, de un montón de cosas que también está bueno cuando bajamos la guardia dentro del feminismo y podemos sentir más que pensar tanto, nos encontramos […] cuando por ahí nos logramos vincular también desde lo afectivo, también desde las vidas cotidianas, también desde lo relacional, también desde las vivencias compartidas, de las dificultades de la crianza, las dificultades de los acuerdos de pareja, de las dificultades de ser feminista en el trabajo, en sociedades machistas, cuando logramos encontrarnos desde esos lugares […] Cuando hablamos de que lo personal es político, por ahí no hemos hecho todas las construcciones políticas que esperábamos, pero sí hemos hecho muchos lazos. (AP, Territorias, 2021).

 

Y después las primeras reuniones que hicimos más a nivel de región fue decir como “uhh, qué bueno salir de lo cotidiano!” Si bien no estaba, quizás, ese miedo de que te veías con la familia y los vecinos nada más y poder encontrarse con los de otras zonas fue como importante. Pero bueno, se abrieron en la pandemia todo lo que fue la producción y pensar esas nuevas estrategias de comercialización y eso lo generó la pandemia y hoy se continúa con eso. Quizás en otro momento hubiéramos pensado más si convenía o no, pero en ese momento no quedó otra. (MDV, UST, 2022)

 

Gago, señala en su La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo (2019: 251) que la transversalidad propia de la política feminista es la capacidad que tiene el movimiento de hacer del feminismo una fuerza propia en cada lugar eludiendo la lógica de las demandas puntuales. Sostener esta forma de construcción implica un trabajo cotidiano de tejido, de ampliación de la conversación, de traducciones, de avances y retrocesos constantes. Como indica Gago y puede leerse en las narrativas de nuestros feminismos de los territorios en pandemia, lo más potente es que esa transversalidad es sentida como necesidad y como deseo para abrir una temporalidad presente de revolución feminista que se renueva cíclicamente, retomando el legado de las predecesoras y reactualizando las luchas.

 

 

 

Consideraciones finales

 

 

 

Una relación que es extraña con el lenguaje en tanto lenguaje del opresor nos impelió a una lectura situada de la pandemia, para, por un lado, poner en cuestión la narrativa hegemónica para el covid todo, para el resto nada, esa narrativa estereotipada y excluyente, acotada geográficamente, limitada en alcances, represiva y miope a las necesidades de los territorios y lxs sujetxs reales. Por otro lado, para (re) ubicar a través de esa lectura situada y fundamentalmente política, a lxs sujetxs encarnadxs y sus experiencias en sus mundos cotidianos. Si como hemos visto a lo largo del artículo, el poder se construye de un modo que el trabajo, las capacidades y las habilidades de las mujeres devienen en medios ajenos a ellas mismas y si es verdad que en este proceso el lenguaje tiene un rol fundamental al ser un lenguaje extraño, que sitúa a las que hablan en un lugar fuera de y ajeno a ellas, aquí la conversación restituyó el estatus de protagonistas, creadoras y sujetas, haciendo de sus mundo cotidianos y de sus experiencias en pandemia lugares de encuentro, autonomía y construcción política.

La posibilidad de acceder a una contranarrativa por fuera de la narrativa totalizante del confinamiento no se dio sin un análisis contextualizado que permitiera en términos mohantyanos construir agencia política y epistémica revalorizando las narrativas de experiencias marginalizadas en dos territorios alejados del Gran Mendoza: el Valle de Uspallata y la zona de influencia de la UST Campesina y Territorial.

Hemos visto la relevancia que la diferencia corporal tiene en la lectura de las experiencias de la pandemia en los territorios y, también, las consecuencias políticas que esto tiene para las mujeres. Al mismo tiempo, hemos articulado con la mirada de Williams sobre la experiencia, en tanto conciencia plena y activa que remite a múltiples determinaciones: el conocimiento de la vida cotidiana, la experiencia social concreta, “vivida pero no sabida”, la relación entre el mundo vivido como una condición no elegida, la ubicación, las corporalidades, etc.

La pandemia como acontecimiento aparece desplazando, modificando los umbrales de decibilidad. Lo decible y lo escuchable asoman corridos bajo condiciones históricas imprevistas que dan lugar a significados nuevos. Las formas en que se narra o se explica, en que se trae al presente lo vivido, en que se recuerda, la manera en que los testimonios son reformulados cuentan la historia personal y colectiva propiciando la emergencia de sentidos otros.

En ese gesto testimonial que cobra fuerza política al decir, los feminismos rurales de Mendoza logran dar cuenta de experiencias vitales: de variadas formas de violencias, de desigualdades, de transformaciones no esperadas derivadas del tiempo de aislamiento, de organización, de afectividades y de la emergencia de vínculos que tejen un tipo potente de nosotras feminista.

 

 

 

Referencias bibliográficas

 

 

 

Ahmed, S. (2015). La política cultural de las emociones. México: Centro de investigaciones y estudios de género.

- - - - - - (2017). Vivir una vida feminista. España: Bellaterra.

Angenot, M. (2010). El discurso Social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible. Argentina: Siglo XXI.

Bach, A. M. (2010). Las voces de la experiencia. El viraje de la filosofía feminista. Argentina: Biblos.

Badiou, A. (2003). El ser y el acontecimiento. Argentina: Manantiales.

Bajtín, M. (1985). Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI.

- - - - - - (1989). “Las formas del tiempo y del cronotopo en la novela”. Teoría y Estética de la novela. España: Taurus.

- - - - - - (1990). “El problema de los géneros discursivos”. Estética de la creación verbal. México: Siglo XXI.

Costa Wegsman, M. (2022). “Crítica de la razón androcéntrica”. En Pérez Germán y Armelino, M. (comp.) Luz de giro. Nuevas reflexiones sobre filosofía y métodos de las ciencias sociales. Argentina: Ediciones UNGS.

Gago, V. (2019). La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo. Argentina: Tinta limón.

Grasselli, F. (2017). “¿Qué le hacemos las mujeres al lenguaje? Notas sobre lenguaje, experiencia y mujeres”. CLACSO Seminario Virtual de Posgrado. Feminismos del Sur: experiencias, narrativas y activismos. Cátedra Berta Cáceres.

Mohanty, C. (2002). “Encuentros feministas: situar la política de la experiencia”. Desestabilizar la teoría. Debates feministas contemporáneos. México: Paidós.

Partenio, F. (2018). “Género, trabajo y experiencia: perspectivas teórico-metodológicas para el abordaje de las narrativas biográficas”. En Grammático, K., Marini, M. y Wechsler, W. (comp.) Historia reciente, género y clase trabajadora. Aargentina: Imago Mundi.

Sagot, M. (2013). “El femicidio como necropolítica en Centroamérica”. Estudos Feministas. Recuperado de https://www.labrys.net.br/labrys24/feminicide/monserat.htm.

Smith, D. (1989). “El uso del lenguaje del opresor”. El mundo silenciado de las mujeres. Chile: CIDE.

- - - - - - (2005). Institutional Ethnography. A Sociology for People. Canadá: Altamira Press.

Williams, R. (1975). Television, technology and cultural forms. Inglaterra: Routledge.

- - - - - - (2000). Palabras clave, un vocabulario de la cultura y la sociedad. Argentina: Nueva Visión.

 

 

1 En el proyecto Configuraciones discursivas en la Argentina 2020. Narrativas emergentes en la vida cotidiana: un abordaje desde los estudios feministas, Convocatoria PISAC-COVID-19 La sociedad argentina en la Postpandemia, Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, 2020, sostuvimos la conjetura de la pandemia por COVID 19 como acontecimiento. A los fines analíticos, esta conjetura nos permitió pensar dos dimensiones: una filosófica que señala su carácter disruptivo y de transformación de paradigmas (Badiou, 2003) y una discursiva, referida a la noción de enunciado en su carácter material y social (Bajtín, 1985, 1989, 1990).

2 Se denomina Gran Mendoza a la aglomeración urbana compuesta por la Ciudad de Mendoza y sus Departamentos limítrofes: Godoy Cruz, Las Heras, Guaymallén, Maipú, Luján de Cuyo y Lavalle. Ocupa 168 km². Más del 60% de la población de Mendoza vive en esa zona. Es la cuarta aglomeración urbana más grande de Argentina por cantidad de habitantes.

3 La UST Campesina y Terrritorial se inscribe dentro de la tradición de lucha del movimiento nacional campesino con reclamos comunes como el derecho a la tierra y a la soberanía alimentaria. En Mendoza se encuentra ubicada en varios Departamentos agrícolas: Lavalle, San Carlos, Tunuyán, Tupungato, San Martín y Capital.

4 La conclusión más contundente de nuestra investigación Configuraciones discursivas en la Argentina 2020. Narrativas emergentes en la vida cotidiana: un abordaje desde los estudios feministas antes citada, refiere a esta narrativa hegemónica que Paz Escobar, Rebeca Sotelo, Débora Saso, María Quiroga y Paula Brain desarrollan cabalmente en el trabajo Un anarchivo feminista al sur del Sur: narrativas emergentes de experiencias subalternas en tiempos de pandemia pronto a publicarse por SB Editorial como parte del libro colectivo Re-narrar la pandemia: aproximaciones desde los estudios feministas.

5 Actualmente, tienen condena tanto el femicida como la operadora policial del 911 que no dio curso al llamado de alerta de un vecino.

6 https://ahoraquesinosven.com.ar/reports/288-femicidios-a-un-ano-del-aspo-dispo

7 En septiembre de 2012, Johana Chacón, de 13 años, desapareció sin dejar rastros al regresar de la escuela en una zona rural de Lavalle, en Mendoza. Su búsqueda colaboró al descubrimiento de la desaparición de otra lugareña, Soledad Olivera, madre de tres hijos, de quien no se sabía nada desde noviembre de 2011. Gracias al acompañamiento y organización feminista luego de varios años pudo elevarse la causa a juicio. Mariano Luque, cuñado de la adolescente, fue condenado a 12 años por la desaparición y muerte de Soledad Olivera en 2017 y en 2018 nuevamente juzgado por la desaparición y muerte de Johana, y condenado a 22 años. Por la suma de ambas condenas debe cumplir una pena de 34 años. Nunca fue encontrado ninguno de los cuerpos.