TRAZOS

AÑO I - VOL II

DICIEMBRE 2017

ISSN 2591-3050

AMOR Y

C A P I T A

L I S M O

Guido Arditi

 

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Resumen: El trabajo se centra en la manera en que los individuos se subjetivan a partir del modo de producción capitalista; y en cómo este proceso favorece o reprime la gestación de distintos tipos de vínculos, con especial énfasis en las relaciones de pareja. Se considerará al amor romántico, ya no como un instinto propio de nuestra constitución intrínseca, sino como condicionado por una determinada estructura de la sociedad. Este enfoque, lejos de desvalorizarlo, pretende convertirlo en parte integrante del todo social. En primer lugar, se lo pondrá en relación con el ethos capitalista consistente en la individualidad, la independencia y la libertad, frente a los cuales el amor romántico comparte las características del libre contrato y el consentimiento voluntario. Pero, por otro lado, se evaluará el modo en que el capitalismo, a partir del proceso de aliena- ción que describe Marx, impone una delimitación de un campo de acción para estos sujetos devenidos en libres; por lo que el ideal de autorrealización, auto- nomía e independencia ha de satisfacerse exclusivamenteen el ámbito de lo privado, que termina por erigirse en el paliativo o solución del proceso de alie- nación.

Palabras clave: CAPITALISMO −AMOR ROMÁNTICO −ALIENACIÓN

Facultad de Filosofía y

Letras, Universidad de

Buenos Aires.

Contacto:

ardotieluno@hotmail.com

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Introducción

Este trabajo se centrará de manera exclusiva en el sistema capitalista; al que se entenderá como un sistema estructuralmente basado en la existencia de un mercado de mercancías en el que se intercambian bienes por medio del dinero, siendo la fuerza de trabajo una mercancía más que se compra y se vende al modo que cualquier otro producto en dicho mercado; y superestructuralmente basado en la existencia de hombres y mujeres política y jurídicamente libres de mandatos tradicionales de lealtad; y regidos por el principio egoísta de actuar en post de conseguir una utilidad para sí.

En cuanto a la relación entre estructura y superestructura; en este trabajo se sostiene que cada época constituye una totalidad compuesta tanto de repre- sentaciones como de prácticas que se amalgaman para formar un todo cohe- rente; y por esto, estructura y superestructura son dos fenómenos que se mani-

fiestan al unísono, en consonancia. Y, más aun, resultaría imposible que cual-61 quiera de estos pudiera darse jamás en ausencia del otro. La distinción entre actividades exclusivamente prácticas y conceptos únicamente culturales es meramenteteórica, pues en la realidad estos dos aspectos no pueden sino darse

de modo entrelazado; y esto es así porque toda praxis es teórica; en tanto tiene que aparecer al sujeto actuante como portadora de sentido. Tal como describe Taylor

la imposibilidad de describir la economía de las sociedades primitivas, sin tener en cuenta los sistemas de parentesco que están aprobadas e impuestas tanto por las normas como por las necesidades. No obstante, es igualmente cierto que en sociedades más avanzadas las mismas divisiones carecen de validez. No podemos siquiera empezar a describir la sociedad feudal o capitalista en términos 'económicos' independiente- mente de las relaciones de poder y dominación (Thompson, 1992, 14).

A partir de esto, se sostiene que un determinado modo de producción o una determinada fase del desarrollo industrial llevan siempre aparejado un modo de cooperación entre las personas, y puesto que toda relación económica es

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también una relación social, el modo de producción capitalista se encuentra íntimamente imbricado con determinaciones sociales, incluso respecto de las relaciones y vínculos que los individuos establecen entre sí.

Entonces, a la hora de evaluar al Capitalismo este será considerado principal- mente en su aspecto constitutivo. Nos centraremos en los modos de existencia que el Capitalismo propone pues, así como toda subjetivación conlleva momen- tos de sujeción; toda sujeción implica a su vez subjetivación. Se entenderá al Capitalismo como un modo de estructurar la existencia, de organizar la cultura; un modo de ser en el mundo capaz de generar consensos, encuadramientos mentales y, consecuentemente, marcos de conducta naturalizando las orienta- ciones subjetivas que él mismo propone y propicia. Entonces, nos centraremos en las configuraciones subjetivas, las formas de pensar y sentir, en algo así como el clima de época; haciendo foco en las relaciones entre las personas, y particu- larmente en las relaciones de pareja.

Se estudiará al capitalismo haciendo uso de modelos que nos resultarán fun-

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cionales; siendo plenamente conscientes de que estos no son más que lo que Weber denominaba tipos ideales; es decir, amplias generalizaciones que provie- nen de algunas teorías sociológicas que muchas veces hacen caso omiso de distinciones entre grupos geográficos o sociales -y mucho menos características particulares-.

Por último, el concepto del amor romántico constituye uno de los temas cen- trales de nuestro trabajo, por lo que nos resulta menester aclarar en qué sentido será abordado aquí: será de modo análogo al espíritu nietzscheano cuando anuncia la muerte de Dios, en donde hace algo muy distinto que afirmar que Diosno existe; porque evidentemente enunciar que ha muerto supone que estuvo vivo. Y esta existencia para Nietzsche no tuvo lugar al modo de una enti- dad que se encontraría ahí fuera, sino a modo de perspectiva que tuvo efectos de realidad en tanto fue erecto como un sentido, un valor que determinaba prácti- cas sobre cómo ordenar y articular la vida. Así mismo es como entenderemos al amor romántico.

En contra de la tradición que ha relegado y circunscrito el tratamiento del amor al campo de la psicología, interpretándolo como una esfera perteneciente de manera exclusiva al fuero más íntimo del individuo, aquí se sostiene que creer

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que dicho ámbito era separable y disociable de las normas condicionantes de la sociedad en general ha consistido en un error. Muy por el contrario, entonces, se considerará que la más íntima de las relaciones -y la manera en que se mani- fiesta- se encuentran condicionadas por las normas y papeles que la sociedad impone.

De esta manera, se sigue a Horkheimer en aquello de que “la filosofía toma en serio los valores existentes, pero insiste en que se conviertan en partes inte- grante de un todo teórico que revele su relatividad” (Horkheimer, 1973, 190).To- dos los valores deben ser valorados no como principios metafísicos atempora- les, sino en la medida en que reflejan realidades e ideales históricos concretos, pues “las ideas culturales fundamentales llevan en sí un contenido de verdad, y la filosofía debería medirlos en relación al fondo social del que proceden” (Hor- kheimer, 1973, 190). Por estas líneas es que pensaremos al amor romántico no como un instinto propio de nuestra constitución intrínseca, sino como un con- cepto que es producto de un determinado contexto histórico y social.

Discusión

Dentro del capitalismo se abordarán los procesos de alienación que tienen lugar en los ámbitos económico y político, los cuales vinieron de la mano de los ensalzados conceptos de independencia y libertad. Abordar esta transformación a nivel ideológico nos servirá para luego engarzarla con el surgimiento del amor romántico.

A nivel económico, con el capitalismo, tuvo lugar una creciente división del trabajo que trajo aparejado un proceso de alienación en el que “se observa una creciente racionalización, una progresiva eliminación de las propiedades cuali- tativas, humanas, individuales del trabajador” (Lukács, 2013,193). El trabajo industrializado comienza a verse crecientemente reducido a funciones rígidas, específicas y predeterminadas que han de repetirse de manera obediente y mecánica procurando, incluso de manera consciente, mantener a raya todo

impulso de iniciativa creativa o de elección personal. Tiene lugar entonces, en

primer término, una enajenación en la actividad misma del trabajo en la que la

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persona del trabajador está ausente, la individualidad del trabajador desapare-

 

ce del proceso productivo, sus cualidades individuales dejan de ser importan-

 

tes; por lo tanto el trabajador pasa a ser fácilmente reemplazable por un otro

 

cualquiera. Así, los individuos pierden parte de su anterior importancia y signifi-

 

cación, pues ya no les es posible considerarse indispensables ni hacer una dife-

 

rencia.

 

En un segundo nivel de alienación, esta se da respecto al producto; frente al

 

cual ya no se siente identificado, vinculado o representado; “el objeto que el

 

trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un

 

poder independiente del productor” (Marx, 1979, 105). Este segundo nivel priva al

 

trabajador del orgullo e identificación con aquello que produce, lo cual consti-

 

tuye una de las fuentes principales a partir de las cuales obtener un sentimiento

 

o atestiguamiento de sí.

 

 

Esta alienación en el trabajo presenta aun una dimensión ulterior que se da

 

respecto al lugar y los instrumentos mediante los cuales se realiza el trabajo,

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pues para Marx la historia de las primeras etapas del capitalismo es, en gran

 

medida, la historia de la expropiación de los trabajadores de sus medios de pro-

 

ducción.

 

Esta situación, pese a lo que suele suponerse a veces, no es exclusiva del

 

trabajo obrero fabril, sino que es extensiva a otros ámbitos; como dice Schum-

 

peter,

 

el trabajo racionalizado y especializado de oficina termina por borrar la personalidad, el resultado calculable sustituye la ‘visión’. El caudillo no tiene ya oportunidad de lanzarse al combate. Está en vías de convertirse en otro empleado de oficina más, un empleado que no siempre es difícil de sustituir(Schumpeter, 1961, 182).

La alienación en el trabajo, entonces, se hace palpable tanto al obrero como al empresario, pues se trata de un fenómeno estructural endémico a un determina- do sistema productivo. Esta alienación en principio estructural y material rápida- mente es trasladada a las relaciones humanas y personales que se configuran en derredor de este nuevo sistema; esta

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descomposición mecánica del proceso de producción desgarra también los vínculos que en la producción ‘orgánica’ unían a los sujetos singulares del trabajo en una comu- nidad. La mecanización de la producción hace de ellos, también desde este punto de vista átomos aislados abstractos” (Lukács, 2013, 196).

La producción en masa tiende a aislar a los hombres, en tanto la coopera-

 

ción tiene lugar a espaldas de la conciencia –e incluso de la vista- de las per-

 

sonas individuales convirtiéndose en abstracta, impersonal, por lo tanto,

 

inconsciente. Más aún, ahora tan solo se busca una cooperación eficiente,

 

indiferente de que exista entre los productores algún tipo de intercambio

 

 

afectivo o alguno de los rasgos de la familiaridad; los demás trabajadores son

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completos desconocidos, o incluso pueden ser percibidos como competido-

 

res. En este sistema los sentimientos de calidez y seguridad ya no encuentran

 

 

un lugar donde florecer, y el altruismo comienza poco a poco a ser considera-

 

do una desventaja.

 

Como dice Giddens, el trabajo alienado ‘hace extrañas entre sí la vida gené-

 

rica y la vida individual’ (Giddens, 1977, 50) rompiendo con los sentimientos de

 

comunidad y fusión. Marx sostiene lo mismo cuando afirma que

 

en esta sociedad de libre competencia cada individuo aparece como desprendido de los

 

lazos naturales, etc. que en las épocas históricas precedentes hacen de él una parte

 

integrante de un conglomerado humano determinado y circunscrito (Marx, 1989, 33).

 

A partir de aquí es que el individuo autocentrado hace su irrupción en la historia, reclamando protagonismo y, por lo tanto, dando cada vez mayor pree- minencia a sus impulsos individuales. Tal como dijera Marx,

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al llegar el siglo XVIII, con la ‘sociedad civil’, las diferentes formas de conexión social aparecen ante el individuo como un simple medio para lograr sus fines privados, como una necesidad exterior (Marx, 1989, 34).

Bajo esta coyuntura los individuos muy difícilmente se alejen de sus asun- tos particulares para entregarse a asuntos comunes; "lo que causa interés y preocupación es el sector privado e independiente de la vida, no el sector social, universal, que nos relaciona con nuestros semejantes" (Fromm, 1964, 121); tiene lugar el gesto delegativo que describe Rousseau; “¿Hay que ir al combate? Pagan tropas y se quedan en sus casas. ¿Hay que ir al consejo? Nom- bran diputados y se quedan en sus casas” (Rousseau, 1983, 97).

En esta época es que se termina de diluir en el horizonte el placer de gene-66 rar un impacto o hacer algo que afecte a la comunidad toda, de marcar una diferencia, dejar una huella, o cuanto menos acceder a un lugar en el otro.

Bajo esta coyuntura los individuos muy difícilmente se alejen de sus asuntos particulares para entregarse a asuntos comunes.

A nivel superestructural sucedió que “la conversión de las relaciones huma- nas en mecanismos económicos objetivos daba al individuo, al menos en prin- cipio, cierta independencia” (Horkheimer, 1973, 164). El relajamiento y la pérdi- da de poder de las agrupaciones institucionales y sociales propias del modo de vida tradicional abrían campo a una concepción de la libertad en la que los usos y costumbres, las lealtades personales tradicionales, tanto como los lazos comunales no eran considerados ya más que a modo de grilletes que constreñían el libre desempeño de la propia iniciativa dando lugar al “orgullo que seres humanos muy individualizados sienten por su independencia, su libertad, su capacidad para actuar bajo su propia responsabilidad y de tomar decisiones por sí mismos” (Elías, 2000, 152).

El capitalismo trajo aparejada entonces la noción que tenemos de nosotros

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mismos como seres autónomos y desvinculados, lo cual conlleva todo un ethos individualista, un conjunto nuevo de valores, de coordenadas a partir de las cuales articular la existencia, a saber, la individualidad junto con las consecuen- tes libertad y autorrealización.

Entonces, este deseo de tener y llevar adelante una vida propia-que se ha convertido en una experiencia colectiva tan fuerte que parece constituir una suerte de común denominador social, o incluso un instinto natural-, no es sino un fenómeno específicamente moderno, que tiene raíces de tipo históricas y económicas en tanto es parte integral del capitalismo y su práctica de vida.

A su vez, el sistema de libre contrato en las relaciones laborales adelantó un sistema análogo en el ámbito de las relaciones de pareja, pues “se veía cada vez con mayor frecuencia a las relaciones humanas en términos económicos, gober- nadas por las reglas del mercado libre” (Stone, 1989, 142). El matrimonio a partir de aquí pasó a estar basado en dos de las piedras de toque del ethos moderno, el contrato y el consentimiento voluntario entre individuos iguales.

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Sin embargo, este trabajo sostiene que el principal accionar del sistema capitalista sobre el sujeto es a través de la delimitación de su campo de acción. Justamente, debido a la obturación que el sistema capitalista hace de las capacidades expresivas de autorrealización en los ámbitos laboral y político,terminan estas siendo redirigi- das hacia otros ámbitos, y es a partir de aquí que creemos que el amor romántico se erige como el ámbito por excelencia donde canalizar estos impulsos. Este trabajo se propone entonces pensar al amor romántico como una especie de paliativo que viene a hacer contrapeso a las consecuencias más nefastas de la alienación existen- te bajo sistema capitalista tales como la despersonalización, la pérdida de la identi- dad, de la posibilidad expresiva, y el desmantelamiento de la vida comunal.

Frente a la pérdida de sentimiento de prestigio, tanto en el ámbito del trabajo como en la vida comunitaria, el amor romántico se erige como el ámbito de la resig- nificación-¿o hemos de decir significación?- del sujeto por parte de otro. Despojados de sus anteriores atributos e identidades, los sujetos comienzan a adquirir significa- do e identidad a través de sus parejas; pues estas representan la existencia de otro para el cual aquello que piensan, hacen, proponen o dicen es importante. Y por lo tanto es a través de este otro que adquieren un atestiguamiento de sí y dan sentido a sus vidas.

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El amor romántico implica el ser destacado por otro en base a nuestras cualida- des más específicas, individuales, idiosincráticas. Me aman por lo que soy. Importa la carga simbólica de haber sido seleccionados específicamente, y por lo tanto revestidos de importancia. Pasa a haber un otro para quien hacemos una diferencia, para quien no somos alguien a quien se pueda reemplazar o desechar fácilmente.

A su vez, trascendiendo el aislamiento que el capitalismo nos impone, el amor romántico nos convierte en parte de algo más grande que nosotros mismos y, por lo tanto, da un marco de orientación a nuestras vidas. Esto es así porque su mitología incluye la idea de pérdida de la individualidad, de cohesión, comu- nión y fusión con otro. En términos menos románticos, admite la posibilidad de compartir las biografías, algo que comienza a hacer falta de manera creciente en el mundo moderno.

Por último, sucede que lentamente a principios del siglo XIX “hombres y muje- res procuran el pleno apoyo emocional de sus cónyuges e hijos; procuran cons-

truir un refugio en un mundo de otro modo inhóspito” (Taylor, 2006, 311), a lo que añadiríamos hostil y enajenado. La familia se erige como una unión comu- nitaria de individuos entre los cuales se erige un altruismo que ya no se encuentra en otros grupos de la sociedad. Así, poco a poco es el espacio conyu- gal el que se convierte en el baluarte donde puede expresarse con mayor respe- tabilidad el sentimiento; se transforma en un espacio reservado a la afirmación emocional, al desarrollo de la calidez, el dominio donde es posible recibir apoyo y desarrollar sentimientos de seguridad en un mundo, por lo demás, cada vez más frío.

Por último, el casarse y formar una familia –a la manera moderna- se convier- te en un medio de afirmación de independencia y autonomía, y por lo tanto un modo de forjar una identidad. El amor romántico entonces, provee la oportuni- dad a los sujetos modernos de elevarse desde la pasividad de su existencia social, hacia una nueva esfera de iniciativa y libertad, confiando y expresando sus propias capacidades de construir.Por todo esto la felicidad, y por sobre todo la realización personal, comienzan crecientemente a buscarse en la intimidad doméstica. Al mismo tiempo, la familia conyugal comienza a ser pensada como el principal mecanismo a través del cual no sólo afirmar una identidad sino

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también lograr continuidad en el nuevo mundo formado por individuos.

Conclusiones

A lo largo de este trabajo hemos buscado trazar una relación entre los modos de producción y la manera en que se configuranlas relaciones humanas. Hemos sostenido que el ámbito de las relaciones de pareja no forma un ámbito inde- pendiente y separado de las más amplias definiciones del espacio social, ni siquiera de aquella del sistema productivo.

En esta última sección nos dedicaremos a resaltar los elementos centrales dentro de nuestra construcción argumentativa. A continuación, destacaremos algunas de las líneas de análisis que desarrollamos a lo largo de este trabajo:

• El sistema capitalista -al igual que cualquier otro sistema econó-

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mico- no podría existir, ni sería posible para este trabajo -o cualquier otro para el caso- realizar su análisis independientemente de los con- ceptos de carácter superestructural que suscita y alienta.

Las cristalizaciones superestructurales propias del sistema capita- lista como la libertad, la independencia, el individualismo y la autorrea- lización, fueron cruciales a la hora de concebir el concepto del amor romántico.

Incluso a la hora de pensar al capitalismo en su costado más coer- citivo o represivo; este actúa liberando o delimitando un campo de acción a estos sujetos “libres” en “independientes”; el cual termina siendo principalmente aquél del ámbito de lo privado.

No solo es posible, sino también necesario pensar al amor román- tico por fuera del campo exclusivo de la psicología en post pensarlo desde coordenadas vinculadas a otras definiciones más amplias del espacio social.

El no reconocer al amor romántico a modo de una condición metafísica propia de nuestra naturaleza, no implica restarle importancia o significación; sino que, muy por el contrario, considerarlo de esta

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manera implica revestirlo de una potencia novedosa a la hora de enten- der las características y necesidades de un determinado momento histórico.

Por último, considerar al amor romántico como un concepto histó- ricamente situado ayuda a comprender tanto las decisiones y acciones de hombres y mujeres de una determinada época, como sus procesos de subjetivación.

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Bibliografía

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