El relato imposible

Los testimonios de la insurgencia popular en la diatriba de los letrados

 

The Impossible Narrative

Testimonials of popular insurgency in the diatribes of scholars

 

Rossana Nofal | ORCID: orcid.org/0000-0002-6127-1969

rossananofal@gmail.com

CONICET

 

Argentina

 

Recibido: 29/8/2022

Aceptado: 18/10/2022

Resumen

El artículo explora el revés de la trama al desplegar la hipótesis de Ángel Rama sobre las posibilidades de leer las modulaciones populares de una ciudad colonial a partir de las diatribas de los letrados. El acento está en el texto de Alboroto y motín de los indios en México, una carta de Don Carlos de Sigüenza y Góngora a su amigo el Almirante Andrés de Pez, donde relata el tumulto de los indios ocurrido el 8 de junio de 1682. La edita, por primera vez, Irving Leonard en 1932 (Nofal, 1996:75) y se trata de un informe semioficial, hecho a petición del Virrey. Las modulaciones de género en este relato se perciben en el modo de leer el detalle que se ubica en una aparente linealidad. Propongo repensar los modos canónicos con los que se abordaron las lecturas históricas del género testimonial en claves patriarcales para observar los desplazamientos de las indias, colectivo silenciado por el autor y también por las exégesis históricas del texto. La deconstrucción se sucede en la apertura de los marcos de sentido para repensar la historicidad del género y sus modos de construcción de paradojas desde la incertidumbre constitutiva del corpus.

 

 

Palabras clave: Testimonio, Género, Letrados, Indias, Insurgencia.

 

Abstract

The following article explores the reverse of the plot by deploying Angel Rama’s hypothesis about the possibility of reading the popular modulations of a colonial city through the diatribes of scholars. The accent lies on Uproar and mutiny of the Indians in Mexico, a letter from Don Carlos de Sigüenza y Góngora to his friend Admiral Andrés de Pez, where he relates a tumult by Indians that took place on June 8th, 1682. The letter was first edited by Irving Leonard in 1932 (Nofal, 1996:75), and it is a semi-official report made at the request of the viceroy. The modulations of genre in this story are perceived in how we read the details that are lodged in an apparent linearity. I propose to rethink the canonical ways in which the historical readings of the testimonial genre were approached (from a patriarchal viewpoint) when observing the displacement of indigenous women, a community silenced by the author and by the historical exegesis of the text. Deconstruction repeats itself in opening frameworks of meaning to rethink the historicity of the genre, and the way it creates paradoxes from the inherent uncertainty of the corpus.

 

 

Key words: Testimony, Gender, Scholars, Indigenous Women; Insurgency.

 

 

 

 

Introducción

 

 

 

Investigar implica tomar riesgos y aventurarse en lo que no sabemos o apenas intuimos. A modo de cierre o vuelta de tuerca en la máquina de leer el testimonio, propongo un cruce de la peligrosa voz del yo entre temporalidades complejas. Provocación irreverente o cordial invitación, repongo en la biblioteca de la escritura testimonial latinoamericana un texto fundacional del conflicto letrado. Me refiero al Albotoro y motín de los indios en México, una carta de Don Carlos de Sigüenza y Góngora, un intelectual de la colonia mexicana del siglo XVII, a su amigo el Almirante Andrés de Pez. En ella relata el tumulto de los indios ocurrido el 8 de junio de 1682 editada por Irving Leonard en 1932 (Nofal, 1996:75). Se trata de un informe semioficial, hecho a petición del Virrey. Sigüenza y Góngora apela a la metáfora de los cristales diáfanos de los anteojos que usa, para instalar el presupuesto de veracidad de sus palabras vinculado a lo monstruoso: el adoctrinamiento paternalista de las masas; la erradicación de la cultura popular; la marginación más o menos violenta de las minorías y de los grupos disidentes: castigos ejemplificantes y la condena a la barbarie de la sinrazón de indios belicosos y siempre indómitos (Sigüenza y Góngora, 1984:97). Las modulaciones de género implicadas en este relato se perciben en el modo de leer el detalle que se ubica en una aparente linealidad. En este sentido, sugiero repensar los cánones con los que se abordaron las lecturas históricas del género testimonial en claves patriarcales. La deconstrucción se sucede en la apertura de los marcos de sentido para repensar la historicidad del género y la construcción de paradojas desde una incertidumbre constitutiva del corpus.

La comarca del testimonio es profundamente oral. Frente a este recorte, la ciudad letrada y sus protagonistas instalan el conflicto de la letra en comunidades marcadas por la oralidad. Esta tensión permite identificar cuentos divergentes alrededor de los hechos de insurgencia popular. Se trata de relatos que se refieren en la escritura como fragmentos que circulan de boca en boca que hasta parecen invisibilizados en la escritura de Sigüenza y Góngora. Esto no invalida la voluntad de veracidad de la crónica legitimada desde la voz del sabio letrado, aunque la lectura a contrapelo permite identificar estas incrustaciones populares. Se trata de partículas narrativas que circulan sin marca de autor y, en este sentido, potencian la denuncia que exponen: parten de una estructura común, pero inscriben un punto de fuga para instalar la duda en el discurso sin fisuras del letrado.

 

Valiéndome de un microscopio descubrí un enjambre de animalillos de color musgo sin más corpulencia que la de una punta de aguja y que sea sutil; tiraba su forma y la de sus pies a la de una pulga, pero con alas cubiertas, como los gorgojos, y que fuese con estas alas o con aquellos pies saltaban de una parte a otra con ligereza extraña.

(Sigüenza y Góngora, 1984:109)

 

La metáfora del microscopio de Sigüenza y Góngora se convierte en la herramienta que interviene en el discurso para exponer su divergencia. Siguiendo la lógica de Walter Benjamin (1989:47) cuando afirma que, al interpretar los detalles, es posible interpretar el todo; el sabio letrado organiza un inventario de los elementos populares que se hallan engarzados en su discurso. Se trata de incrustaciones extrañas, detalles de otra serie, tanto por los sentidos que compromete como por los registros lingüísticos que inscriben. El microscopio ilumina la ajenidad de las partículas de una serie extraña. Por otro lado, el sentido del texto migra desde la centralidad del autor a la hegemonía del lector que puede reponer las traducciones de lo disímil. Carlo Ginzburg en su libro El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI habla de la necesidad de pensar en los elementos engarzados de la cultura popular como elementos divergentes que se advierten solo como fragmentos o deformaciones perceptibles en documentos procedentes en su mayoría de los archivos de la represión (Ginzburg, 1999:10) En esta clave, se puede leer en paralelo el diseño poético de Ángel Rama (1998) para pensar las sociedades latinoamericanas coloniales. La ciudad letrada, dentro de la cual habitan, se mueven y operan los letrados, se opone a la ciudad real bulliciosa, contradictoria y popular de la cual contamos con muy escasos registros y de la que sobre todo sabemos gracias a las diatribas de los letrados (Rama, 1998:45). Es justamente en ese hiato en donde inscribe la ciudad escrituraria vinculada, fundamentalmente, al discurso legal: es la letra que otorga propiedad y en ese sentido configura, quizás el bastión más poderoso del diseño simbólico de la letra, el orden y el poder. Ángel Rama trabaja sobre una cita literal de Sigüenza y Góngora para delimitar fronteras de clase en la ciudad. De esta configuración se desprende la absoluta exclusión de los sectores populares compuesta por la plebe tan extremo plebe (Rama, 1998:46). Los anillos más extremos exponen la tensión racial y cierran espacios marginados del círculo central del gobierno y de la administración virreinal1.

 

 

 

Los sentidos del testimonio de una crisis

 

 

 

Sigüenza y Góngora escribe dos testimonios sobre la crisis en el México colonial, Infortunios de Alonso Ramírez (1690) y Alboroto y motín de los indios en México (1692)2. En el primer texto, más próximo a la ficción de la evidencia imaginativa, se ubica como un mediador entre una víctima y su pedido de reconocimiento y memoria; en la reconstrucción del tumulto del segundo texto, el autor se figura testigo “ocular” de los hechos, protagonista ajeno y distante de la sinrazón de la barbarie. Organiza el testimonio pensado como una memoria del testigo letrado capaz de inscribir la violencia de las revueltas del pueblo aún en sus escenas más cotidianas. Se trata de dos textos contrapuestos por sus personajes en los que un mismo poder letrado y una misma posición de autor consolidan el orden colonial. La diferencia está en la escala de confrontación entre Sigüenza y Góngora y sus otros definidos tanto como los indios, los criollos o como la plebe. Se trata de una vida fuera de lugar (Ruiz, 2018:19). Si bien es un letrado criollo, no pertenece a la iglesia y confronta con los españoles peninsulares. No puede tensar al máximo los hilos del control de la disidencia: las incrustaciones se escapan, se exponen y muestran las marcas del intento fallido de la sutura homogeneizadora de la letra colonial. La escritura de Sigüenza y Góngora inscribe una nueva ambigüedad en la historicidad del género testimonial ya que no da cuenta de la voz de los muertos ni actúa por delegación de las víctimas de una sinrazón. No es un letrado solidario con la voz de los vencidos, tampoco es un sabio complaciente con el poder imperial; en todo caso, es cronista de la sedición. Se trata del testimonio de la colonia a la metrópoli para que, en otros reinos, sepan todos con fundamento lo que otros habrán escrito con no tan individuales y ciertas noticias (Sigüenza y Góngora, 1984:135): sólo con voz entera nos la proponen uniformes las historias todas (1984:95). Sigüenza y Góngora escribe el motín como un cuento del malestar que el orden colonial intenta disciplinar y hasta ocultar: el alboroto de los indios, la discrepancia de los criollos y la protesta pública de las indias. Si se leen los detalles es posible percibir los testimonios que han quedado más o menos ocultos en las lecturas canónicas de los textos coloniales.

 

 

 

El conflicto y las miradas

 

 

 

Sigüenza y Góngora está tensionado entre los modelos peninsulares y la realidad americana, pero también se introduce una lógica de mercado. El conflicto no se inicia en el hambre sino en la disputa por la ganancia y el excedente. En el revés de la trama, el texto expone una cuestión de género: la intervención de las mujeres determina una nueva instancia en la lectura, una totalidad mayor menos visible en el discurso de la marginalidad criolla. Su saber y su experiencia en la ciudad lo legitiman como un juez al momento de cuestionar la legitimidad del reclamo que genera el conflicto3. En una lectura a contrapelo de los hechos, se puede percibir que los personajes principales de esta tragedia son las indias que venden las tortillas en las calles:

 

Y éstas ni las hacían los sirvientes, ni los mulatos, ni los negros, ni los españoles, ni sus mujeres, porque no las saben hacer sino las indias que, a montones en la plaza y a bandadas en las calles, las andaban vendiendo continuamente. (Sigüenza y Góngora, 1984:116).

 

Ante la falta de trigo a causa de las inundaciones y el acopio que el poder virreinal hace de él, inicialmente son las mujeres las que se levantan en armas y posteriormente se suman los sediciosos al grito de ¡Muera el Virrey y cuantos lo defienden! (1984:123).

Hay un conflicto narrativo con relación a la incorporación moral del discurso del otro. Desde sus saberes de microscopio puede cruzar los límites de sus lugares e identificar las verdaderas razones de la complejidad del contexto: Sigüenza y Góngora conoce las razones y el fundamento, aunque cuida muy bien a los informantes que no menciona. Las discrepancias entre las preguntas de la justicia colonial y las respuestas de los acusados exponen las versiones complejas y casi autónomas vinculadas a los hechos.

 

Haber precedido todo esto a su sedición no es para mí probable sino evidente, y no me obliga a que así lo diga el que así lo dijo en su confesión uno que ajusticiaron por este delito y a quien, con nombre de Ratón conocieron todos, sino lo que yo vi con mis ojos y toqué con mis manos mucho tiempo antes, al ir abriendo la acequia nueva que dije antes. (p.116)

 

Si pensamos en el revés de la trama la carta de Sigüenza expone la agencia de los sectores disidentes: las conspiraciones y la sublevación de las mujeres. Es un texto que excede a los controles del autor. Los indios de los arcos de triunfo barroco se desdibujan frente a las indias y a los indios hambrientos que incendian el palacio del Virrey. Murieron algunos indios de esta manera y, a lo que presumo, muchos más en número (1984:128).

Un letrado tan hábil para hacer revivir a los indios del pasado prefirió apartar su mirada del indio de su tiempo: los cristales diáfanos del autor le permiten al lector escuchar los quiebres de un sistema en fragmentos dispersos que van más allá de los obstáculos ideológicos del cronista que ordena el testimonio de los hechos. Frente al conflicto y sus disputas, el letrado elige salvar el archivo de la ciudad4. El cuento se escapa por sus bordes y no encuentra una sola estructura. El archivo, en cambio, es un acto instituyente y explícito del letrado que lo conserva con la voluntad de legado y perpetuidad. Sigüenza y Góngora clausura su texto a cualquier intervención de edición desde la veracidad de una historia a la que no se le puede sumar palabra. La tensión entre indios y españoles tiene rugosidad y actores múltiples. El letrado expone los efectos del malestar y la más o menos declarada disconformidad. La inscripción memoriosa del conflicto social expone las transformaciones en las relaciones y vínculos que anudaban a los individuos entre sí: los campesinos desplazados a la ciudad, los viajeros, los indios, las indias con su hacer de tortillas y ferias. Sin negar su propia singularidad, Sigüenza y Góngora decide utilizar el alboroto como una categoría más general para comprender las situaciones nuevas. El castigo a los culpables se enuncia desde la prudencia para responder a la monstruosa protesta con ajenidad. La distancia en la mirada del cronista es prueba real de lo que nos aborrecen los indios (1984:117).

Al desorden evidente en las figuras de la desmesura, tanto en la lógica del infortunio como en la de la sinrazón, le sigue el orden; la memoria ejemplar es entonces potencialmente liberadora de la barbarie. Las estrategias de construcción de los acontecimientos recuperan las historias de motines y desventuras, sin embargo, los protocolos del testimonio del sabio colonial no alcanzan para silenciar las tensiones de los cuentos incrustados en la prolija linealidad de la crónica. Sigüenza y Góngora suma al relato del tumulto los engarces que le provee un informante. Es el Ratón, un testigo de la pulpería que se invisibiliza en su modo minúsculo de registrar la historia; es la figura que ve entre los detalles apenas percibidos en un microscopio. Así lo dijo en su confesión uno que ajusticiaron por este delito y a quien, con nombre de Ratón conocieron todos (1984:116). La memoria ejemplar de una circunstancia de diminuta en mucho y monstruosa en todo (1984:95) le permite recomponer el orden con la muerte de los culpables. La escritura da cuenta de la crisis a los lectores peninsulares, jurados que desconocen tanto a los acusados como al acusador.

 

Este es el estado en que nos hallamos, y esta es mi carta. Si le pareciera a vuestra merced el imprimirla para que en esa corte y en esos reinos sepan todos con fundamento lo que otros habrán escrito con no tan individuales y ciertas noticias, desde luego consiento con ello, presuponiendo el que no se le añada ni se le quite una palabra; y si no fuere de este modo, no salga a la luz. Guarde Nuestro Señor vuestra merced, amigo y señor mío, muy dilatados años y esto con muy perfecta salud y descanso en todo, México y agosto 30 de 1692 años. Besa las manos de vuestra merced su capellán y amigo, D. Carlos de Sigüenza y Góngora. (p.135)

 

Sigüenza y Góngora es el editor de sus propias memorias y, en esa tensión, incorpora sus otros más monstruosos: en el bestiario no quedan fuera ni las monedas ni el mercado. La culpa es del pulque y sus gestiones de la disidencia. Dueño indudable de los signos, es un outsider en la ciudad letrada, él está fuera porque no tiene nada, no tiene las monedas, no tiene las propiedades en la ciudad escrituraria. La ciudad no es sólo un territorio: es lugar de revuelta posible. Es un texto, pero también es el espacio de matar o morir. Relato tridimensional que expresa en qué consiste el orden en ese lugar. Es un artefacto habitable en su conflicto, como el texto que la cuenta como historia de vida en la ciudad sin añadir o quitar ninguna de las palabras que el testigo eligió para contar su cuento divergente. El testimonio del personaje sin nombre, apenas un ratón (de biblioteca) se inserta en una sutil y tortuosa genealogía insurgente del continente. El cuento sobre el motín de las indias es el residuo indescifrable para el autor del testimonio, aunque el control del editor resista las lecturas: eslabón perdido unido, casualmente, como un modo de transmitir las estrategias de resistencia y revuelta de las estirpes condenadas a los cien años de soledad. El relato imposible desmonta el mito, expone sus fisuras e inscribe la transgresión en sus posibilidades. Es el cuento de la revuelta el punto de clivaje más importante del cuento de guerra (Nofal, 2022:26), la zona donde los tonos de la palabra oral se alejan de los centros y los controles escriturarios aún desde la escritura. Cuento entendido como un constructo colectivo que evita la sospecha sobre la verdad de los testimonios y por otro lado permite alejarse de las configuraciones autobiográficas de los relatos en primera persona y exponer desarticulaciones, contradicciones y conflictos (Nofal, 2022:33) En Alboroto… nadie parece prestar atención al relato de las indias y las pulquerías. La insurgencia juega en paridad de armas para destronar a su contraparte: escribe el sueño revolucionario en los anillos más extremos de la ciudad. Si en algún punto el testimonio letrado necesitaba de una escucha ajena para cruzar los protocolos del familismo, es en realidad el lector extraño quien completa el sentido imposible en una temporalidad diferente. El cuento de guerra es entonces una guerra de tiempos con personajes minúsculos sin semblantes heroicos y en este sentido articula una nueva lógica para entender una nueva ley de la lectura en clave de género. Las indias, invisibles tanto en el relato de los letrados españoles y criollo conviven conflictivamente en el espacio e instalan la disidencia. Manejan el comercio en el intercambio de materia prima y de dinero. Disputan palabras y poder en la ciudad letrada, aunque nadie parece verlos en su divergencia hasta que se escapan. Configuran los ruidos extraños de un balbuceo apenas audible en el universo escriturario que espera una lectura a contrapelo.

 

 

 

Referencias bibliográficas

 

 

 

Benjamin, W. (1989). Discursos interrumpidos I. España: Taurus.

Ginzburg, C. (1999). El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. España: Península.

Maravall, J. A. (1986). La cultura del barroco. España: Ariel.

Nofal, R. (1996). La imaginación histórica en la colonia. Carlos de Sigüenza y Góngora. Argentina: Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos.

- - - - - - (2022). Cuentos de guerra. Argentina: Universidad Nacional del Litoral.

Rama, Á. (1998). La ciudad letrada. Uruguay: Arca.

Ruiz, F. (2018). Mínimas multitudes. Infortunios, motines y polémicas [prólogo]. Argentina: Corregidor.

Sigüenza y Góngora, C. de (1984). Seis obras. Edición, notas y cronología de William G. Bryant. Venezuela: Ayacucho.

1 Plebe tan en extremo plebe, que sólo ella lo puede ser de la que se reputare la más infame, y lo es de todas las plebes, por componerse de indios, de negros, criollos y bozales de diferentes naciones, de chinos, de mulatos, de moriscos, de mestizos, de zambaigos, de lobos y también de españoles que, en declarándose zaramullos (que es lo mismo que pícaros, chulos y arrebatacapas) y degenerado de sus obligaciones, son los peores entre tan ruin canalla. (El fragmento, citado literal en Rama, 1998:46, pertenece a la obra de Sigüenza y Góngora, Albotoro y motín de los indios en México, 1984:113).

2 Sigo la edición de Willian G. Bryant titulada Seis obras, publi­cada por la editorial Ayacucho en 1984.

3 Por no hablar a poco más o menos en lo que quería decir, dejé la pluma y envié a comprar una cuartilla de maíz que, a razón de cincuenta y seis reales de plata la carga, me costó siete y, dándosela a una india para que me la volviese en tortilla a doce por medio real como hoy se venden, importaron catorce reales y medio y sobrando dos; lo que se gastó en su beneficio, no entrando en cuenta su trabajo personal, fue real y medio, y sé con evidencia que mintió en algo […] luego, si en siete reales de empleo quedaron horros por lo menos seis, siendo solas indias las que hacían las tortillas, ¿cómo podían parecer, como decían a gritos, cuando de lo que se granjeaban con ella no sólo les sobraba para ir guardando, y esto prescindiendo del continuo de los oficios y jornales de sus maridos? Luego, sólo esta ganancia tan conocida, y no la hambre, las traía a la alhóndiga en tan crecido número que unas a otras se atropellaban para comprar maíz; luego, en ningún otro año les fue mejor. (Sigüenza y Góngora, 1984:116).

4 [Intervención de Don Carlos Yo también me hallé entonces en el palacio porque, entregándole el Santo Óleo a un ayudante de cura, me vine a él; pero no siendo esta carta de relación de méritos propios sino de los sucesos de la noche del día ocho de junio, a que me hallé presente, excusaré desde aquí para lo que adelante referirme nudamente lo mucho (o nada, o lo que quisieron émulos que nunca faltan) que, sin hacer refleja a mi estado, hice espontánea y graciosamente, y sin mirar al premio; cuando ya con una barreta, ya con un hacha cortando vigas, apalancando puertas, por mi industria se le quitaron al fuego de entre las manos no sólo algunos cuartos del Palacio sino tribunales enteros y de la ciudad su mejor archivo. Basta con esto lo que a mí me toca. Si los que tenían libertad para poder huir, sólo por el fuego que los cercaba a distancia larga, estaban aún con mayores ansias y congojas que las que he dicho, ¡cuáles serían las de los presos de la cárcel de corte y aprisionados muchos, viendo que al mismo instante que ardió la puerta se llenaron todas las salas de espeso humo y se ahogaban todos! [...] Mientras se va quemando el palacio, voy yo a otra cosa. (Sigüenza y Góngora, 1984:130)