
TRAZOS - AÑO IV – VOL.II – DICIEMBRE 2020 - ISSN 2591-3050
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losofías la experiencia de su mirada (Derrida, 2008, 29-30). O más bien, la han
negado deliberadamente en sus doctrinas. Aquí podría decirse que la losofía
no ha considerado la mirada animal por fuera del hombre, y no lo ha hecho por
la sencilla razón de que esa mirada no humana pone al descubierto la propia
animalidad de la que se avergüenza.
4. La tradición metafísica occidental ha pensado al animal como un teore-
ma, como una mera abstracción, lo cual lo ha situado siempre en la posición
del “que”, esto es, del ente a ser mirado; mientras que el hombre, en oposición
a este, se ha establecido como un “quien”, es decir, como aquel ente que mira y
puede disponer del otro a su antojo. Ahora bien Derrida, a partir del encuentro
de miradas con su gatx, llega a la conclusión de que hay una fuerza pática, un
elemento corpóreo ineludible – incluso anterior al yo racional, a ese cogito que
para Descartes se presentaba como evidencia primera del ser humano- que
permite pensar lo contrario. Hay un pathos animal que atraviesa tanto a él como
a su gatx, aquello que se pone de maniesto explícitamente en ese cuerpo a
cuerpo entre dos vivientes animales (Dubini, 2017). Por lo antes dicho, para el
autor, en esa escena doméstica con su gatx, lo relevante no es su supuesto yo,
es decir, él como sujeto que puede mirar al animal, que puede llevarlo al ám-
bito de su consciencia y conceptualizarlo, sino ese cuerpo animal que él es y
que, a su vez, está frente a él, interpelándolo como otro, como lo radicalmente
otro que está necesariamente co-implicado en su mirada. La existencia animal
es, entonces, aquello que resiste a la actividad especular del sujeto, tal como
concluye Derrida: “nada podrá hacer desaparecer en mí la certeza de que se
trata aquí de una existencia rebelde a todo concepto” (Derrida, 2008, 25). En
ese sentido y a lo largo de todo el capítulo, Derrida se hace la pregunta por su
propia identidad en tanto humano, la pregunta por el “quién” de sí mismo. Y
las pistas sobre lo que él es termina encontrándolas no dentro de su propio
ser, a la manera de una autoconsciencia que se recluye sobre sí, sino en esa
experiencia pática compartida con su gatx. De esta manera, es su gatx – en tan-
to animal no humano- aquel que le hace frente a su propio cuerpo desnudo
del que se avergüenza y al que él, en tanto humano, le pregunta por su propio
ser. Es a partir del animal como otro – como diferencia negada, inferiorizada y
reductible- que el hombre se reconoce a sí mismo como animal, pero también
como humano que se ha instituido como un ipse devorador y soberano (Derrida,
2008, 20). Derrida termina por armar que es posible una existencia animal no
humana portadora de mirada – existencia que, como bien dice, no puede ser es-
pecularizada- y es ella la que pone a temblar al “quién” y al “qué” instituidos por
la metafísica occidental (Cragnolini, 2016, 160). Por un lado, el animal deja de ser
un objeto a disposición del hombre, un ente meramente observable, lo cual que
le permitirá concebirlo como un otro radical; y, por otra parte, el hombre termina