TRAZOS AÑO III - VOL I OCTUBRE 2019 ISSN 2591-3050

UN CAFÉ COMÚN

Martín Leandro Contreras

Me interesa exponer desde un comienzo, que la invitación realizada a un viejo amigo fue aceptada con bastante calidez y, que en su respuesta logré notarlo muy interesado en el tema que le había intentado postular, y porque no tam- bién, criticar. Dicha temática, problematizada a fin de cuentas, era la de la cons - trucción del conocimiento y como es que éste, se construía a partir del lengua- je.

Ahora bien, fue en decisión de ambos que acordamos vernos a las 22:00 hs en un café que él bien conocía, y que yo, sin embargo, era la primera vez que iba; según él, éste era un lugar de muy buen gusto en el cual podíamos encon- trar comodidad para nuestra reunión.

Una vez situados en ese lugar, luego de reconocernos con afecto después de tanto tiempo sin vernos, decidimos que no había necesidad de más pérdida de tiempo para comenzar con lo que nos concernía. Pues bien, sacó él su maletín con bocetos y apuntes, mientras yo explayaba a grosso modo la temática comentada; de repente, en un tono enardecido, pero aun así de manera muy respetuosa, me dijo que él también había estado trabajando en el tema del lenguaje y el conocimiento. Ahora parecía ser a mí a quien le tocaba escuchar lo que este viejo amigo tenía para decir.

–Viejo amigo: En primera instancia, quiero comentarte que he realizado un análisis genealógico del sentimiento, y con éste, pretendo desenmascarar las raíces emotivas de nuestras actitudes y juicios de valor; pues la idea de mi investigación es realizar una crítica directa al lenguaje y a la verdad universal que este acarrea.

–Yo: Con lo que se exponía hasta el momento, me di cuenta que las cosas se iban a poner interesantes- Por lo que decidí seguir escuchando sin emitir juicio alguno.

Facultad de Filosofía, Humani- dades y Artes. Universidad Nacional de San Juan.

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–Viejo amigo: Para lo que a la condición humana le toca, me he dado cuenta que es de necesidad fingir para sobrevivir y que a este fingimiento le deviene una veracidad de la cual se sustenta la condición de la especie. Pues es el lenguaje quien ampara esta condición de mentira, pero las razones del mismo, sólo tienen una finalidad social a modo de consenso. Es la sociedad quien invierte los valores premiando la mentira y penalizando la verdad.

Mientras, yo pensaba para mis adentros: siendo la mentira una emanación de grupo, era evidente que la condición estaba creada, regida y legalizada por ellos, y por esto, es que comprendía a donde apuntaba lo que mi viejo amigo exponía. Mientras tanto, él continuaba explayando su idea.

–Viejo amigo: El lenguaje se encuentra entremedio del sujeto y el objeto, este es una fuerza mediadora entre ambos pero a manera de fantasía y, es así como se alza la ciencia en su construcción de la realidad. Es entonces por cuestiones de seguridad, que el hombre adquiere el compromiso moral de mentir, siendo en forma de hábito que el hombre se olvida que miente y adquiere su senti - miento de verdad. Es ante esto, querido amigo, que creo que el arte puede llegar a ser como una luz sobre el individuo tanto como sobre el mundo.

A todo esto, un breve momento de silencio dejó espacio a la reflexión, y sin que se llegara por completo a ella, mi compañero logra ver por la ventana del café un hombre de traje, que si bien éste se veía un tanto percudido, lucía en muy buen estado estético; llamó la atención que luego de revolotear su mirada por el resto del salón, la dirigiera directamente hacia nosotros, en tanto que no nos habíamos visto nunca; se vino en dirección a nuestra mesa y al ver el des - parramo de papeles pidió de manera cortés si podía sentarse junto a nosotros, diciendo que aparentaba que estábamos tratando un tema importante por lo que dejaba ver el momento, y que en caso que fuera así y que no hubiera mo - lestias, sería de su gusto escucharnos. Miré a mi compañero, y su ceño fruncido comunicaba que mucho interés no tenía en compartir la mesa con alguien más, pero decidí que no estaba demás que este hombre se siente junto a nosotros, creí que la temática de la conversación de manera automática lo iba a expulsar. Antes de continuar con lo que nos concernía, mi compañero decide preguntar el nombre a este señor, a lo cual respondió que su nombre era Charles Morris, y que de algún modo se había encargado de sistematizar la semiótica; nos miramos con mi compañero, como dándonos lugar a pensar que el señor Morris nos había estado escuchando tras la vidriera del café, pero fuera de eso, con una baja sonrisa, mi compañero respondió de manera muy respetuosa e impe - rante que continúe con su presentación, que sonaba interesante.

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–Charles: En cuanto a mis estudios, considero a la semiótica en dos sentidos: el primero, como una disciplina autónoma que se encarga de estudiar los signos; y en segundo lugar, como instrumento de las demás disciplinas científicas. Pues me encuentro muy convencido de que el hombre es un animal simbólico, y que es a partir de esta premisa, que se haya en la especie humana la diferencia capi- tal con el resto de los animales, que si bien también usan lenguaje, es el del hombre el que posee mayor complejidad en tanto a lo que responde a la señalé- tica, el arte, la escritura, etc. Para mí, la ciencia y los signos se encuentran íntima - mente relacionados, y mi intento va a radicar en sistematizar y sintetizar una teoría que desarrolle la ciencia de los signos.

Pues bien, los signos son estudiados desde diversos puntos de vista: lingüísti - cos, lógicos, filosóficos, psicológicos, etc. Y pese a tal diversidad, no se cuenta con una estructura sólida que permita incorporar todos estos puntos de vista de manera unificada. De manera axiomática, no habría nada que pueda estudiarse sin signos que denoten algo de su campo de estudio. Es decir, la semiótica debe proporcionar un lenguaje aplicable al lenguaje de la ciencia y a los signos especí- ficos que ésta utiliza. Pretendo con esto un estudio científico de la ciencia desde el lenguaje de la misma. La naturaleza del signo planteada, enmarca que el pro - ceso en el que algo funciona como signo puede denominarse semiosis. Esto implicaría tres factores: un vehículo sígnico; un designatum; y un interpretante. Una teoría tríadica donde los tres factores se hallan implicados mutuamente. De esta manera, puedo decir que algo es un signo, si y solo si, algún interprete lo considera signo de algo.

Mientras tanto, lo que este señor exponía me daba a pensar que la considera - ción de algo es una interpretación según aspectos que uno considera, dado sólo en la medida en que dicha interpretación es evocada por algo que funciona como signo.

–Viejo amigo: ¡Puro ficcionalismo!...el valor de síntesis biológico en función de adaptación de la especie, posee una función pragmática respecto al conocimien- to humano…

Tras una sonrisa bajo la manga de mi compañero, sumado al breve silencio ocasionado por tamaña exclamación, se produjo el levantamiento de la mirada de Charles con algunos rasgos de duda y de reflexión, aunque luego bajó nueva - mente su mirada a sus anotadores y decidió proseguir con su planteamiento. –Charles: Dicha semiosis consta de niveles y dimensiones de donde pueden estudiarse la relación de los signos con los objetos a los cuales son aplicables; nos encontramos entonces, con tres dimensiones dentro de la misma: la sintácti- ca, la semántica y la pragmática. Cada una de estas ramas cuenta con sus térmi - nos especiales y relaciones; implicar es un término especial de lo sintáctico;

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designar y denotar, términos de la semántica; y la expresión o lo que se expresa, es un término pragmático.

Sin más, un breve fragmento de tiempo me dio lugar a meditar que el fin de la empresa propuesta por este señor, dejaba ver una especie de semiótica descrip- tiva donde sus tres ramas podían ser universalmente aplicables a cualquier con- dición sígnica.

–Charles: Por lo que refiere al lenguaje, de por sí éste es un término ambiguo, y es por ello que puede ser analizado desde distintos puntos de vista: empirista, formalista, pragmático, etc. y aun así, todos tendrían la misma validez de análisis. Lo que en lo personal estoy buscando, es un lenguaje general, de modo que puedan caber todas las demás especificaciones del lenguaje, tanto así, como lo podrían ser la matemática, la lógica, etc.

Si bien no consideraba que lo expuesto por Charles fuera malo, tampoco creía que había razones para subestimarlo; pero nuevamente mi compañero con su bigote al frente y sin pelos en la lengua, exclama:

–Viejo amigo: considero válido acotar que la semiosis sería una especie de obligación de supervivencia o de adaptación al medio mediante el lenguaje, y más, partiendo de que según usted tiene muy en cuenta al hombre como animal simbólico.

Mientras contemplaba a Charles, con su mirada en alto, es como si lo expuesto sobre la mesa hubiera dejado el espacio perfecto para que mi compañero diera su punto de vista al respecto; y así fue:

–Viejo amigo: Si bien el hombre es un animal simbólico, la conservación de éste radica en el intelecto, y con esto digo que el mismo intelecto como una herramienta de la existencia, crea metáforas con un fin de engaño en tanto de sí mismo, como también para con otros; así como los insectos engañan a sus depredadores haciendo creer que están muertos, el hombre crea ilusiones con el fin de una seguridad compartida. Ahora yo me pregunto y os pregunto ¿En reali - dad el hombre sabe algo de sí mismo? ¿Se percibe a sí mismo? Pues no. Pensaba conmocionado para mis adentros, en el exquisito rebate que respon- día éste ante el silencio de sus propias preguntas…

–Viejo amigo: …el hombre se sumerge en una consciencia tierna e ilusa. Des- cansa sobre la crueldad, sobre la codicia, es indiferente al asesinato de su igno- rancia que lo eyecta como impulso de verdad. Es decir, se inventa una designa - ción de las cosas de manera uniformemente válida y obligatoria. Entonces, es el lenguaje quien legisla esta verdad sobre las leyes; es acá donde se generan las antípodas entre verdad y mentira. Es entonces el mentiroso quien utiliza las designaciones válidas para hacer aparecer lo irreal como real. La semiosis, pues

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solo sería una palabra, y ésta, la reproducción en sonidos de un impulso nervio- so; pero inferir a partir de un impulso nervioso la existencia de una causa fuera de nosotros, es ya, un resultado falso del principio de razón.

A todo esto, Charles de manera sorprendida solo miraba y escuchaba atenta- mente lo que mi compañero, un tanto sarcástico e irónico, le decía... y yo, mien- tras tanto escuchaba y meditaba cómo con lo expuesto podría verse caduco ese axioma de las teorías de la comunicación, el cual en su primera máxima nos hablaba de una imposibilidad de no comunicar, ya que en todo momento se estaría comunicando algo queramos o no. Ante esto, se me ocurría que previo al proceso comunicativo puede llegar a existir una interpretación que nos lleve a dicho proceso y sin la cual, el proceso comunicativo no se cumpliría.

Mientras mi compañero se exaltaba, un tanto apasionado, un tanto encoleriza- do por la elucubración a la que llegaba, a mí me llamaba la atención cómo un par de mesas más allá había dos sujetos que prestaban cara atención a lo que el momento mostraba.

Dichos sujetos, de manera muy amable y simpática, decidieron arrimarse a la mesa donde nos situábamos, y no fueron para nada imprudentes a la hora de integrarse. En medio de la tensión silenciosa en la que nos encontrábamos en ese breve momento, pidieron disculpas por el atrevimiento y confesaron a manera de sonrisas, las cuales no quitaban seriedad, que de lejos habían podido escuchar parte de lo que se estaba discutiendo, y que, en el caso de que no se encontraran antipatías a la hora de su integración a la mesa, ellos tenían muy buenas intenciones en participar. Mi compañero, aun un tanto exaltado, respon- dió que no sentía la necesidad de la integración de más personas a la mesa, pero, que no les iba a negar la posibilidad de que se presentaran, ya que su amabili- dad no le había causado disgusto. Con buen gesto se presenta el primero de ellos.

–Mi nombre es Roland Barthes… y mi amigo es Michel Foucault, ambos somos franceses, y hasta donde pudimos escuchar, la semiología y la problemática del lenguaje con respecto de lo que ustedes exponían, es un tema que a nosotros también nos concierne.

Por un momento llegué a pensar que todo esto estaba arreglado o algo por el estilo, ya que era demasiada casualidad la que nos embriagaba, pero decidí no tirar el tiempo pensando en cómo se había dado el momento, sino más bien, me dediqué a seguir escuchando y a disfrutarlo. Tanto mi compañero, como Charles y yo, decidimos abrirnos a escuchar qué es lo que tenían para decir estas perso- nas con respecto a lo que habíamos estando hablando con anterioridad. El primero en exponer de ellos fue Roland, el cual hacía presente que el estudio

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que éste había tenido de los signos radicaba más en el sentido y en la función del lenguaje, que en una sistematización general científica de la teoría de los signos.

–Roland: Muchachos, con su permiso, les comento que mi estudio está funda- mentalmente dirigido a los mitos configurados por la burguesía y reproducidos por la pequeña-burguesía en el núcleo social: sitio, en el que anidan las impos- turas de una determinada ideología. Desde este enfoque, la semiología pasa de estudiar los signos y su aplicación científica, a una crítica ideológica o a una críti- ca desmitificadora, en tanto que pone de manifiesto los modos en que la ideolo - gía burguesa impone su mirada del mundo, fosilizándola en mitos y haciéndola circular por diferentes medios. En última instancia se podría decir que ante tal apropiación pequeñoburguesa del lenguaje, una de las tareas de la semiología es poner en práctica el desmontaje y la expropiación del sentido expropiado. –Viejo amigo: ¡Mitos! ¡Mitos!... buen punto de fuga…

En lo que lentamente iba dejando ver Roland, parecía ser que pretendía dar cuenta de su conceptualización del mundo y del abuso ideológico en el cual se mueve el sistema; para ello, nos comentaba que el mito es un lenguaje utilizado por la burguesía para lograr hacer una cultura universal a partir de la modifica - ción de ciertos conceptos a conveniencia.

–Roland: El lenguaje necesita condiciones particulares para convertirse en mito. Éste, a su vez constituye un sistema de comunicación, una forma de signifi - cación; si al mito se lo considera un habla, entonces, todo lo que justifique un discurso puede ser un mito; éste no se va a definir por el objeto de su mensaje, sino por la forma en que se lo emplea: sus límites son formales, no sustanciales. El mito sería una construcción histórica, por lo que este no nacería de la natura- leza de las cosas. A decir, el habla mítica puede estar en cualquier soporte: en el cine, en la publicidad, en la fotografía, en el deporte, etc. Cualquier material puede ser dotado de significación. De este modo se entendería por lenguaje, discurso y habla toda unidad significativa, sea verbal o visual; todo podría trans - formarse en habla siempre que signifique algo.

Mientras escuchaba con mucho detalle lo que se decía, observaba minuciosa- mente. Charles parecía estar en profunda atención en lo que mostraba su cons- tante toma de notas de lo que se exponía; y en cuanto a mi compañero, su mirada perspicaz parecía hasta de cirujano.

–Roland: Postular una significación, es de algún modo, recurrir a la semiología; pues ésta sería una ciencia de formas que estudia las significaciones indepen - dientemente de su contenido. La semiología postularía una relación de implica- ciones funcionales entre significante, significado y signo, estos tres términos

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serían formales y se les podría adjudicar diferentes contenidos. En el mito se encuentra esta estructura tríadica al igual que en Charles, pero de diferente modo: el mito, en este caso, es un sistema particular que se edifica a partir de cimientos previamente establecidos a lo que llamo sistema semiológico segun- do. Es decir, lo que constituye el signo en una primera estructura es denominada lengua, esta sería la asosiatividad global entre significado, significante y lo que produce dicho signo; éste a su vez se convierte en significante de una segunda estructura, la cual es denominada mito, donde se ve claramente cómo la segun- da estructura se edifica a partir de la primera. Es como si la segunda estructura robara el significado de la primera para luego construir un edificio diferente del que estaba en los planos. En el mito existen dos sistemas semiológicos. A la primera estructura de la lengua me gusta llamarla lenguaje objeto, porque es el lenguaje del cual se toma el mito para construir su propio sistema. En el plano de la lengua, al producto entre significado y significante, le llamo sentido, y a éste, como término inicial en el plano del mito, lo denomino forma.

Cuando el sentido deviene en forma, se vacía, se empobrece, y es necesario que la forma pueda volver permanentemente a echar raíces en el sentido origi- nal para alimentarse naturalmente de él; sobre todo es necesario que en él se oculte. Así, se enmarca de manera clara que lo que define al mito es este intere - sante juego de escondidas entre el sentido y la forma. El concepto por su parte, sirve de reserva histórica e intencional para que el mito pueda nutrirse y actuali- zarse de sentido; a través del concepto se implanta en el mito una nueva historia, donde el concepto responde estrictamente a una función. La relación que uniría al concepto con el mito y el sentido, es la de deformación. Es decir, el mito se fun- damentaría desde la precariedad de un sentido que ya viene desbastado. Mientras tanto no podía negar que me era de mucho agrado la invitación implícita que sentía de parte de Roland, a que pensara que lo que exponía podía aplicarse a casos como el del día del trabajador, la violencia de género, la pobre- za, el capitalismo y todo lo que pueda llegar a caber en la imaginación de cada uno de nosotros, aun así, independientemente de las categorías lógicas que cada cual posea. No obstante, de lo manifestado podía llegar a elucubrar que la socie- dad era un campo perfecto para las significaciones míticas, teniendo en cuenta que la historia a lo largo de su trayecto, ha sido burguesa en diferentes formas. –Roland:… El mito transforma la historia en naturaleza, y esto a su vez, a la rela- ción entre significado y significante. Una vez creado el mito, éste se viraliza y se fija de manera tal que a través de la reproducción masiva se expande y aparenta existir desde siempre.

En cierto aspecto, lo que hace la burguesía es vulgarizar su nombre de modo

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que queda imperceptible en la vida cotidiana, volviéndose una filosofía de vida, por así decirlo, popular; esta cotidianeidad alimenta también la vida moral, nues - tros ritos religiosos, ritos de consumo, ritos relacionales y demás dentro del seno social. Una propuesta que en lo personal considero útil para detectar el mito, es el de volvernos hacia el concepto fuente de donde este se asienta; es decir, reali - zar una especie de genealogía.

Si bien el señor Barthes aparentaba ser cómplice de su contexto sociocultural, es decir, por la calidad de lo que planteaba y por las categorías que este utilizaba, infería para mis adentros que tales categorías podían, tranquilamente, traspasar - se al plano cotidiano de hoy en día, no sólo desde la alta burguesía sino también desde la pequeña-burguesía que sigue incorporando más adeptos al juego, teniendo como modelo, los conceptos dictados por tal gran empresa.

De este poético y crítico análisis expuesto por Roland, me permitía interpretar, que la mayoría de la sociedad podría estar compuesta por mito-mitólogos, por mitómanos y también solo por mitólogos, y obviamente sin excluir, también por consumidores de mitos.

Si bien Charles seguía como en un estado de aturdimiento reflexivo, éste ya había dejado de tomar nota; mientras que mi compañero no dejaba de prestar cara atención al análisis presentado en la mesa, es como si sus sonrisas altane- ras bajo la manga del saco hubieran dado el paso perfecto a lo que tenía para decir el segundo de los franchutes, que tras los finos parabrisas que portaba en su rostro, aparentaba ser un joven simpático y enojado con muchas cosas para manifestar…

–Michel: De manera complementaria a lo dicho por mi compañero y con cierto grado de complicidad, en lo que pretendo darles a entender comparto su postura crítica, pero en lo que a mí respecta sólo voy a tomar de su pensamiento nada más lo que considero necesario para desarrollar mi tema de interés.

Mi viejo amigo seguía el hilo de las exposiciones con mucha calidez y, en ningún momento pareció estar incomodo con la numerosa mesa en la que se encontraba. Michel, como si escuchara mis pensamientos o hubiese estado desde un principio en la reunión, nombró que el pensamiento de mi compañero era ideal para tomarlo como andamio para su postura.

–Michael:… Hace tiempo estuve trabajando en unas conferencias que tratan el tema, de alguna manera, del cual estábamos hablando con anterioridad; para mayor precisión, cuento con tres conferencias. La primera está situada en una reflexión histórica: es decir, en cómo es que las prácticas sociales generan nuevos sujetos, y cómo a su vez éstos quedan determinados por dichas prácticas.

Por lo que nos dejaba palpar, parecía ser que el centro de su análisis estaba

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dirigido a la categoría de sujeto moderno.

–Michel:… La segunda conferencia, refiere a la metodología de esas prácticas sociales donde en un análisis de los discursos se distinguen dos historias de la verdad. Y por último, una tercera conferencia donde se plantea una reelabora - ción de la teoría del sujeto, por ejemplo, como lo hizo el psicoanálisis o la socio - logía, etc. Para lo que me interesa explicar sólo voy a tomar mi primera conferen - cia, lo cual, no quiere decir que le quite valor de importancia a las otras dos.

El análisis de los discursos dentro de lo social parte de un sujeto de conoci - miento que posee una historia, es decir una verdad. Éste objeto ya no es lingüís - tico, o sea, no toma el discurso sólo como un conjunto de signos, sino que el lenguaje pasa a tener dos estructuras: una externa y otra interna. En estas dos estructuras, la primera es una especie de historia interna de la verdad que se regula a partir de sus propios principios: a decir, una historia de la verdad gene - rada a partir de la historia de la ciencia; por otro lado, en la segunda estructura, ésta externa, hay otros lugares donde la verdad define cierto número de reglas, las cuales valen para ciertas subjetividades. Pues serían las prácticas judiciales, el conjunto de reglas definidas por las prácticas sociales lo que termina por defi - nir subjetividades: formas de saber, relaciones entre hombre y verdad, etc.

Una vez explicado lo dicho, me propongo tomar a su compañero de la mano de su pensamiento, respecto a lo que expuso en su momento en Sobre verdad y mentira en un sentido extra-moral. Uno de los tantos fragmentos que voy a tomar de éste, es la distinción y oposición entre origen e invención.

El conocimiento, más allá de ser una invención del hombre, es simplemente el resultado del juego entre el enfrentamiento y la confluencia, la lucha y el com - promiso, entre los instintos. Es precisamente debido a que los instintos chocan entre sí, que llegan finalmente al término de sus batallas produciendo el conoci - miento. Entonces, es que éste no surge de la adecuación tranquila de la realidad, sino que su base surgiría de la lucha entre dos tensiones: la apolínea y la dioni - siaca.

Mi compañero con su característico seño fruncido, mostró un marcado levan - tamiento en una de sus cejas, sonrió, y continuó escuchando lo que Michel decía…

–Michel: (…) Hay una voluntad de poder detrás de todo: la verdad y el conoci - miento, son poder. Mi idea para los estudios expuestos, es tomar la postura plan - teada por este señor, con el fin de abordar el problema de la formación de deter - minados dominios de saber a partir de relaciones de fuerza y relaciones políticas en la sociedad.

Citando mi libro, El orden del discurso, puede hablarse de cómo la historia de

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la verdad se halla ligada al poder y como éste, tiñe de ideologías los diversos discursos dentro de las prácticas sociales, tomando como ejemplo, las diversas disciplinas científicas y su desarrollo.

En primer lugar vale mostrar lo riesgoso de dichos discursos en pos de una egoísta conveniencia y cómo es que a través de los medios de comunicación estas disciplinas se difunden como válidas. En lo que planteo, el fin es mostrar el gran teatro de la verdad en función de cómo se ejerce el poder. Ciertas caracterís - ticas de esto pueden encontrarse en los tabúes de ciertos objetos, es decir: lo incuestionable de ciertas cosas que pueden ser habladas y ciertas otras de las que no; aquello de lo cual uno no puede decirlo todo en cualquier momento y en cualquier lugar.

Ahora bien, puede abrirse el cuestionario de quien es el que habla, y a su vez responder que el que habla es el que tiene el poder; entonces, el que tiene el poder es el que tiene la condición de hablar. En este caso los centros de dominio se cristalizan en las prácticas sociales y en quienes las ejercen; de acá es de donde se pueden derivar ciertas separaciones como el civilizado y el bárbaro, el cuerdo y el loco, etc.

De lo explayaba este simpático sujeto, podía llegar a expresar que era una verdadera lástima que al loco le toque ser escuchado desde un arsenal teórico manejado desde la cordura, es decir, desde la ciencia.

Pues el posicionamiento de lo verdadero por sobre lo falso, y todas las esque- matizaciones científicas de las cuales uno puede ser víctima, arman sus cimien - tos en una voluntad de poder, en una voluntad de dominio. Entonces es que para analizar los discursos no hay que separar la verdad del poder, ya que estos dos se encuentran en una eterna complicidad.

Luego de lo expuesto por Michel, un silencio sumamente interesante partió la sala del café, de modo que las miradas de las personas presentes aportaban a mi interpretación que era tiempo de una posible conclusión.

Con lo dicho en esta mesa (elucubraba para mis adentros) parece ser que el conocimiento estaba íntimamente relacionado con la construcción del lenguaje; es decir, ambos se manejaban en una relación recíproca. Pero en esta obra de construcción, cada uno de los obreros presentes formaba los cimientos de su propia casa a antojo y, en tanto que también forjaban su arma de defensa, pude inferir que estos eran buenos arquitectos en lo que respectaba a cada obra. Viéndolo desde otro punto de vista, también podía llegar a pensar que existen vastas empresas que se dedican a la producción y reproducción de una manera retóricamente publicitaria, de casas pre-fabricadas que apuntan al campo comercial y que se encuentran dirigidas a todos aquellos que prefieren un traba - jo rápido y sin esfuerzo. Es decir, sólo un techo donde habitar.

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Los edificios realizados por estas personas van a tener distinto tipo de creativi - dad y condición respectos a sus planos. Por un lado, un Charles Morris que pre - tende crear una ciencia de los signos que se aplique a todas las ciencias de manera universal – ¡vaya monopolio! –… Por otro lado un Roland Barthes, preocu - pado por el sentido del edificio y el edificio del sentido y cómo la construcción de ciertas estructuras es un mito de la burguesía que se sustenta en cimientos poco sólidos. A su vez, se muestra un Michel Foucault que se preocupa por anali - zar los planos de las estructuras sociales edificadas, y como éstas legalizan de una manera excluyente quiénes son los que pueden habitar ciertos consorcios y quienes no. Y por último, mi viejo amigo, Friedrich Nietzsche, quien se encarga de demoler todos los edificios creados a lo largo de la historia con una gran maza. Cuando quise acordar, sentí algo húmedo que pasaba por mi cara y luego de un minuto de observación, me di cuenta que habían sido cuatro perros los que me habían estado acompañando toda la noche.

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