TRAZOS - AÑO VIII – VOL.I – JUNIO 2024 - e-ISSN 2591-3050
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Sobre Tierras
Movedizas: Una
Defensa De La
Objetividad Situada
Del Conocimiento
Histórico
Uncertain Territories: A Defense
Of The Situated Objectivity Of
Historical Knowledge
Lucía Natalia Martinez Mayer
Universidad de Buenos Aires. Cdad. Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
lunmartinezmayer@gmail.com
Recibido: 20 de mayo de 2024
Aceptado:28 de junio de 2024
TRAZOS - REVISTA DE ESTUDIANTES DE FILOSOFÍA - AÑO VIII - VOL. I. - JUNIO 2024
páginas 26-37 - E-ISSN 2591-3050
http://www.ojs.unsj.edu.ar/index.php/trazos/
INSTITUTO DE FILOSOFÍA - FACULTAD DE FILOSOFÍA, HUMANIDADES Y ARTES - UNIVERSIDAD NACIONAL DE SAN JUAN
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TRAZOS - AÑO VIII – VOL.I – JUNIO 2024 - e-ISSN 2591-3050
Resumen: Una crítica común a la aproximación narrativista del conocimiento his-
tórico propuesta por Hayden White es que desafía las pretensiones epistémicas
de la disciplina. En respuesta, algunxs autorxs han intentado distanciarse de ese
supuesto matiz literario para proteger el conocimiento histórico de los “peligros”
del relativismo o el escepticismo. Sin embargo, tomando en cuenta los aportes de
Scott, que permiten concebir la experiencia en sus dimensiones lingüística, histó-
rica y política; las contribuciones de Kellner al narrativismo, que permiten reexio-
nar sobre la dimensión retórica y el carácter productivo del lenguaje; y la noción de
objetividad encarnada y situada propuesta por Haraway en oposición a formas de
totalización o relativismo, podemos argumentar que tal “rescate epistemológico”
no es necesario. Por tanto, el trabajo propone considerar el giro narrativista como
una invitación a asumir la(s) historia(s) que contamos y a reconocer el carácter a
la vez objetivo y disputable del conocimiento histórico.
Palabras clave: CONOCIMIENTO HISTÓRICO - OBJETIVIDAD ENCARNA-
DA-NARRATIVISMO.
Abstract: A common critique of Hayden White’s narrativist approach to historical
knowledge is that it undermines the epistemic claims of the discipline. In respon-
se, some scholars have sought to distance themselves from this supposed literary
bias to safeguard historical knowledge from the “dangers” of relativism or skepti-
cism. However, considering Scott’s contributions, which enable us to understand
experience in its linguistic, historical, and political dimensions; Kellners insights
into narrativism, which reect on the rhetorical dimension and the productive na-
ture of language; and Haraway’s concept of situated and embodied objectivity in
opposition to forms of totalization or relativism, we can argue that such an “epis-
temological rescue” is unnecessary. Therefore, this work proposes viewing the
narrativist turn as an invitation to take responsibility for the histories we tell and to
recognize the simultaneously objective and disputable nature of historical knowle-
dge.
Keywords: HISTORICAL KNOWLEDGE - EMBODIED OBJECTIVITY - NARRA-
TIVISM
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¿Y qué dicen los pájaros?
Todo lo que hay para decir sobre una matanza,
cosas como, "Pío-pío-pi”.
Kurt Vonnegut
, Matadero Cinco
Según señala White, Berel Lang considera que nuestra primera respuesta
ante el Holocausto debería ser mantener un silencio respetuoso y no utilizar el
genocidio para la escritura ccional ni poética (White, 2003). En denitiva, ¿no
sería la guración y la estetización de eventos como este una invitación a desviar
nuestra atención de la atrocidad que les es propia? ¿No sería cualquier relato una
forma de distorsionar los hechos, una forma de distanciarnos, a partir del uso de
un lenguaje gurativo, de lo que verdaderamente ocurrió? Kurt Vonnegut hace un
señalamiento similar y arma que “no hay nada inteligente que decir sobre una
matanza” (Vonnegut, 1991, p. 24). La principal diferencia es que la armación de
Vonnegut es enunciada por la voz narradora que se encarga de contar lo sucedi-
do en el bombardeo de Dresde, en su famosa novela satírica de ciencia cción,
Matadero Cinco.
En la novela, Vonnegut nos ofrece al comienzo una serie de páginas, donde,
a través de la voz narradora, nos cuenta algunas de las dicultades, dudas y ca-
sualidades que resultaron en la versión nal del libro. Allí, resulta interesante una
escena particular en la que Vonnegut se encuentra con un compañero de gue-
rra, Bernard O´Hare, y su esposa, Mary. Mientras conversan, Vonnegut no puede
evitar notar que Mary está enojada y, por algún motivo, él parece ser el culpable.
Lo que sucede es que Mary sabe que Vonnegut piensa escribir un libro sobre lo
ocurrido en Dresde, sabe que ellos eran tan solo unos niños cuando fueron a la
guerra y está convencida de que, en el libro, esto no será descrito de este modo.
Mary creía que las guerras eran promovidas por los libros y el cine, que, distor-
sionando los hechos, buscaban representar a lxs niñxs con actores como John
Wayne y hacían de la guerra un espectáculo maravilloso. Vonnegut le promete a
Mary que eso no sucederá y le pone de nombre alternativo a su libro La cruzada
de los niños.
En algún punto, creemos que Lang comparte ciertas inquietudes con Mary
O´Hare. Una de las cuestiones que emergen en el análisis de Lang involucra una
preocupación legítima por los efectos que puede producir “la caracterización -
gurativa de acontecimientos reales” (White, 2003, p. 201). Le preocupa “dar una
imagen equivocada del tema” (White, 2003, p. 203) y que se tergiversen de este
modo sus aspectos esenciales. En denitiva, los relatos parecerían no ser ade-
cuados para narrar este tipo de acontecimientos intrínsecamente “anti-represen-
tacionales”
1
(White, 2003). Ahora bien, ¿es el discurso gurativo tan distinguible
del discurso literal que, según Lang, habría de utilizarse para contar este tipo de
1 . Si bien la postura de Lang involucra no solo el rechazo de la ccionalización de este tipo de hechos históricos, sino, propositivamente,
la idea de una escritura intransitiva como modelo posible para su representación (White, 2003:207), nos interesa particularmente su opo-
sición al discurso gurativo y sus posibles distorsiones para centrarnos en los supuestos ontológicos y epistemológicos que, en el marco
de este trabajo, pretendemos abordar.
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hechos? ¿Conduce el narrativismo indefectiblemente a un tipo de relativismo?
¿Todo relato implica una distorsión que conllevaría a la pérdida de objetividad?
En el presente trabajo nos proponemos analizar en qué medida las narra-
tivas históricas permiten, o no, obtener un conocimiento objetivo del pasado. Así,
en contraposición a autorxs que buscan distanciarse de ese dejo literario e im-
posicionalista para salvar el conocimiento histórico de los “peligros” de este tipo
de concepciones, nos preguntaremos si este rescate epistemológico del conoci-
miento histórico, de su legitimidad y objetividad, es tan necesario como algunxs
suponen. Tal vez la distorsión no atente contra la posibilidad y objetividad del co-
nocimiento histórico, tal vez no haya nada que se encuentre en peligro. O, tal vez,
el conocimiento sea siempre una apuesta peligrosa y sea hora de hacernos car-
go.
Conocer el pasado o de cómo construir un mapa sobre tierras movedizas
Imaginemos, en primer lugar, un mapa cualquiera. Generalmente, los ma-
pas pretenden representar un determinado territorio de manera objetiva y, para
hacerlo, necesariamente excluyen aspectos del territorio que buscan representar.
En la mayoría de los mapas, las ciudades aparecen como puntos, los mares y ríos
no tienen peces y las fronteras de los países están claramente delimitadas por
unas líneas de colores. Danto señala dos tipos de problemas que surgen con los
mapas: en primer lugar, son necesariamente incompletos; y, en segundo lugar, al
cambiar los territorios, quedan desactualizados (Danto, 2014). Ahora bien, Danto
propone que imaginemos una “descripción total” de un suceso E, una serie de
oraciones que, en conjunto, enuncien todo lo sucedido en E (Danto, 2014). Tal
como sucede con los mapas, existiría un isomorsmo entre la descripción total y
el evento que esta describe.
Sin embargo, a partir del análisis de lo que denomina “oraciones narrati-
vas”, Danto muestra que una “descripción total", lejos de aparecer como el para-
digma de un conocimiento histórico objetivo e ideal, “no satisface adecuadamen-
te las necesidades de los historiadores” (2014, p. 211). En denitiva, un suceso
E puede tener múltiples descripciones, parciales, distintas y a la vez verdaderas,
según este sea puesto en relación con sucesos diferentes. Así, siguiendo la ana-
logía del mapa, nuestro territorio podría cambiar, en tanto cambien nuestros cri-
terios de relevancia y la ubicación de nuestro suceso E en las estructuras tem-
porales a partir de las que organicemos ese pasado que buscamos representar
(Danto, 2014).
Ahora bien, siguiendo a Mink (2015), creemos que el territorio que presupo-
ne Danto en su acercamiento representacionalista al lenguaje y al conocimiento
histórico es un territorio jo y no es otro que el de la Historia Universal. El territorio
de Danto tiene sucesos, que aparecen como ciudades, y rutas que el historiador
se encarga de trazar, que van de unos sucesos a otros, revelando conexiones en
esa cuadrícula que constituiría el Pasado mismo. Es cierto que para Danto el Pa-
sado cambia, a veces, cuando se introducen nuevas descripciones para un su-
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ceso, pero sin el presupuesto de la Historia Universal, sin considerar a la Historia
como un relato no contado, no habría forma de armar que dos descripciones di-
ferentes reeren realmente a un mismo acontecimiento (Mink, 2015). La pregunta
que podemos hacernos, entonces, es qué queda si abandonamos este supuesto
implícito que permite concebir descripciones estándares de acontecimientos y un
pasado determinado: ¿qué sucede si abandonamos la tierra rme de la Historia
universal? ¿Qué mapa podemos construir sobre tierras movedizas?
Mink arma que los “acontecimientos” no son la materia prima a partir de la
que las narrativas se construyen, sino que “todo acontecimiento es una abstrac-
ción lograda a partir de una narrativa” (2015, p. 208). En este sentido, qué es lo
que cuenta como un acontecimiento, su complejidad, carácter y duración, solo se
tornaría inteligible en función de las estructuras narrativas particulares que elegi-
mos. Para Mink, entonces, la narrativa sería “una forma primaria e irreductible de
comprensión humana” (2015, p. 191), pero esto no quiere decir que nuestra vida,
ni el pasado, tengan una forma narrativa: no habría una realidad histórica deter-
minada que deberíamos descubrir a partir de la investigación, sino que seríamos
nosotrxs quienes tendríamos la responsabilidad de tornar inteligible ese pasado,
de determinarlo y tornarlo signicativo, a partir de los relatos que contamos (Mink,
2015).
Esta idea, también sostenida en cierto sentido por White, acerca de que
no es posible encontrar una signicación o una interconexión entre los hechos
históricos independientemente de cualquier narrativa ha llevado a ciertxs autor-
xs, como Carr (1986) y Zagorin (2002), a criticar sus posturas. Carr, por ejemplo,
se ha opuesto tanto a las armaciones de Mink que conducirían a conclusiones
escépticas, como a la propuesta de Hayden White que, según él autor, no haría
otra cosa que abrazar esas conclusiones descaradamente (Carr, 1986). Así, la
perplejidad que buscaba causar Mink a la hora de analizar las características y pa-
radojas de las narrativas históricas parecería haber llevado a Carr y otrxs autorxs
a considerar su planteo como un ataque a toda pretensión epistémica. Si, en tanto
histórica, tiene una voluntad de representar una parte real del pasado, pero, en
tanto narrativa, se trata de un producto de la imaginación del que no podemos pre-
dicar verdad o falsedad, parecería, según Carr, que la narrativa histórica es para
estxs autorxs un mero artefacto cultural, literario y extraño a lo real (Carr, 1986). Y
es ese hiato entre narrativa y realidad, esta discontinuidad que invita a pensar en
imposiciones y distorsiones, la que Carr pretende poner en cuestión para devol-
verle a la narrativa histórica sus pretensiones epistémicas y poder armar lo que
nos interesa: que el conocimiento histórico es posible y que una narrativa puede
ser verdadera y objetiva. Es momento de analizar esta defensa de la cartografía.
Para argumentar a favor de la continuidad entre narrativa y realidad, Carr
retoma, entre otros elementos, las descripciones fenomenológicas del tiempo de
Husserl, y la estructura, y el lenguaje de la acción y arma: las vidas no son vividas
y los relatos no son contados, sino que los relatos son contados al ser vividos y
vividos al ser contados (Carr, 1986). De alguna manera, rescatar cierto isomor-
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smo entre experiencia y narrativa, entre el pasado y nuestros relatos, permitiría
pensar un tipo de correspondencia que nos devolvería nuevamente un territorio,
sino rme, al menos, estable. Ahora bien, más allá de las complejidades que pue-
dan surgir respecto a concebir una experiencia, aparentemente ante predicativa,
como “narrativa”, más difícil nos resulta vislumbrar por qué tal correspondencia
entre narrativa y experiencia podría salvar al conocimiento de un posible escep-
ticismo: ¿no podemos preguntarnos, todavía, si acaso la narrativa que elijamos
no distorsiona esa experiencia, narrativamente estructurada? ¿Cómo saber si el
relato que tramamos es el verdadero, el que da cuenta objetivamente de una ex-
periencia histórica?
Creemos, sin embargo, que estas preguntas escépticas no son tan legíti-
mas como parecen y, al mismo tiempo, que la propuesta de Carr tal vez sea una
solución a un problema que no tenemos. Tal vez la discontinuidad que le preocu-
pa no nos impida construir un mapa sobre estas tierras movedizas. O, tal vez, esa
discontinuidad sea también un producto de nuestra imaginación.
Conocer sin fundamentos o de cómo aprender a naufragar
Frente a la caracterización de la narrativa histórica de parte de autorxs como
Mink, lxs reicadorxs de la trama como Carr buscaban anclar el conocimiento his-
tórico a un fundamento sólido, en este caso, nuestra experiencia, ya estructurada
narrativamente, y así fundamentar la posibilidad de que una narrativa, entendida
como representación, pudiera ser considerada verdadera y objetiva. Ahora bien,
es este intento de anclaje el que, a partir de los aportes de ciertas historiografías y
epistemologías feministas, debemos empezar a cuestionar.
Joan Scott señala que la historia ha sido mayormente un discurso fundacio-
nista. Es decir, sus explicaciones solo podían tornarse inteligibles si se daban por
sentado ciertas premisas, categorías o supuestos que, en tanto fundamentos,
eran considerados permanentes, trascendentes e incuestionables (Scott, 1991).
Uno de esos fundamentos, según Scott, es el de la “experiencia” y Scott se en-
carga de criticar esta defensa de la “experiencia” como algo irreductible: no es
necesario establecer un reino de realidad por fuera del discurso para autorizar el
conocimiento histórico. Tal vez no exista tal reino. La pregunta que nos invita a
realizar Scott es, entonces, ¿cómo ha sido forjada esta ancla de la que algunxs
se pretenden aferrar? ¿Y qué si nuestro navío resulta estar hecho, también, de
palabras?
Lejos de ser autoevidente, aquello que cuenta como experiencia es siempre
una interpretación y, al mismo tiempo, algo que necesita ser interpretado (Scott,
1991). En este sentido, si hay continuidad entre la experiencia y el discurso no
es porque, como intentaban señalar Carr, haya un tipo de isomorsmo entre am-
bos, sino porque no existe tal cosa como una separación. Ahora bien, decir que
todo sujeto está constituido discursivamente y que toda experiencia es un evento
lingüístico, no implica introducir una forma de determinismo lingüístico ni es una
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manera de quitarle a la experiencia su lugar en la producción de conocimiento.
Al contrario, para Scott, se trata de reconocer que la experiencia es la historia del
sujeto, que el lenguaje es el lugar donde se hace la historia y que, de este modo,
ninguna explicación histórica puede pretender separarlos (Scott, 1991). No hay
que abandonar la experiencia, sino historizarla para descubrir las posibles signi-
caciones que la articulan y hacen posible su emergencia; no se trata de resolver
las contradicciones introduciendo “lo literario” en el proyecto histórico, sino de
reconocer que tanto las contradicciones como “lo literario” están ya inscriptos en
el proyecto histórico mismo y es hora de hacernos cargo de las posibilidades de
análisis que surgen si reconocemos el efecto productivo de los discursos. Así, a
partir de esta aproximación crítica al conocimiento histórico, resulta posible pen-
sar más allá de imposiciones, distorsiones y mapas mal hechos: la producción de
conocimiento sería una apuesta lingüística, política, inestable y en permanente
disputa.
Ahora bien, dirán algunxs, un conocimiento con fundamentos inestables
como el que propone Scott no puede sino ser un oxímoron o una tragedia. Como
parece sostener Zagorin (2002), este afán “posmodernista” solo puede derivar
en el escepticismo o un relativismo endémico que atentaría contra la posibilidad
de tener un fundamento sólido para sostener posturas morales y políticas a favor
de las que lxs propixs intelectuales posmodernistas pretenden argumentar. Y no
solo eso, sino que, como vimos, también se llevaría por delante toda pretensión
de obtener un conocimiento objetivo que tenga algún tipo de interés por la verdad
o, por lo menos, por la verdad que, según Zagorin, interesaría a lxs propixs histo-
riadorxs. Tal como señalaría Himmelfarb en sus críticas al “posmodernismo”
2
, la
verdad que parece estar aquí comprometida sería aquella verdad producida es-
pecícamente por la investigación y escritura histórica (White, 1999). Para Zago-
rin, entonces, el objetivo principal de cualquier investigación histórica debería ser
comprender los pensamientos, valores, culturas e instituciones del pasado y los
cambios que han atravesado las sociedades humanas a lo largo del tiempo (Za-
gorin, 2002) y, al introducir aspectos constructivistas y elementos de “lo literario”,
solo se estaría empañando una empresa de análisis y síntesis que, de hecho, ya
estarían llevando adelante lxs historiadorxs. Así, siguiendo a Himmelfarb, el pos-
modernismo, más que un impulso liberador que lleve a formas superadoras de in-
vestigación parecería conllevar la negación de la propia disciplina (White, 1999).
Ahora bien, si para Zagorin la tarea de la investigación histórica debería ser
comprender las instituciones, culturas y pensamientos del pasado, podríamos
preguntarnos ¿dónde, sino en los escritos de lxs historiadorxs, habríamos de en-
contrar aquellas instituciones, culturas y pensamientos? A partir de los aportes de
Hans Kellner, podemos considerar que la “historiografía como espacio de prác-
ticas es un acto comunicativo basado, antes que nada, en la lectura” (Lavagni-
2 En tanto Himmelfarb considera “posmodernista” la negación tanto de una realidad “esencial” como de una correspondencia entre
lenguaje y realidad, creemos que las posturas críticas y constructivistas que hemos analizado bien pueden caer bajo este término que,
sin embargo, tiene muy variadas connotaciones.
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no, 2019, p. 121). Pero esto no signica que debamos caer frente a tentaciones
“textualistas” que, según sus críticos, puedan derivar en problemas ontológicos y
epistemológicos que conciernan a la realidad del pasado y su inaccesibilidad. No
tenemos frente a nosotrxs únicamente textos y lenguaje y no estamos negando,
como tampoco lo hacía Mink, la existencia de hechos históricos. Por el contrario,
Kellner arma que tenemos a disposición una enorme cantidad de evidencia his-
tórica y ese es justamente nuestro problema. Ahora bien, tal evidencia no se trata
de un “material bruto”, sino de información que, como tal, debe ser producida y
codicada (Lavagnino, 2019). Y es este horizonte ya codicado de información
el que aparece como sedimento, el que está disponible para ser (re)apropiado:
este sedimento forma parte de lo antecedente y es lo que habilita cualquier lectura
“torcida”, cualquier comprensión alternativa posible.
Resulta especialmente interesante, entonces, que estos actos de apropia-
ción, estas lecturas, generan pasajes, codicaciones y transiciones de lo que an-
tecede, que no pueden evitar estar signados por una duplicidad que les es propia,
producto de la elisión: al expresar alegóricamente, al signicar y callar signica-
dos que constituyen la tensión misma que atraviesa toda lectura, estas apropia-
ciones no pueden sino conducir al naufragio (Lavagnino, 2019). Pero es necesa-
rio remarcar que estos naufragios, estos “fracasos” que recorren la historiografía,
no implican la destrucción de la disciplina, sino que constituyen, justamente, el
sedimento sobre el que constantemente construimos sentido, sentido que solo
podemos reconocer como producido y generado en la medida que sea confronta-
do y disputado por nuevas lecturas y apropiaciones que se dan en el marco de un
horizonte retórico (Lavagnino, 2019).
Así, llegamos a un punto clave del análisis para adentrarnos en el problema
de la objetividad del conocimiento histórico. Si los sedimentos sobre los cuales
navegamos no aparecen como un fundamento sólido, sino como los restos de
naufragios antecedentes, esto no impide la construcción y (re)apropiación de
sentidos, sino todo lo contrario. Introduciendo en el análisis el elemento retórico,
Kellner nos permite pensar la conictividad y disputabilidad inherente a la consti-
tución de sentidos y, así, a los propios estudios históricos: toda situación retórica
está necesariamente atravesada por una consideración política del lenguaje. La
guración, lejos de lo que consideraba Lang, no es tan solo estética y ornamen-
to, no es distorsión de algo dado, sino que aparece en la situación retórica como
formando parte de un proceso práctico, necesario y disputado de disposición y
composición argumental. Así, reconocer el modo en el que “lo literario” se inscri-
be en el proyecto histórico, como en el caso de Scott, o reconocer los aspectos
estéticos, retóricos y persuasivos de toda disputa por el sentido en el marco de
una situación retórica, en el caso de Kellner, es justamente lo que revela la di-
mensión productiva del discurso. Gracias a este horizonte retórico que atraviesa
las consideraciones kellnerianas y las propias prácticas historiográcas es que
podemos descubrir, en esas mismas prácticas, un modo de acción e intervención
(Lavagnino, 2019).
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Pero, preguntarán lxs escépticxs, ¿cómo puede el reconocimiento de una si-
tuación, siempre parcial, puntual y contingente como lo es la situación retórica
permitirnos siquiera pensar la objetividad del conocimiento? A partir de los apor-
tes a la epistemología feminista de parte de Donna Haraway, nos proponemos,
en la próxima y última sección, pensar una noción de objetividad que no solo sea
compatible con las nociones de conocimiento histórico que hemos ido analizan-
do a partir de algunos aportes narrativistas y críticos, sino que, además, permita
introducir a nuestro análisis nociones como la de responsabilidad.
Conocer objetivamente o de cómo construir una práctica de visión respon-
sable
En su artículo “Posmodernismo y ansiedades textuales”, Hayden White se-
ñala, a partir de las críticas de Himmelfarb, que, si las nociones posmodernas de
historia están informadas por una crítica a la “ideología del objetivismo”, esto no
quiere decir que estén en contra de la verdad y ancladas a formas de la fantasía o
la cción (White, 1999). Al contrario, estas críticas están atravesadas por un fuer-
te interés por lo real, pero son capaces de reconocer que toda realidad es siempre
construida discursivamente y “descubierta” en una evidencia histórica que, como
vimos con Kellner, debe estar previamente codicada. Así, estxs autorxs también
serían conscientes de la dimensión construida y constructiva de la propia noción
de “objetividad”, lo que pone al descubierto la necesidad de pensar versiones de
objetividad que, como señala LaCapra, no deban necesariamente identicarse
con el objetivismo (LaCapra, 2014).
Este es el caso de la doctrina de la objetividad encarnada que Haraway pro-
pone buscando acomodarse a “proyectos de ciencia feminista paradójicos y crí-
ticos” (1995, p. 11). Lejos de nociones ingenuas y perniciosas de la objetividad,
que, ocultando sus sesgos, prometían trascendencia de todos los límites y res-
ponsabilidades, Haraway propone una versión de objetividad feminista, que sea
a la vez utilizable pero no inocente, que podría ser útil a la hora de concebir un
conocimiento histórico situado y objetivo (Haraway, 1995). Lo que no puede ser
confundido, de ninguna forma, con un relativismo.
Al igual que la totalización en las ideologías de la objetividad, el relativismo
es también una forma de negar la encarnación y la perspectiva parcial que son las
que, siguiendo la metáfora que utiliza Haraway, posibilitan cualquier visión. El re-
lativismo y la totalización prometen “la visión desde todas las posiciones y desde
ningún lugar” (Haraway, 1995, p. 14), pero no hay nada más irracional que creer
estar viendo algo desde ninguna parte. Así, retomando nuestra pregunta anterior,
el reconocimiento de una situación, siempre parcial, puntual y contingente no es
una forma de negar la objetividad, sino que, si consideramos una noción de ob-
jetividad crítica, se torna la única manera de concebir la búsqueda objetiva, sos-
tenida y racional de cualquier tipo de conocimiento (Haraway, 1995). Ahora bien,
no solo se trata de reconocer la situación en la que estamos inscriptxs: sino de
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ver, además, que “ocupar un lugar implica responsabilidad en nuestras prácticas”
(Haraway, 1995, p. 17).
Nos parece que ya podemos, entonces, volver a ocuparnos de las inquietu-
des de Berel Lang y Mary O´Hare, que también son las nuestras. Si la preocupa-
ción que atravesaba sus posturas era sobre la posible distorsión de los hechos a
partir de nuestros relatos, articulados y (con)gurados, creemos que no hay his-
toria más distorsionada que aquella que pretenda ser contada desde ningún lugar
con un lenguaje que no existe. El posicionamiento, la situación, la parcialidad e in-
cluso la duplicidad de las narrativas no socava las pretensiones epistémicas de la
investigación histórica, sino que, si concebimos una noción de conocimiento crí-
tico y una noción de objetividad encarnada, es solo esta localización la que permi-
tiría la producción de un conocimiento objetivo. Ahora bien, esta situacionalidad,
que está atravesada a su vez por elementos literarios y retóricos, por conside-
raciones éticas y políticas, implica, a la vez, una responsabilidad sobre nuestras
prácticas. En denitiva, siguiendo a Haraway, nuestras prácticas visualizadoras
conllevan una violencia implícita: “la visión es siempre una cuestión del «poder de
ver»” (Haraway, 1995, p. 15). Así, si Haraway se pregunta con la sangre de quién
están hechos nuestros ojos, nosotrxs deberíamos preguntarnos, para nalizar,
¿con qué tinta se escriben nuestras narrativas?
Conclusión
No da lo mismo qué historia(s) contamos ni cómo lo hacemos y, en eso,
creemos que tanto Mary O´Hare, como Lang, están en lo correcto. Pero hacernos
cargo de la contingencia de todas las armaciones de conocimiento y de lxs im-
perfectxs sujetxs conocedorxs que somos (Haraway, 1995), de la disputabilidad
de los sentidos de los que, en el marco de una situación retórica, nos buscamos
(re)apropiar (Lavagnino, 2019) y de lo discursivo, lo literario, lo político y lo histó-
rico que constituye las propias categorías que utilizamos a la hora de producir co-
nocimiento (Scott, 1991), no debe ser visto como una forma de atentar contra las
pretensiones epistémicas de una disciplina que es fundamental a la hora de esta-
blecer horizontes de sentido e intervención parcialmente compartidos: si Mink tie-
ne razón y somos nosotrxs quienes somos lxs encargadxs de determinar y tornar
signicativo el pasado, entonces debemos poder compatibilizar, parafraseando a
Haraway, nuestro compromiso con la construcción de versiones dedignas de un
pasado real, con la contingencia de las disputas y accidentes a partir de las cuales
podemos, de manera responsable, construir mejores versiones de ese pasado.
Así, si dejamos de lado isomorsmos obtusos o representacionalismos in-
genuos, y estamos dispuestxs a aceptar modos críticos de abordar la producción
Importa qué historias contamos para contar otras historias,
qué pensamientos piensan pensamientos,
qué historias crean mundos, qué mundos crean historias.
― Donna J. Haraway,
Seguir con el problema
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de conocimiento y nociones de objetividad no inocentes, creemos, entonces, que
contar historias puede ser una forma válida de producir conocimiento objetivo so-
bre pasados reales. Lo que no quiere decir que esas narrativas y esos pasados no
conformen, al mismo tiempo, un campo de disputa por los sentidos, y que el co-
nocimiento no sea, de hecho, una apuesta al mismo tiempo peligrosa, colectiva,
contradictoria y, sin embargo, posible y necesaria. Y, mientras nosotrxs nos abo-
camos a esta difícil tarea, los pájaros, los primeros escépticos, siempre podrán
seguir diciendo todo lo que, según ellos, habrá para decir sobre el conocimiento
histórico, algo como, "¿Pío-pío-pi?”.
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Referencias bibliográcas
Carr, David. (1986). Narrativa y el mundo real: un argumento para la continuidad
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Cómo citar este artículo:
Martinez Mayer, L. (2024). Sobre tierras movedizas: una defensa de la objetividad situa-
da del conocimiento histórico
Trazos-Revista de estudiantes de Filosofía
, 1(8), 26-37