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HISTORIOGRAFÍA, FEMI- NISMO Y MARXISMO: UNA INTRODUCCIÓN CRÍTICA A LA POLÉMICA ENTRE JOAN W. SCOTT CON EDWARD P. THOMPSONY ERIC HOBS-

BAWM19

Hernán Isidro Videla

Resumen: La lenta incorporación de la categoría de género desde los años 60s supuso un cuestionamiento a los grandes paradigmas académicos de análisis social. En ese marco el presente trabajo refleja los resultados de una investiga- ción historiográfica que aborda la producción teórica de la escritora Joan Scott, de destacado reconocimiento académico en los estudios de género, tanto en las Ciencias Sociales y Humanas en general como al interior de la Historia feminista. El mismo encara un recorrido bibliográfico de su trayectoria en con- traste con la de quienes, con cuyas debatidas obras, posibilitaron tal reconoci- miento a nivel internacional, los historiadores del marxismo británico Edward Thompson y Eric Hobsbawm. Con la implementación técnico-cualitativa de observación documental, mediante un enfoque histórico feminista, pretende- mos profundizar la problemática sobre la discusión acerca de la categoría de género en los debates críticos e intertextuales, además de las trayectorias pro- pias de los escritores ingleses y la autora norteamericana.

Palabras clave: MARXISMO- FEMINISMO- HISTORIOGRAFÍA- DEBATES- SIGLO XX

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A modo de exordio

El presente trabajo expone el resultado de una investigación historiográfica que aborda las corrientes teóricas contemporáneas y su influencia en los historiado- res, las historiadoras y sus textos. En esta oportunidad se han seleccionado autores sumamente significativos del siglo XX para el campo de la Historia de la Historia. Nos enfocamos en las discrepancias teóricas y epistemológicas presen- tes, por un lado, en dos escritores ingleses, Edward Thompson y Eric Hobsbawm, y, por el otro, en una autora estadounidense llamada Joan Scott, con los objeti- vos de describir sus trayectorias políticas, académicas e historiográficas y com- prender las intertextualidades que los asocian conforme a la particular mirada que cada uno abordó respecto al rol de las mujeres y del movimiento feminista en la historia. La investigación ha sido configurada, entonces, a partir de una problemática que procura dilucidar cómo se expresa en la intertextualidad de los historiadores el papel de las mujeres y del movimiento feminista orientado

por sus trayectorias.20 Justificamos el trabajo a partir de la demanda del ámbito académico actual de

superar los modelos explicativos (Aurell & Burke, 2013, 5- 6) que exponen una mera presentación de corrientes teóricas de la historia, las cuales, a pesar de haber sido coetáneas, se desarrollan en la literatura especializada muchas veces como espacios de escritura de la historia estancos, aislados y sin vincula- ción aparente entre ellos (Moradiellos, 2001, 164). Es así que procuramos hacer de Historiografía, marxismo y feminismo, una introducción crítica a la polémica entre Joan W. Scott con Edward P. Thompson y Eric Hobsbawm una pequeña colaboración con la comunidad historiográfica más próxima respecto a los debates entre las corrientes historiográficas recientes. En particular lograremos plasmar determinadas vinculaciones teóricas de tales autores en cuanto sus referencias a la problemática de género y los diálogos que a partir de sus pro- ducciones se pueden establecer.

Los antecedentes que supone el trabajo ejecutado se encuentran en la misma insuficiencia que la bibliografía general sobre la literatura. Ello imprime dos desafíos: mantener la promoción de búsqueda exhaustiva de material y demos- trar en esta oportunidad la originalidad de un trabajo inicial. Las publicaciones sobre las variantes del informe, historiografía, marxismo y feminismo, se hallan a disponibilidad, como las de autoría original de Scott, Thompson y Hobsbawm,

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aunque casi siempre se muestran redundantes en la exposición de la misma información. Los trabajos más específicos, y de particular colaboración, son Joan Scott y las políticas de la historia de la española Cristina Borderías y La era de Hobsbawm en Historia Social del mexicano José Piqueras. Por otro lado se des- tacaron las ediciones más recientes de compendios generales a cargo de los historiadores Jaume Aurell y Peter Burke; Enrique Moradiellos, Hervé Martin y Guy Bourdé y las historiadoras Marta Duda y Silvia Bustos.

La historiografía ha contribuido con valiosos aportes mediante el reconoci- miento de la construcción singular de grandes autores y autoras, y desde la curiosidad propia de la tarea científica, que permiten también presentar la diversidad en los modos de recreación del pasado (Carbonell, 1986, 7). Como modalidad particular de investigación y representación, implica un diseño metodológico consistente en una serie de normas que son sintetizadas por

Carlos Rama. El autor propone una selección rigurosa a partir de un criterio21 pre-establecido de las obras a analizar, teniendo en cuenta las circunstancias de

los autores que las escribieron y la significatividad que en su conjunto les poda- mos atribuir. Continúa precisando la importancia de una presentación cronoló- gica que tenga en cuenta el desarrollo del pasado cultural, su inserción en el mundo político social partiendo del conjunto de escritos históricos desde una perspectiva determinada sobre un tema específico (1981, 9), en este caso las miradas en torno al rol y la representación de las mujeres y del feminismo en la historia contemporánea. Por ende, un recorrido por los circunstanciales deveni- res académico, político e historiográfico de Thompson, Hobsbawm y Scott serán se significativa ayuda a la hora de comprender en mayor profundidad su pro- ducción textual.

Además, se decidió que específicamente se implementará éste enfoque histo- riográfico, partiendo de un criterio metodológico cualitativo, mediante la técnica de observación documental (Aróstegui, 1995, 210) aplicada a los documentos ya detallados. Como la finalidad del artículo es profundizar en las intertextualida- des bibliográficas de ciertas corrientes propias de la historiografía occidental

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reciente, nos valdremos de los aportes conceptuales en torno a la figura del dialogismo de Mijaíl Bajtín. Este autor ruso- soviético pone en relevancia lo dinámico de las interlocuciones autorales y la influencia en ella de sus contex- tos sociales. A pesar de que la concepción teórica principal que organiza al artí- culo es la de intertextualidad (Hernández, 2011, 20), resultarán significativas las contribuciones de dialogismo en tanto recurso de intercambio expresionalmen- te referencial a una o más obras entre sus autores. El dialogismo que procura- mos entre Scott con Thompson y Hobsbawm no se concentrará en los nexos directamente personales, sino, más bien, en una construcción en base a sus postulados historiográficos en relación a la problemática teórico-social e histó- rica del feminismo. Las condiciones de univocidad y/o mutualidad en el dialogo ordinario no son taxativamente intrínsecas a la noción que Bajtin detalla del dialogismo, tanto como la de alteridad. Mientras que la unidad de la monologi-

cidad es opuesta a sus planteos, la intencionalidad autoral de los discursos es22 relativizada por él, ya que, al no ser la direccionalidad consciente un componen-

te radical de su teoría (Volóshinov, 2009), la orientación dependerá de la vincu- lación entre dos prácticas sociales: los textos estudiados y el discurso que se elabora, por nuestra parte, en torno a ellos.

Para delimitar más el punto de vista teórico, nuestra especificidad historio- gráfica está orientada por una perspectiva feminista, en tanto modelo que cues- tiona los cánones androcéntricos de la historia occidental, excluyentes y que subestiman el rol protagónico de las mujeres en las sociedades que, de por sí, se distinguen por el rango de inferioridad cultural que a ellas les atribuyen (Lamas, 1996). A propósito Charles Oliver Carbonell, expresa que “una sociedad no se descubre jamás tan bien como cuando proyecta tras de sí su propia imagen” (1986, 8), por medio de la historiografía, haciendo énfasis en los perfiles académicos e ideológicos de sus productores. Se procurará, entonces, analizar la elaboración de discursos machistas que inciden en los texto académicos, pero que de forma dialéctica refuerzan performáticamente las prácticas sociales del resto de los historiadores. Asimismo, el enfoque feminista de la historia des- crito por Carmen Ramos entiende que el empleo de “la categoría género trata de

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desentrañar y corregir el criterio de selección de los acontecimientos que se consideran históricos” (1999, 137), ejecutado por la historiografía tradicional hegemónica y androcéntrica. Por consiguiente la investigación llevó a cabo un análisis textual y contextual, como producto y circunstancias de los autores, los que fueron contrastados en torno a la particular mirada que cada cual tuvo en sus obras respecto del feminismo, logrando construir, así, una determinada intertextualidad que constituye el principal aporte de nuestro trabajo.

Trayectorias múltiples en la transición de un siglo complejamente fugaz

 

Quienes se constituyen, por sus producciones textuales y devenires académicos,

 

en nuestro principal interés historiográfico, han descrito, a lo largo de su trayec-

 

toria, desde el compromiso social y las particulares elaboraciones históricas

 

que los identifican, una serie de trazos políticos en común respecto a los posi-

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cionamientos críticos del mundo en crisis en que vivieron. Contemporáneos entre sí, se han visto transversalizados por los principales movimientos históri- cos de cambio y resistencia a lo largo del corto siglo XX, reaccionando como constructores de nuevos paradigmas ante los múltiples y complejos fenómenos de esa realidad ecléctica y en constante mutación.

Tal época comprendió desde la oscilación entre los mayores conflictos béli- cos mundiales, la erección de un original desafío comunista a los estilos políti- cos imperantes, la creación, y posterior ruptura, de un débil y binario equilibrio ideológico de las naciones-estados, la descolonización del África y el Asia, y la aparición activa de nuevos protagonistas que disputaron los espacios políticos en el escenario occidental: jóvenes, pacifistas, indígenas, afrodescendientes, estudiantes, obreros y mujeres, hasta la caída de uno de los dos macroregíme- nes que coloreó tales tiempos. Pero lo que más resulta interesante es que, por un lado, hayan sido atravesados por sólidos modelos de interpretación de un mundo tan cambiante, colaborando con su flexibilización y reaccionando de maneras muy particulares con las crisis resultantes que afectaron a esos meta- arquetipos de significación social. Por el otro lado, que existieron disimiles

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reacciones a la problemática feminista producto de esa época ecléctica. El dialogismo se muestra, entonces, como un modelo muy interesante para la investigación que sustentó este articulo, pues designa las formas interactivas de “la comunicación verbal: todo mensaje suscita una respuesta del receptor. El dialogismo nace de la actualización de un mensaje (…) de la sociedad en múlti- ples “discursos” interactuantes entre sí (Hernández, 2011, 15).

El interactuante que generó las primeras preguntas y ulteriores respuestas fue Edward Palmer Thompson, quien nació de una familia de metodistas en la ciudad británica de Oxford el 3 de febrero de 1924. Durante la juventud, y mien- tras su padre se dedicaba a la docencia en Oxford, participó de la Segunda Guerra Mundial ofreciendo servicios para una compañía de tanques en la penín- sula italiana. Una vez que hubo terminado la guerra, “colaboró en las tareas de reconstrucción de Yugoslavia y Bulgaria. Al retornar a Inglaterra retomó sus

estudios pero abandonó la literatura y obtuvo su grado en Historia” (Duda &

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Bustos, 2007, 150) en la Universidad de Cambridge. Egresado del Corpus Christi College hacia 1946 conformó en su seno el Grupo de Cambridge también conoci- do como el Grupo de Historiadores del Partido Comunista. Tres años más tarde se casó con Dorothy Towers, otra historiadora de izquierda. Aquel grupo supo ser un foco centralizador de la Past & Present Review, que solventó las bases de los nuevos enfoques de la Historia Social a partir del marxismo británico, y que rompió con los esquemas tradicionales de la historiografía oficial soviética al distanciarse del comunismo para aproximarse a las críticas contra el determi- nismo del estructural-funcionalismo y al tradicional mecanismo marxista. Tras la invasión rusa a Hungría y Polonia de 1956, Thompson tuvo que asistir, como otros tantos, al dilema que significó por entonces la separación del Partido Comunista, sin que ello signifique un rechazo al marxismo. Por el contrario, posibilitó una resignificación de sus principales postulados y un alejamiento de la ortodoxia moscovita. Después de la ruptura seguiría con los emprendimientos editoriales fundando sucesivamente The New Reasoner, Left Review, Universi- ties, y formando la New Left Review publicada bajo la dirección de su colega Perry Anderson. Fue en la década de 1960 que decidió enrolarse en el Partido

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Laborista (Duda & Bustos, 2007, 151) aunque fuera luego especialmente crítico con ese espacio y firmara el May Day Manifiesto de 1968, por el giro conservador del partido de 1967 y 1974.

La elaboración historiográfica de los años 1960s posibilitó un camino hacia la investigación sobre la condiciones de la vida material de los obreros de las revoluciones industriales inglesas, por medio de la creación de una “historia desde abajo” que cuestionaba no sólo la exclusión de los sujetos históricos “marginales” sino también la escritura elitista de esa historia. Tal “«reivindica- ción» de las víctimas del pasado contenía importantes implicancias teóricas en su reformulación de la relación de tres conceptos principales del análisis mate- rialista: clase, conciencia de clases y lucha de clases” (Duda & Bustos, 2007, 152). El contundente recibimiento y lectura de su obra por parte de la academia, per- mitió que Thompson ingresara a la Warrick University como director del Centro

de estudios de Historia Social en 1965.25 Durante la década de 1970 incursionó en controversias con otros cientistas

sociales como Anderson y Althusser, cuestionando al último las miradas esque- máticas y demasiado abstractas de un modelo de evolución histórica como mera sucesión de modos de producción idealizados, llegando a compararlo con el programa stalinista (Thompson, 1981) y quizás demostrando su propia incapa- cidad para comprender la necesidad de una reelaboración marxista desde otras problemáticas filosóficas. En tal sentido Guy Bourdé y Hervé Martin sostienen que la transición de los 50s a los 60s permitió el reconocimiento y la discusión entre los círculos militantes que mantuvieron viva la reflexión marxista amén de la esclerosis estalinista (1992, 207). En los 1980s se puso al servicio de las campa- ñas de desarme nuclear y reaccionó contra el conservadurismo de Margaret Tatcher denunciando la amenaza a las libertades civiles, los derechos políticos y los beneficios sociales. A finales de la década retomó la docencia en varias universidades de India, Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, en el Institute for Advanced Reserch in the Humanities de la Birmingham University y publicó una compilación de trabajos y monografía propias. Llevaba a cabo estudios

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sobre la materialización de los sujetos con críticas al avance del individualismo por sobre los valores durante la época industrial, cuando murió, el 28 de agosto de 1993, en la ciudad de Worcester.

Dicen Jaume Aurell y Peter Burke que Thompson y Eric Hobsbawm fueron los historiadores marxistas de nuestro tiempo, sin ser ortodoxos sino provenientes de una izquierda más bien progresista (2013, 281) y que ellos, entre otros histo- riadores destacados como Gordon Childe, tuvieron como punto de partida el Grupo de Historiadores Marxistas (Moradiellos, 1994, 48; Moradiellos, 2001, 130). Es turno entonces de incorporar a Eric Hobsbawm, quien nació en la ciudad de Alejandría, perteneciente al por entonces Egipto Británico, el 9 de junio de 1917, y que provenía de un matrimonio judío no practicante compuesto por Leopold Hobsbawm y Nelly Grün, quienes fallecieron tempranamente. Con el avance del nazismo en Alemania sus tutores decidieron radicarse en Londres. Eric Hobs- bawm estudió en el Colegio del Principe Enrique, de Berlín, y, en Londres, en el St. Marylebone Grammar School y en el King’s College de Cambridge, donde se

graduó. Durante el trascurso de la Segunda Guerra Mundial participó en el26 cuerpo de ingenieros y en la Royal Arms Educational Corps, y después de haber terminado el conflicto se divorció de Muriel Seaman para casarse con Marlene

Schwartz. Tuvo tres hijos: Julia, Andy y Joshua.

Cuando se produjo la separación de sus colegas comunistas tras la invasión soviética a Polonia, Hobsbawm no abandonó el partido (Duda & Bustos, 2007, 133), aunque se sumó a la línea crítica del marxismo con sus trabajos de la Marxism Today. También participó en los 80s en el Partido Laborista. Académi- camente, ya por 1947, se había hecho cargo de una cátedra de Historia en el Birkbeck College de la London Univerity, y en los años 1960s ejerció la docencia en la Universidad de Stanford. Por el año 1978 se incorporó a la Academia Britá- nica y, aunque retirado de los claustros, conservó cargos especiales en la The New School for Social Reserch de Manhattan, y viajó por el mundo dando confe- rencias, incluyendo Buenos Aires en 1998.

Contribuyó, además, “a la renovación teórica de la historiografía marxista, no solo a través de su participación en el debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo, sino también con algunas publicaciones de marcado carácter metodológico” (Aurell & Burke, 2013, 279). Será reconocido principalmente por su

síntesis del mundo contemporáneo según sus procesos dominantes o eras: de

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la revolución (1789- 1848); del capital (1848- 1875), del imperio (1875- 1914) y de los extremos (1914- 1991). Falleció en Londres el 1 de octubre de 2012.

Joan Wallach Scott nació hacia 1941 en Brooklyn, New York, un 18 de diciembre. Sus padres, de origen judío, fueron Sam Wallach y Lottie Tannenbaum, profesores de escuela secundaria que fueron perseguidos durante la caza de brujas comu- nistas orquestada por el aparato burocrático macartista debido a su militancia sindical en el gremio docente. En palabras de la propia Joan, el activismo gremial le permitió desde épocas tempranas incursionar en su posterior militancia aca- démica. Logró el grado de maestra por la Brandeis University en el año 1962, de acuerdo a la tradición laboral y familiar. Gracias a sus créditos académicos pudo continuar los estudios superiores de Historia en la Universidad de Wisconsin- Madison, donde se graduó como doctora hacia 1969. Durante su formación tomó contacto con uno de los padres de la Historia Social marxista: “fue alumna de Eric Hobsbawm” (Aurell & Burke, 2013, 329).

El rol de Scott como historiadora en el ámbito universitario está ubicado en la27 década de los setenta, cuando empezó a realizar investigaciones sobre la Revo-

lución francesa, varios movimientos de izquierda, las agrupaciones obreras, entre otras. Continuaría así con otros estudios de Historia Social, contactándose con los trabajos de E. Thompson. En efecto, la crítica que realizaría sobre sus posicio- namientos permitiría su amplio reconocimiento académico internacional, con el que iniciaría una nueva etapa en su vida.

Desarrollará una planificación teórico-conceptual destinada a visibilizar las múltiples realidades históricas de las mujeres, cuestionando fuertemente la historia tradicional y machista. Superarla implicaría no incluir a las mujeres como elementos anexos al discurso histórico, sino incorporarlas como protago- nistas deconstruyendo efectivamente la noción de “hombre universal”, tan criti- cada por esa posmodernidad a la que se enrola, y revisando las modalidades de construcción historiográfica de esas realidades históricas femeninas. Tal corrien- te podríamos dividirla en dos lineamientos suyos: por un lado, el de apertura de los espacios políticos al debate feminista como programas, centros, institutos, cátedras, etc. (Burke, 1996), y, por el otro, el disciplinar, encaminado a la especificidad

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historiográfica, epistemológica y social de esos ámbitos académicos incorpora- dos a la discusión feminista.

Avanzada ésta etapa, y ya en la década del 80, Joan Scott logró ubicarse inter- nacionalmente en occidente al categorizar el género y su utilidad particular en el análisis histórico. Pero fue más allá al integrarlo al mundo de la filosofía, las ciencias sociales y las humanidades como una perspectiva teórica y una herra- mienta metodológica cuyos fundamentos han logrado reconstruir, desestabili- zando y elastizando sus fronteras epistemológicas. A propósito de la utilidad de su particular conceptualización sobre el género, puede comprenderse, en primer lugar, como elemento constitutivo de las relaciones sociales fundadas en la divi- sión sexual, y, en segundo plano, como una modalidad de las relaciones signifi- cantes del poder (Lamas, 1996, 289).

Durante los 90s Scott publicó trabajos que abordan la problemática de género

en Francia y sobre políticas feministas internacionales, incluso latinoamericanas.28 Ya en el nuevo siglo ha llegado a ponerse en duda la utilidad de la categoría de

género (Scott, 2011). Hoy en día realiza investigaciones sobre la historia reciente y la visibilidad de la otredad femenina musulmana en Europa, mientras ocupa la cátedra “Harold F. Linder” del Institute for Advanced Study of Princenton, de Nueva Jersey. Sus convicciones y lucha política por avanzar dentro de los espa- cios machistas de la academia desde los años 60s la han llevado a hacer “cam- paña activa a favor del personal docente femenino de las universidades como presidenta del Committee on Academic Feedom y es titular de la American Asso- ciation of University Proffessors” (Aurell & Burke, 2013,330), a modo de reivindica- ción de la actividad sindical y educativa por la que fueron duramente hostigados sus padres durante su infancia.

Una deconstrucción historiográfica de sus proyecciones críticas

Fue la publicación de La formación de la clase obrera en Inglaterra (1963), por Thomp- son, la que abrió el debate, renovando el sentido de las clásicas conceptualizaciones

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sobre las principales unidades de análisis marxistas y superando su definición en términos económicos mecanicistas para resituarlos en los contextos socio- culturales forjados por la praxis de los grupos en sus propias circunstancias y rechazando así la aceptación de leyes universales de evolución histórica fijadas por la escuela hegemónica (Moradiellos, 1994,50)

Del mismo modo que desde Inglaterra se hizo entrar en crisis al discurso histo- riográfico comunista, se constituyó como eco de voz contestataria al Thompson de los 1960s la palabra de Scott en los albores del feminismo académico (Burke, 2007). En primera instancia defiende las contribuciones historiográficas de Thompson al decir que lo considera como un verdadero “portador de la memo- ria histórica, [quien] capturó con brillantez los términos del discurso de la clase obrera (…) recoge pruebas valiosas sobre la forma en que entendió el termino clase en el pasado e incorpora estos significados a la construcción” (Scott., 2008,98) que realiza sobre la clase proletaria. Hábilmente ejecutó maniobras de

reconocimiento a los aportes que el británico lograra proporcionar a la Historia29 Social pero no descuidó hacer énfasis en los descuidos que le proveyera: la

ausencia de una perspectiva de género (Aurell & Burke, 2013, 329). Concretamente, las interpelaciones al modelo thompsoniano provienen desde

diferentes miradas. Se puede identificar cierta concordancia desde la teorización misma desde la utilidad de la categoría conceptual de género de Scott (Lamas, 1996, 265), que se asimilaba al rechazo de los británicos por los esquemas rígidos del determinismo marxista y se aproximaba a la incorporación reflexiva del análisis cultural. No obstante, los “artículos de Joan Scott son una reflexión crítica y explíci- ta sobre el trabajo de E. P. Thompson” (Borderías, 2006, 184) cuando apela a cues- tionamientos más directos. En efecto, la crítica que efectuaría acerca del universa- lismo homogeneizador de las apreciaciones historiográficas thompsonianas respecto a los sujetos laborales. Considera que el inglés, a pesar de la mención, ya sea de casos individuales como Mary Wollstonecraft, Anna Wheeler o incluso a Joanna Southcott (Thompson, 1989, 17), o bien de grupos de mujeres como las Carlile’s womenfolk (Scott, 2008, 101), había hecho gala de la exclusión de la parti- cipación de las mujeres como gestoras de la clase obrera inglesa, reflejándolas

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sólo como un producto del movimiento obrero masculinizado. De hecho, tal evocación sólo vendría a demostrar la preponderancia masculina no solamente de la historia sino del interés del historiador que la escribe. Incorporar algunas mujeres a los procesos históricos sin reflexionar y pretender un cambio de la escritura sobre esos fenómenos no supone para Scott una mirada feminista de la historia.

Además, atribuía a Thompson una concepción ampliamente androcéntrica sobre las categorías teóricas, careciendo así de un marco referencial verdadera- mente amplio que incorpore a los y las de abajo. Considera que omitía la parti- cipación femenina a través del papel funcional de las trabajadoras industriales, la militancia sindical femenina, y las modalidades vinculares y familiares que se adaptaron así como el nuevo rol que se construyó en torno a madres, esposas e hijas, que garantizaría la reproducción del nuevo orden social y modo de vida.

Resultan, entonces, significativas las exigencias sobre las diferencias en la30 manifestación de la categoría de clase entre hombres y mujeres en el marco de

las relaciones de producción. Ello haría posible identificar un verdadero mosai- co de discontinuidades, vínculos y representaciones al interior de la clase traba- jadora. Sin embargo sobre la Formación de la clase obrera en Inglaterra, Scott entiende que

la designación masculina de conceptos generales se hace de manera literal a través de los actores políticos a quienes se describe de forma muy notable (…). Es una historia básicamente acerca de los hombres, y la clase se ha construido, en sus orígenes y expre- sión, como una identidad masculina (Scott, 2008, 99- 100).

Posteriormente, la respuesta del marxista se expresaría en términos muy generales pero cristalizados sin duda en los avances de las investigaciones en 1979, que abordaron la condición femenina a través de La economía moral de la multitud en Inglaterra y La venta de las esposas. En el primero se estudian las condiciones de vida preindustrial de las mujeres, su actuación en los motines, su rol político en el hogar y la división sexual de las tareas extra e intra domésticas

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(Thompson, 1995, 213- 296). Mientras que en el último, Thompson indaga acerca del ritual contractual, matrimonial y vincular que configuraba las relaciones entre los géneros en determinadas épocas previas al siglo XVIII (1995, 419- 453). Podemos observar de manera manifiesta una de las modalidades del vínculo dialógico que Thompson, en éste caso, establece con Scott una imagen intralin- güística, de una forma del habla y no de una de la relación interpersonal (Hernández, 2011, 12). Con todo, el autor terminaría reconociendo la validez de los estudios de género por el grado de responsabilidad histórica de las mujeres al expresar que cuando

(…)algunos de los principales actores de la historia se alejan de nuestros ojos —los políticos, los pensadores, los empresarios, los generales— aparece en escena un grupo de actores secundarios, a los que habíamos considerado meros figurantes en este proceso (…) nos podemos encontrar con periodos enteros de la historia en los que un

sexo ha sido omitido globalmente por los historiadores, ya que las mujeres no han sido

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casi nunca consideradas agentes fundamentales en la vida política, militar o incluso en la económica. Si nos interesa el «ser» la exclusión de la mujer reduce la historia a pura inutilidad (Thompson, 2002,138- 139).

Las controversias de Thompson tendrían eco no solo en Joan Scott. Eric Hobs- bawm siempre se había mostrado más abierto a las influencias historiográficas por fuera del Reino Unido, trabajando con sujetos históricos próximos a la mar- ginalidad, como ladrones y forajidos, menos apasionado en los odios y amores de la disciplina y ciertamente algo más cercano a las teorizaciones tanto comba- tidas por su coterráneo. (Aurell & Burke, 2013, 281- 282). Es menester describir que las diferencias entre sendos ingleses no se limitaban a las antes expuestas ya que perspicazmente cuestionó ciertas propuestas expuestas en La formación en torno también a una problemática de género: el papel revolucionario de cier- tos movimientos religiosos alrededor de los seguidores de Joanna Southcott, que tanto fuera relativizado por Thompson (Scott, 2008, 105). Se distanció inclu- sive cronológicamente de él, pues sostendría que la clase obrera apareció hacia 1870 mientras que la teoría thompsoniana asegura que fue en 1820 cuando los

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artesanos se hallaban ligados en defensa de un sistema democrático interno mediante un discurso o lenguaje clasista (Piqueras, 2013).

Contra el feminismo Hobsbawm incursionaría tempranamente, allá por 1966 con un artículo llamado “Revolución y sexo”. En él, se despachó aludiendo que la relación entre ambas dimensiones sociales corrompía inútilmente a la cultu- ra, puesto que había sido la libertad sexual la herramienta que los poderosos habían implementado para someter a las masas (Hobsbawm, 2010). Las pregun- tas sobre los roles de género eran consideradas absurdas; el sexo libre un elemento de dominación y opuesto al despertar del pueblo llegando a aseverar sobre su impulsor, el movimiento feminista, que “cuanto más prominente es, más podemos estar seguros que lo importante no está ocurriendo” (Hobsbawm, 2000, 208). El movimiento de mujeres, como notamos, tuvo y aún tiene sus detractores en amplios sectores sociales sin distingo de niveles académicos, corrientes historiográficas, clases sociales, orientaciones políticas y programas

partidarios. El trabajo de las primeras feministas fue sumamente dificultoso32 ante circunstancias y personajes que no las consideraban como aliadas, al ver

en ellas el reflejo de la crisis de ciertos privilegios poco cuestionados y la proxi- midad de una amenaza latente al sistema patriarcal que supieron construir. En el ámbito universitario e historiográfico, Scott, como precursora, no renunció nunca a su lucha, reivindicándola siempre con el, según ella misma muchas veces para tantos, estridente calificativo de feminista (Burke, 1996).

Sea como provocación u orientado por sus profundas convicciones machistas, resulta preciso señalar que, al igual que Thompson, Hobsbawm también reflexio- nó respecto a sus posiciones ideológicas en función a la categoría de género en la Historia. Se trata de cierta reedición de un polémico artículo suyo que original- mente fue preparado para una conferencia en Roma en 1970 y para la revista de la Academia Norteamericana de Artes y Ciencias publicada como primer capítulo del libro Historical Studies Today de 1972 en Nueva York. Allí, el británico tomó conciencia reflexionando sobre sí mismo que “no puede por menos de observar, con asombro y vergüenza, que no contenía ninguna referencia a la historia de las mujeres” (Hobsbawm, 1998a, 84). Aún así, relativiza la autocrítica manifestándose

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ambivalente, pues se excusa debido a que lo incipiente de la manifestación feminista hizo que ni él ni ninguno de sus colegas, todos varones, advirtieran semejante desplazamiento con lo fundamental que hubiera sido su incorpora- ción al trabajo titulado “De la Historia Social a la Historia de la sociedad”.

A pesar de haber subestimado el potencial académico del enfoque feminista de Scott, ambos compartieron un trabajo publicado en 1987 bajo el nombre de “Zapa- teros políticos” en una compilación de Hobsbwam llamada “El mundo del Trabajo”, no sin antes haber sido presentado en la revista Past & Present, precisamente una década después de haberse excluido la autoridad y la solvencia historiográfica feminista en aquella conferencia de Italia. El trabajo era muy reciente pero bastan- te notable al decir de Piqueras (2013). En esa obra, Eric Hobsbawm proporcionó un soporte hermenéutico materialista a la cuestión social decimonónica occidental mientras que “ella misma escribía acerca de las mujeres y el trabajo en la Europa del siglo XIX” (Borderías, 2006, 262).

A pesar del trabajo conjunto que le permitió haber estado en contacto con Scott33 y sus miradas posestructuralistas (2008, 22) de rechazo a la idea del “hombre universal” y su consecuente “mujer universal”, enfocados en la elaboración de

planteos teóricos con el fin de comprender cómo una cultura normatiza los roles de género, cuáles son las relaciones políticas que el concepto implica, y cómo se reflejan y construyen las identidades subjetivas, individuales y colectivas en torno al género (Scott, 2008), Hobsbawm decidió arremeter nuevamente. En un trabajo reciente, denominado “Manifiesto para la renovación de la Historia”, se retrotrae a los albores de los años 70s y al empuje de la posmodernidad en la historia, asu- miendo que el gran peligro político inmediato que amenaza a la historiografía actual es el anti-universalismo. Reprocha que lo que cuenta para este tipo de historia no es la explicación racional, sino cómo se experimenta lo ocurrido según variables como la sexualidad (Duda, 2007). Recrimina que “ese fenómeno dio lugar a mucho palabrerío y tonterías en los márgenes más lejanos de la historia de grupos particulares (…) feministas, gays, negros y otros (…)” (Duda, 2007, 145).

En el año 1994, Hobsbawm incorpora el tercer tomo de su célebre trilogía sobre la Historia Contemporánea Occidental, la famosa The Age of extemes rápidamente

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traducida al español por J. Faci, J. Ainaud, y C. Castells como “Historia del siglo XX”. En ella se hace una profundización de los principales procesos históricos del mundo reciente desde la Primera Guerra Mundial a la caída del bloque comunista, y, respecto a lo que nos ocupa, ofrece interesantes conclusiones. Consultada la obra que se halla subdividida en tres eras, en todas ellas se iden- tifica, por ejemplo, más de treinta veces al par binario hombres-mujeres, u ambos junto a otros grupos humanos. A las mujeres, individualmente o como grupo, se las menciona diez veces en la primera parte, más de sesenta en la segunda y más de diez en la tercera, reflejando experiencias y acontecimientos que las afectaron de manera singular. Finalmente, las referencias al sexo, en plural o singular, no como acto coital sino como sinónimo biologicista de género, son escasas: en la primera eran dos, en la segunda más de diez y en la tercera apenas en tres oportunidades. Esto demuestra que las controversias lograron surtir ciertos efectos en su propia producción académica reflejada en

un discurso historiográfico más abierto. Pero, tal cual lo expresáramos, no es34 intención de Scott la incorporación de mujeres como anexos al discurso históri-

co hegemónico, sino un replanteo de los fundamentos mismos de esa construc- ción, cuestionando sus criterios teórico-metodológicos y epistemológicos desde un enfoque feminista. Y fue allí donde se insistió en un debate que finalmente concluirá abierto. Hobsbawm reduce una discusión del siglo XX sobre la ontolo- gía de las diferencias humanas a una disyuntiva entre los fundamentos genéti- cos apoyados por políticos conservadores contra lo ambiental defendido por militantes de izquierda, y en ese marco inserta el resurgimiento del nuevo movi- miento feminista, pues denuncia que sus

ideólogos llegaron prácticamente a afirmar que todas las diferencias mentales entre hombres y mujeres estaban determinadas por la cultura, esto es, por el entorno. De hecho, la adopción del término «género» en sustitución de «sexo» implicaba la creencia de que «mujer» no era tanto una categoría biológica como un rol social (1998b, 547).

Sobre el feminismo opina también que no fue un impulsor real de los dere- chos de las mujeres hasta la primera mitad del siglo XX, y que si ellas gozaron

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efectivamente de nuevas facultades legales, fue por presión del devenir externo de guerras y crisis económicas. Más delante incorpora que

en los años setenta y sobre todo en los ochenta se difundiera entre la población de este sexo (que los ideólogos insisten en que debería llamarse «género») una forma de conciencia femenina política e ideológicamente menos concreta que iba mucho más allá de lo que había logrado la primera oleada de feminismo. En realidad, las mujeres, como grupo, se convirtieron en una fuerza política destacada como nunca antes lo habían sido. (…) Ya a principios de los noventa los sondeos de opinión recogían impor- tantes diferencias en las opiniones políticas de ambos sexos (1998b, 314).

En este sentido, más adelante Hobsbawm no duda en darle validez efectiva al

 

feminismo como faceta de la por él denominada revolución social del siglo XX

 

(1998b, 315), pero descargando sobre las feministas posmodernas y las reivindi-

 

caciones que Scott hiciera sobre la importancia de la política en todas las mani-

 

festaciones humanas que conservan una realidad o pretenden transformarla,

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independientemente del grado de organización que detenten las teorías que las impulsen y la profesionalización que ejerzan (Burke, 1996, 67). Hobsbawm repli- caba que:

«Lo personal es político» se convirtió en una importante consigna del nuevo feminismo, que acaso fue el resultado más duradero de los años de radicalización. Significaba algo más que la afirmación de que el compromiso político obedecía a motivos y a satisfac- ciones personales, y que el criterio del éxito político era cómo afectaba a la gente. En boca de algunos, sólo quería decir que «todo lo que me preocupe, lo llamaré político» (1998b, 334).

En Historia del siglo XX, Hobsbawm logra poner en reflexión una valedera acti- tud crítica para consigo mismo, respecto a sus expresiones anti feministas de los años 70s. Quizás ello indique una faceta más madura al volver a incorporar a Scott a su obra. La autora es reconocida sin dudas por su capacidad intelectual y profesional al valorarse sus aportes en los estudios de Women, Work and Family de 1987 donde, en conjunto con Louise Tilly, analizan el retorno de las mujeres al trabajo en las décadas más recientes, cuando se precisaron mayores ingresos en

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sus hogares (Hobsbawm, 1998b, 320- 591).

Palabras de colofón

Como reflexiones finales hemos de concluir que, desde una perspectiva sinópti- ca, si bien existen puntos en común en las trayectorias políticas de nuestros historiadores, a saber un contexto anglocentral en el que desarrollaron sus formaciones disciplinares y perfiles profesionales, la filiación inicial al campo de la Historia Social, el fuerte activismo partidario y académico que ponía de relevancia la lucha de los trabajadores y las trabajadoras de diferentes ámbitos, etc., en un momento las diferencias se tornaron evidentes. A pesar de que Thompson, en su obra más famosérrima, realiza una mención a las mujeres con determinados análisis históricos provenientes de un marco teórico materialista,

y también Hobsbawm haría lo propio, la elaboración de ambos dista de una36 crítica feminista, lo que constituye una verdadera deuda con la Historia Social

que tanto defendían, y la que Scott, con los señalamientos que les realizara y una mirada próxima a las corrientes posestructuralistas, logra saldar. También es meritorio expresar que, a pesar de que los ingleses tuvieron sus fuertes dife- rencias, cada cual, y a su manera, realizó una autocrítica respecto a los fuertes cuestionamientos provenientes de las flamantes corrientes feministas de la historia.

Tal cual ocurrió en éste trabajo, un análisis intertextual de los distintos discursos historiográficos del siglo XX bajo la forma dialógica de Bajtín no nece- sariamente implicó acuerdo entre los referentes coloquiales o autores ni mucho menos expresó una unidireccionalidad manifiesta de sus apreciaciones, las que en ocasiones pueden llegar a muy divergentes entre sí (Volóshinov, 1992, 166). Las complementarias indican las referencias de ambos marxistas británicos en referencia al feminismo contemporáneo en las que no se refleja un acuerdo o destinatario común, las directas evocan la discusión de Hobsbawm y Scott, o indirectas indican las primeras alusiones thompsonianas contra al feminismo

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que tanto y tan tempranamente lo supo criticar en la voz de la norteamericana. Ante tantas desavenencias, encuentros y desencuentros, no queda más que valorizar las miradas críticas sobre el pasado de la historiografía con ojos reflexivos desde el presente, puesto que las construcciones historiográficas con- temporáneas no son más que productos de luchas ideológicas del pasado, en donde, al parecer, las fuerzas progresistas de hoy en día no siempre empujaron

políticamente hacia el mismo lado.

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