TRAZOS
AÑO III - VOL I
OCTUBRE 2019
ISSN 2591-3050
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Resumen: El presente artículo pretende evidenciar el conjunto de imbricacio-
nes entre filosofía y literatura a partir de prácticas discursivas que tienen lugar
en la literatura infantil y los discursos sobre el animal. De igual modo, se pre-
tende señalar la manera en la que la razón Zoológica se complica en la escritu-
ra literaria para devenir Zoográfica. Es decir, como a partir de la aparición del
animal en la literatura se puede pensar el campo político como un territorio
estético en donde acontecen encantamientos y desencantamientos para hacer
posibles estrategias de impugnación o legitimación de ciertas prácticas éticas
y estéticas.
Palabras clave: LITERATURA-FILOSOFÍA-ANIMAL
EL ENCANTAMIENTO DEL
ANIMAL Y LA LITERATURA
COMO NUEVA FEROCIDAD
Christian Rincón Díaz
Facultad de Ciencias y Educa-
ción. Universidad Distrital
Francisco José de Caldas.
Contacto:
Chrischristovsky@gmail.com
El lobo está en el bosque ¿con qué lo llamaremos?
En la década del 90, con lo que se ha decidido llamar el giro animal en la
¹
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bien, dicho giro surge según Cavalieri (1999) desde tres campos atravesados por
múltiples disciplinas y procedimientos, a saber, el conjunto de impugnaciones

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-
puestos en la década del 70, se crean las condiciones de surgimiento de los



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
-
-
-




seres vivos cuya pluralidad no se deja reunir en
          
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
-
           
-



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la compilación coordinada por Boris Cyrulnik, Si les lions pouvaient parler. Essais sur la condition animale, y por último, Zoos. Histoire des
jardins zoologiques en Occident (XVIe-Xxe siècle), 

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Lecturas mucho más recientes, como la de Anahí González, en Lecturas ani-
males de las vidas precarias, relaciona muy bien todas estas emergencias
políticas-teóricas, para sostener que en los Estudios Críticos Animales:
a contrapelo de la tradición humanista que reivindicaba la soberanía humana
sobre las formas de vida, implican una indagación sobre las vastas taxonomías
ontológicas que han situado a los animales como objetos a disponibilidad y bajo
el dominio del «Yo» humano y de su pretendida universalidad-objetividad
(González, 2019, 143).
En consecuencia, la autora afirma que de este posicionamiento, surge un
compromiso con la deconstrucción de la dicotomía humano/animal, con la
desnaturalización del sacrificio y su consecuente desarticulación institucionali-
zada, y por último, con la apuesta por crear las condiciones posibles para el
surgimiento de comunidades multiespecies en donde esté en juego la noción
de cómo vivir juntos. En síntesis, se debe desestabilizar los términos de la inte-
ligibilidad social para disputar la precariedad de ciertas formas de vida, pues
siguiendo a Butler, la capacidad de reconocer a un ser vivo en su precariedad
“depende de normas que facilitan ese reconocimiento y, como resultado hay
vidas que (…) nunca son reconocidas como vidas» (Butler, 2004, 71).
En este contexto, Federico Rodríguez, siguiendo los presupuestos de Jacques
Derrida, define al animal como “el acontecimiento que sucede bajo la forma de
la encrucijada” (Rodríguez, 2015, 91). Esto quiere decir que el animal deshace las
aspiraciones significativas de lo humano, lo saca de quicio, fuera de sí. Y enton-
ces, ocurre algo muy interesante, pues cuando el hombre pretende regresar a sí
mismo, descubre que regresa lleno de marcas e impresiones por todo el
cuerpo. O, dicho en otras palabras: “Somos lo que volvemos desde afuera
(Lacan, 1959, 156).
Es este movimiento el que ocurre en la literatura infantil, (el animal nos hace
seguirlo hasta el borde y luego emprendemos el viaje a casa, a la cama, aparen-
temente solos) y por eso, dicha lectura se establece como un punto de contacto
entre la política de los hombres y la estrategia de los animales, a saber, una
línea de continuidad entre lo estético y lo ético. Para ilustrar esto, hay que
hablar en un primer momento del lobo, porque como ya lo habrán descubierto
en sus lecturas infantiles, el lobo no se presiente, sino que llega de improviso,
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cuando nadie se lo espera. Y quiero que pensemos en esta característica,
puesto que si entendemos la Fábula como una forma bastante efectiva de
educar al príncipe en 1. La división de los amigos, 2. Cómo ganar amigos, 3. Dife-
rencias con el amante, 4. La prudencia y 5. La justicia, podremos encontrar en el
lobo una figura crucial para entender lo político y lo literario. Es decir, para
gobernarnos y decirnos a nosotros mismos. Pero vayamos con mucha cautela,
ya que el lobo no es una presencia tranquila, y cuando se le llama, recuerden
al pastorcito, no acude para cooperar con la mentira, sino para devorar.
De este modo, quisiera comenzar con este aullido de 1954 en el que Allen
Ginsberg escribe, canta, reagrupa:
El peso del mundo es el amor. Bajo la carga de la soledad, bajo la carga de la
insatisfacción. El peso, el peso que cargamos es el amor. Pero cargamos el peso
fatigosamente y así debemos descansar en los brazos del amor, finalmente. No hay
descanso sin amor, no hay sueños sin sueño. El peso es demasiado pesado. Sí, sí,
eso es lo que deseaba, siempre deseé, volver al cuerpo donde nací (Ginsberg, 2006,
83).
Luego le sucede este poema de 1986, de José Emilio Pacheco como una
respuesta desde otro lugar del bosque: “En la República de los lobos nos ense-
ñaron a aullar. Pero nadie sabe si nuestro aullido es amenaza, queja, una forma
de música incomprensible para quien no sea lobo; un desafío, una oración, un
discurso o un monólogo solipsista”. Y entonces, surge este interrogante: ¿de qué
clase es nuestro aullido? Siempre queremos reagrupar, cortejar, ahuyentar al
enemigo o ser ubicables dentro de cierto mapa sentimental que vamos trazan-
do con descuido. En todo caso, siempre hay una trampa. El lobo mismo es la
trampa y el niño cae en ella. Quizá esto se explique mejor con una fábula de
Alphonse Daudet, en la que hay un granjero al que se le escapan las cabras al
monte para ir a morir en boca del lobo, en lo profundo del bosque. El granjero
no puede entender por qué lo hacen y para intentar contentar a las que les
quedan, adorna el jardín, mejora las cercas, pero nada parece ser suficiente
para retenerlas. Cansado de ese asunto, decide encerrar a su última cabra en
un cobertizo oscuro, pero la cabra acaba saliendo por la ventana. Ese hombre
no sabe si ir a que lo devore el lobo o quedarse ahí parado, consumiéndose en
la rabia y la impotencia. Al día siguiente, siempre le llegan noticias de sus
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cabras por el pelaje que circula en el viento. Aquí, no conviene sacar ningún
tipo de moraleja, pues no se trata de advertirnos nada, sino de invitarnos, ¿a
qué? A ser capaces de la hospitalidad, pero también nos insta a crear las condi-
ciones necesarias para albergar a los otros y, sobre todo, prepararnos para
dejarlos ir. El lobo, en esta historia, ni siquiera llega a aparecer, pero eso no le
impide hacer presencia como marca o como promesa en el cuerpo de las
cabras. Y aquí es donde quería llegar: el lobo está por fuera de la ley, y no tanto
porque esté inscrito en su naturaleza, sino en razón de que eso le da cierta ven-
taja y ahí está el truco. J. Derrida se referirá a esta cuestión de la siguiente
manera en su Seminario La bestia y el soberano (2001-2002):
Lo que al hombre-lobo, al outlaw, como se traduce en las Confesiones de Rousseau
al inglés, al fuera de la ley, lo identifica no sólo como a-social, fuera de la ley políti-
ca, sino como fuera de la ley teológica y religiosa, como descreído (…). Es un ser sin
fe ni ley (Derrida, 2010, 128).
Lo cual quiere decir que su comportamiento no está estructurado por una
moralidad específica, ya que eso le permite crear una hostilidad estratégica que
se sostiene a partir de la crueldad (el hombre que se conduce como una
bestia). Ahora bien, es interesante el repertorio de estrategias del lobo que le
permiten estar por fuera de esa ley, y ahí donde el granjero concebía la seguri-
dad en términos de bienestar, el lobo la concibe en términos de cooperación.
Cabe traer a colación, un fragmento de Mil mesetas: “yo le pregunto: ¿te gustaría
ser un lobo? Respuesta alterna: “qué tontería, no se puede ser un lobo, siempre
se es ocho o diez, seis o siete lobos” (Deleuze y Guattari, 1969, 35). Lo cual nos
remite a la forma en la que nos ubicamos dentro de la multiplicidad, con lo cual
me refiero a saber encontrar una posición discreta y hostil dentro de la lectura
o de la escritura, de recomponer constantemente el deseo. La literatura infantil
se trata en última instancia de ello.
Para redondear un poco la idea, hay que contar otra historia, pero esta vez,
desde el otro lado de esa multiplicidad. Se trata de Peter Freuche, un explora-
dor danés que, perdido en medio de una tormenta en Groenlandia, hizo un iglú
y se sentó a esperar a que el viento amainara. En la noche llegaron los lobos. Y
él podía escucharlos afuera del iglú, dando vueltas y olfateando el hielo afano-
samente. Así pasaron dos días, hasta que decidió salir a cantar con todas sus
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fuerzas para hacerles saber que no iba a ser tan fácil. En la noche, volvían a
llegar los lobos y en las mañanas él volvía a salir a cantar, aunque ni siquiera
pudiera oírse a él mismo, pues el viento golpeaba furiosamente cada superficie.
Pero ahí no se detiene el asunto, puesto que Freuche empezó a notar que cada
día que pasaba, las paredes del iglú se acercaban cada vez más a su cuerpo. Su
respiración estaba engordando el lugar. Es decir, cada palabra ayudaba a
quedar encerrado, cada postura, una incomodidad. De lo que se trata, entonces,
es de hacer un iglú y salir a cantar con todas las fuerzas, aunque no se escuche
y aunque sepamos de antemano que nos vamos a morir en el lenguaje, a saber,
en las cosas que dijimos, porque más tarde o más temprano habrá que comerse
las paredes y salir a buscar a los lobos con la tormenta en la boca. Pero para
eso hay que estar listos, andarse con cuidado. No en vano, los niños juegan en
el bosque mientras el lobo no está ¿el lobo está? Sea como sea, ustedes están
acá porque el lobo no estuvo, no los agarró a la primera, pero ya tendrán
tiempo de remediarlo, debido a que el lobo no es el perro, es decir, es la cruel-
dad más allá de la casa, el más allá de la fidelidad (de la ley) y de la economía,
y eso se aprende en uno u otro momento de la vida. Ese alejamiento de casa,
ese recomponerse con el bosque, es de cierto modo, un accidente, pero cuando
se vuelve una necesidad, ya estamos hablando de literatura. De esta manera, la
fábula se puede entender como la complicación de lo zoológico en lo zoográfi-
co, y de ahí que toda lectura de infancia sea un viaje crucial.
Lo Zoográfico debemos entenderlo, para el caso, como el conjunto de escritu-
ras anómalas, en donde se pasa de la in-significancia del animal a la reinven-
ción desde su presencia. Julieta Yelin sustenta este procedimiento de la
siguiente manera:
Entre bíos y grafía se establecería, así, una relación de mutua necesidad: el bíos, la
vida que debe ser protegida, lo sería precisamente por su capacidad de ponerle
palabras a su existencia, por saber y poder defenderla; esto es, por su carnadura
política, por su historicidad (Yelín, 2016, 38).
Lo Zoológico, en cambio, se encarga de la organización taxonómica y la ges-
tión de cierta noción excluyente de vida. Es decir, el lenguaje que nombra, pero
no habita. Sin embargo, por mucho que nos salgan animales al paso durante
nuestras primeras lecturas y relecturas, se hace evidente algo: hay una conver-
sación pendiente del autor con el animal.
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Quisiera terminar, dándole forma a este lupanar (donde están las lobas), con
un aullido: “El hombre pertenece a esas especies animales que, cuando están
heridas, pueden volverse particularmente feroces”. El verso es de Gao Xingjian,
y yo resalto feroces para empezar a sugerir una probable teoría general del des-
pecho ¿No se trata también de eso la literatura infantil? De saber despecharse,
de arreglárselas con la ferocidad de lo que está afuera.
Con el pico le daba a la rama
¿Qué significa ser un nido? Un nido es un secreto. Ser un nido significa también retirarse,
estar retirado. ¿El nido es obra de pájaro y atributo del árbol? ¿Es del pájaro para el árbol?
el deseo de sembrar un árbol es el deseo de que haya nidos; es el afán de presentirlos”.
(Carolina Sanín)
Uno de los animales que comparte la literatura y la filosofía es precisamente
el pájaro, y es por ese motivo que una conversación posible entre ambas prácti-
cas discursivas puede tener lugar en este cuerpo ligero que es, antes que nada,
pura anunciación. Recordemos el proverbio chino “Un pájaro canta no porque
tiene una respuesta. Canta porque tiene una canción” o, también, la obsesión
de los griegos en la época clásica por diseñar pájaros mecánicos. Y claro,
cuando el pájaro aparece, trae consigo un mensaje. El pájaro es el síntoma de
algo que está ocurriendo en otra parte. Pienso, por ejemplo, en ese hábito
curioso que entre 1890 y 1980 hacía que los mineros ingleses bajaran al fondo
de las minas con canarios dentro de una caja. Se decía que estos animales en
particular, podían detectar gases tóxicos mucho antes que el humano. Enton-
ces, si el canario se envenenaba, evacuaban todo el lugar. El pájaro, en este
caso, es una prótesis orgánica, un presagio que indica el camino o anuncia la
muerte. Y así podríamos vernos tentados a establecer un paralelo: la literatura
indica el camino, traza un mapa afectivo y hace posible el lugar habitable,
mientras que la filosofía anuncia la muerte, advierte la frontera y permite la
evacuación, pero tal línea no sería precisa, puesto que lo que se juega en
ambos discursos, lo que justifica la presencia del pájaro, es que el sentido de
un discurso, de un mensaje, está en el tránsito que tiene que recorrer. Su cons-
tante movimiento de un punto a otro.
Para ir agarrando vuelo, traigo a cuento la comedia Las aves, de Aristófanes,
en donde Pistetero y Evélpides deciden dejar la insufrible ciudad de Atenas y
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dirigirse al país de los pájaros. Una vez allí, piden consejo al rey ave Tereo:
En otro tiempo fuiste hombre, como nosotros; en otro tiempo tuviste deudas, como
nosotros, y en otro tiempo te gustaba no pagarlas, como a nosotros; después,
cuando fuiste transformado en ave, recorriste en tu vuelo todos los mares y tierras,
y llegaste a reunir la experiencia del pájaro y la del hombre. Esto nos trae a ti para
suplicarte que nos indiques alguna pacífica ciudad donde podamos vivir blanda y
sosegadamente, como el que se acuesta sobre mullidos cojines (Aristófanes, 1997, 7).
Tereo les da dos o tres opciones, pero los recién llegados no se logran sentir
satisfechos con las ciudades nombradas y proceden a elaborar una propuesta:
hacer una ciudad en el cielo. Tereo acaba aceptando y cuando semejante
empresa está culminada, Pistetero y Evélpides reciben las alas como notifica-
ción de su nueva ciudadanía. Ahora, ¿qué significa ganarse las alas en el con-
texto de la literatura? En términos de lectura, la literatura infantil es la encarga-
da de dar esa notificación de ciudadanía, pues baja el cielo a la tierra, le saca
voz a las cosas y la nación de los pájaros comienza a trazar su mapa a ras de
pecho. Sin embargo, también es cierto que muchos de nosotros entramos a la
lectura, a la literatura y/o la filosofía, mucho después. Y entonces, el movimien-
to también se parece, puesto que como Pistetero y Evélpides, estábamos cansa-
dos del hogar y fuimos a buscar la ciudad en el aire, la falta de certeza. Ese mo-
vimiento migratorio, ese estar entre las cosas, obliga a navegar por las corrien-
tes, a abandonarse en ellas y luego desear caer en picada. Las decisiones del
pájaro, (del niño, del poeta, del filósofo) sus apuestas, son decididamente esté-
ticas. No vamos a negar que hay excepciones, porque el pájaro distraído, con-
fundido por su reflejo, se estrella contra las ventanas, pero ese es otro asunto.
Una historia probable del fracaso llamativo, de la muerte por exceso de amor
propio.
Por otro lado, S. Zizek, en ¿Por qué atacan los pájaros?, toma como punto de
referencia la película de Hitchcock (The birds, 1963) para relacionar la intrusión
de lo terrorífico en las relaciones familiares, y es este punto el que nos lleva a
conducir la lectura de la intrusión del pájaro hacía el terreno de lo íntimo. De lo
íntimo que está a la vista de todos y que se manifiesta en momentos críticos ¿El
obsceno pájaro de la noche? La literatura, en ese orden de ideas, es la frontera
móvil, el lugar de emergencia de lo terrorífico que quiere resolverse en el
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lenguaje, y pese a ello, el lugar mismo de la intrusión, a donde nos dirigimos en
bandada (con esos que hemos sido) para ser vulnerados, para entender desde
la blandura nuestro compromiso con el lenguaje y aprender a cuidarnos.
Finalmente, quisiera mencionar a los espantapájaros, cuya función es espan-
tar al cuervo. Al cuervo de Poe que dice Never more ahí donde uno quiere un
¡yes, now! El espantapájaros es la posibilidad de la cosecha al precio de la
distancia. El recogimiento a plena luz del día, la soledad que vigila, que protege.
En ese orden de ideas, uno puede preguntarse ¿Dónde emplazamos los espan-
tapájaros a lo largo de nuestra vida? ¿Cada cuánto los cambiamos de lugar y
bajo qué sospechas? Tanto en la literatura como en la filosofía, conviene apren-
der a crear las condiciones necesarias, alejar a las aves que se llevan la prima-
vera en el pico. Estas condiciones, son la posibilidad de emergencia de una
ética propia, de una educación sentimental, o en términos literarios, un estilo
(im) propio. Es decir, una frontera móvil.
Con lo cual se quiere decir que la estrategia animal, sus movimientos, sus
dispositivos, se superponen constantemente en las prácticas discursivas del
saber, y es entonces que se hacen evidentes ese conjunto de imbricaciones
(anidaciones) entre la filosofía y la literatura, ya que el animal no solo es la
excusa del pensamiento, sino tal cual se ha venido señalando, es la encrucijada
en el lenguaje, la complicación del estatuto antropológico, pues tal cual lo dice
Paul Celan,“ no basta con saber la diferencia, hay que poderla, hay que poder
hacerla, o saber hacerla” (Celan, 1986, 50-51). De tal suerte que a lo que nos
interpela este conjunto de discursos parciales sobre el animal, es a ver el
campo político como un territorio estético en donde acontecen encantamien-
tos y desencantamientos para hacer posibles estrategias de impugnación o
legitimación de ciertas prácticas éticas y estéticas. El animal nos lleva a rastras
por el lenguaje, pero nos devuelve distintos, quizá más feroces, quizá no.
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