TRAZOS - AÑO IV – VOL.II – DICIEMBRE 2020 - ISSN 2591-3050
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Facultad de Filosofía. Universidad Autónoma de Querétaro.
Contacto: imanollopezb@gmail.com
Resumen: El presente artículo busca delinear las posibilidades de un deve-
nir-mosquito, en el sentido de devenir-animal de Deleuze y Guattari. Para ello,
serán revisadas algunas características del concepto de devenir-animal. Después
se explorarán los posibles agenciamientos que establecen los mosquitos con su
entorno. Posteriormente se investigarán las desterritorializaciones que estos
insectos llevan a cabo y los esfuerzos por controlarlos biopolíticamente. Para
finalmente proponer algunas ideas sobre cómo hacerse de un devenir-mosquito.
Palabras clave: MOSQUITOS—DEVENIR—AGENCIAMIENTO.
NOTAS PARA UN
DEVENIR-MOSQUITO:
FIEBRES, AGENCIAMIENTOS
Y BIOPOLÍTICA
Josué Imanol López Barrios1
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Blood Fever
El insecto es el que mejor puede hacernos comprender esa verdad de
que todos los devenires son moleculares (Deleuze y Guattari, 2004, 306).
Un OVNI aterriza violentamente en un parque nacional. De la puerta de la
nave en ruinas cuelga inmóvil una mano alienígena. Un mosquito aedes aegypti
emerge del agua. Busca a su siguiente víctima. Llega hasta el extraterrestre y
chupa su sangre. Una mutación molecular está en camino. Así comienza el lme
de horror de bajo presupuesto Mosquito de Gary Jones (1995), cuya trama gira en
torno a la invasión de una horda de mosquitos gigantes que matan por exangui-
nación a todo aquel que se cruce por su camino.
Uno de los títulos originales del lme fue Blood Fever [Fiebre sanguinaria],
haciendo alusión a las ebres que producen sus picaduras, así como al frenesí
que se apodera de las hembras mosquito en busca de sangre. Tal vez ningún
otro artefacto cultural haya encapsulado mejor las ansiedades contemporáneas
en torno al peligro que representan los mosquitos:
Están afuera ahora mismo observando, esperando el momento preciso para
atacar. Cada año esos pequeños bastardos pescan la ebre, una ebre san-
guinaria. No pueden evitarlo, la anhelan. Cada segundo de sus miserables y
cortas vidas salen a cazar nuestra vital sangre. Algunas veces te pinchan mien-
tras duermes. Después de llenarse la barriga se van volando sin siquiera decir
gracias. Tienen que ser detenidos, arrasados de la faz de la tierra (Jones, 1995)
2
.
Y tal vez, sin quererlo, el lme también logra capturar en la pantalla los
afectos monstruosos de un devenir-animal; en este caso un devenir-mosquito.
Si bien podría parecer que los mosquitos no guran de manera prominente en
el bestiario de los devenires-animales de Deleuze y Guattari (2004), recordemos
que la meseta número 10 de Mil Mesetas, sobre el devenir-animal, está fechada
1730 porque “Entre 1730 y 1735 sólo se oía hablar de vampiros” (243). ¿Y si los
vampiros fueran artrópodos? Entre 1727 y 1741 sólo se oía el aletear de los mos-
quitos:
En 1727 el vicealmirante británico Francis Hosier partió con un escuadrón
naval a las playas de lo que hoy es Colombia y Panamá. Sus superiores
le ordenaron bloquear las costas para prevenir el paso de una ota es-
pañola cargada de plata sudamericana hasta España. Un brote de ebre
amarilla irrumpió en el navío de Hosier cuando partía de Portobelo, ma-
tando a casi toda la tripulación. Pronto Hosier armó otra tripulación en
Jamaica y regresó a su deber, cuando la ebre amarilla mató a la segun-
da tripulación y al vicealmirante. Cerca de 4,000 marinos murieron sin
que se disparara una sola bala. Catorce años después el almirante Ed-
2 Todas las traducciones de textos en inglés o francés son propias.
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ward Vernon trajo consigo un grupo de combate anbio de cerca de 29,000
hombres a la costa de Colombia para sitiar el fuerte español de Carta-
gena. Tras unos pocos meses 22,000 hombres habían muerto, casi todos
por ebre amarilla y probablemente también malaria (McNeill, 2010, 2).
Devenir-animal es llegar a ser un enjambre que propaga afectos impersona-
les; formar una manada, un bando, una multiplicidad. Devenir-manada es per-
der la identidad. Otro de los títulos provisionales del lme fue Night Swarm [En-
jambre Nocturno]: el horror impersonal de lo múltiple. Los mosquitos parecen
ser parte de los “animales más demoníacos, de manadas y afectos, y que crean
multiplicidad, devenir, población, cuento” (Deleuze y Guattari, 2004, 247). Para
explicar el papel de la total anomalía o de borde dentro de una multiplicidad,
Deleuze y Guattari (2004) recurren a un enjambre de mosquitos como modelo:
En cualquier caso, habrá borde de manada, y posición anomal, cada vez que,
en un espacio, un animal se encuentre en la línea,… posición periférica que
hace que ya no podamos saber si el animal está todavía en la banda, ya
está fuera de ella, o en su cambiante frontera. Pero unas veces cada animal
alcanza esa línea u ocupa esa posición dinámica, como en una manada de
mosquitos en la que “cada individuo del grupo se desplaza aleatoriamente
hasta que vea a todos sus congéneres en un mismo semiespacio, momento
en el que se apresura a modicar su movimiento a n de entrar en el gru-
po, quedando la estabilidad asegurada en catástrofe por una barrera” (251).
Con el n de reproducirse, los mosquitos macho se enjambran alrededor de
un marcador aleatorio a la espera de hembras a las que fecundar. Aún no sabe-
mos exactamente cómo deciden el lugar para enjambrarse:
El proceso comienza al amanecer o atardecer, con montones o inclu-
so cientos de machos formando un enjambre danzante en el área cer-
ca de un marcador en la tierra— llamado marcador de enjambre… (Al-
gunas especies de mosquito harán enjambre alrededor de un animal,
o una persona caminando a su alcance). Aunque no se sabe cómo es-
cogen un marcador, la altura de un objeto o el movimiento, el calor y el
olor de un animal pueden tener que ver (Spielman y D’Antonio, 2001, 26).
Hacer enjambre, la danza innita del mosquito: “un enjambre de mosquitos
Culex puede llegar a ser tan denso que se confunde con humo” (Spielman y
D’Antonio, 2001, 26). Devenir humo del enjambre; un fuego que devora todo a su
paso. Mosquitos meteorológicos: “enjambres de mosquitos han sido fotograa-
dos extendiéndose 1,000 pies en el aire, pareciendo una nube embudo de tor-
nado” (Winegard, 2019, 9). Devenir tornado del enjambre. El zumbido se acerca y
empieza la comezón. Una manada se propaga a través del contagio epidémico:
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La propagación por epidemia, por contagio, no tiene nada que ver con la
liación por herencia… El vampiro no lia, contagia. La diferencia es que
el contagio, la epidemia, pone en juego términos completamente he-
terogéneos: por ejemplo, un hombre, un animal y una bacteria, un virus,
una molécula, un micro organismo (Deleuze y Guattari, 2004, 247-248).
¿Qué son los mosquitos sino pequeñísimas máquinas epidémicas? ¿Qué
es una epidemia sino el modelo de propagación de los devenires-animales?
Picadura y contagio, ebre y vómito negro. Devenir-animal en la transmisión
molecular: contagiarse es agenciarse. Deleuze y Guattari (2004) entienden a los
agenciamientos
3
como alianzas que cruzan las barreras de los géneros, los rei-
nos y las especies:
Así pues, nosotros sólo decimos que los animales son manadas, y que
las manadas se forman, se desarrollan y se transforman por conta-
gio. Esas multiplicidades de términos heterogéneos y de cofunciona-
miento por contagio, entran en ciertos agenciamientos, y ahí es donde
el hombre realiza sus devenires-animales (Deleuze y Guattari, 2004, 248).
¿Qué podemos decir de estos sombríos agenciamientos? ¿Con qué se pue-
de agenciar un mosquito? ¿Cómo es que a través de estos agenciamientos po-
demos realizar un devenir-mosquito?
¿Qué es lo que puede un mosquito?
Nada sabemos de un cuerpo mientras no sepamos lo que puede, es de-
cir, cuáles son sus afectos, cómo pueden o no componerse con otros afec-
tos, con los afectos de otro cuerpo, ya sea para destruirlo o ser destruido
por él, ya sea para intercambiar con él acciones y pasiones, ya sea para
componer con él un cuerpo más potente (Deleuze y Guattari, 2004, 261).
Para saber lo que puede un mosquito es necesario investigar sus posibili-
dades de afectación o, en otras palabras, su capacidad para formar relaciones
o agenciamientos. Siguiendo a Spinoza, Deleuze (1999) sugiere que “lo que pue-
de un cuerpo es la naturaleza y los límites de su poder de ser afectado” (209).
Asimismo, Deleuze y Guattari recuperan el trabajo del barón Jakob von Uexküll
en torno al Umwelt
4
animal y llaman al estudio de los afectos posibles una eto-
logía (Deleuze y Guattari, 2004, 261; Deleuze, 1980). Uexküll (2001) reconoce que,
si bien el ser humano y los mosquitos comparten un espacio vital, nuestros
Umwelten nunca llegan a tocarse:
3 Hemos decidido utilizar el neologismo agenciamiento para traducir agencement siguiendo las pautas de interpretación propuestas
por Hereida (2012). Un agenciamiento puede entenderse como el ensamblaje de “componentes heterogéneos, también de orden bioló-
gico, social, maquínico, gnoseológico” (Guattari y Rolnik, 2006, 365).
4 Umwelt, o mundo circundante. Puede entenderse como el conjunto de elementos signicantes dentro del entorno de cierto animal.
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Entre los animales, con horizontes reducidos de Umwelt, los cuerpos celes-
tes son esencialmente distintos. Cuando los mosquitos bailan en el atarde-
cer, no ven nuestro gran sol humano, poniéndose a seis kilómetros de dis-
tancia, sino pequeños soles de mosquito, que se ocultan a medio metro de
distancia. La luna y las estrellas están ausentes del cielo del mosquito (108).
¿Con qué afectos puede acoplarse el mosquito? ¿Qué clase de armonía se
establece entre nuestros Umwelten? La relación del mosquito con su entorno es
establecida a través del proceso de transducción, es decir, la conversión de cier-
tas moléculas químicas en impulsos eléctricos (Shaw, Jones y Butterworth, 2013,
263). A través de pequeños órganos olfativos llamados sensilla, localizados en
las antenas, la probóscide y los palpos maxilares, los mosquitos pueden percibir
potenciales señales químicas llamadas kairomonas
5
(Shaw et. al., 2013, 264). Las
moléculas más importantes para la detención de posibles huéspedes son el CO
2
,
L-ácido láctico y el octenol; todas sustancias emitidas por los seres humanos y
otros mamíferos (Constantini, 1996, 124).
Un mosquito es una máquina que introduce y recorta ujos (Deleuze y Guat-
tari, 1985, 15); ya sean éstos salivares, sanguíneos, víricos, o moleculares. Cuando
llega a conectarse con otras máquinas, es capaz de establecer ujos entre estos
cuerpos, humanos y no humanos, y producir agenciamientos. En el momento en
el que un mosquito pica se produce un agenciamiento entre un mosquito y un
ser humano, pero también entre los microrganismos que ambos guardan y el
medio ambiente en el que se desarrollan. Este agenciamiento puede desterri-
torializarse y devenir en una infección o propagarse hasta la escala epidémica o
pandémica; o puede no llegar a ser más que una pequeña comezón.
Si la salud ha de entenderse como la capacidad de un cuerpo para aumen-
tar su potencia de afectación (Buchanan, 1979, 11), ¿son posibles los agencia-
mientos saludables con los mosquitos? En el encuentro con esos cuerpos dimi-
nutos, ¿les destruimos o somos destruidos por ellos? ¿Intercambiamos acciones
y pasiones? ¿Somos acaso capaces de componer con un mosquito un cuerpo
más potente?
A primera vista, parecería que el encuentro con un mosquito no puede más
que producirnos afectos tristes y disminuir nuestra potencia. Entre los síntomas
característicos de la malaria, por ejemplo, podemos encontrar “ebres intermi-
tentes, dolores de cabeza, escalofríos, sudores que parecen no acabar nunca,
una sensación de frío inaguantable, el chasquido de los dientes y, en ocasio-
nes, daño cerebral” (Cueto, 2016, 10). Además, el protozoario Pasmodium puede
permanecer en el cuerpo de manera latente y reaparecer años tras la infección,
debilitando a su huésped por largo tiempo. La malaria, un afecto triste… ¿o no?
5 Una kairomona es una sustancia química emitida por un cuerpo y detectada por un organismo de otra especie.
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Sin embrago, no todo agenciamiento febril tiene que disminuir las poten-
cias de afectación, así como no todos los tratamientos biomédicos necesaria-
mente las aumentan (Fox, 2011, 366). Tanto la malaria como la ebre amarilla
pueden llegar a ser afectaciones alegres y aumentar las potencias de un cuerpo.
Infectarse de ebre amarilla y sobrevivir otorga inmunidad permanente. Pa-
decer la enfermedad a una edad temprana reduce la severidad sintomática y
aumenta las posibilidades de sobrevivir en un área endémica del virus, en com-
paración con quienes jamás han sido infectados (McNeill, 2010, 35). El general
estadounidense William C. Gorgas se convirtió en la gura más importante en
la erradicación de la ebre amarilla a principios del s. XX gracias a que ya había
sido anteriormente infectado con el virus y sobrevivió con inmunidad, lo que le
permitió coordinar los esfuerzos de control vectorial en Cuba y Panamá.
La malaria, también puede propiciar este tipo de afectos alegres. En 1927 el
nobel de medicina fue para Julius Wagner-Jaurreg, por descubrir que la inocula-
ción con la variedad malárica P. vivax era uno de los tratamientos más efectivos
para combatir los efectos neurológicos de la sílis (Austin, 1992, 516).
En realidad, seres humanos y mosquitos (así como los parásitos y virus
que ambos alojan) coevolucionaron por lo menos desde hace ocho mil años.
Por ejemplo, las poblaciones africanas expuestas de manera regular al parásito
Plasodium desarrollaron diversos mecanismos de resistencia a la malaria como
la deformación de los glóbulos rojos o la reducción de su número, que diculta
el ciclo reproductivo del parásito dentro del cuerpo humano (Packard, 2007, 28).
Por otro lado, la implementación de medidas de control de mosquitos vec-
tores puede tener efectos contrarios a los esperados. Las campañas de erra-
dicación, si no logran la eliminación completa, pueden ser contraproducentes:
“las tasas altas de malaria pueden empeorarse por el control vectorial si no se
consigue la erradicación virtual, al retrasar el desarrollo de inmunidad en los
bebés a una edad en donde son más propensos a sufrir malaria cerebral” (Cur-
tis, 1996, 6).
Tras las campañas de erradicación de la malaria, nanciadas por EE.UU. y la
OMS a mediados del siglo XX, “casi en todos los lugares donde no se consiguió
la erradicación, la malaria rebrotó durante los 70’s y 80’s” (Packard, 2007, 175). La
sobreutilización del DDT en estos programas, en lugar de conseguir la erradica-
ción, produjo supermosquitos resistentes a los insecticidas (Packard, 2007, 163;
Orsenna, 2017, 235).
La picazón continúa. El cuerpo se llena de salpullido. No sabemos aun lo
que puede un mosquito.
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Vector de desterritorialización
“¡Viva, sí, viva la entomología! Para empezar, porque ella sabe
que las fronteras de lo viviente son porosas” (Orsenna, 2017, 69).
Poca atención se ha prestado al papel que jugó el control poblaciones de
mosquitos vectores en el surgimiento de lo que Foucault (2007) llamó “la era
de un ‘bio-poder’” (169). No olvidemos que la empresa biopolítica de la salud
mundial, hoy tan relevante en el contexto pandémico, nació a nales del siglo
XIX gracias al control norteamericano sobre Cuba, Panamá y Filipinas, y la erra-
dicación de los mosquitos transmisores de ebre amarilla en estos territorios
(Packard, 2016, 15).
El control de enfermedades transmitidas por mosquitos en los territorios
coloniales y excoloniales de América, África y Asia, puede ser leído como un es-
fuerzo de gobierno biopolítico sobre los agenciamientos posibles entre diversos
organismos humanos y no humanos. Para esto resulta útil retomar el concepto
de gobierno de especies propuesto por Neel Ahuja (2016), que reere a:
cómo las relaciones interespecie así como las esperanzas y miedos pú-
blicos que éstas generan, conguran la forma de vida y los lineamientos
afectivos de las sociedades coloniales…. Tomar en cuenta el gobierno de
especies es comprender al imperio como un proyecto de manejo de rela-
ciones afectivas… que cruzan las divisiones de la vida la muerte, lo humano
lo animal, el medio y los cuerpos y el sistema inmune y ambiental (X-XI).
Así pues, es posible leer estos esfuerzos como aparatos de captura de los
afectos de un devenir-mosquito. No hay que entender afecto sólo como sen-
timiento o pasión, sino como la capacidad de afectar y ser afectado por otros
cuerpos dentro de un agenciamiento. Lo que está en juego aquí es el gobierno
sobre los ujos que cruzan las fronteras de especie y los afectos que estos pro-
ducen. Por ejemplo, no es accidental que la campaña mundial de erradicación
de la malaria a mediados del siglo XX haya sido justicada no sólo como una
empresa de salud, sino como una guerra económica contra la improductividad
campesina provocada por las ebres constantes (Cueto, 2016, 165). Había que
luchar contra los afectos no productivos o, mejor dicho, los afectos productivos
no capturables.
Entre las técnicas usadas para el control y erradicación de poblaciones de
mosquitos vectores se encuentra el rociado de insecticidas químicos, la vigilan-
cia y destrucción de sitios de oviposición, la instauración de campañas masivas
de biomedicalización de poblaciones rurales, e incluso el desarrollo de mos-
quitos transgénicos estériles o incapaces de funcionar como vectores (Shaw, et.
al. 2010; Orsenna, 2017; Packard, 2007). Y, sin embargo, estos esfuerzos no han
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logrado una captura total, ya que la capacidad de los mosquitos para agenciarse
escapa a los intentos de control biopolítico:
En el encuentro entre insecto y humano, el Umwelt del mosquito ex-
cede por mucho nuestras cartografías de control. Y hasta ahora, nin-
guna cantidad de químicos rociados, control ambiental, o modica-
ción genética han podido borrar al mosquito de la faz de la tierra. Es
dentro de esta relación de abismo y exceso, entre la perspectiva huma-
na y la de los mosquitos, que nace el monstruo (Shaw, et. al, 2013, 263).
El mosquito es un vector. Vector, del latín vector, vectoris, signica en el
sentido más general “agente que transporta algo de un lugar a otro” (RAE, s.f.). Si
Deleuze y Guattari hubieran estudiado con más atención la vida de los mosqui-
tos, habrían coincidido en entenderlos como un vector, pero no sólo epidémico,
sino de desterritorialización:
[U]n vector de desterritorialización no es en modo alguno indeterminado, sino
que actúa directamente sobre los niveles moleculares, y tanto más discretamen-
te en contacto, cuanto más desterritorializado: la desterritorialización “mantie-
ne” unidas las componentes moleculares (Deleuze y Guattari, 2004, 293-294).
Aunque enfermedades como la malaria o la ebre amarilla tuvieron su ori-
gen histórico en África subsahariana (Packard, 2007, 19), hoy en los mosquitos y
sus patógenos ocupan todos los continentes. Los mosquitos son máquinas de
desterritorialización. Son un constante devenir. No podemos sino maravillarnos
por la capacidad que tienen para agenciarse, para producir nuevos agenciamien-
tos y devenires. Un mosquito asiático deviene tigre cuando muerde con agresivi-
dad o por sus vetas. Una desterritorialización está en marcha. Estos mosquitos
tigre (aedes albopictus) son capaces de poner sus huevecillos y agenciarse con
casi cualquier objeto que guarde algunos mililitros de agua. Un reporte desclasi-
cado de la Armada Estadounidense en 1967 especica todos los lugares donde
se han encontrado larvas de mosquito tigre:
Dentro de agujeros en árboles, rocas y piedras, a elevaciones de más de 2,000 pies,
en bambú y pedazos de bambú, estípulas, cáscaras de coco, hojas de palma caídas,
hojas de otras plantas, escusados, en lápidas, en los pilares de granito de las imá-
genes de buda, dentro de plantas carnívoras, y en varios contenedores articiales
como cubetas, barriles, latas, botellas, desagües, oreros, ollas, tejas, recipien-
tes de madera, trampas para hormigas, baterías de cocina, neumáticos sin usar,
pisos de concreto inundados en refugios antiaéreos y cisternas. (Watson, 1967, 5)
Por su capacidad de transmitir chikunguña, encefalomielitis equina vene-
zolana, dengue, encefalitis japonesa, encefalitis de St. Louis, Virus del Nilo Occi-
dental, ebre amarilla y porque las hembras “son marcadamente antropofílicas,
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persistentes y tenaces en sus ataques” (Watson, 1967, 6), los mosquitos tigre
fueron un enemigo tan peligroso para el ejército norteamericano como los sol-
dados comunistas del Viet Cong.
Como tal vez es posible deducir por los bambúes, los cocos, y las gurillas
de buda, hasta antes de 1970 estos mosquitos vivían sólo en el sudeste asiá-
tico. Pero pronto comenzaron otra desterritorialización. Un neumático deviene
incubadora para mosquito cuando guarda un poco de agua entre sus pliegues.
En 1983, un mosquito tigre se agencia con un viejo neumático en algún lugar de
Japón o Taiwán. Deja sus huevos bajo la protección del caucho quebradizo. Algu-
nas semanas después, ese mismo neumático cruza el océano pacíco y termina
en alguna vulcanizadora de Texas (Spielman y D’Antonio, 2001, 32). A partir de
ahí, hordas de mosquitos tigres avanzan hacia el sur, hasta llegar a Brasil. Una
nueva epidemia está en camino (Orsenna, 2017, 176).
En 1647 un mosquito aedes aegypti aborda un barco esclavista holandés
partiendo de África Occidental hacia Barbados (Winegard, 2019, 170). El virus de
la ebre amarilla cruzó el océano en un barco holandés. En 1641 se contaba la
leyenda de un barco fantasma que recorría los siete mares (Makarova, 2016, 118).
¿Y si el Holandés Errante ha podido servir como gura del “exiliado, viajero, des-
territorializado” (Deleuze y Guattari, 2004, 344) porque entre sus tripulantes, se
coló un polizón invertebrado? ¿Fue acaso una picadura mortal la que lo condenó
a seguir navegando por siempre?
Un terrible escalofrío recorre la carne. Fiebres que suben y bajan hasta he-
lar los huesos. El vómito negro anuncia que lo peor está por venir. El mosquito,
pequeña máquina de desterritorialización.
¿Cómo hacerse un devenir-mosquito?
Aún resta la pregunta concreta: ¿cómo luciría un devenir-mosquito del ser
humano? Si bien, es cierto que el concepto de devenir-animal, en tanto que
pura virtualidad, puede resultar bastante abstracto (Shukin, 2009, 31), Deleuze y
Guattari ofrecen algunas pistas para vislumbrar su aplicabilidad concreta. No se
trata, en todo caso, de imitar a un animal:
No imitar al perro, sino componer su organismo con otra cosa, de tal
forma que del conjunto así compuesto se hagan salir partículas que se-
rán caninas en función de la relación de movimiento y de reposo, o del
entorno molecular en el que entran (Deleuze y Guattari, 2004, 276).
Tal vez un devenir-mosquito así comprendido puede ocurrir dentro los pro-
pios mecanismos de control vectorial. El general Gorgas decía que “para poder
luchar contra la malaria tenías que aprender a pensar como un mosquito” (Glad-
well, 2001, 44). Para encontrar el lugar óptimo para la colocación de las trampas
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de CO
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utilizadas en el monitoreo poblacional de mosquitos, es necesario ser
capaz de “pensar tal como un mosquito transduce” (Shaw, et. al., 2010, 324); es
decir, agenciarse con las mismas partículas moleculares.
Pero, ¿no podremos pensar un devenir-mosquito fuera de los esfuerzos
biopolíticos de control? ¿Seremos capaces de imaginar un devenir-mosquito
que no esté enfocado en la recaptura de estos afectos? ¿Cómo hacerse de una
ética o una etología para con el mosquito? En Nicaragua, el trabajo de control
vectorial ha impulsado otros devenires. Como estrategia de vinculación con la
población local, las trabajadoras de campo encargadas del rocío con insecticida,
han encontrado una fértil metáfora. Los mosquitos son madres solteras (ya que
son fecundadas por los mosquitos macho y después tienen que arreglárselas
por sí solas), como gran parte de las trabajadoras en las campañas de erradica-
ción y las mujeres que les abren la puerta de sus casas.
La metáfora de la madre soltera fue una forma de articular la enmarañada pre-
sencia de mujeres, mosquitos, virus y cosas… Al llegar a ser juntas, ni los mos-
quitos ni las madres solteras simplemente aceptarían ser el objeto de control
de las intervenciones de salud. La broma reconoce tanto una similitud como
una diferencia entre mujeres y mosquitos. No eran sólo causalmente parecidas;
sino que formaban parte de un ambiente completo y vivo. (Nading, 2012, 588)
Así pues, un devenir-mosquito del ser humano debe de buscarse en la ca-
pacidad de los mosquitos por desterritorializarse y provocar nuevos devenires,
es decir, de escapar del control biopolítico al que son sometidos. No se trata de
imitar a un mosquito, ni siquiera infectarse de alguna enfermedad que éstos
transmitan, sino de hacer cuerpo con el mosquito o, en otras palabras, compo-
ner el cuerpo propio de tal manera que sus potencias de afectación se tornen
monstruosas, vampíricas, mosquitas.
Las ebres terminan por transformar el cuerpo hasta tornarlo irreconocible:
Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontro-
se en su cama convertido en un monstruoso insecto” (Kafka, 2015, 3). Una línea
de fuga, una línea de vuelo. Se oye el aleteo de un enjambre.
Nietzsche se equivocó cuando pensó que el ser humano en el cosmos era
tan insignicante como un mosquito que “navega por el aire poseído por ese
mismo pathos [de grandeza], y se siente el centro volante de este mundo” (Niet-
zsche, 1996, 17). Al humano, demasiado humano, le hace falta contagiarse con un
mosquito. El destino de lo posthumano está en un devenir-mosquito.
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