TRAZOS - AÑO V – VOL.II – DICIEMBRE 2021 - e-ISSN 2591-3050
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El individuo se siente desligado del todo del que necesariamente forma
parte. Tal como dice Freud (1974), en su explicación de la formación del principio
de realidad en El malestar en la cultura, parece clara la división entre nuestra
propia identidad personal y el medio exterior. Hay, en cambio, una continuidad
hacia adentro, nunca hacia afuera. La pregunta es si desde el principio fue así,
si desde la aparición del ser humano en el mundo ya existía esta noción de una
identidad ja ajena (extraña) al mundo, o surgió a través de un proceso histó-
rico. El mismo Freud señala que la identidad personal, a nivel individual, ajena
al mundo no estaba ahí desde el principio, pues no se encuentra en el infante,
sino que en éste el mundo es una extensión suya. Notamos aquí presente la
primera parte (tesis) de la dialéctica chteana, en que está solo puesto el Yo en
su forma absoluta; solo posteriormente se pondrá el No-Yo (principio de reali-
dad), para que desde ahí se pueda denir el Yo como negación lógica del No-Yo
(negación de la negación del Yo). La relación está aquí puesta solo del lado del
para sí, pero no el del en sí, pues la dialéctica termina con la formación de la
subjetividad. Así, pues, notamos que la identidad se desarrolla, el cordón umbi-
lical respecto de la realidad se rompe a través de un proceso gradual en el que
el niño nota que hay ciertas cosas que dependen de su voluntad y otras que no,
descubriéndolo con el mero seguir natural de aquel primer impulso de deseo
o apetencia (que inicialmente no tiene restricción ni límite, y que, por tanto, es
voluntad pura sin dirección especicable).
Ahora bien, desde Marx (y aun desde Hegel) sabemos que el espíritu (el
mundo de lo humano) no es una esencia ja e inmutable, sino algo que varía de
acuerdo al modo de producción social. Cuando un individuo aparece en la reali-
dad, concreta y reeja esa realidad en su propia identidad, desde un determina-
do ángulo (al modo de las mónadas leibnizianas). La realidad, a su vez, tampoco
es ja, sino un ujo, un devenir, es histórica, se construye a través de procesos
en los que la misma mano humana juega un papel fundamental. Entonces, así
como el niño construye su identidad a través de un proceso, lo mismo cabría
decir acerca de la humanidad como especie. Engels (2006), en El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado, nos demuestra a partir de los estudios
del antropólogo Henry Morgan que la infancia de la humanidad fue parecida a
la de cada individuo concreto: existía un cordón umbilical aún no roto que unía
al ser humano con la naturaleza (el mundo del espíritu y el de la naturaleza en
su unidad fundamental), y que a su vez cada individuo concreto estaba unido
por el mismo cordón con el todo social del que formaba parte (las mencionadas
dualidades aún no estaban dadas). En otras palabras, tampoco en la infancia
de la humanidad existe una distinción esencial y fundamental entre el espíritu
y la naturaleza, sino que hay una identicación y continuidad entre ambos. No
obstante, hay que señalar una importante distinción entre estos casos: mientras