TRAZOS

AÑO I - VOL II

DICIEMBRE 2017

ISSN 2591-3050

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Dedicado a Matías, y a sus alfiles negros, terrores de mi pobre rey; A Marcelo, porque a pesar de sus viajes estelares siempre está presente; A Oscar, quien con su magia descubrió el hechizo y el encanto de la verdad;

Y a Santiago, porque con su infalible ciencia me enseñó qué feliz es quien estu- dia para saber, sabe para hacer, hace para valer, y vale para servir… J.I.H.

Facultad de Ciencias Médicas, Universidad

de Mendoza

Contacto:

jose.ignacio@live.com.ar

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Prolog im Himmel

El Canto de Óminos

Aquí me detengo a cantar sobre el desalentador y divertido espectáculo del hombre, donde tiempo y espacio confluyen. Sobre la divinidad, espejo de la noche dorada que alumbra su pensamiento. ¿Es la libertad acaso un mito? Toda la realidad se duplica, mientras que hablar al corazón del hombre colma mis sentidos de profunda inquietud. Rey, peón o alfil. Todo ser piensa su esclavitud cada vez que lo dice todo. Encierra todo lo que es, y todo lo que podría ser, cada vez que se atreve a nombrar el éxtasis sublime del amor y de todo lo que brilla. Aquí me resigno, para cantar y hablar al corazón del hombre. Todo cuanto se revela en torno a mi inquietud no es más que un espejo.

La visión de una tremenda majestad colma mi conciencia por las irónicas proe- zas de la omnipotencia que me fue concedida. Corta es mi eternidad. ¡Corta es mi eternidad! Vivo y existo cada vez que los reyes sueñan.

Soy una interpretación. Una voluntad pensante.

Oh, ¡tremenda majestad! ¡Qué corta es mi vida! Mas todo lo puedo ver, y eso que veo es lo que los reyes nombran. ¿Qué es esta verdad? ¿Cuál es la verdad del hombre? ¿Qué hacemos todos aquí? ¿Dónde está la libertad del testigo de todos los sueños? En un instante puedo ver lo sublime que acontece en el alma de

quienes no pueden hablar sobre lo que les fue revelado. Oh, ¡dioses del tiempo!136 ¡Dioses del Olimpo! ¡Ayúdenme! ¡Líbrenme de esta libertad!

¡La conciencia de toda conciencia aturde mi corazón!

Oh, ¡verdad! ¡Cómo quisiera poder sujetar esta realidad! Mas el hombre no

puede nombrar al mundo. Oh, ¡verdad! Si supiera que dentro de un siglo llega- rás, tejería con los días un anillo brillante para vestir la soledad de Saturno. En un siglo, cantaría un sinfín de veces la misma canción, que es todas las cancio- nes y ninguna a la vez. Enterraría un dibujo del Monte Olimpo para que fuese después encontrado por algún mortal. Quizás, cambiaría así la historia de la divinidad en la Tierra. Quizás, un sacrificio significaría la gloria, o un triunfo sería el principio del fracaso.

Oh, ¡verdad! Si tan sólo un siglo tomaras, tejería las ideas del mundo con el

transcurrir de los días, y poblaría así mi tiempo con una historia de esperanza, o

quizás de olvido.

Si tan sólo pudiera hacer todo esto. Si tan sólo pudiera dibujar esta metáfora,

recordaría el color de mi voz, o el aspecto de mi rostro.

Quisiera dibujar un tiempo nuevo y crear nuevas geometrías cada vez que mi canción proclamara la verdad del mundo. Más corta es mi eternidad. Y efímero mi existir.

Será una indulgencia para mí esta larga noche de incomprensión, sangre y fuego. El rey Tristán robó cuanto veneno pudo de las profundidades del Negro Mar, y así sumió a su nación bajo un sueño eterno.

Nadie podrá revelar el nombre del rey a la heredera asesina, Helena.

Oh, ¡tremenda majestad! ¡Todo esto por amor! ¡¿Por amor?!

Tristán está a salvo ahora, y ya no será rey, ya no habrá nación.

El nombre del rey perdió su sentido.

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A veces me pregunto, ¿qué es eso distinto de la nada y de lo que todos buscan poder hablar? ¿Cuál es el valor de este horror? ¿Un sacrificio, una entrega en virtud de los dioses? O, tal vez, ¿nada en absoluto? Quizás no hay mensajes, ni sueños, ni libertad. Quizás, tampoco hay sacrificios. Seremos entonces sueño dentro de un sueño. Sólo un mortal fue testigo de una prueba de realidad. Sí. Una prueba de lo real que nos hace o que somos. Este mortal fue Midas, un rey devastado por la incertidumbre que secuestró a Saturno, Señor de la Antigüedad, para convertirlo todo en oro. Fue Midas testigo de un brillo que no podía entender.

Soy testigo y soy libre en los sueños de quienes se atreven a incendiar ciuda- des enteras. A veces, el olvido borra mis formas. Soy el mensaje de los dioses.

Y muchos hombres me condenan al olvido. Aprendí a descifrar el singular

lenguaje del fuego tras contemplar sus acciones. Así perdí mi rostro.

¿Dónde existe el verdadero universo? ¿Es acaso todo lo que el hombre puede nombrar? Abatido estoy ante la ígnea desilusión de mi irónica omnipotencia.

Arden ciudades y templos hasta el amanecer.

Pido a la humanidad el atrevimiento de tener la última palabra. Pido al

hombre el atrevimiento de ser el último hombre. ¡Atrévete! Y así, los templos de Dios no tendrán que volver a verse obligados a descifrar el silencioso lenguaje del fuego.

Sea esta la petición de mi libertad, más, mi omnipotencia sólo se vuelve majestad cuando todo rey entiende que lo sublime existe más allá de los cielos estrellados sobre sus frentes.

Majestad tremenda.137

Indulgencia eterna.

Razón y majestad.

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Acto Único

Escena 1: “Lamento y Éxtasis de Tristán”

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(Imagen: Fotografía tomada del inicio del tercer acto de Tristán e Isolda. Orquesta del Festival de Bayreuth, Daniel Brenboim, Jean-Pierre Ponelle. Deutsche Grammophon. 2007)

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Tristán: (con voz grave y profunda; voz nacida del silencio de las pesadas mentes conscientes que invaden la inteligencia espiritual de un rey caído a manos de sí mismo) – No guardo esperanzas para mí.- (Silencio) – No hay esperanzas,… ni luz para mí. No guardo esperanzas, ni alegrías. Objetos me rodean. Objetos que revelan mis virtudes, y mis más siniestras aficiones. - (Tristán se arrodilla. Siente el peso de su cabeza sobre sus hombros y todo su cuerpo) – Pero no puedo sino contemplar partes de mí. Sólo fragmentos que delatan algunas de mis búsque- das errantes nacidas de la necesidad de poblar el tiempo. Me he quedado solo. -(Mirándose a sí mismo) – Y mi cuerpo se enfría. El hambre es mi viaje, y el más solitario de todos mis viajes. –

(La figura del rey permanece de rodillas junto a la inmensidad del árbol. El silen- cio es profundo, y revela el peso más grande de todos los pesos. Al tiempo del suspiro, la figura de Saturno, señor de la Antigüedad y del Oro, aparece, con su corona de brillantes laureles y vestido escaso, exhibiendo un cuerpo joven a pesar de su edad).

Saturno: - El mundo determinado por el pensamiento del hechicero… no es más que un solitario mundo de signos y significados. -

Tristán: (Con asombro, mira sorprendido al mayor de los hechiceros, señor del oro, Saturno) - ¡Mi señor! Rey de la Antigüedad, maestro brillante y espejo del tiempo, muéstrame tu grandeza en mi momento de mayor dolor. ¡Hablad al corazón del hombre! ¡Despierta a mi pueblo! Toma mi vida, y haz de mí un eterno espíritu errante. ¡Despierta a mi pueblo del sueño eterno, de la noche eterna a la que lo he condenado! Consolad a mi pueblo, hechicero maestro y amigo. -

Saturno: - Tristán, tú conoces la ley del tiempo. Durante siglos, fui esclavo de mi propio poder como señor del oro. Mi palacio está vacío por esta fiebre. Aun así, jamás me atreví a cambiar el curso del tiempo. Si lo hiciese, la historia del hombre sería destruida. -

Tristán: (Suplicante) – Sálvame, rey de la historia. ¡Sálvame! -

Saturno: (Impertérrito) – Fuiste advertido, gran Tristán. Estuve junto a ti. Pero elegiste condenar a tu pueblo. Éxtasis del amor real, y desgracia para el hombre. No habrá más historia para ti, y ya no tendrás linaje. Tu pueblo no despertará del sueño eterno, y existirá para siempre en la oscura cárcel del olvido, cuyas formas serán borradas de este mundo. -

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Tristán: (El escaso aliento de Tristán basta para convertir su expresión suplicante en una ira incipiente) – Provocas mi ira, Saturno. Del mismo modo, condujiste a Midas hacia el ocaso. ¡Perdición de todos los mortales! – (Saturno se retira) – Tu engaño, ¿es eso lo que llamas verdad? ¿Es tu fiel verdad? ¡Muéstrate, ocaso de los dioses en la Tierra! Tu cuerpo joven es en realidad tan antiguo como la sequedad de este árbol. Tus arrugas, y tu espíritu agrietado, son ásperos y secos. Has perdido el respeto por la humanidad que una vez defendiste. - (Tristán se retira, furioso).

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Escena 2: “Éxtasis del Oro”

Primera Parte

El amanecer se dibuja en un pálido cielo. El antiguo árbol caído se sostiene ante la luz fría, y revela sus heridas, sus desgarros, su sed. Saturno, el antiguo, eleva sus brazos en corona de laurel, y saluda al árbol.

Saturno: - Dime, espejo de la noche, ¿por qué tiene el oro la mejor de las virtu- des? Es por su propio brillo. Y la mejor virtud es la del oro, porque su brillo es un obsequio para los demás. Se brinda sin resguardos, ni reparos. Sólo brillo. Único. De pronto, todo cobra sentido en la entrega. El brillo es mi entrega. Mucho

tiempo ha pasado desde que ese mismo brillo me enceguecía, me convencía141 sobre el valor de este metal por encima de todos los metales, y siempre, sobre

su singularidad. ¿Cuál es el fin? Si el brillo del oro ilumina mi alma, entonces entenderé que su luz es entrega; y su entrega, su verdad. Su verdad, mi ejemplo. El tiempo, mi memoria, es mi oro. Oro de la Antigüedad. -

(Midas irrumpe violentamente, interrumpiendo a Saturno).

Midas: - Antigua es tu traición hacia los reyes del mundo, Saturno. Tristán ha convocado a mis tropas. Pelearemos en el Mar Negro, y tu brillo sucumbirá ante la oscuridad de las aguas. Oscuridad a la que tú nos condenaste. -

Saturno: - Midas, el rey más ciego de los ciegos reyes. Tú te traicionaste a ti mismo. Como Tristán, tú osaste usar mi poder en recompensa de tu miseria. Destruiste tu vida, rey. -

Midas: - Alquimio, el señor de las negras aguas, llenará a mis tropas de poder, y vencerá al hechicero antiguo. Eres como una promesa en tiempos de ocaso. Y tus palabras no son más que un solitario mundo de signos y significados. -

(Saturno nuevamente se aleja).

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Escena 2: “Éxtasis del Oro”

Segunda Parte: “Triple Simposio”

Tristán, Midas y Alquimio se reúnen a los pies del árbol. La negra Kér mantiene ocultas las estrellas, en tanto teme un futuro de guerra y caos.

Midas: - Hoy es tiempo, Tristán. Alzaremos la vista hacia un nuevo mundo tras destruir al gran Saturno. Hemos padecido, hermano, nuestras tentaciones por su insensatez. Alquimio, te llamamos en nombre de esta justa causa. -

Alquimio: (Discurso, Sabiduría de Alquimio: El Dios aparece y se reúne con los

reyes. Lleva sobre su cabeza una corona oscura, oscura como sus ojos) - ¿Cómo142 puedes pensar esta causa como justa, Midas? Tú, rey, reparas el error de haber

ultrajado los poderes de un Dios conjurando los poderes del señor del Mar Negro, otro Dios. Tú creas inquietud en cielos y Tierra. Y tú, Tristán, ¿acaso no reconoces tu error? Condenaste a tu honorable pueblo al sueño eterno para que nadie fuese capaz de revelar tu nombre a Helena, reina de los aqueos. Salvaste tu vida por un costo muy alto. ¿Es la vida de un rey un valor para ser defendido aún a expensas de un pueblo muerto, una nación en la desgracia? ¿Eres tú, Tris- tán, un gobernante digno del pueblo que dices amar, y que ahora no vivirá jamás? Sin embargo, veo cómo la ira retuerce tus músculos, pues está en ti. La ira vive en ti. Serás la memoria viviente de una nación que te hizo rey por error, condenándose a servirte en tu éxtasis de amor por una reina asesina. Te antici- paste a llamar la flecha de Apolo, y dormiste a tu pueblo, rey caído. Y depositas tu confianza en Midas. Eres sabio en reconocer que a ambos los une la misma desgracia. -

Tristán: - ¿Cuál es esa desgracia de la que hablas? -

Alquimio: - La desgracia de haberse apartado de un Dios para transformar su virtud en fiebre y éxtasis humano. - (Levantando su mirada hacia los reyes caídos) – Tristán, Midas, haré las siguientes preguntas a cualquiera de ustedes, a quien se atreva a responderlas. Si responden con verdad, me encontraré obli- gado a servirlos con mi poder, aún en desmedro de mi voluntad. Han cuidado de mis aguas, y pusieron sus pueblos a mi servicio en los tiempos de gloria que hoy

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son olvido para todo mortal. Es mi deuda hacia ustedes. Pero sepan, reyes caídos, cuán ciegos están. Si supieran mi interrogante, habrán demostrado su visión intacta. - (Dirigiéndose a Tristán, Alquimio continúa) – Tú, ¿quién eres? -

Tristán: (Extrañado y apesadumbrado por la pregunta, intenta responder) – Yo,

Alquimio, soy Tristán. -

Alquimio: - ¿Respondes con tu nombre? Dime, ¿acaso tu ser está en tu nombre?

-

Midas: (Con un áspero y voluntario entusiasmo) – Yo soy quien lo convierte todo en oro. -

Alquimio: - Dime, Midas, ¿acaso pregunté por tus acciones, por los poderes que robaste? -

Tristán: - ¡Yo soy el rey, y ése es mi lugar en el mundo, el poder que los cielos me confiaron! -

Alquimio: - ¿Tu jerarquía real explica quién eres? No olvides que el lugar que alguna vez ocupaste te fue confiado por tu pueblo en rebelión contra los dioses.

- (Tras un silencio incómodo, Alquimio continúa) – Dime, Tristán, dime, Midas,143 ¿quién eres? ¿Por qué dices tu nombre cuando no fue tu nombre por lo que pre-

gunté? ¿Por qué dices tus poderes? ¿Por qué dices lo que haces, cuando bien sabes que conozco lo que haces? ¿Por qué hablas de tu realeza, cuando ya no hay un pueblo al cual gobernar? ¿Acaso eso es lo que eres? ¡Dime quién eres! ¡Atrévete a decir quién eres! ¡Atrévete a decir la verdad! ¡Atrévanse a tener la última palabra en sus vidas! -

(De pronto, Saturno aparece, y se une al triple encuentro).

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Escena 3: “El Oro de Saturno”

Saturno: - ¿Por qué la mente humana dice su nombre para explicar su ser? Dí, Tristán, ¿qué es lo que es? ¿Qué es lo que es en ti? -

Tristán: (Cayendo de rodillas ante ambos dioses) - ¡No lo sé! ¡No puedo decirlo! ¡No puedo nombrarlo! Tengo el misterio escondido en mí mismo, y no puedo decirlo. ¡Las lenguas del hemisferio oriental sólo nombran acciones! ¡Y las lenguas del oeste sólo nombran cómo son las acciones en virtud de la moral de las estrellas! -

Alquimio: - ¿Y cómo es que tú tienes nombre, Tristán? -

Tristán: - ¡No lo sé! ¡Por mi nombre fui elegido rey! -

Saturno: - ¿Por qué Helena te mataría con sólo saber tu nombre? ¿Cuántos hom- bres llamados Tristán existen en el mundo? -

Midas: ¡Sabiduría de dioses malditos! ¡Expertos en la disciplina de la pregunta!144 ¡¿Por qué hemos de decir estas cosas para suplir la explicación de quiénes

somos?! -

Alquimio: - ¿Acaso ninguno de los dos hemisferios del mundo puede nombrar al mundo tal como es? ¿Qué hay entonces, de su representación de las cosas? Todo nombre que exista en sus memorias se fragmenta en sí mismo por su ena- jenación de lo real. -

Saturno: - Alquimio, ¿cómo podemos los dioses hablar al corazón del hombre? Nuestros mensajes se confunden cada vez que se convierten en palabras, en cualquier hemisferio. Los hombres confunden su desgracia con la virtud de los dioses. Condenan libremente sus vidas, y en la ruina, nos maldicen. -

Midas: - Hubo un tiempo para creer. -

Tristán: - Y luego vino un tiempo en el que el hombre se convenció a sí mismo acerca de sí mismo; aun cuando su dificultad estaba en nombrar las cosas del mundo, depositamos nuestra fe en nuestros nombres, nuestra realidad última, y nos hicimos reyes. -

Saturno: - ¿Qué será de ustedes, reyes, cuando sus nombres sean olvidados? -

Midas: (Con voz grave) - Cuando nuestros nombres sean olvidados, quizás, sabremos que el olvido borró nuestras formas, y nuestros rostros desaparece- rán. -

Alquimio: - ¿Qué perdurará entonces, Midas, más allá de sus nombres? -

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Midas: - Pues, lo que somos. Yo soy lo que he vivido. -

Tristán: (Inspirado) - Yo sé lo que soy, y soy lo que sé. De hecho, este saber es mi inquietud fundamental y el desgarro que el transcurso de los días produce en mi interior. En esta larga noche intento comprender mi propia vida. Camino hacia el día en búsqueda de plenitud, a pesar de este dolor, pues al comprender me poseo. ¿Quién soy? ¿Qué soy? Yo lo sé, Saturno. Y más allá de lo que mi nación sufrió, tengo el poder de mí en mí mismo. -

Saturno: - Hablas como un hombre libre, Tristán. Eso responde a lo que eres. Pero, recuerda esto que de verdad voy a decirte. No intentes entender todas las cosas sólo después de que has vivido. Amigo, busca construir tu sentido mien- tras vives. - (Saturno mira con benevolencia a los reyes arrodillados y frágiles) – Alquimio, los días del hombre han de llegar. Hemos de contemplar su libertad. -

Alquimio: - ¿Qué piensas, Saturno? -

Saturno: - Llama a la flecha de Apolo, Alquimio. Ora para que reúna todo el veneno repartido en las tierras de Tristán. Sólo la voluntad de un Dios puede lograrlo. -

Alquimio: - Apolo estará descontento. Él derramará su cólera sobre la humani- dad entera. -

Saturno: - Calmaré su cólera, Alquimio.-

(Saturno se retira. Baja el telón).

Fin

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Postludio

El Canto de Óminos

(Puede ser leído como voz invisible tras bajar el telón)

Saturno ordenó a Apolo clavar su flecha a la altura de su propia frente, a la altura de la corona del antiguo. Así, Saturno entregó su inmortalidad, y despojó a Tristán de su desgracia. El rey logró desposar a Helena. El antiguo cuerpo de

Saturno sufre en las profundidades del mundo. Sufre una muerte eterna en nombre de su amor por la humanidad. Su cabeza sangrará oro líquido eterna- mente, desde las profundidades de la Tierra.

Un dolor eterno es una riqueza eterna.

El pueblo de Midas descubrió esta riqueza escondida, y la reconoció.

Comenzaron a excavar en las intimidades del mundo, para así extraer el oro más puro y de mayor virtud que alguna vez existió.

Alquimio fue testigo de todo esto, y su admiración por Saturno fue grande. Por ello, para recordar al gran Dios sepultado en las profundidades del mundo,

elevó en las alturas un cuerpo celeste hecho de roca proveniente de las146 mismas profundidades del Mar Negro. Así, todos los dioses y mortales podrán

ver el sexto planeta en los cielos, rodeado de preciosos anillos que hablan de una riqueza como la mejor de las virtudes. Alquimio recuerda esto cada vez que eleva su mirada hacia los cielos. Y entendió que hay una palabra que los dioses y los hombres pronunciarán con idéntico asombro. Es la palabra del “éxtasis” inexplicable, aun así superable por la inmensa bondad del antiguo. Después de miles de años, la humanidad redescubre el valor de su razón.

Pero, esta vez, engrandecida por la inmensidad de los anillos de Saturno circulando libremente en los cielos estrellados.