
fuerzas para hacerles saber que no iba a ser tan fácil. En la noche, volvían a
llegar los lobos y en las mañanas él volvía a salir a cantar, aunque ni siquiera
pudiera oírse a él mismo, pues el viento golpeaba furiosamente cada superficie.
Pero ahí no se detiene el asunto, puesto que Freuche empezó a notar que cada
día que pasaba, las paredes del iglú se acercaban cada vez más a su cuerpo. Su
respiración estaba engordando el lugar. Es decir, cada palabra ayudaba a
quedar encerrado, cada postura, una incomodidad. De lo que se trata, entonces,
es de hacer un iglú y salir a cantar con todas las fuerzas, aunque no se escuche
y aunque sepamos de antemano que nos vamos a morir en el lenguaje, a saber,
en las cosas que dijimos, porque más tarde o más temprano habrá que comerse
las paredes y salir a buscar a los lobos con la tormenta en la boca. Pero para
eso hay que estar listos, andarse con cuidado. No en vano, los niños juegan en
el bosque mientras el lobo no está ¿el lobo está? Sea como sea, ustedes están
acá porque el lobo no estuvo, no los agarró a la primera, pero ya tendrán
tiempo de remediarlo, debido a que el lobo no es el perro, es decir, es la cruel-
dad más allá de la casa, el más allá de la fidelidad (de la ley) y de la economía,
y eso se aprende en uno u otro momento de la vida. Ese alejamiento de casa,
ese recomponerse con el bosque, es de cierto modo, un accidente, pero cuando
se vuelve una necesidad, ya estamos hablando de literatura. De esta manera, la
fábula se puede entender como la complicación de lo zoológico en lo zoográfi-
co, y de ahí que toda lectura de infancia sea un viaje crucial.
Lo Zoográfico debemos entenderlo, para el caso, como el conjunto de escritu-
ras anómalas, en donde se pasa de la in-significancia del animal a la reinven-
ción desde su presencia. Julieta Yelin sustenta este procedimiento de la
siguiente manera:
Entre bíos y grafía se establecería, así, una relación de mutua necesidad: el bíos, la
vida que debe ser protegida, lo sería precisamente por su capacidad de ponerle
palabras a su existencia, por saber y poder defenderla; esto es, por su carnadura
política, por su historicidad (Yelín, 2016, 38).
Lo Zoológico, en cambio, se encarga de la organización taxonómica y la ges-
tión de cierta noción excluyente de vida. Es decir, el lenguaje que nombra, pero
no habita. Sin embargo, por mucho que nos salgan animales al paso durante
nuestras primeras lecturas y relecturas, se hace evidente algo: hay una conver-
sación pendiente del autor con el animal.
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TRAZOS
AÑO III - VOL I
OCTUBRE 2019
ISSN 2591-3050