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“Me gustaría que escribieras un libro acerca del poder de las palabras, y sobre los
procesos mediante los cuales los sentimientos humanos forman afinidades con
ellas.
SAMUEL TAYLOR COLERIDGE, carta a Godwin, septiembre de 1800
Tal como adelanta el ansioso título, el presente ensayo pretende hacer una
lectura filosófica en clave metafísica, acompañada al mismo tiempo de un aná-
lisis literario, del intitulado cuento de Borges La biblioteca de Babel, contenido
en el aún más abarcativo Ficciones. Para llevar a cabo esta empresa, será nece-
sario no solo partir del relato bíblico de la torre de Babel, sino además hacer un
minucioso análisis de las palabras elegidas con suma especificidad y no con
menos intención por parte de Jorge Luis Borges, para así elucidar la conexión
entre la ficción borgeana en cuestión y la incansable tendencia humana -en
este caso, dada a través del lenguaje- hacia una totalidad que permite ser
interpretada aquí como cierta divinidad.
Según cuenta el relato bíblico, en sus orígenes toda la humanidad tenía un
mismo lenguaje y utilizaba las mismas palabras. Los hombres en su emigración
hacia Oriente, hallaron una llanura en la región de Sinar y se establecieron allí.
Una vez instalados, decidieron edificar una ciudad y una torre cuya cúspide
llegara hasta el cielo, para evitar de este modo dispersarse sobre la faz de la
tierra. Además, la torre y la ciudad que edificaron tenían la intención de ser un
monumento al orgullo humano, ya que “intentaron hacerse un Nombre
BORGES EN CLAVE
METAFÍSICA
Evelyn M. Guerra
Facultad de Filosofía y Letras.
Universidad de Buenos Aires
Contacto:
evyguerra@hotmail.com
(Génesis 11:4), razón por la cual a menudo se lo interpretó también como un
monumento a la desobediencia constante de la humanidad. Ante tal intención,
Dios decidió confundir la lengua de los hombres con el propósito de poner fin
a esta tarea monumental, de modo que ya no pudieran entenderse unos con
otros. Por tal motivo fue llamada “Babel, porque allí, la ira de este Dios confun-
dió la lengua de todos los habitantes de la tierra obligándolos así a agruparse
de acuerdo a su lengua particular y a dispersarse por toda la superficie. Desde
una perspectiva religiosa, este relato ha aparecido como la base para la explica-
ción del origen de los diferentes idiomas del mundo.
Si sometemos La biblioteca de Babel a una exegesis metafísica en combina-
ción con una literaria, podría decirse que los libros, y con ellos su contenido –la
coma, el punto, el espacio y las veintidós letras del alfabeto que son, según el
protagonista de la historia, los veinticinco símbolos suficientes (Borges, 2009,
89)- serían, en un sentido alegórico, un intento por salvar ese hiato que se da
entre el hombre y lo divino. Para abordar dicha conjetura, será menester consi-
derar palabras claves del cuento borgeano, tales como: Babel, Biblioteca, Uni-
verso, Libro, Catálogo, Infinito, Divinidad y la figura del hombre -expresada en
el protagonista del relato, el eterno viajero de la biblioteca- para ponerlas a su
vez en interconexión, como piezas de un rompecabezas que al ubicarse nos
darán una imagen acabada del cuento. Como se verá, resulta una tarea harto
difícil -sino imposible- salir de esta especie de tendencia constante hacia una
totalidad acabada, cerrada, absoluta, como centro dador de sentido.
En principio, Babel, una de las cuatro palabras que constituye el nombre de
este cuento, es una palabra hebrea que significa “confusión” y deriva de una
raíz cuyo significado es “mezclar”. La posición del protagonista de esta historia
da cuenta a lo largo de su relato de la inefable búsqueda de un fundamento
último para todo lo que es, un principio que aúne en sí mismo esa diversidad y
pluralidad de lenguas y combinaciones presentes en todos los libros de la
biblioteca. Por su parte, el universo, -del latín universus (“entero”), de unus
(“uno”) y versus (“en dirección de”), y este del participio perfecto verto, -ere
(“girar”, “volver”)- según nos relata el protagonista, es también llamado por
algunos Biblioteca. Ahora bien, al atender al significado de dicha palabra, nos
encontramos con que es el conjunto de todo lo existente, y a su vez, es la ten-
dencia hacia lo uno, hacia lo absoluto, más específicamente: la tendencia hacia
lo divino, como instancia totalizadora. Lo cual nos permite conjeturar, un nuevo
intento por reconstruir esa unidad perdida desde Babel.
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Esta Biblioteca, eterna e infinita, compuesta de infinitos hexágonos, “es una
esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inacce-
sible” (Borges, 2009, 88). Cada hexágono sería así una toma de perspectiva
dentro del saber, y la inexactitud de los límites del saber humano -de esa vasta
biblioteca- junto con la imposibilidad de establecer un centro único, represen-
tarían el motivo que impide trazar una circunferencia exacta. En consecuencia,
la biblioteca es infinita y su centro está en todas partes. El protagonista se
vuelve peregrino en esa inabarcable biblioteca. En medio de la naturaleza infor-
me y caótica de los libros que la componen, sale en busca del libro de los libros
o acaso el catálogo de catálogos que justifique al Universo, tal vez se lanza así
a la soberbia hazaña de hacerse un Nombre. Nuevamente aparece en esta bús-
queda la necesidad de aprehender la totalidad, en tanto que, si reflexionamos
acerca de lo que presupone hablar de un “catálogo de catálogos, percibimos
que lo que se está proponiendo el protagonista es la búsqueda de algo –ya sea
este algo el Nombre de los nombres, el Catálogo de catálogos o el Libro de los
libros- que pueda reunir todo en sí mismo; a saber: un fundamento último, un
principio que de orden y totalidad al universo y a todo lo que lo compone.
A pesar de su castigo, el hombre goza de cierta herramienta: esos veinticinco
símbolos ortográficos que supo combinar de infinitas maneras, de modo que
no haya dos libros idénticos (Borges, 2009, 91) -aunque tal vez similares- y que
ahora, no obstante, no logra comprender debido al confuso contenido de los
mismos.
La estructura del cuento por momentos desdibuja los límites entre la ficción
y la realidad, proyectando como a través de un prisma, esa búsqueda de un
sentido último por parte de los hombres. El riesgo de esa búsqueda es la caída
al abismo, al aire insondable desde la escalera infinita que recorre de un extre-
mo a otro -extremos de por sí inasequibles para la humanidad- a la biblioteca
en cuestión. Así la historia se vuelve una cruda representación de la condición
humana y su desesperado intento de reconstruir esa unidad perdida, fragmen-
tada. El narrador de la historia, esa voz protagonista que es a la vez todos los
hombres, desea que el cielo exista, que la enorme biblioteca se justifique, en
suma, que el desorden pueda ser explicado. Como se puede apreciar, la comu-
nicación humana es aquí siempre descrita como imperfecta, inacabada, erró-
nea e incluso incoherente. Esto es explicitado por el narrador cuando nos dice
que por una línea razonable, tenemos como consecuencia una legua de insen-
satas cacofonías (Borges, 2009, 89-90), concepto que a su vez implica y/o
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supone cierta insuficiencia en el lenguaje; a la vez que se confunde una vez
más, la ficción con la realidad, esta vez desde la voz del narrador con la voz bor-
geana, al poner en cuestión la capacidad del lenguaje para comunicarnos. En
este punto del relato se da un quiebre abrupto entre la narración indirecta del
protagonista, no referida a nadie en particular, y una pregunta directa hacia el
afuera, hacia el lector, al cual lo interpela preguntándole, con cierta ironía: Tú
que me lees, ¿Estás seguro de entender mi lenguaje?” (Borges, 2009, 98). A lo
largo de todo el cuento se hace presente esta cuestión de esa unidad perdida
del lenguaje, ese lenguaje único o transparente con el cual, al parecer, era posi-
ble una idéntica compresión al común de los hombres.
Esta infatigable búsqueda del protagonista de un fundamento o divinidad
que propicie de principio organizador del conocimiento y de la praxis humana,
nos deja dos observaciones: la primera, trata de una resolución que en cierto
modo permite burlar esta búsqueda, y además nos abre una nueva cuestión
literaria. En este sentido, en todo el relato observamos la tensión entre, por un
lado, la necesidad de unidad o cercanía entre lo humano y lo divino, y por otro
lado, la constante explicitación de la insuprimible distancia entre lo divino y lo
humano, un hiato que parece insuperable. No obstante, se concluye que la
biblioteca es ilimitada y periódica, un fenómeno que se repite de igual manera
para recuperar su estado o posición inicial. Tal como nos dice la voz única y
principal del cuento en cuestión, si un eterno viajero atravesara la biblioteca en
cualquier dirección comprobaría, al fin y al cabo, que los mismos volúmenes se
repiten en el mismo desorden (Borges, 2009, 99). Así, ese desorden repetido
indefinidamente, constituiría un orden. El Orden. El hombre burlaría de esta
manera esa insalvable distancia entre las dos naturalezas. Éste se vuelve así
una especie de divinidad que ordena todo lo creado en una totalidad. Se eman-
cipa de algún modo de esa búsqueda, ya no la necesita: él mismo ordena su
propia creación, su artificio, a saber, los libros que conforman esa biblioteca y
que contienen a su vez la totalidad del universo. Esto en cuanto a la resolución
del problema que hemos presentado desde el comienzo: la necesidad de una
instancia totalizadora.
En cuanto a la segunda, se trata de una nueva cuestión. Arribamos a ella
debido a la forma de análisis propuesta al principio de este trabajo: hacer una
lectura tanto metafísica como literaria poniendo en interconexión palabras
claves del cuento (Babel, biblioteca, universo, etc.), a la vez que atendemos a la
etimología y significado de las mismas. Esta forma de trabajar sobre el texto
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nos hace surgir la siguiente pregunta: ¿Es el autor el que elige determinadas
palabras y/o conceptos para construir los personajes y a su vez la trama, o son
las palabras las que toman posesión del autor construyendo ellas mismas la
estructura y trama del cuento, llevando per se la historia por un camino u otro,
determinando de este modo el destino de los protagonistas? El lenguaje mismo
se convertiría de este modo en autor del objeto, es decir, de la obra misma. Esta
es una cuestión que quedará pendiente tal vez para otra ocasión, en la que nos
arrojemos nuevamente a la búsqueda de una nueva respuesta, la cual segura-
mente nos dejará un nuevo punto de partida: otra pregunta. Infinitamente.
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Bibliografía
Borges, J. L. (2009). La biblioteca de Babel. En Ficciones. Madrid: Alianza.
Calcada, L. (Ed.). (2008). Diccionario bíblico Ilustrado Holman. Nashville: B&H
Publishing Group.
Santa Biblia Reina Valera (1995). Sociedades bíblicas unidas.
Diccionario VOX Español-Latín. (1982). Recuperado de:
https://www.academia.edu/33396465/97287441-Diccionario-Vox-Latin-espanol.pdf
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