TRAZOS - AÑO IV – VOL.II – DICIEMBRE 2020 - ISSN 2591-3050
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espacios y nuestras interpretaciones. Aunque toda vida pueda ser vista, haya
sido aprendida como vida, puede no ser reconocida como tal
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, el valor de la
misma se maniesta “sólo en unas condiciones en las que pueda tener impor-
tancia la pérdida (...), la capacidad de ser llorado es un presupuesto para toda
vida que importe”. Por esto es que la consideración sobre la vida, los vivientes,
las importancias, las diferencias, las profundas desigualdades e injusticias que
se acometen sobre los cuerpos de la vida, es una cuestión que respecta a un
problema ontológico (¿qué es la vida, dónde está, qué vida somos, qué vidas
nos habitan?), epistemológico (¿qué decisiones se toman para reconocer una
vida como importante y otra como desechable? ¿qué hace que una vida valga
más que otra? ¿quién se hace responsable ante la(s) otra(s) vida(s)?) y, por lo
tanto, ético-político.
Emmanuel Coccia (2017) deende la preeminencia de las plantas en relación
a la siempre excepcional animal (humano y no humano) pertenencia de la vida.
Para ello propone, una extensión del alcance de la vida hacia todos los campos
de experimentación de la materia viviente, en donde la vida sería el mismo
circuito (un medio de uidos, líquidos, sólidos, gaseosos) y el modo en el que
ocurren e incurren las cosas, lo orgánico y lo inorgánico, en su propio devenir es-
pacio-temporal, cuya constitución está marcada más por el medio y la alteridad
externa que los rodea, que por alguna esencia personal. En sus propias pala-
bras “El viviente no se contenta con dar vida a la porción restringida de materia
que nosotros llamamos su cuerpo, sino también y sobre todo al espacio que lo
rodea” (Coccia, 2017, 67). Me interesa este planteo ontológico de la vida en rela-
ción a las implicancias ético-políticas que conlleva. Si la vida es ese halo, ese
soplo (Coccia, 2017, 75, 85) a la que nos vemos ex-puestas y la que nos permite
propiamente ser, antes que una cualidad o una posesión, es el medio que com-
partimos en tanto vivientes. La vida es el cielo, la atmósfera, la tierra, las raíces,
las plantas, la historia mapeada en sus hojas, los restos orgánicos de la muerte,
el sol por donde ronda el planeta, la galaxia que permite su ubicación, la circu-
lación del aire que compartimos. La vida es compartir y exponerse a lo común
que no poseemos por nosotras mismas, la vida es un gracias-a y estar-con, una
imbricación recíproca de todo lo que es: está con tanta fuerza en mi como en las
otras cosas y los demás existentes. La vida, pura confusión y perpetuo contagio
de sus circulantes.
Ahora bien, la vida entendida como una mixtura abierta que se recrea cons-
tantemente necesita, para que cada cuerpo por donde pasa pueda persistir en
su continuidad, una dosis inmunológica. La inmunidad es necesaria para poder
3 Judith Butler en el ensayo que trabajamos aquí distingue el marco de inteligibilidad, de aprehensión y de reconocimiento
de la vida. El marco de inteligibilidad marca las condiciones de aprehensión y reconocimiento de una vida como vida; sin embar-
go, el valor que recae sobre el reconocimiento no depende de la aprehensión cultural y política que lo permite, sino de los distin-
tos entramados epistémicos -que se desprenden y retroalimentan con/de asunciones ontológicas- del poder (Butler, 2010, p. 16-17).