
TRAZOS - AÑO VIII – VOL.I – JUNIO 2024 - e-ISSN 2591-3050
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ceso, pero sin el presupuesto de la Historia Universal, sin considerar a la Historia
como un relato no contado, no habría forma de armar que dos descripciones di-
ferentes reeren realmente a un mismo acontecimiento (Mink, 2015). La pregunta
que podemos hacernos, entonces, es qué queda si abandonamos este supuesto
implícito que permite concebir descripciones estándares de acontecimientos y un
pasado determinado: ¿qué sucede si abandonamos la tierra rme de la Historia
universal? ¿Qué mapa podemos construir sobre tierras movedizas?
Mink arma que los “acontecimientos” no son la materia prima a partir de la
que las narrativas se construyen, sino que “todo acontecimiento es una abstrac-
ción lograda a partir de una narrativa” (2015, p. 208). En este sentido, qué es lo
que cuenta como un acontecimiento, su complejidad, carácter y duración, solo se
tornaría inteligible en función de las estructuras narrativas particulares que elegi-
mos. Para Mink, entonces, la narrativa sería “una forma primaria e irreductible de
comprensión humana” (2015, p. 191), pero esto no quiere decir que nuestra vida,
ni el pasado, tengan una forma narrativa: no habría una realidad histórica deter-
minada que deberíamos descubrir a partir de la investigación, sino que seríamos
nosotrxs quienes tendríamos la responsabilidad de tornar inteligible ese pasado,
de determinarlo y tornarlo signicativo, a partir de los relatos que contamos (Mink,
2015).
Esta idea, también sostenida en cierto sentido por White, acerca de que
no es posible encontrar una signicación o una interconexión entre los hechos
históricos independientemente de cualquier narrativa ha llevado a ciertxs autor-
xs, como Carr (1986) y Zagorin (2002), a criticar sus posturas. Carr, por ejemplo,
se ha opuesto tanto a las armaciones de Mink que conducirían a conclusiones
escépticas, como a la propuesta de Hayden White que, según él autor, no haría
otra cosa que abrazar esas conclusiones descaradamente (Carr, 1986). Así, la
perplejidad que buscaba causar Mink a la hora de analizar las características y pa-
radojas de las narrativas históricas parecería haber llevado a Carr y otrxs autorxs
a considerar su planteo como un ataque a toda pretensión epistémica. Si, en tanto
histórica, tiene una voluntad de representar una parte real del pasado, pero, en
tanto narrativa, se trata de un producto de la imaginación del que no podemos pre-
dicar verdad o falsedad, parecería, según Carr, que la narrativa histórica es para
estxs autorxs un mero artefacto cultural, literario y extraño a lo real (Carr, 1986). Y
es ese hiato entre narrativa y realidad, esta discontinuidad que invita a pensar en
imposiciones y distorsiones, la que Carr pretende poner en cuestión para devol-
verle a la narrativa histórica sus pretensiones epistémicas y poder armar lo que
nos interesa: que el conocimiento histórico es posible y que una narrativa puede
ser verdadera y objetiva. Es momento de analizar esta defensa de la cartografía.
Para argumentar a favor de la continuidad entre narrativa y realidad, Carr
retoma, entre otros elementos, las descripciones fenomenológicas del tiempo de
Husserl, y la estructura, y el lenguaje de la acción y arma: las vidas no son vividas
y los relatos no son contados, sino que los relatos son contados al ser vividos y
vividos al ser contados (Carr, 1986). De alguna manera, rescatar cierto isomor-